24 de septiembre de 2009

.
Del Calendario de la Historia Cubana:


24 de septiembre de 1870:
Muerte en garrote del patriota Luis Ayestarán y Moliner.


Del libro “Un día como hoy”, publicado por Emeterio S. Santovenia en 1946, recogemos el relato de los hechos:

«Luis Ayestarán y Moliner se hallaba en la plenitud de su vida cuando, apenas en marcha la revolución de 1868, ingresó en el campo insurrecto. Había nacido en La Habana el 16 de abril de 1846. En un plantel de Nueva York y en el colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero, recibió educación. Para Luz y Caballero, educar no era ‘dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida’, y la de Ayestarán se mostró de altísima ley.

Fue alumno de la Universidad de La Habana, y en ella se graduó de abogado. Sobresalió por la frescura de su talento y la solidez de sus conocimientos. Al ejercicio de su profesión se dedicó al lado de José Morales Lemus en el bufete de este reputado jurisconsulto, hasta que sonó la hora de guerrear.


Un año largo llevaba en el seno de la Revolución, ya cargando los equipos guerreros ya realizando labor sana e inteligente en la Cámara de Representantes, al comisionársele para que marchase al extranjero. Se trasladó a los Estados Unidos. Tan luego como dejó satisfecho el encargo que lo había llevado a la Unión se dio prisa en regresar a Cuba.

Tomó en Nassau el barco de vela Guanahaní con rumbo a la Isla. Después de un viaje desgraciado por todos estilos, según su propio relato, llegó a Cayo Romano el 14 de septiembre de 1870. Estuvo perdido por espacio de cuatro días. Cayó en poder de los españoles. Se hallaba completamente rendido. Llevaba mucho tiempo sin comer ni beber. Fue trasladado en el guardacostas Centinela a La Habana. A este puerto arribó en la mañana del 23 de septiembre. A un consejo de guerra sumarísimo quedó entregada su suerte. El mismo 23 el consejo lo condenó a muerte.

No conocía aún el fallo del tribunal militar en los momentos del 23 de septiembre en que escribió a su madre una carta conmovedora. Aunque ignoraba si el consejo de guerra que acababa de juzgarlo había dictado sentencia, no se le ocultaba la índole extrema de ella. A la autora de sus días advirtió:

Moriré como he vivido; con conciencia de haber cumplido mi deber, de no haber hecho mal a nadie y sí mucho bien a infinidad de personas.’

Sus recomendaciones postreras, en documento íntimo, trazado con mano firme, evidenciaron la serenidad de su ánima en hora tan crítica. Se esforzó en infundir consuelo a la noble mujer que le había dado el ser. En 24 de septiembre de 1870 dejó la vida en el suplicio.»

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario