A propósito de Yom Kipur:
Los judíos en Cuba
Los judíos en Cuba
Ana Dolores García
Los judíos españoles llamaron a España Sefarad, originándose de esa palabra el nombre de sefarditas o sefardíes con el que son conocidos. Algunos de ellos alcanzaron tanta fortuna que en general eran mal vistos por nobles y banqueros, y las intrigas lograron que el poder de la Inquisición cayera sobre ellos. Se estima que más de cien mil judíos escaparon de España presos de terror, lo que representaba algo más de la mitad de la población sefardí.
En los primeros tiempos de la conquista se prohibió que los judíos se embarcaran hacia el nuevo mundo, aunque se sabe que dos de ellos llegaron con el propio Cristóbal Colón. Se dice también que Isabel de Bobadilla, que llegó a ser Gobernadora de Cuba, era judía conversa, y que hasta el propio obispo Morell de Santa Cruz en su lecho de muerte había recitado una antigua oración judía.
Durante los largos años de la colonia, la inmigración judía fue escasa: las autoridades que gobernaban en la Isla eran las mismas de la Metrópoli, nada propicia al establecimiento de judíos sefarditas. Así y todo, se considera que el cultivo de la caña de azúcar fue introducido en Cuba por judíos aunque legalmente pasaran por portugueses.
También muchos judíos formaron filas junto a nuestros mambises, tanto en la Guerra Grande de 1868 como en la Guerra de Independencia del 95. Quizá el más conocido de todos ellos fue el Mayor General Carlos Roloff, nacido en Polonia.
En realidad la primera comunidad judía comienza a establecerse en Cuba con la primera intervención de los EEUU al cesar la dominación española. La primera sinagoga fue creada en 1906, y en ese mismo año se fundó en Guanabacoa el primer cementerio judío. Se calcula que por entonces habría en Cuba un millar de judíos.
En 1914 se produjo otra oleada de judíos expulsados de Turquía, mayormente sefarditas, y los países balcánicos, incluyendo a Polonia, Alemania y Francia. Estos eran los llamados judíos ashquenazíes.
En 1925 había en Cuba unos ocho mil judíos, de los cuales la mayoría eran ashquenazíes (poco más de cinco mil). Los sefarditas sumaban poco menos de tres mil, y los de origen norteamericano apenas llegaban a un centenar. En efecto, en esa década de los años veinte se había producido una importante inmigración judía en Cuba. Provenían principalmente de Europa Central, eran ashquenazies y hablaban el Ydizsh, un dialecto la mayoría de cuyos vocablos provenían del alemán. El hebreo propiamente no existía como legua popular: estaba reservado exclusivamente para uso religioso.
La mayoría de estos inmigrantes llegaban con la idea de poder seguir rumbo a EEUU. A pesar de las restricciones inmigratorias del país del norte, quedaba abierta la posibilidad de viajar desde Cuba después de un año de residencia en nuestro país. Al cabo de ese tiempo, no fueron pocos los que se establecieron entre nosotros y quedaron en nuestra tierra.
La mayor parte de ellos, que provenían de una Europa destruida por la Primera Guerra Mundial, desconocedores de nuestro idioma y sin mayores recursos, tuvieron que dedicarse al comercio ambulante. Fueron ellos quienes comenzaron en Cuba ese tipo de negocio, vendiendo de casa en casa y «al fiáo», desde telas hasta joyas. Y los cubanos comenzaron a llamarles «polacos» aunque el patronímico incluyera también a libaneses, turcos y alemanes. Jesús Alvariño creó con ellos un simpático personaje para nuestra radio: «Bedro Bolaco, vendo brendas y bandalones baratos…»
Para 1938 la cantidad de judíos en Cuba se incrementó rápidamente a consecuencia del obligado éxodo de Europa ante la barbarie nazi.
Por otra parte, los vendedores ambulantes fueron deshaciéndose de sus maletas y estableciéndose en prósperos comercios. Se levantaron más sinagogas, no solamente en la Habana, sino también otras ciudades del interior de Cuba, así como se abrieron cementerios en Santiago de Cuba, Camagüey y Santa Clara.
