TERESA, UN MARAVEDÍ Y DIOS
- Albino Luciani, que fue Papa durante un mes solamente, escribió el libro Ilustrísimos Señores, que es un conjunto de cartas dirigidas a distintos destinatarios. Una la titula Teresa,un maravedí y Dios. Se la dedica a santa Teresa de Jesús. Dice así:
Querida santa Teresa: En el mes de octubre se celebra tu fiesta. He pensado que me permitirás entretenerme por este escrito contigo.
Quien contempla el famoso grupo marmóreo donde Bernini te presenta en el momento en que un serafín se dispone a atravesar tu pecho con su flecha, piensa en tus visiones y éxtasis. Y acierta. Porque la Teresa de los raptos místicos es también la verdadera Teresa.
Pero también es verdadera la otra Teresa, que a mí me gusta más: la que está cerca de nosotros, como se despresnde de su “Vida” y de las “Cartas”. Es la Teresa de la vida práctica. La que experimentó las mismas dificultades que nosotros y las supo vencer hábilmente. La que sabía sonreir, reir y hacía reir. La que se movía con soltura en medio del mundo y en las circunstancias más diversas. Y todo eso gracias a sus grandes dotes naturales, pero sobre todo en virtud de su unión constante con Dios.
Estalla la reforma protestante, la situación de la Iglesia en Alemania y Francia se hace crítica. Tú te acongojabas por ello y escribiste: «Con tal de salvar una sola alma de las muchas que se pierden allí, sacrificaría mil veces la vida ¡Pero, soy mujer!».
¡Mujer! Pero una mujer que vale por veinte hombres, que no deja sin probar medio alguno, y logra realizar una magnífica reforma interna, y con su obra y sus escritos influye en toda la Iglesia. Es la primera y la única mujer que –junto con santa Catalina- ha sido declarada Doctora de la Iglesia.
Mujer de lenguaje sencillo y de pluma elegante y aguda. Tenías un altísimo concepto de la misión de las monjas. Sin embargo, escribes al padre Gracián: «¡Por amor de Dios, mire bien lo que hace! No crea nunca a las monjas, porque, si ellas quieren una cosa, recurren a todos los medios posibles”». Y al padre Ambrosio, rechazando una postulante, le decías: «Vd. me hace reir diciéndome que ha comprendido aquella alma, sólo con verla. ¡No es tan fácil conocer a las mujeres».
Tuya es la lapidaria definición del demonio: «¡Ese pobre desgraciado que no puede amar!»
Insuperable te mostraste en el momento de la batalla. El Nuncio, nada menos, te mandó encerrar en el monasterio de Toledo, declarándote “fémina inquieta, vagabubda, desobediente y contumaz”. Pero desde el convento enviaste mensajes a Felipe II, a príncipes y prelados, y se desenredó la madeja.
Vuestra conclusión: «Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada. ¡Teresa, un maravedí y Dios lo pueden todo».
(Laudatio de Juan Pablo I a santa Teresa de Jesús)
http://nicolas-capellanencarnacionavila.blogspot.com
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