23 de septiembre de 2009


Bochinches y figuras de bazar

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org)

Las revoluciones usan como banderas los sitios donde iniciaron sus bochinches y la imagen de figuras que las llevaron al poder. Convertidos en íconos, estos símbolos son promocionados en los medios de comunicación, y a la hora de los mameyes se venden a precio de remate en un oscuro bazar.


Los fetiches de la revolución cubana no son la excepción. De nada vale que muestren grietas que permanecían ocultas en páginas de una historia escrita desde el poder. Acá la única diferencia está en la moneda que se utiliza para comprar.

En el bazar del arte revolucionario, en Obispo y Habana, lo mismo se vende un pulóver con la imagen de Ché Guevara, un candelabro de bronce con la forma del yate Granma, o un folleto de papel cromado con la Constitución del país.

También se puede adquirir frente al Seminario de San Carlos una réplica del cuartel Moncada en papier maché, un tanque de madera en las arenas de Playa Girón, o el lienzo de una bandera cubana, dibujado por un pintor que se cae de sueño entre sorbos de Heineken.

Eso sí, nada se vende en moneda nacional, pues a los monumentos y a los héroes hay que darles el máximo valor. Pero mientras exista la gerontocracia que alimenta desde su andador sin ruedas (aunque pintado de colores vivos y altavoces de última generación) el concepto revolución, las masas peregrinarán por estos sitios y esconderán sus muecas ante el adusto rostro de un legendario aunque desconocido señor.

Y no por creer en la autenticidad de los restos de un calzoncillo olvidado por un héroe en un zarzal durante el combate de Las moscas locas, o por tragarse el cuento de que tras una loma pelona tres hombres desarmados detuvieron a gritos un batallón.

Tampoco por identificarse con los símbolos de un país, donde muchos ciudadanos escarban en los archivos para encontrar un abuelo español que les saque las castañas del fogón.

Pero si comprar la imagen de un héroe o un objeto que simbolice la revolución se dificulta al comercializarse en moneda convertible, visitar un sitio histórico vinculado al triunfo de enero de 1959, también.

La denuncia de un ciudadano de la provincia Granma que quiso visitar La pata de la mesa, comandancia de Ché en las estribaciones de la Sierra Maestra, fue una trompetilla al promocionado turismo histórico en esa región oriental.

Este señor, quién pensaba fotografiar para su álbum personal los sitios donde Ché luchaba contra el asma, los mosquitos y las tropas batistianas, tuvo que renunciar a su sueño porque el permiso costaba cinco CUC.

Indignado por un hecho que consideró antipatriótico, porque de nada valía que pagara el equivalente a los cinco CUC en moneda nacional con la imagen del guerrillero, pensó romper la cámara contra una guásima boba que daba sombra a un trillo.

Menos mal que se aconsejó, porque seguro se la había enviado su hijo comunista, que perdió el rumbo y apareció en Madrid, alejado de los bochinches y las figuras de un bazar.

Víctor Manuel Domínguez
Foto y texto, cubanet.org

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