5 de octubre de 2011

LA MUJER DE LOS MIL TÍTULOS




La mujer de los mil títulos

Enrique Miguel Rodríguez
La Razón, Madrid  

Nuestra protagonista es personaje de personalidad poliédrica. Porque es duquesa de Alba cuando regala un manto bordado en oro a la Virgen de las Angustias. Es duquesa de Berwick cuando decide ayudar con mucha generosidad para que se restaure el templo de su Cristo de los Gitanos. Es marquesa del Carpio cuando compra un caballo de picar en la plaza de toros de Sevilla, porque ve que el animal ya no está para esa tarea. Es marquesa de Almenara cuando envía un cheque al padre Pateras para que pueda terminar un pabellón donde se refugian los que cruzan el estrecho con el levante y las olas como enemigos. Es condesa de San Esteban de Gormaz cuando ayuda a alguna vecina cercana a Dueñas que pasa por un mal momento. Es condesa de Aranda por su curiosidad por todo lo que sucede a su alrededor. Es condesa de Gelves en el ballet. Es marquesa de La Algaba en los toros. Condesa-duquesa de Olivares en la Feria... Siempre, y sobre todo, es Cayetana.

Si le preguntas a la mujer sobre su casa, sobre su patrimonio, sobre esa estrella que la guía pero que pesa tanto, te contesta que ha sido hija única y heredera titular de la Casa de Alba. Por tanto, a su disposición han estado todos los bienes de la misma, pero siempre tuvo en cuenta que recibía un legado de siglos, que no sólo ha conservado, sino que a través de los años lo ha aumentado y saneado. Por tanto, considera que ha cumplido con su deber como Alba.

Sobre sus hijos, asegura que siempre los ha querido y protegido. Por eso deja en vida repartida la herencia que los ampara a todos. De algún modo también ha querido dejar herederos a los españoles, ya que a través de la Fundación Casa de Alba lega los palacios de Monterrey, en Salamanca, y de Liria, en Madrid, donde se conserva una de las colecciones de pintura más importantes de Europa, además de otros muchos objetos de gran valor artístico, que quedarán siempre en España y podrán ser visitados por todo el que lo desee. Éste es el legado que ella deja a su patria.
 
Sobre todas las cosas, se declara monárquica y católica. Por ello, a la hora de convivir con Alfonso, la única forma es la boda religiosa. Añade, con su tremendo sentido del humor, que ella no se puede permitir vivir en pecado y que, al contrario que sus hijos, nunca se divorcia. No es ninguna contradicción que se considere justamente moderna y avanzada y, sobre todo, libre. Que agradece el afecto de muchas amigas y amigos y las gentes que en cualquier punto de España le demuestran su simpatía, pero destaca su gran cariño por Carmen Tello. Por eso será la madrina de su boda. Te confiesa que quiere a Alfonso Díez, porque es bueno y cariñoso, además de divertido, cosa que le importa mucho. Su prometido la ganó porque durante más de treinta años, de alguna forma, la estuvo esperando hasta que el destino volvió a reunirlos. Que seguirá viviendo en Sevilla, la ciudad que tanto ama y que es parte de su felicidad. Deja claro que contra las envidias y los rumores malévolos, tiene el mejor antídoto: ilusión y mucho cariño que dar y que estas dos cosas rompen cualquier barrera que quieran poner en su vida. La duquesa Cayetana, como siempre en su vida, lo tiene todo muy claro. Sólo queda desearle la mayor felicidad.

Alfonso Díez era hasta hace cuatro años un hombre anónimo que dedicaba su vida al trabajo, a sus aficiones –como la música y el cine– y a su interés por las antigüedades, de las que tiene gran conocimiento y afición. Pasaron treinta años desde que conoció a Cayetana hasta que, casualmente, se volvieron a encontrar. A partir de ese momento, todos los focos mediáticos cayeron sobre él. Aunque su vida haya seguido siendo la misma, salvo los encuentros con la duquesa, se convierte en un claro objeto de la curiosidad general, sometido a juicios de muchos sin que tan siquiera lo conozcan. Si hablas con él un rato, te encuentras con un hombre con muy buena planta, simpático, educadísimo, gran conversador. Su pasado, como el de cualquiera, es suyo y el futuro ni él mismo lo conoce. El tiempo pone todo en su lugar. Cuando se da cariño y generosidad, todo es fácil. En cuanto a cambiar de residencia y trasladarse a Sevilla, no le resulta ningún problema. Tendrá a Madrid como segunda residencia. En la ciudad que tanto le gusta a Cayetana, le quedan muchas iglesias maravillosas que conocer, museos que disfrutar, antigüedades que valorar y con el tiempo tendrá otras actividades que irán conformando su día a día. Ni quiere ni pide nada, es Cayetana la que decidió que la forma natural de convivir era pasando por la vicaría.

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