25 de mayo de 2013

NOSTAGIA CUBANA


Ayer, este blog publicó las cuartetas de un guajiro cubano
 que rumia su nostalgia en tierras asturianas. 
Cubanos guajiros –o de asfalto- la rumian también 
en cualquier otro lugar del mundo. 
Otro cubano, que no olvida tampoco su rincón camagüeyano, confiesa que esas cuartetas le traen un recuerdo grato. 
Lo evoca y cuenta su particular anécdota. 
Lo ha enviado a mi correo y aquí lo reproduzco. 
No es un poema, pero sí un relato sincero 
de que ya sea en Texas, en Asturias o en la conchinchina
los cubanos no nos olvidamos 
de la tierra en que nacimos y extrañamos.  
 Humberto, gracias por este simpático testimonio 
motivado por las cuartetas 
del guajiro cubano que vive en Asturias.


Esta poesía mienta las tojosas, y eso me trae un recuerdo grato. Hace ya muchos años que con el fin de reunirnos y pasar el rato entre cubanos, nos juntábamos los domingos a jugar pelota en un parque, y allí se reunía un grupito que, aunque no jugara, pasaba un rato.

Pues bien, un día pensamos algunos que igual podíamos hacer un club social y aglutinar a los cubanos. Con ese fin llegamos a hacer el campeonato de los cuatro equipos, compartimos los peloteros y me tocó jugar del Habana (en Cuba yo era almendarista). Cada team sólo tenía 7 peloteros, por lo que debíamos prestarnos catchers y pitchers. Suerte que los pitchers no podían tirar duro, por lo que cualquiera servía igual. Nos divertíamos y empezó a venir más gente. Se organizó el Dallas Cuban Club. Por cierto la directiva se formó en mi casa, era un 20 de Mayo y brindamos con un mojito.

Y cómo son las cosas: descubrimos que hay que echarle yerba buena, algo que confundí con menta y salió mejor: le dio sabor a anón. No había en Dallas un grupo de música cubana, pero quisimos dar un baile en un hotel.  Lo hicimos en un hotel módico, a módico precio, a fin que pudieran asistir todos los cubanos, tuviesen dinero o no.  Música mala, pero los que fueron salieron contentos.

Había venido un santiaguero que tocaba el piano, un habanero tenía una tumbadora y cantaba un poco, (por lo menos le gustaba hacerlo), otro jugaba en su casa con unos bongos y el toca discos.

Dijo el pianista (EPD) que nos hacía falta alguien que tocara el bajo y nos lanzamos a la caza.  No apareció uno, pero sí un bajo barato, y ni corto ni perezoso lo compré y lo llevé a casa del pianista por si aparecía quien lo tocara. Esto no sucedió y el pianista me dijo: “Yo te enseño”. Me dije: ¿Por qué no?  No sabíamos afinarlo, pero le estiramos las cuerdas, y empezamos a ensayar, a averiguar cómo se hacía. (Nunca llegué a aprender, pero pasé un buen rato).
  
Un día vino un amigo desde California a  visitar a unos parientes aquí, y conocía al pianista desde Santiago. Llegó en medio del ensayo y nos pidió que tocáramos “La Guantanamera”, que era lo que más habíamos practicado. Cada uno cantaba un versito que se le ocurría, y él también cantó.

       Suspiraba una tojosa  en el medio de la mar,  y en su suspiro decía:  “Mira lo que son las cosas”. ¡Qué clase de imaginación la del guajiro que hizo el verso!

Una tojosita que suspira en el medio del mar y entre sollozos dice: “¡Mira lo que son las cosas!” Yo todavía me la imagino llorando, flotando sobre  una nuez, parada en una patica, limpiándose los ojos con la otra y huyendo del comunismo.  

¿Quien no lloró al dejar su Cuba?  ¡Quiera Dios y haya llegado salva a su destino!   

Humberto Estrada

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