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(Diario de una semana)
- Por Amelia M. Doval
El frío en la piel, la presencia inconfundible de unos Alpes congelados en la estaticidad, saludando como buen anfitrión en tu silencioso arribo, y tú, desde la ventanilla con la inercia aparente del miedo, compensado por el exceso de excitación, lo ves escaparse, huir de tu mirada inquieta.
Una costumbre ajena de tanta inmensidad. Lejos de Miami, se lleva la alegría de conquistar un mundo, del reencuentro con el amor más allá de la piel, ¡las cosas de la vida! Unos años hace, recorríamos un camino similar, con la desesperación de llegar a tierra desconocida; en aquel entonces tenía el amor once años menos y hoy, yo, su madre, tengo once años más. La necesidad de un abrazo, un beso, miles de besos. Nada tan sublime como una Italia que te abraza con su frío congelante vencido por una frase: “mami cuánto te he extrañado”.
Lo cotidiano, lo vulgar que se hace impredecible, el euro, el dólar, las calles de piedras, retazos de historia cosidos a la memoria. Una televisión que “dobla” al italiano el inglés que transita como un miembro más de la comunidad. Es más común que el español, más presente que el europeo, más estable y poderoso. Ómnibus, subterráneos, piedras adheridas a un camino que soporta los siglos y el peso de quienes queremos robarnos las imágenes al alcance de la vista como únicas y originalmente nuestras, impregnadas de sabor, olores, detenidas en el tiempo.
Somos dos mundos diferentes, Miami descansa con su cotidiana lentitud poblada de limpieza, espacios abiertos y diseñada para el orden. Italia camina a paso doble, critican, sacuden la realidad que se viene encima por la estrecha relación bañada de petróleo. Gadaffi - Berlusconi, Italia- Libia. Moral de lo correcto, amistad en lo incorrecto, una pregunta, mil utópicas respuestas.
Un turismo emotivo, sellado por la moneda más fuerte en el mercado de los sentimientos, la familia, el centro y el destino. Más allá de Milán está Florencia, el agua, los palacios, la lluvia, el frío, irremediablemente el gélido viento que se cuela en tu cuerpo traspasando la ilusión de los colores nuevos, la opulencia de tiempos pasados que hoy son mejores. Una niebla que ciega el camino entre montañas, al borde de la piel de su estructura donde coquetea lo inseguro con el peligro de un desplome inesperado de la dicha. Acostumbrado a lo plano, olvidado el miedo de la altura, es impresionante volver a confrontarlo.
Lugano, Suiza, un reto a la belleza para tratar de dar mejores vistas, la estructura arquitectónica que son el cuerpo abstracto de un camino cotidiano, es andar sobre los pasos del arte moderno, eterno, común. El corpóreo silencio de la paz que se respira, se absorbe, se transpira. Un viaje que nos enseña a sudar historia, cientos de años y de altura, caminos angostos no imaginados para la costumbre citadina de un Miami. Los euros, los francos suizos, el idioma, todo es nuevo y divertido, hasta el casino que lo hace popularmente reconocido, Campioni te saluda.
Milán retorna frío, abrigos, lluvias, manos congeladas, gelatos que te divierten mientras compites entre el frío interno y el externo. Llega la partida, express, aviones, altura, buenos o malos pilotos, zapatos afuera, inspeccionan tu cuerpo, lo externo y lo interno, la rutina. Miami te recibe, te saluda sin celos o rencores, sabe que es tu dueña, te arropa con su calor, su sudor de tranquilidad acumulada, su elegancia pueblerina y costera, sin estaciones que cambian, sin subterráneos, sin ómnibus que son costumbre.
Es cómodo volver a casa, una casa prestada y adquirida por los años de estar fuera del hogar, de la tierra. El mundo es inmenso, necesario, hermoso, y entonces te preguntas ¿por qué quedarnos en el estrecho espacio de la isla?¿por qué no volver con gritos de rabieta infantil?¿por qué mi isla está cerrada al mundo, si el mundo la espera y la saluda?¿ por qué no gritar y hacernos libres para movernos y ver el otro extremo dueño de la conquista?
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