ARMANDO GARCÍA MENOCAL
- Armando García Menocal, uno de los artistas más significativos de la historia pictórica cubana y catalogado como su más brillante pintor en el siglo XIX, nació en La Habana el 8 de julio de 1863.
Julián del Casal lo llamó en 1889 «el pintor exquisito de la belleza femenina», y Bonifacio Byrne le didicó un soneto en el que, haciendo referencia a su incorporación al ejército mambí, decía
«Hoy el verso palpita en la metralla,
en el cañón está la sinfonía
y el lienzo en nuestros campos de batalla»..
Cursó estudios en la Academia de Artes de San Alejandro y los amplió en Madrid, donde alcanzó un merecido prestigio. Radicado después en la Isla se dedicó a la realización de retratos con gran éxito entre el público y la crítica. Julián del Casal expresó en el diario habanero La Discusión que sus cuadros «se distinguen por su brillante colorido y por el cuidado de los detalles». Y agregaba: «Bajo el dominio de su pincel, el raso espejea, la seda cruje, el encaje es más vaporoso, la flor ostenta invisibles matices y las piedras preciosas arrojan vivísimos fulgores. Lo mismo puede decirse de la figura humana. El rostro conserva su color, la pupila su mirada, la frente sus pliegues, y la fisonomía la expresión».
El joven pintor pronto ocupó una plaza en la cátedra de Paisaje de San Alejandro, y su taller en Puentes Grandes servía de escenario para su irrupción en el tema histórico. Allí pintó Reembarque de Colón por Bobadilla, obra que, por cierto, suscitó una furibunda reacción entre las autoridades coloniales, pues mostraba al "Descubridor" encadenado y García Menocal se negaba a borrarle las cadenas.
Las figuras más importantes de las postrimerías del siglo XIX se daban cita en el estudio del pintor en La Ceiba, quinta perteneciente a su hermana Anita, esposa del músico holandés Hubert de Blanck, muy vinculado a Cuba. La Galería de Suárez, en la calle O´Reilly esquina a Compostela, y el vestíbulo del teatro Tacón eran los escenarios principales de exposición del quehacer pictórico de Menocal.
Ya para entonces era considerado todo un Maestro. Pero ni la fama, ni los honores, ni su cátedra, le impidieron marchar a la epopeya libertadora. En las filas insurrectas, el pintor devenido mambí combatió bajo las órdenes del generalísimo Máximo Gómez. Y puso su arte al servicio de cualquier menester de la guerra, sin importarle lo modesto que fuera.
Pintó escarapelas e hizo retratos de sus compañeros de armas, apuntes y escenas que se vendían en la emigración con el fin de recaudar fondos para la causa. Al terminar la guerra, ostentaba los grados de Comandante del Ejército Libertador.
El escenario de la contienda le sirvió también de elemento creativo para pinturas magistrales, entre las que sobresalen La batalla y toma de Guáimaro, La batalla de Coliseo o La Invasión. Pero, sobre todo, ese cuadro suyo de gran formato nombrado La muerte de Maceo, es el referente de todo su período en la manigua, aunque lo pintara ya entrada la nueva centuria. Este cuadro es ahora patrimonio del Museo Nacional.
También Leonor Pérez, la madre de José Martí, le había entregado al pintor la foto más querida de su hijo, tomada en Cayo Hueso en 1891. La versión libre hecha por Menocal le complació mucho a Doña Leonor, sobre todo por la intensidad de la mirada.
Se cuenta que de regreso de la gesta mambisa a su aula de San Alejandro, centro que dirigió en 1927, Menocal gustaba contar para sus alumnos historias de la guerra. Como ésta, que siempre terminaba con una risa generosa:
Eran días de muy escasas provisiones de boca. Pero no se podía dejar de resistir y luchar por la independencia de Cuba. Fueron varias las jornadas en que apenas se podía comer. Un soldado del pequeño grupo comandando por el viejo Máximo Gómez encontró en el campo un huevo. Lo entregó al Generalísimo para que lo comiera y éste dijo:
«O comemos todos o ninguno. A hervir el huevo. Lo picaremos a partes iguales.»
