Ayer, este blog publicó las cuartetas de un
guajiro cubano
que rumia su nostalgia en tierras asturianas.
Cubanos guajiros –o
de asfalto- la rumian también
en cualquier otro lugar del mundo.
Otro cubano,
que no olvida tampoco su rincón camagüeyano, confiesa que esas cuartetas le
traen un recuerdo grato.
Lo evoca y cuenta su particular anécdota.
Lo ha
enviado a mi correo y aquí lo reproduzco.
No es un poema, pero sí un relato
sincero
de que ya sea en Texas, en Asturias o en la conchinchina,
los cubanos
no nos olvidamos
de la tierra en que nacimos y extrañamos.
Humberto, gracias por este simpático testimonio
motivado por las cuartetas
del guajiro cubano que vive en Asturias.
Esta poesía mienta las tojosas, y
eso me trae un recuerdo grato. Hace ya muchos años que con el fin de reunirnos y pasar el
rato entre cubanos, nos juntábamos los domingos a jugar pelota en un parque, y
allí se reunía un grupito que, aunque no jugara, pasaba un rato.
Pues bien, un día pensamos algunos
que igual podíamos hacer un club social y aglutinar a los cubanos. Con ese
fin llegamos a hacer el campeonato de los cuatro equipos, compartimos los
peloteros y me tocó jugar del Habana (en Cuba yo era almendarista). Cada team sólo tenía 7 peloteros, por lo que
debíamos prestarnos catchers y pitchers. Suerte que los pitchers no
podían tirar duro, por lo que cualquiera servía igual. Nos divertíamos y empezó
a venir más gente. Se organizó el Dallas
Cuban Club. Por cierto la directiva se formó en mi casa, era un 20 de
Mayo y brindamos con un mojito.
Y cómo son las cosas: descubrimos
que hay que echarle yerba buena, algo que confundí con menta y salió mejor: le
dio sabor a anón. No había en Dallas un grupo de música cubana, pero
quisimos dar un baile en un hotel. Lo
hicimos en un hotel módico, a módico precio, a fin que pudieran asistir todos
los cubanos, tuviesen dinero o no. Música mala, pero los que fueron
salieron contentos.
Había venido un santiaguero que tocaba
el piano, un habanero tenía una tumbadora y cantaba un poco, (por lo menos le
gustaba hacerlo), otro jugaba en su casa con unos bongos y el toca discos.
Dijo el pianista (EPD) que nos hacía
falta alguien que tocara el bajo y nos lanzamos a la caza. No apareció uno, pero sí un bajo barato, y ni
corto ni perezoso lo compré y lo llevé a casa del pianista por si aparecía
quien lo tocara. Esto no sucedió y el pianista me dijo: “Yo te enseño”. Me dije:
¿Por qué no? No sabíamos afinarlo, pero
le estiramos las cuerdas, y empezamos a ensayar, a averiguar cómo se hacía.
(Nunca llegué a aprender, pero pasé un buen rato).
Un día vino un amigo desde
California a visitar a unos parientes
aquí, y conocía al pianista desde Santiago. Llegó en medio del ensayo y nos
pidió que tocáramos “La Guantanamera”, que era lo que más habíamos practicado.
Cada uno cantaba un versito que se le ocurría, y él también cantó.
Suspiraba una tojosa en el medio de la mar, y en su suspiro
decía: “Mira lo que son las cosas”. ¡Qué
clase de imaginación la del guajiro que hizo el verso!
Una tojosita que suspira en el medio del mar y
entre sollozos dice: “¡Mira lo que son las cosas!” Yo todavía me la imagino
llorando, flotando sobre una nuez, parada en una patica, limpiándose
los ojos con la otra y huyendo del comunismo.
¿Quien no lloró al
dejar su Cuba? ¡Quiera Dios y haya llegado salva a su destino!
Humberto
Estrada
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