En 1939 tuvieron lugar los dramáticos sucesos del vapor Saint Louis, a cuyos 937 pasajeros judíos se les prohibió desembarcar en Cuba. Familias enteras que provenían de Europa huyendo del odio antisemita desplegado por los nazis, se vieron obligadas a regresar a países europeos donde más de la mitad de ellas murió en los campos de exterminio. Las autoridades cubanas sólo permitieron el desembarco de veintidós personas.
Al arribo del régimen castro-comunista, la población total de los judíos en Cuba era ya de quince mil personas. Una comunidad trabajadora, establecida económicamente y de modo principal en la rama del comercio. El sistema comunista implantado por el nuevo gobierno, conducente a la total eliminación de la propiedad privada, fue causa de un nuevo éxodo judío. Despojados de sus negocios, emprendieron junto con otros miles de cubanos, cristianos o agnósticos-, el camino de una nueva diáspora.
Estadísticas realizadas muestran que entre 1959 y 1989 emigró de Cuba el 94% de su población judía, y que sólo quedaban en esa fecha unas 300 familias que hacían un total de unas 900 personas. Familias que estaban constituidas mayoritariamente por matrimonios mixtos de judíos y cubanos.
La situación económica de los que quedaron era caótica, pero la comunidad judía internacional no los ha abandonado. A través de Panamá reciben alimentos Kosher para la fiesta del Pasjá y otras celebraciones. El mayor problema es la continua disminución de miembros, a veces hasta los más activos, que deciden marchar al extranjero. También sufren la profanación de sus cementerios, unas veces ocasionadas por robos, y otras por cultos de santería. Los seguidores afrocubanos de Palo Mayombe, una mezcla de cultura bantú centroafricana y santería, creen que los huesos judíos tienen propiedades mágicas porque no pertenecen a almas bautizadas y por eso los robaban con regularidad del cementerio. Actualmente el Joint Distribution Committee paga la seguridad de los mismos. Esta organización es la que canaliza la ayuda que desde el exterior se presta a la comunidad judía en Cuba.
Superada en parte la postura antirreligiosa que el gobierno mantuvo durante varias décadas, pequeñas comunidades han podido reagruparse y subsistir en Cienfuegos, Sancti Spiritus, Camagüey y Guantánamo. En La Habana permanecen abiertas tres sinagogas.
Ana Dolores García
Ilustración: Google
Sinagoga Bet Shalom, Vedado, Habana
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Los judíos españoles llamaron a España Sefarad, originándose de esa palabra el nombre de sefarditas o sefardíes con el que son conocidos. Algunos de ellos alcanzaron tanta fortuna que en general eran mal vistos por nobles y banqueros, y las intrigas lograron que el poder de la Inquisición cayera sobre ellos. Se estima que más de cien mil judíos escaparon de España presos de terror, lo que representaba algo más de la mitad de la población sefardí.
En los primeros tiempos de la conquista se prohibió que los judíos se embarcaran hacia el nuevo mundo, aunque se sabe que dos de ellos llegaron con el propio Cristóbal Colón. Se dice también que Isabel de Bobadilla, que llegó a ser Gobernadora de Cuba, era judía conversa, y que hasta el propio obispo Morell de Santa Cruz en su lecho de muerte había recitado una antigua oración judía.
Durante los largos años de la colonia, la inmigración judía fue escasa: las autoridades que gobernaban en la Isla eran las mismas de la Metrópoli, nada propicia al establecimiento de judíos sefarditas. Así y todo, se considera que el cultivo de la caña de azúcar fue introducido en Cuba por judíos aunque legalmente pasaran por portugueses.
También muchos judíos formaron filas junto a nuestros mambises, tanto en la Guerra Grande de 1868 como en la Guerra de Independencia del 95. Quizá el más conocido de todos ellos fue el Mayor General Carlos Roloff, nacido en Polonia.
En realidad la primera comunidad judía comienza a establecerse en Cuba con la primera intervención de los EEUU al cesar la dominación española. La primera sinagoga fue creada en 1906, y en ese mismo año se fundó en Guanabacoa el primer cementerio judío. Se calcula que por entonces habría en Cuba un millar de judíos.
En 1914 se produjo otra oleada de judíos expulsados de Turquía, mayormente sefarditas, y los países balcánicos, incluyendo a Polonia, Alemania y Francia. Estos eran los llamados judíos ashquenazíes.