Compartiendo su tiempo con la cátedra, su pincel fue dejando una huella pictórica en la decoración de los fastuosos edificios que comenzaban a levantarse en La Habana: la Universidad, el Palacio Presidencial y el Museo de Bellas Artes entre otros. Sus obras evidenciaban un proverbial apego a las raíces básicas de lo cubano, dentro de una corriente que los especialistas ubican en el realismo académico.
Su obra Amanecer fue premiada en 1915 en el primer concurso de pintura celebrado por la Academia Nacional de Artes y Letras. Algunos deploran, sin embargo, su fidelidad al academismo, mas ¿por qué lamentarlo? si como dice Loló de la Torriente: «Menocal obedecía a una formación y era producto de su medio. ¿Cómo extrañarnos del rechazo que hacía de “lo moderno”? »
Y continúa: «Él estaba consciente de que cada época tiene su propia sensibilidad, como cada pueblo y cada individuo y, dentro de las inminentes variantes, él se inclinaba por las que le eran afines».
Menocal representó el verdadero y mejor realismo académico y en su pintura reflejó aspectos de nuestra cubanía esencial. Algunas de sus obras pueden apreciarse en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y en el Museo de la Revolución (antiguo Palacio Presidencial)
Ironías de la vida: cuando murió, el 28 de septiembre de 1942, en su habitación había un único cuadro y no suyo precisamente; era un Sorolla legítimo, regalado por el propio autor: su amigo y colega.
Armando García Menocal fue uno de los grandes valores de la cultura cubana.
Fuentes: http://www.habanaradio.cu y otras páginas de la web
Julián del Casal lo llamó en 1889 «el pintor exquisito de la belleza femenina», y Bonifacio Byrne le didicó un soneto en el que, haciendo referencia a su incorporación al ejército mambí, decía
«Hoy el verso palpita en la metralla,
en el cañón está la sinfonía
y el lienzo en nuestros campos de batalla»..
Cursó estudios en la Academia de Artes de San Alejandro y los amplió en Madrid, donde alcanzó un merecido prestigio. Radicado después en la Isla se dedicó a la realización de retratos con gran éxito entre el público y la crítica. Julián del Casal expresó en el diario habanero La Discusión que sus cuadros «se distinguen por su brillante colorido y por el cuidado de los detalles». Y agregaba: «Bajo el dominio de su pincel, el raso espejea, la seda cruje, el encaje es más vaporoso, la flor ostenta invisibles matices y las piedras preciosas arrojan vivísimos fulgores. Lo mismo puede decirse de la figura humana. El rostro conserva su color, la pupila su mirada, la frente sus pliegues, y la fisonomía la expresión».
El joven pintor pronto ocupó una plaza en la cátedra de Paisaje de San Alejandro, y su taller en Puentes Grandes servía de escenario para su irrupción en el tema histórico. Allí pintó Reembarque de Colón por Bobadilla, obra que, por cierto, suscitó una furibunda reacción entre las autoridades coloniales, pues mostraba al "Descubridor" encadenado y García Menocal se negaba a borrarle las cadenas.
Las figuras más importantes de las postrimerías del siglo XIX se daban cita en el estudio del pintor en La Ceiba, quinta perteneciente a su hermana Anita, esposa del músico holandés Hubert de Blanck, muy vinculado a Cuba. La Galería de Suárez, en la calle O´Reilly esquina a Compostela, y el vestíbulo del teatro Tacón eran los escenarios principales de exposición del quehacer pictórico de Menocal.
Ya para entonces era considerado todo un Maestro. Pero ni la fama, ni los honores, ni su cátedra, le impidieron marchar a la epopeya libertadora. En las filas insurrectas, el pintor devenido mambí combatió bajo las órdenes del generalísimo Máximo Gómez. Y puso su arte al servicio de cualquier menester de la guerra, sin importarle lo modesto que fuera.
