Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) -
Si Marco Polo, el osado viajero del siglo XIV viajara hoy a La Habana, se sorprendería mucho más que cuando descubrió el gran reino de Gengis Khan.
En pleno continente americano, después de haber tenido noticias de hermosas y prósperas ciudades como Santiago de Chile, Bogotá, Ciudad México, Buenos Aires, Río de Janeiro, Caracas y muchas otras, descubriría una Habana en ruinas, enferma de olores y falta de higiene, sucia, despintada, llena de desperdicios.
Escucharía estupefacto por estos días cómo un gobernante dice en público que “las masas tienen que solucionar sus propios problemas y no esperar a que papá Estado venga a resolverles, y como pichones, abrir la boca, que aquí tienes tu comidita”.
El aventurero veneciano, que conoció el fabuloso mundo comercial en países como China, Ceilán, India, Japón, Tíbet, se preguntaría cómo harán los cubanos para resolver sus problemas, cuando se les prohíbe participar del comercio en su propia tierra, y mucho menos participar en el comercio exterior del país.
Marco Polo observaría con curiosidad cómo en horas laborales los habaneros, desesperados, se aglomeran, sobre todo en las calles Neptuno, Zanja y Galiano, en busca de dinero y alimentos, o conversan en las aceras porque no tienen otra cosa que hacer; y es tan grande el griterío que marea.
Vería con sus ojos, que deben haber visto tanto, cómo los cubanos, propensos comerciar, una característica intrínseca a la naturaleza humana, insisten de manera clandestina en participar de la economía nacional, vendiendo a escondidas productos sustraídos del inoperante comercio estatal, o producen bienes materiales escondidos de la policía.
El osado veneciano, que conoció uno de los primeros ejemplos de comercio, la Ruta de la Seda, entre China y la Roma imperial, recorrería los barrios comerciales de esta Habana castrista, con tiendas mal abastecidas, repletas de productos caros y de pésima calidad, tiendas que, situadas en una misma cuadra, abren sus puertas a distintas horas tardías de la mañana, o sencillamente no abren.
Vería además, cómo el fracaso de un régimen dictatorial se refleja claramente en el lastimoso escenario de una capital en ruinas.
Marco Polo escaparía rápidamente del centro de la ciudad, temeroso de que un balcón de la calle San Lázaro, donde muchos se han caído y todos están por caerse, aplastara su cabeza.
Por último, si decide recorrer la hermosa Quinta Avenida, penetraría en la espesura del oeste y llegaría a los palacios de la nomenclatura del régimen castrista, donde lo esperaría en ropa deportiva el Gran Kan cubano, decano de todos los dictadores. Allí bebería una aromática taza de café Cubita y quizás recibiría como regalo la imagen en miniatura de su imitador en aventuras viajeras, el argentino Ché Guevara, hecha en madera por un artesano con licencia estatal para trabajar.
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) -
Si Marco Polo, el osado viajero del siglo XIV viajara hoy a La Habana, se sorprendería mucho más que cuando descubrió el gran reino de Gengis Khan.
En pleno continente americano, después de haber tenido noticias de hermosas y prósperas ciudades como Santiago de Chile, Bogotá, Ciudad México, Buenos Aires, Río de Janeiro, Caracas y muchas otras, descubriría una Habana en ruinas, enferma de olores y falta de higiene, sucia, despintada, llena de desperdicios.
Escucharía estupefacto por estos días cómo un gobernante dice en público que “las masas tienen que solucionar sus propios problemas y no esperar a que papá Estado venga a resolverles, y como pichones, abrir la boca, que aquí tienes tu comidita”.
El aventurero veneciano, que conoció el fabuloso mundo comercial en países como China, Ceilán, India, Japón, Tíbet, se preguntaría cómo harán los cubanos para resolver sus problemas, cuando se les prohíbe participar del comercio en su propia tierra, y mucho menos participar en el comercio exterior del país.
Marco Polo observaría con curiosidad cómo en horas laborales los habaneros, desesperados, se aglomeran, sobre todo en las calles Neptuno, Zanja y Galiano, en busca de dinero y alimentos, o conversan en las aceras porque no tienen otra cosa que hacer; y es tan grande el griterío que marea.
Vería con sus ojos, que deben haber visto tanto, cómo los cubanos, propensos comerciar, una característica intrínseca a la naturaleza humana, insisten de manera clandestina en participar de la economía nacional, vendiendo a escondidas productos sustraídos del inoperante comercio estatal, o producen bienes materiales escondidos de la policía.
El osado veneciano, que conoció uno de los primeros ejemplos de comercio, la Ruta de la Seda, entre China y la Roma imperial, recorrería los barrios comerciales de esta Habana castrista, con tiendas mal abastecidas, repletas de productos caros y de pésima calidad, tiendas que, situadas en una misma cuadra, abren sus puertas a distintas horas tardías de la mañana, o sencillamente no abren.
Vería además, cómo el fracaso de un régimen dictatorial se refleja claramente en el lastimoso escenario de una capital en ruinas.
Marco Polo escaparía rápidamente del centro de la ciudad, temeroso de que un balcón de la calle San Lázaro, donde muchos se han caído y todos están por caerse, aplastara su cabeza.
Por último, si decide recorrer la hermosa Quinta Avenida, penetraría en la espesura del oeste y llegaría a los palacios de la nomenclatura del régimen castrista, donde lo esperaría en ropa deportiva el Gran Kan cubano, decano de todos los dictadores. Allí bebería una aromática taza de café Cubita y quizás recibiría como regalo la imagen en miniatura de su imitador en aventuras viajeras, el argentino Ché Guevara, hecha en madera por un artesano con licencia estatal para trabajar.
Desde Cuba: Tania Díaz Castro,
www.cubanet.org
Ilustración: Google
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