En 1925 había en Cuba unos ocho mil judíos, de los cuales la mayoría eran ashquenazíes (poco más de cinco mil). Los sefarditas sumaban poco menos de tres mil, y los de origen norteamericano apenas llegaban a un centenar. En efecto, en esa década de los años veinte se había producido una importante inmigración judía en Cuba. Provenían principalmente de Europa Central, eran ashquenazies y hablaban el Ydizsh, un dialecto la mayoría de cuyos vocablos provenían del alemán. El hebreo propiamente no existía como legua popular: estaba reservado exclusivamente para uso religioso.
La mayoría de estos inmigrantes llegaban con la idea de poder seguir rumbo a EEUU. A pesar de las restricciones inmigratorias del país del norte, quedaba abierta la posibilidad de viajar desde Cuba después de un año de residencia en nuestro país. Al cabo de ese tiempo, no fueron pocos los que se establecieron entre nosotros y quedaron en nuestra tierra.
La mayor parte de ellos, que provenían de una Europa destruida por la Primera Guerra Mundial, desconocedores de nuestro idioma y sin mayores recursos, tuvieron que dedicarse al comercio ambulante. Fueron ellos quienes comenzaron en Cuba ese tipo de negocio, vendiendo de casa en casa y «al fiáo», desde telas hasta joyas. Y los cubanos comenzaron a llamarles «polacos» aunque el patronímico incluyera también a libaneses, turcos y alemanes. Jesús Alvariño creó con ellos un simpático personaje para nuestra radio: «Bedro Bolaco, vendo brendas y bandalones baratos…»
Para 1938 la cantidad de judíos en Cuba se incrementó rápidamente a consecuencia del obligado éxodo de Europa ante la barbarie nazi.
Por otra parte, los vendedores ambulantes fueron deshaciéndose de sus maletas y estableciéndose en prósperos comercios. Se levantaron más sinagogas, no solamente en la Habana, sino también otras ciudades del interior de Cuba, así como se abrieron cementerios en Santiago de Cuba, Camagüey y Santa Clara.
En 1939 tuvieron lugar los dramáticos sucesos del vapor Saint Louis, a cuyos 937 pasajeros judíos se les prohibió desembarcar en Cuba. Familias enteras que provenían de Europa huyendo del odio antisemita desplegado por los nazis, se vieron obligadas a regresar a países europeos donde más de la mitad de ellas murió en los campos de exterminio. Las autoridades cubanas sólo permitieron el desembarco de veintidós personas.
Al arribo del régimen castro-comunista, la población total de los judíos en Cuba era ya de quince mil personas. Una comunidad trabajadora, establecida económicamente y de modo principal en la rama del comercio. El sistema comunista implantado por el nuevo gobierno, conducente a la total eliminación de la propiedad privada, fue causa de un nuevo éxodo judío. Despojados de sus negocios, emprendieron junto con otros miles de cubanos, cristianos o agnósticos-, el camino de una nueva diáspora.
Estadísticas realizadas muestran que entre 1959 y 1989 emigró de Cuba el 94% de su población judía, y que sólo quedaban en esa fecha unas 300 familias que hacían un total de unas 900 personas. Familias que estaban constituidas mayoritariamente por matrimonios mixtos de judíos y cubanos.
La situación económica de los que quedaron era caótica, pero la comunidad judía internacional no los ha abandonado. A través de Panamá reciben alimentos Kosher para la fiesta del Pasjá y otras celebraciones. El mayor problema es la continua disminución de miembros, a veces hasta los más activos, que deciden marchar al extranjero. También sufren la profanación de sus cementerios, unas veces ocasionadas por robos, y otras por cultos de santería. Los seguidores afrocubanos de Palo Mayombe, una mezcla de cultura bantú centroafricana y santería, creen que los huesos judíos tienen propiedades mágicas porque no pertenecen a almas bautizadas y por eso los robaban con regularidad del cementerio. Actualmente el Joint Distribution Committee paga la seguridad de los mismos. Esta organización es la que canaliza la ayuda que desde el exterior se presta a la comunidad judía en Cuba.
Superada en parte la postura antirreligiosa que el gobierno mantuvo durante varias décadas, pequeñas comunidades han podido reagruparse y subsistir en Cienfuegos, Sancti Spiritus, Camagüey y Guantánamo. En La Habana permanecen abiertas tres sinagogas.
Ana Dolores García
Ilustración: Google
Sinagoga Bet Shalom, Vedado, Habana
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