(De izq. a der.: Ramón Lamadrid, Alex Hernández, Juan Miguel García,
Octavio y, agachado, Carlos Bidot. Jardines del restaurante 1830, La
Habana, 25 de diciembre de 1965. Cortesía de Alex Hernández).
Sin
rostro ni obituario:
los
muertos de las UMAP
Manuel Zayas, Nueva York
6 Mayo 2013
Al terminar el año 1965, Ramón Lamadrid parecía
un muchacho alegre. El día de Navidad se reunió con sus amigos en el
restaurante habanero 1830, en cuyos jardines se tomó las que serían sus últimas
fotos. Un mes después, aquel joven de 18 años era un rebelde en fuga, escapado
de un campo de concentración. Y como tal, recibía unos disparos en el vientre.
«Él fue el primer monaguillo de San Juan de
Letrán. Yo entré allí en el 59 o 60 y él fue el que me enseñó a ayudar en misa»,
me escribió su amigo Alex Hernández desde Miami. El muchacho «se ganaba la vida
como mensajero de la farmacia Rojas, cuya dueña era Célida Rojas y estaba justo
al lado de la bodega La Mascota, en [las calles] G y 17. Su bicicleta era
parecida a la que sale en la película Pee Wee».
«A Ramoncito le dispararon al salir de la casa de
su madre en Marianao, el 24 de enero de 1966. Le tiraron y le agarraron el bajo
vientre los jenízaros de la policía militar castrista porque se había fugado
del campo de concentración de la UMAP en Camagüey unos días antes». Malherido «lo
llevaron al Hospital Naval, donde dos semanas después falleció. Las únicas que
lo iban a ver allí fueron Dulce, Regina y Rosalía Álvarez», quienes
frecuentaban la iglesia de San Juan y eran vecinas de la farmacia donde el
muchacho trabajaba.
Ramón Lamadrid fue uno de los 30,000 jóvenes
cubanos considerados desafectos por el régimen que fueron enviados entre 1965 y
1968 a los campamentos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción
(UMAP).
«Nunca conocí a la familia de Ramoncito ni fui a
su casa ni supe donde vivía exactamente, pero estudiamos en la misma primaria
de G entre 15 y 17, en lo que había sido la Escuela Baldor. Yo vivía por allí,
en 17 entre F y G, con mis abuelos y padres hasta que en 1973 nos mudamos a
México», relata Hernández, quien no puede olvidar la historia del compañero
muerto. «Lo enterraron en el panteón de Dulce María González-Lanuza, que en
aquel tiempo era directora del catecismo en San Juan de Letrán».
Según fuentes oficiosas, el saldo del horror de
las UMAP dejó como resultado 72 muertes por torturas y ejecuciones, 180
suicidios y 507 personas enviadas a hospitales siquiátricos. El escritor
Norberto Fuentes ha sido portavoz de esas cifras. El régimen cubano ha
preferido, en cambio, mantener esos números en el mayor secreto.
Archivo Cuba, un proyecto de registro
de víctimas de la represión del régimen cubano, tiene documentada la historia
de Ramón Lamadrid entre nueve casos de ejecuciones extrajudiciales o
deliberadas y de desapariciones relacionadas con las UMAP.
A sabiendas de que no han sido las únicas muertes
que se sucedieron allí, el registro de los nombres de las víctimas, de sus
historias o de alguna memoria gráfica, resulta una tarea difícil por la falta
de libertad de prensa y la inexistencia de una justicia independiente en la
Isla, a lo que se suma el secretismo del régimen cubano, que no ha permitido
una investigación ni la apertura de sus archivos.
La historia de Ramón Lamadrid es solo un ejemplo
del encubrimiento con que se han asociado las muertes violentas de las UMAP. De
entre los escasos nueve casos documentados, el suyo es el único que se acompaña
de memoria gráfica: unas fotografías facilitadas por un amigo constituyen la
única fe de vida de cómo lucía aquel joven de 18 años en las lejanas navidades
de 1965. En su ficha de Archivo Cuba se señala lo que parece ser otra
incógnita: la causa de la muerte no aparece reflejada en su certificado de
defunción.