Pintó escarapelas e hizo retratos de sus compañeros de armas, apuntes y escenas que se vendían en la emigración con el fin de recaudar fondos para la causa. Al terminar la guerra, ostentaba los grados de Comandante del Ejército Libertador.
El escenario de la contienda le sirvió también de elemento creativo para pinturas magistrales, entre las que sobresalen La batalla y toma de Guáimaro, La batalla de Coliseo o La Invasión. Pero, sobre todo, ese cuadro suyo de gran formato nombrado La muerte de Maceo, es el referente de todo su período en la manigua, aunque lo pintara ya entrada la nueva centuria. Este cuadro es ahora patrimonio del Museo Nacional.
También Leonor Pérez, la madre de José Martí, le había entregado al pintor la foto más querida de su hijo, tomada en Cayo Hueso en 1891. La versión libre hecha por Menocal le complació mucho a Doña Leonor, sobre todo por la intensidad de la mirada.
Se cuenta que de regreso de la gesta mambisa a su aula de San Alejandro, centro que dirigió en 1927, Menocal gustaba contar para sus alumnos historias de la guerra. Como ésta, que siempre terminaba con una risa generosa:
Eran días de muy escasas provisiones de boca. Pero no se podía dejar de resistir y luchar por la independencia de Cuba. Fueron varias las jornadas en que apenas se podía comer. Un soldado del pequeño grupo comandando por el viejo Máximo Gómez encontró en el campo un huevo. Lo entregó al Generalísimo para que lo comiera y éste dijo:
«O comemos todos o ninguno. A hervir el huevo. Lo picaremos a partes iguales.»
Compartiendo su tiempo con la cátedra, su pincel fue dejando una huella pictórica en la decoración de los fastuosos edificios que comenzaban a levantarse en La Habana: la Universidad, el Palacio Presidencial y el Museo de Bellas Artes entre otros. Sus obras evidenciaban un proverbial apego a las raíces básicas de lo cubano, dentro de una corriente que los especialistas ubican en el realismo académico.
Su obra Amanecer fue premiada en 1915 en el primer concurso de pintura celebrado por la Academia Nacional de Artes y Letras. Algunos deploran, sin embargo, su fidelidad al academismo, mas ¿por qué lamentarlo? si como dice Loló de la Torriente: «Menocal obedecía a una formación y era producto de su medio. ¿Cómo extrañarnos del rechazo que hacía de “lo moderno”? »
Y continúa: «Él estaba consciente de que cada época tiene su propia sensibilidad, como cada pueblo y cada individuo y, dentro de las inminentes variantes, él se inclinaba por las que le eran afines».
Menocal representó el verdadero y mejor realismo académico y en su pintura reflejó aspectos de nuestra cubanía esencial. Algunas de sus obras pueden apreciarse en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y en el Museo de la Revolución (antiguo Palacio Presidencial)
Ironías de la vida: cuando murió, el 28 de septiembre de 1942, en su habitación había un único cuadro y no suyo precisamente; era un Sorolla legítimo, regalado por el propio autor: su amigo y colega.
Armando García Menocal fue uno de los grandes valores de la cultura cubana.
Fuentes: http://www.habanaradio.cu y otras páginas de la web
Lola, excelente este recuento de la vida de García Menocal, un gran valor de nuestra cultura. Muchos de la familia han seguido los pasos de su antepasado y tienen una excelente trayectoria como pintores. Se la estoy mandando a mi amigo Francisco Fernández Menocal, que le va a encantar.
ResponderEliminarFelicidades por esta bella pieza en honor de otro grande de nuestra patria.
Abrazo
Sabía que te iba a gustar esta crónica, Maggie, que tanto te interesan y sabes de pintura y de pintores.
ResponderEliminarA mí también me encantó el "armar" la crónica, de la que pude encontrar poca información en la Internet, porque casi toda resultó ser solamente copia al carbón una de otra, con un mismo origen, tal como siempre son las informaciones que se publican en la Cuba actual.
Espero de todos modos haber logrado reflejar algo de la verdadera dimensión artística de este gran pintor cubano.