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Papá Estado y Mamá Revolución
Pablo Alfonso
Por estos días en Cuba, Papá Estado y Mamá Revolución buscan a quien culpar por sus líos domésticos.
Después de medio siglo de romance, compartiendo sueños y utopías ideológicas, parece que ambos quieren eludir sus responsabilidades propias; esas que han causado la quiebra económica y la fractura de los valores sociales y políticos de la sociedad cubana
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La progenie engendrada por ese maridaje está en el centro de todas las acusaciones. Los “padres fundadores” del castrismo culpan a su prole por la ineficiencia económica del régimen, las indisciplinas sociales y la desidia instalada en el país.
Resulta que ahora, las tres generaciones de hijos que parió Mamá Revolución no fueron bien educados por Papá Estado. ¿Y no era que el castrismo definió a la Revolución, Patria y Estado como la misma cosa? ¿Acaso el Partido Comunista y el Gobierno no son lo mismo?
Los hijos de la revolución castrista, educados por el Estado que les trazaba su vida y destino desde la cuna hasta el cementerio, debían ser el paradigma del hombre nuevo. Así lo dibujó el fracasado guerrillero argentino, Ernesto Ché Guevara, convertido tras su muerte en mito de todas las boberías. Así lo definió en su folleto El Socialismo y el Hombre en Cuba, escrito a principios de la década de 1960.
Y la utopía no quedó sólo en papel y tinta. El Máximo Líder la trató de imponer con rigor y empeño. Hace 42 años, el 28 de enero de 1967, Fidel Castro delineaba el papel de Papá Estado.
«¿Cómo se sigue avanzando por ese camino del socialismo y del comunismo, que es el camino que ofrece a la sociedad la mayor suma de felicidad, la mayor suma de satisfacciones, la mayor suma de bienes? Entonces hay los que piensan que si les damos gratis todos estos servicios ahora a los campesinos, los campesinos se volverán holgazanes, se volverán vagos, que no trabajarán. Hay quienes creen que para que el hombre tenga que trabajar y trabaje debe sentir el látigo de la tremenda necesidad, el látigo de la miseria, el látigo del temor, para trabajar […] Históricamente, desde que el hombre es hombre hasta hoy, el hombre ha trabajado fundamentalmente para sostener a su familia, para evitar que sus hijos y sus seres queridos se murieran de hambre[…]Y como los hijos dependían enteramente del trabajo del padre, ese sentimiento llevaba a los hombres a esforzarse a trabajar duramente, a veces haciendo inmensos sacrificios.»
Para el gran creador de Mamá Revolución el asunto estaba claro: Papá Estado se encargaría de satisfacer todas las necesidades del ser humano desde que nacía hasta su muerte.
«Y los que defendemos esas ideas, los que creemos en esas ideas, los que creemos en el ser humano, no tenemos dudas del resultado, no tenemos dudas de que se probará la justicia de nuestros puntos de vista, y no esperamos ningún fracaso», afirmaba.
El resultado, todos lo sabemos, ha sido diferente. El paternalismo de Papá Estado ha generado una prole de seres dependientes; el autoritarismo de Mamá Revolución no ha logrado una sociedad de hombres libres; el aniquilamiento del individuo, de la persona, frente al dogma de la colectividad, castró la iniciativa personal y de paso infundió el miedo a la responsabilidad que acompaña a cualquier acción libre.
Por eso resulta irónico escuchar las recriminaciones del padre fundador, Ramiro Valdés.
«Aquí todo el mundo tiene que trabajar, todo el mundo tiene que aportar, todo el mundo tiene que aportar además soluciones, ideas», dijo Valdés durante un recorrido el domingo 27 de septiembre por obras y centros laborales de Santiago de Cuba. «Que las masas participen en la solución de sus propios problemas y no esperar que papá Estado venga a resolverles y como los pichones: abre la boca que aquí tienes tu comidita. Así no es», afirmó.
El tenebroso ex ministro del Interior no puede ignorar que Papá Estado no es un ente abstracto. Tiene nombre y apellidos.
Quizás por eso los padres fundadores del castrismo se preguntan ahora por qué continúan las indisciplinas en los centros de trabajo y de servicio, que inciden en el bajo rendimiento de la economía, incluso dos años después de que el gobierno de Raúl Castro implantó un riguroso código laboral.
Se preguntan también por qué los estudiantes deambulan por las calles en horas de clase, y la juventud en general ha perdido la fe en el destino del país, y lo abandona a su suerte tan pronto tiene una oportunidad.
Quizás si los padres fundadores del castrismo, que todavía tienen fuerzas para vivir quisieran, podrían devolver a los cubanos la posibilidad de ejercitar libremente sus talentos y sus iniciativas, sus libertades y sus derechos. Estoy seguro que nadie esperará como pichones a que Papá Estado los alimente.
De lo contrario, como me comentó un colega hablando del tema: ¡con una familia como Papá Revolución y Mamá Revolución, lo mejor es ser huérfano!