'Consejos de Guerra'
Un discurso pronunciado por Fidel Castro en la
escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1966 ya había
puesto en alerta a la población cubana de la existencia de aquellos
campamentos. El “Máximo Líder” se había explayado, amenazante.
Justo un mes después, la opinión pública
resultaba tan desfavorable a las UMAP que el Gobierno echó a andar su
maquinaria de propaganda, la prensa oficial, la única permitida en Cuba. Es así
que en un mismo día, el 14 de abril de 1966, las ediciones de los periódicos El
Mundo y Granma publicaron sendos reportajes a página completa sobre
los campamentos.
Mientras elogiaba las bondades de las UMAP, el
reportaje de Granma señalaba que los abusos cometidos allí fueron
resueltos mediante Consejos de Guerra.
«Cuando comenzaron a llegar los primeros grupos
que no eran nada buenos, algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria
ni la experiencia requerida y perdieron los estribos. Por esos motivos fueron
sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les degradó y en otros se
les expulsó de las Fuerzas Armadas», escribió el periodista oficialista Luis
Báez.
En el reportaje de Granma no se hablaba de
la naturaleza de los abusos, ni de cuántos oficiales fueron sancionados con
degradación o expulsión del Ejército. Ni se mencionaba siquiera el nombre de
Ramón Lamadrid, muerto violentamente poco tiempo atrás. En aquel párrafo se le
ponía inicio y fin a la crueldad de las UMAP: eso era lo que el periódico del
partido único se permitía hablar de los crímenes cometidos en aquellos campos
de concentración cubanos.
Más de tres décadas después, el profesor e
investigador cubanoamericano Emilio Bejel escribiría en el libro Gay Cuban
Nation: «Aunque no es fácil obtener documentación precisa, es conocido que
inicialmente algunos reclutas fueron tratados tan inhumanamente que algunos
oficiales responsables fueron luego ejecutados». ["Although precise documentation is
not easy to obtain, it is known that initially some recruits were treated so
inhumanely that some of the officials responsible were later executed."]
En septiembre de 2012, Bejel participó en un
panel sobre la situación de los gays bajo
Castro, organizado por la Biblioteca Pública de Nueva York. Intrigado por
aquellas ejecuciones mencionadas por el profesor y conociendo el reportaje de Granma
donde se decía que la única condena que tuvieron aquellos oficiales fue la
expulsión o la degradación militar, me acerqué a preguntarle a Bejel cuáles
eran sus fuentes. En su libro hacía hincapié en lo difícil de obtener
documentación, pero a seguidas señalaba las ejecuciones como hecho
"conocido".
—¿Cómo supo de esas supuestas ejecuciones a los
responsables? —pregunté.
—Yo no dije que todos los responsables fueran
ejecutados. Solo algunos —me respondió, corrigiéndome de memoria.
—De los Consejos de Guerra mencionados en Granma
no se dice eso. Se dice que los responsables de los abusos fueron degradados o
expulsados del Ejército. ¿Dónde leyó usted que fueran ejecutados?
—No sé, figúrate. Es que es muy difícil obtener
documentación. Envíame ese documento —y se despidió.
Un corresponsal extranjero se cuela en un
campamento
Hacia agosto de 1966, la existencia de aquellos
campos de trabajo forzado era la comidilla entre diplomáticos y corresponsales
extranjeros en La Habana. Solo la prensa oficial había informado escuetamente
de los abusos, pero ya era vox pópuli que las injusticias no habían terminado
con los Consejos de Guerra, ni con la expulsión de algunos militares al mando.
El escritor inglés Graham Greene, que entonces visitaba la capital cubana,
narraría sobre ello.
Pero el más intrépido de los corresponsales fue,
sin dudas, Paul Kidd, quien aprovechó su credencial de periodista canadiense
para viajar por toda Cuba y entrar a uno de los 200 campamentos de las UMAP
"ubicado cerca del batey El Dos de Céspedes", en Camagüey.
En un escrito, Kidd definiría esa experiencia
como única para un periodista occidental, «la de poder seguir la pista de un
campo de trabajo forzado escondido en un exuberante campo de azúcar en el
centro de Cuba».
