10 de junio de 2010


LA LEY DEL SILENCIO

Lic. Amelia M Doval

Todas las relaciones donde el abuso físico o mental prevalezca están marcadas por un veto de silencio, una forma oprobiosa de ocultar al mundo el sufrimiento interno que destruye la autoestima del individuo abusado. El miedo a ser reconocido como una entidad dependiente disminuye el interés por mostrar la realidad, además de sentir la culpabilidad como delito y el poder absoluto de la fuerza opresora como una bota oprimiendo la garganta.

Esta descripción es exactamente igual para los humanos marcados bajo la nomenclatura de abuso doméstico, como para los trabajadores que temen perder su empleo o para los pueblos inseguros de un porvenir incierto.

En el caso de Cuba, el temor es parte de la cultura popular. El silencio es una negación de la realidad. Este proceso de ocultar hace imposible que desconocedores puedan entender la situación real del país. Por idiosincrasia el cubano esconde la miseria, ésta es asociada con la vagancia, con los bajos estratos. El orgullo no permite demostrar las catastróficas consecuencias sociales de la pobreza porque todos sienten el peso de la culpabilidad.

El gobierno trata de exportar una imagen donde se visualiza un país pobre por dos motivos: los condicionamientos internos, como resultado de un pueblo y unos administradores corruptos, sumado a un bloqueo que es más un auto motivo exacerbado, una justificación del fracaso.

No obstante el extranjero que visita la isla y no recorre la realidad subyacente debajo de la mentira como imagen publicitaria, piensa que los cubanos en el exterior están exagerando sobre un país en ruinas.

La realidad está al alcance de la mano, sólo hay que observar. La simple mirada se disuelve frente a una arquitectura que aun destruida hace muestras de una gallardía impetuosa, mas si la vista baja se puede encontrar con el rostro maloliente de la miseria y la depauperación.

La Ciudad de la Habana no es Cuba, la capital no resume la isla. Adentrarse en el mundo del campesino, del humilde hombre de campo es descubrir una madeja de incertidumbres, carencias y derechos perdidos junto con sus cosechas. La identidad de los trabajadores del campo se ha desmoronado porque se subestima su trabajo y se menosprecia su importancia como productor de un mercado imprescindible.

El campesino es una fuerza descontenta, sin nada más que perder o que ganar, llevar la lucha fuera de la metrópolis, identificar la batalla con los problemas de la tierra es el camino básico. Al gobierno le faltan recursos para enfrentarse al rudo hombre de campo, por tal motivo los ha transformado en semi citadinos, les expropió la tierra, destruyó cosechas, los movió de lugar e inutilizó la energía que une a los trabajadores bajo el sol; ese desinterés, ayuda sin condición cuando abren las puertas y protegen a todos los que estén bajo su techo.

Si el pueblo cubano quiere alcanzar el cambio, primero necesita entender la realidad existente. Haciendo una decantación de los motivos que paralizan la lucha se estaría ganando una gran parte en favor de elaborar una estrategia.

Medir al enemigo por sus fracasos impide hacer una valoración objetiva de los hechos, tener en cuenta sus éxitos es un ejercicio eficaz que ofrece resistencia a la desilusión. Mucho más que luchar contra el gobierno es impostergable entender los motivos por los cuales la definición de libertad está mutilada. Un pueblo que identifica su realidad puede escoger el camino que prefiere por propia voluntad, quitarse la mordaza y gritar con voz propia.

Lic. Amelia M. Doval
Miami, Fl
dovalamela @yahoo.com
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