10 de octubre de 2010


LOS PADRES DE SANTA TERESA

- M. Nicolás González

- Les invito a visitar una familia cristiana, unida y laboriosa, como las hay hoy y las ha habido en todos los tiempos. La familia de Santa Teresa. Teresa de Ahumada se asoma a la puerta de su casa y nos invita a entrar.

Nos interesamos, primero, por sus abuelos. Don Alonso, el padre, era hijo del toledano Juan Sánchez y de Inés de Cepeda, oriunda de Tordesillas. El toledano negociaba en compraventa de paños y sedas, entre otros negocios muy rentables. Para promocionar sus negocios, vino a Ávila con sus hijos, entre ellos Alonso, de catorce años. 

Los hijos siguieron en la empresa de su padre, hasta que poco a poco se fueron independizando. Deben a su padre un fuerte sentido del deber, la autoestima en su dignidad personal, haber sido educados en la religión cristiana y a practicarla con sinceridad, la lucha y la constancia en abrirse camino por la vida, y una estrecha unión familiar.

Don Alonso Sánchez de Cepeda fue el primero de los hermanos que en Ávila constituyó un hogar. Casó con Catalina del Peso. Al poco de casados, compraron las llamadas Casas de la Moneda, en la que iba a nacer y crecer nuestra Santa. A consecuencia de una peste que diezmó la población, murió Doña Catalina y su suegro Don Juan. Dos años despues, con dos hijos de la mano, casó con Doña Beatriz de Ahumada, natural de Olmedo, a la que conoció en Ávila por las posesiones agrarias que tenía su padre en la aldea abulense de Gotarrendura. En la iglesia de este pueblo contrageron matrimonio Don Alonso y Doña Beatriz, en 1509.

Y ahora escuchamos a la que nos abrió la puerta de las Casas de la Moneda, a Teresa de Ahumada. Primero nos dice de los dos conjuntamente que son «padres virtuosos y temerosos de Dios» y de «muchas virtudes», que «se preocupaban de hacernos rezar a sus hijos y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos».

De su padre, al que adoraba entrañablemente, añade :«Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance (en castellano), para que los leyesen sus hijos... Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, y aún con los criados». En aquellos tiempos en que todavía estaba en vigor el sistema de "esclavos", a nuestra interlocutora no le pasó desapercibido que su padre no sólo no llegó a tener esclavos en casa, sino que cuando los veía en otras familias, se compadecía de ellos.

«Mi padre tenía tanta piedad...,que jamás se pudo acabar con él para que tuviese esclavos, porque los había gran piedad. Y estando una vez en casa una esclava -de un hermano suyo- la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir, de piedad». 

Siempre en Castilla, un darse la mano, en señal del compromiso adquirido, equivalía a una firma ante notario. También su hija había captado esta integridad de su padre: "«Mi padre era de gran verdad. Jamás nadie le vió jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera».

En su queridísima madre, la hija había aprendido mucho :«Mi madre también tenía muchas virtudes, y pasó la vida con grandes enfermedades. De grandísima honestidad..., y de harta hermosura. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron en tiempo que vivió. Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme (la devoción), cuando yo tenía seis o siete años. Murió muy cristianamente».

Una solitaria parra cuelga sobre el dintel de la puerta, y Teresa nos invita a probar las uvas blancas. No hizo falta que nos porfiara, porque necesitábamos reponernos del embeleso con que nos había cautivado. 

Mons. Nicolás González.
http://nicolas-capellanencarnacionavila.blogspot.com

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