Vigencia de una tradición
Vicente Echerri
El Nuevo Herald
La última novedad de la política cubana podría comentarse parodiando un conocido danzón: "De La Habana (que no de Matanzas) han traído una carta y me han dicho que no te la dé'', pues el receptor de este "recado'', suscrito por 74 figuras de la oposición dentro de Cuba, no es el exilio, que se supone sea el natural interlocutor de nuestros compatriotas de la isla, sino el Congreso de los Estados Unidos y esto, no obstante, confieso que me gusta. No el contenido de la carta, entendámonos, pero sí su destinatario.
Que un grupo de cubanos empeñados en una acción política recurra una vez más al gobierno norteamericano como árbitro de nuestra situación es postura con abolengo, que cuenta con el respaldo de la tradición, señal inequívoca de que, pese a todos los empeños del castrismo, la geografía sigue condenando al régimen que quiso subvertirnos la historia.
Los americanos vuelven a ser actores, agentes o como quiera llamárseles de nuestra realidad (ciertamente nunca han dejado de serlo, aunque a veces desde posiciones muy pasivas) y el reconocimiento de esta verdad, sensata por demás, viene de la mano de un texto que ha caído en Miami como una bomba de fragmentación.
Algunos de este lado han reaccionado con furia y descalificaciones desmedidas hacia los firmantes; otros, desde esta misma página, se han replegado con excesiva y cuestionable humildad, abdicando de cualquier compromiso activo y concediéndole el exclusivo protagonismo de la oposición a los activistas que viven en Cuba, muchos de los cuales son los signatarios de esta carta. Yo creo que ambas reacciones (la desdeñosa cólera y la humilde renuncia) son desmesuradas e inmaduras, y ambas responden a los estereotipos de una comprensible fatiga.
Los firmantes de esta carta al Congreso creen que la afluencia de norteamericanos en Cuba va a aliviarles las penurias económicas y a oxigenar el viciado ambiente político que el régimen monopoliza, dando lugar a que la disidencia pacífica (adjetivo que nunca se cansan de recalcar) y los periodistas independientes puedan tener más libertad para operar, al tiempo de privar al régimen del pretexto en que suele justificar sus arbitrariedades y desmanes.
Son las mismas razones de la mayoría de los que abogan por el levantamiento del embargo desde una posición anticastrista y, en gran medida, podrían tener razón, en cuanto a ciertos efectos a corto plazo; pero eso no basta para hacerme renunciar a mi punto de vista y a lo que estimo es mi contribución a este debate nacional, ni tampoco para tratar de anular el de ellos con denuestos.
Yo creo que cualquier movimiento de parte de Estados Unidos tendiente a normalizar las relaciones con el régimen cubano es un paso hacia su legitimación, no hacia su derrocamiento: facilita la coartada que necesita la tiranía para ganar un poco de aire y disfrazarse --ante una opinión internacional dispuesta aún a otorgarle cierto crédito-- como un actor responsable de la vida política cubana y no como el lastre que en verdad es.
En ese sentido, la Iglesia Católica, con la indudable buena voluntad de aliviar la situación de algunos disidentes, se ha prestado a ser cómplice de esta distensión y, en tal empeño, hasta se vale de algunos politólogos cubanos que viven en el exilio, tales como Carmelo Mesa Lago y Jorge Domínguez, famosos desde hace mucho por sus posiciones conciliadoras hacia el castrismo, a los que ahora se suma Arturo López Levy, de la misma persuasión. L
os tres viajaban a La Habana esta semana a participar en una conferencia auspiciada por la Iglesia en el contexto de la visita a Cuba del Secretario de Estado del Vaticano y que tiene por objeto convencer a Raúl Castro de que hay que desactivar la bomba que tiene en las manos antes de que le estalle. La carta de los 74 opera en el mismo sentido.
No me atrevo a vaticinar la respuesta del régimen ante este cortejo de los que quieren sacarle las castañas del fuego a cambio de algunas concesiones (no sea tonto, Sr. Castro, suelte a los presos, deje viajar a Yoani, anule la huelga de hambre de Fariñas, ¿no ha visto que las Damas de Blanco han desaparecido de las noticias desde que no las acosan en sus marchas?
Si hace sólo estos pequeños gestos vendrán los gringos en bermudas y correrán el ron y la Coca-Cola, no la sangre), pero no tengo duda de lo que buscan esos acercamientos, que el régimen podría atender --para regocijo de Obama y de Zapatero-- sin afectar en nada esencial su carácter despótico.
A muchos aquí nos sobran razones para que no nos guste esa coartada. El haber vivido por tantos años fuera no nos lleva a creer que podamos imponerle pautas a la disidencia interna, pero tampoco a que debamos subordinarnos a sus criterios.
El exilio no nos incapacita ni nos anula como actores de la política de nuestro país, mientras no le hagamos esa concesión a la fatiga; por el contrario, nos facilita los medios, nos amplía los recursos, que no debemos ser remisos en usar.
Desde luego, Washington sigue siendo, como hace un siglo, interlocutor y actor, real o potencial, de la política cubana, y nosotros no debemos olvidarlo. Que otros escriban al Congreso pidiéndole que deje ir a los turistas. Escribamos nosotros nuestras cartas, sigamos haciendo nuestro lobby, convencidos de que los únicos turistas norteamericanos que Cuba necesita desesperadamente deben ir armados y con uniforme.