Después de 12 días en el país, el corresponsal de
Southam News Services era expulsado, supuestamente por haber
fotografiado armamento antiaéreo en el malecón habanero y por fingir ser un
diplomático canadiense, según el régimen cubano, que se cuidó en extremo de
mencionar la visita clandestina de Kidd a un campamento de las UMAP.
En contacto con Judy Creighton, viuda de Paul
Kidd, supe que él había muerto el 13 de febrero de 2002. «Como corresponsal
extranjero para Southam News de Canadá, Paul viajó extensamente por
Europa, el Medio Oriente y fue reportero en Washington y Naciones Unidas antes
de ser enviado a Latinoamérica. Creo que amó esa designación de seis años como
ninguna otra», me escribió Creighton.
«Después que fue ordenada su salida de Cuba,
viajó a México desde donde transmitió las fotografías a agencias de noticias de
todo el mundo. Entiendo que recibieron amplia cobertura», precisó la viuda de
Kidd.
Y en efecto. El 9 de noviembre de 1966, la
agencia de noticias United Press International (UPI) transmitía al mundo la
primera noticia sobre los campamentos de las UMAP. El despacho, firmado por
Paul Kidd, se hacía acompañar por fotografías de su autoría, «las primeras
imágenes sin censurar tomadas dentro de uno de aquellos establecimientos».
Una versión más completa de esa noticia circuló
años después dentro de un artículo del mismo autor.
«Por trabajar un promedio de sesenta horas
semanales —escribió— los confinados recibían 7 pesos al mes, apenas el precio
de una comida medio decente en Cuba. Excepto cuando se esforzaban trabajando
bajo la mirada de un guardia armado en un campo cercano, los confinados
usualmente permanecían en el campamento por al menos seis meses. Supuestamente
elegibles para una breve licencia después de noventa días, a pocos reclutas de
las UMAP se les permitía visitar a sus familias hasta que hubieran estado en el
campamento el doble de ese tiempo».
Y añadió: «El sistema de disciplina era simple.
Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su
trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo
domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus
familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un
confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de
brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba».
El corresponsal resumió la existencia de las UMAP
como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.
Paul Kidd recibió el Premio Maria Moors Cabot de
1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN
de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul
Kidd Courage Prize.
Verde
Olivo y otros misterios
Después de que el corresponsal canadiense fuera
expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las
bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que “desbarataba una vez más la
sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que
trataban de presentarla como una institución de sometimiento".
El singular acto consistió en la premiación a
algunos "macheteros" de las UMAP con la entrega de
"motocicletas, refrigeradores, radios y relojes", además de la
imposición de medallas a "cuadros de mando". Este sería el tono de
los próximos reportajes de la publicación militar cubana. En sus páginas
tampoco habría espacio para las víctimas.
Escasa documentación oficial ha circulado sobre
aquellos campos de trabajo forzado. Pero entre la que he encontrado, una que
llama mi atención: una carta enviada desde las Oficinas del Primer Ministro en
la que se le notifica a una madre que "se ha dispuesto dar cuenta de su
petición al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias" a su
solicitud de investigación por la muerte de su hijo.
Esa carta aparece reproducida en el libro La
UMAP: el gulag castrista (Universal, Miami, 2004) de Enrique Ros, y
documenta lo que parece ser otro caso de muerte misteriosa: la de Cayetano
Berto Rafael Ramírez Rodríguez, un joven de "débil complexión", que
fue ubicado en el campamento de las UMAP de "entronque de Cunagua", y
que fue "castigado reiteradamente por el sargento Biscet". "Bajo
fuerte afección nerviosa fue trasladado al Central Pina y de allí al hospital
Psiquiátrico de Camagüey, donde murió."
"Nunca el Ministerio de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias respondió a la solicitud de la madre de Berto Rafael",
dice una nota de Ros al pie del facsímil de la carta oficial fechada el 20 de
octubre de 1967 y que lleva la firma de Celia Sánchez, ayudante de Fidel
Castro.
Esos nombres de muertos son los que ninguno de
los hermanos Castro quiere pronunciar. Tampoco Mariela Castro, directora del
Centro Nacional de Educación Sexual, quien había prometido una investigación a
fondo de aquellos crímenes.
Manuel Zayas,
Reproducido de Diariodecuba.com
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