Pablo Alfonso
Diario Las Américas
3 de oct. 2009
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Por estos días en Cuba, Papá Estado y Mamá Revolución buscan a quien culpar por sus líos domésticos.
Después de medio siglo de romance, compartiendo sueños y utopías ideológicas, parece que ambos quieren eludir sus responsabilidades propias; esas que han causado la quiebra económica y la fractura de los valores sociales y políticos de la sociedad cubana
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La progenie engendrada por ese maridaje está en el centro de todas las acusaciones. Los “padres fundadores” del castrismo culpan a su prole por la ineficiencia económica del régimen, las indisciplinas sociales y la desidia instalada en el país.
Resulta que ahora, las tres generaciones de hijos que parió Mamá Revolución no fueron bien educados por Papá Estado. ¿Y no era que el castrismo definió a la Revolución, Patria y Estado como la misma cosa? ¿Acaso el Partido Comunista y el Gobierno no son lo mismo?
Los hijos de la revolución castrista, educados por el Estado que les trazaba su vida y destino desde la cuna hasta el cementerio, debían ser el paradigma del hombre nuevo. Así lo dibujó el fracasado guerrillero argentino, Ernesto Ché Guevara, convertido tras su muerte en mito de todas las boberías. Así lo definió en su folleto El Socialismo y el Hombre en Cuba, escrito a principios de la década de 1960.
Y la utopía no quedó sólo en papel y tinta. El Máximo Líder la trató de imponer con rigor y empeño. Hace 42 años, el 28 de enero de 1967, Fidel Castro delineaba el papel de Papá Estado.
«¿Cómo se sigue avanzando por ese camino del socialismo y del comunismo, que es el camino que ofrece a la sociedad la mayor suma de felicidad, la mayor suma de satisfacciones, la mayor suma de bienes? Entonces hay los que piensan que si les damos gratis todos estos servicios ahora a los campesinos, los campesinos se volverán holgazanes, se volverán vagos, que no trabajarán. Hay quienes creen que para que el hombre tenga que trabajar y trabaje debe sentir el látigo de la tremenda necesidad, el látigo de la miseria, el látigo del temor, para trabajar […] Históricamente, desde que el hombre es hombre hasta hoy, el hombre ha trabajado fundamentalmente para sostener a su familia, para evitar que sus hijos y sus seres queridos se murieran de hambre[…]Y como los hijos dependían enteramente del trabajo del padre, ese sentimiento llevaba a los hombres a esforzarse a trabajar duramente, a veces haciendo inmensos sacrificios.»
Para el gran creador de Mamá Revolución el asunto estaba claro: Papá Estado se encargaría de satisfacer todas las necesidades del ser humano desde que nacía hasta su muerte.
«Y los que defendemos esas ideas, los que creemos en esas ideas, los que creemos en el ser humano, no tenemos dudas del resultado, no tenemos dudas de que se probará la justicia de nuestros puntos de vista, y no esperamos ningún fracaso», afirmaba.
El resultado, todos lo sabemos, ha sido diferente. El paternalismo de Papá Estado ha generado una prole de seres dependientes; el autoritarismo de Mamá Revolución no ha logrado una sociedad de hombres libres; el aniquilamiento del individuo, de la persona, frente al dogma de la colectividad, castró la iniciativa personal y de paso infundió el miedo a la responsabilidad que acompaña a cualquier acción libre.
Por eso resulta irónico escuchar las recriminaciones del padre fundador, Ramiro Valdés.
«Aquí todo el mundo tiene que trabajar, todo el mundo tiene que aportar, todo el mundo tiene que aportar además soluciones, ideas», dijo Valdés durante un recorrido el domingo 27 de septiembre por obras y centros laborales de Santiago de Cuba. «Que las masas participen en la solución de sus propios problemas y no esperar que papá Estado venga a resolverles y como los pichones: abre la boca que aquí tienes tu comidita. Así no es», afirmó.
El tenebroso ex ministro del Interior no puede ignorar que Papá Estado no es un ente abstracto. Tiene nombre y apellidos.
Quizás por eso los padres fundadores del castrismo se preguntan ahora por qué continúan las indisciplinas en los centros de trabajo y de servicio, que inciden en el bajo rendimiento de la economía, incluso dos años después de que el gobierno de Raúl Castro implantó un riguroso código laboral.
Se preguntan también por qué los estudiantes deambulan por las calles en horas de clase, y la juventud en general ha perdido la fe en el destino del país, y lo abandona a su suerte tan pronto tiene una oportunidad.
Quizás si los padres fundadores del castrismo, que todavía tienen fuerzas para vivir quisieran, podrían devolver a los cubanos la posibilidad de ejercitar libremente sus talentos y sus iniciativas, sus libertades y sus derechos. Estoy seguro que nadie esperará como pichones a que Papá Estado los alimente.
De lo contrario, como me comentó un colega hablando del tema: ¡con una familia como Papá Revolución y Mamá Revolución, lo mejor es ser huérfano!
Pablo Alfonso
Diario Las Américas
3 de oct. 2009
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