(C)Echerri 2010
El Nuevo Herald
La última novedad de la política cubana podría comentarse parodiando un conocido danzón: "De La Habana (que no de Matanzas) han traído una carta y me han dicho que no te la dé'', pues el receptor de este "recado'', suscrito por 74 figuras de la oposición dentro de Cuba, no es el exilio, que se supone sea el natural interlocutor de nuestros compatriotas de la isla, sino el Congreso de los Estados Unidos y esto, no obstante, confieso que me gusta. No el contenido de la carta, entendámonos, pero sí su destinatario.
Que un grupo de cubanos empeñados en una acción política recurra una vez más al gobierno norteamericano como árbitro de nuestra situación es postura con abolengo, que cuenta con el respaldo de la tradición, señal inequívoca de que, pese a todos los empeños del castrismo, la geografía sigue condenando al régimen que quiso subvertirnos la historia.
Los americanos vuelven a ser actores, agentes o como quiera llamárseles de nuestra realidad (ciertamente nunca han dejado de serlo, aunque a veces desde posiciones muy pasivas) y el reconocimiento de esta verdad, sensata por demás, viene de la mano de un texto que ha caído en Miami como una bomba de fragmentación.
Algunos de este lado han reaccionado con furia y descalificaciones desmedidas hacia los firmantes; otros, desde esta misma página, se han replegado con excesiva y cuestionable humildad, abdicando de cualquier compromiso activo y concediéndole el exclusivo protagonismo de la oposición a los activistas que viven en Cuba, muchos de los cuales son los signatarios de esta carta. Yo creo que ambas reacciones (la desdeñosa cólera y la humilde renuncia) son desmesuradas e inmaduras, y ambas responden a los estereotipos de una comprensible fatiga.
Los firmantes de esta carta al Congreso creen que la afluencia de norteamericanos en Cuba va a aliviarles las penurias económicas y a oxigenar el viciado ambiente político que el régimen monopoliza, dando lugar a que la disidencia pacífica (adjetivo que nunca se cansan de recalcar) y los periodistas independientes puedan tener más libertad para operar, al tiempo de privar al régimen del pretexto en que suele justificar sus arbitrariedades y desmanes.
Son las mismas razones de la mayoría de los que abogan por el levantamiento del embargo desde una posición anticastrista y, en gran medida, podrían tener razón, en cuanto a ciertos efectos a corto plazo; pero eso no basta para hacerme renunciar a mi punto de vista y a lo que estimo es mi contribución a este debate nacional, ni tampoco para tratar de anular el de ellos con denuestos.
Yo creo que cualquier movimiento de parte de Estados Unidos tendiente a normalizar las relaciones con el régimen cubano es un paso hacia su legitimación, no hacia su derrocamiento: facilita la coartada que necesita la tiranía para ganar un poco de aire y disfrazarse --ante una opinión internacional dispuesta aún a otorgarle cierto crédito-- como un actor responsable de la vida política cubana y no como el lastre que en verdad es.
En ese sentido, la Iglesia Católica, con la indudable buena voluntad de aliviar la situación de algunos disidentes, se ha prestado a ser cómplice de esta distensión y, en tal empeño, hasta se vale de algunos politólogos cubanos que viven en el exilio, tales como Carmelo Mesa Lago y Jorge Domínguez, famosos desde hace mucho por sus posiciones conciliadoras hacia el castrismo, a los que ahora se suma Arturo López Levy, de la misma persuasión. L
os tres viajaban a La Habana esta semana a participar en una conferencia auspiciada por la Iglesia en el contexto de la visita a Cuba del Secretario de Estado del Vaticano y que tiene por objeto convencer a Raúl Castro de que hay que desactivar la bomba que tiene en las manos antes de que le estalle. La carta de los 74 opera en el mismo sentido.
No me atrevo a vaticinar la respuesta del régimen ante este cortejo de los que quieren sacarle las castañas del fuego a cambio de algunas concesiones (no sea tonto, Sr. Castro, suelte a los presos, deje viajar a Yoani, anule la huelga de hambre de Fariñas, ¿no ha visto que las Damas de Blanco han desaparecido de las noticias desde que no las acosan en sus marchas?
Si hace sólo estos pequeños gestos vendrán los gringos en bermudas y correrán el ron y la Coca-Cola, no la sangre), pero no tengo duda de lo que buscan esos acercamientos, que el régimen podría atender --para regocijo de Obama y de Zapatero-- sin afectar en nada esencial su carácter despótico.
A muchos aquí nos sobran razones para que no nos guste esa coartada. El haber vivido por tantos años fuera no nos lleva a creer que podamos imponerle pautas a la disidencia interna, pero tampoco a que debamos subordinarnos a sus criterios.
El exilio no nos incapacita ni nos anula como actores de la política de nuestro país, mientras no le hagamos esa concesión a la fatiga; por el contrario, nos facilita los medios, nos amplía los recursos, que no debemos ser remisos en usar.
Desde luego, Washington sigue siendo, como hace un siglo, interlocutor y actor, real o potencial, de la política cubana, y nosotros no debemos olvidarlo. Que otros escriban al Congreso pidiéndole que deje ir a los turistas. Escribamos nosotros nuestras cartas, sigamos haciendo nuestro lobby, convencidos de que los únicos turistas norteamericanos que Cuba necesita desesperadamente deben ir armados y con uniforme.
(C)Echerri 2010
Junio, 2010
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