Estampas costumbristas
La guagua
La guagua
José Sánchez-Boudy
La cubana guagua no fue, como sucede aquí o en otros sitios, un lugar callado donde la gente va pensativa, ensimismada en sus pensamientos, rumiando sus desgracias y sus desdichas.
No. Ella era un mundo abierto sin reglas sociales. Un mundo donde se creaba un léxico: «Pasito alante, varón»; «No te pongas bravo, mi tierra, pero menéate que voy en el estribo»; Conductor, tírame en la calle C»; «Se la comió ese chofer», «Lo que tiene en el cerebro es tiza»; «Tiene cronometrados los semáforos».
Donde se charlaba de pelota: «Sagüita es un reventao»; «Ayer la chifló de cordón de zapato». Donde se enteraba uno de los chismes del barrio: «A mí me lo dijo Cusita, que tú sabes que es la candela y no falla, así que puedes dar la vida que es verdad. El chofer para en la esquina para recoger a la mulata gorda, que parece que es socia de él».
Sitio de democracia donde se hablaban de igual a igual todos los habaneros; donde no había, pues, distinciones sociales y donde se observaba una exacta cortesía con sus reglas rigurosas: «Oye tú, tanguiao: ponte de pie que hay una dama». «Perdone, Señora, es que no la vi»
Las guaguas eran sitios de conversaciones infinitas donde sin sal ni odio, los que nos acabábamos de ver por primera vez , sin que nos presentáramos, hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida: «Voy a visitar al ministro, que es compañero mío de colegio, a ver si me traslada la hija, que es maestra, para la Habana.» «Yo voy, ‘mijito’ para el cementerio. Hace muchos años que se me murió el muchacho. Tú tienes que haberlo leído. Se ahogó en una poceta del muro del Malecón». Y entonces la ancianita nos detallaba la vida del muchacho, los padecimientos de la familia, sus dolores de madre. Y nosotros compungidos le decíamos: «No se preocupe, viejita, que Dios lo tiene en su seno y nunca olvida a los buenos».
La habanera guagua era sitio, si, de mucha tristeza: «Coopere con el artista cubano». Y allí mismo un punto cubano, mal cantado lleno de gallos, tronaba el aire. Después el negrito con el cepillo recogía lo que daban los pasajeros. «Déjame en el Reina Mercedes que tengo operado a mi marido que está cesante». Sitio de mucha tristeza y de mucha alegría«Cómo está de linda esa mulata!» «Muchacho, y muy preparada, que es maestra y está estudiando para pedagoga». «Déjame sacar la cabeza por la ventanilla que allí vive una jevita que está que corta».
La guagua: compendio de la vida habanera; lugar sin odio, de amistad. De amistad profunda, como aquella que hacíamos con el guagüero, cuyo nombre ni conocíamos, pero al que «llevábamos en la sangre» porque era «barín». El guagüero que nos decía a los pocos días de conocernos: «Ahorita entra el inspector y es candela. No se le va una, mi tierra». «Pasito alante, varón» «Ya subió el hombrín»; «Listo Arcaño y dale Delmo» . «Para en firme».
Y el filete que camina entraba en la guagua entre miradas golosas de los solteros, el temblor del bigote del conductor, el guillo del chofer que «vacilaba por el espejito» y el pellizco que llegaba al alma: «Como te coja mirándola vas a ver quien soy yo, Ñico.»
José Sánchez-Boudy
Ilustración: Google.
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La cubana guagua no fue, como sucede aquí o en otros sitios, un lugar callado donde la gente va pensativa, ensimismada en sus pensamientos, rumiando sus desgracias y sus desdichas.
No. Ella era un mundo abierto sin reglas sociales. Un mundo donde se creaba un léxico: «Pasito alante, varón»; «No te pongas bravo, mi tierra, pero menéate que voy en el estribo»; Conductor, tírame en la calle C»; «Se la comió ese chofer», «Lo que tiene en el cerebro es tiza»; «Tiene cronometrados los semáforos».
Donde se charlaba de pelota: «Sagüita es un reventao»; «Ayer la chifló de cordón de zapato». Donde se enteraba uno de los chismes del barrio: «A mí me lo dijo Cusita, que tú sabes que es la candela y no falla, así que puedes dar la vida que es verdad. El chofer para en la esquina para recoger a la mulata gorda, que parece que es socia de él».
Sitio de democracia donde se hablaban de igual a igual todos los habaneros; donde no había, pues, distinciones sociales y donde se observaba una exacta cortesía con sus reglas rigurosas: «Oye tú, tanguiao: ponte de pie que hay una dama». «Perdone, Señora, es que no la vi»
Las guaguas eran sitios de conversaciones infinitas donde sin sal ni odio, los que nos acabábamos de ver por primera vez , sin que nos presentáramos, hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida: «Voy a visitar al ministro, que es compañero mío de colegio, a ver si me traslada la hija, que es maestra, para la Habana.» «Yo voy, ‘mijito’ para el cementerio. Hace muchos años que se me murió el muchacho. Tú tienes que haberlo leído. Se ahogó en una poceta del muro del Malecón». Y entonces la ancianita nos detallaba la vida del muchacho, los padecimientos de la familia, sus dolores de madre. Y nosotros compungidos le decíamos: «No se preocupe, viejita, que Dios lo tiene en su seno y nunca olvida a los buenos».
La habanera guagua era sitio, si, de mucha tristeza: «Coopere con el artista cubano». Y allí mismo un punto cubano, mal cantado lleno de gallos, tronaba el aire. Después el negrito con el cepillo recogía lo que daban los pasajeros. «Déjame en el Reina Mercedes que tengo operado a mi marido que está cesante». Sitio de mucha tristeza y de mucha alegría«Cómo está de linda esa mulata!» «Muchacho, y muy preparada, que es maestra y está estudiando para pedagoga». «Déjame sacar la cabeza por la ventanilla que allí vive una jevita que está que corta».
La guagua: compendio de la vida habanera; lugar sin odio, de amistad. De amistad profunda, como aquella que hacíamos con el guagüero, cuyo nombre ni conocíamos, pero al que «llevábamos en la sangre» porque era «barín». El guagüero que nos decía a los pocos días de conocernos: «Ahorita entra el inspector y es candela. No se le va una, mi tierra». «Pasito alante, varón» «Ya subió el hombrín»; «Listo Arcaño y dale Delmo» . «Para en firme».
Y el filete que camina entraba en la guagua entre miradas golosas de los solteros, el temblor del bigote del conductor, el guillo del chofer que «vacilaba por el espejito» y el pellizco que llegaba al alma: «Como te coja mirándola vas a ver quien soy yo, Ñico.»
José Sánchez-Boudy
Ilustración: Google.
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