Los corderos se resisten al silencio
Gina Montaner
Pocos días antes de que representantes de la Iglesia Católica en Cuba se reunieran con Raúl Castro, en el festival de cine de Cannes hubo ovaciones dedicadas al cineasta iraní Jafar Panahi.
Bien, se preguntarán, qué tiene que ver el glamour de este evento con el encuentro del cardenal Jaime Ortega y el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Dionisio García, con quien ahora está al frente del gobierno castrista. Pues bien, en Cannes la industria del cine ha alzado su voz a favor de Panahi, quien está preso en una cárcel de Teherán desde marzo por expresar sus ideas, y clama por que lo liberen antes de que muera tras haber iniciado una huelga de hambre. Entretanto, en La Habana el periodista y disidente Guillermo Fariñas continúa su ayuno e insiste en que excarcelen a los prisiones de conciencia que tienen problemas de salud.
Irán y Cuba son países lejanos cuyos gobiernos, sin embargo, están unidos en una lucha sin descanso contra los valores de las democracias occidentales. Uno, el de los hermanos Castro, es ateo y hasta ayer persiguió con saña a quienes tienen creencias religiosas. En Irán, en cambio, impera el terror de una teocracia que aplasta el espíritu laico. Resulta irónico que dos sistemas tan opuestos compartan tanto a la hora de tomar como rehenes a sus ciudadanos.
La curia cubana se reúne con Castro para ultimar los detalles de la próxima visita de un enviado del Vaticano. Es preciso tener la casa más o menos en orden, sobre todo después de los varapalos de una Unión Europea que se resiste a darle un voto de confianza al régimen de La Habana tras el escándalo internacional que provocó la muerte del opositor Orlando Zapata; o tras los recientes atropellos que han sufrido las Damas de Blanco; y para qué hablar del ruido que ha armado Fariñas, exigiendo condiciones a pesar de las presiones del gobierno.
El mes pasado Raúl Castro declaró que no cedería a ningún chantaje impulsado por una huelga de hambre. En febrero, cuando Zapata agonizó por no recibir atención médica, también esbozó una sonrisa irónica y le quitó importancia al asunto. Pero ahora, con los sofocos del verano encima, establece una coyuntura con el prelado porque no tiene otro remedio que lavarle un poco la fachada a esa finca desvencijada que es su revolución.
Los ejemplos de Fariñas en Cuba y de Panahi en Irán echan por tierra la estrategia del silencio del cordero frente al verdugo. Las denuncias y desplantes del opositor cubano descalabran al gobierno ante la opinión pública mundial. Lo mismo sucede con las marchas pacíficas de las Damas de Blanco. Cuando se diseminan en YouTube los vídeos de los actos de repudio que organiza la policía política, no hay forma de que el ministro de Asuntos Exteriores de España convenza a nadie de que lo mejor es estrechar lazos con los matones de La Habana. ¿Y qué me dicen del impacto mediático que provocan las lágrimas de la actriz Juliette Binoche cuando en Cannes el director de cine iraní Abbas Kiarostami exige la inmediata liberación de su compatriota Panahi?
Según Fariñas, delegados de la Iglesia cubana lo han visitado para que desista de su ayuno; en Cuba y en el exterior se discute si esta medida de presión es la más eficaz para negociar con los castristas. Sin embargo, nadie en Cannes le pidió a Panahi que vuelva a ingerir alimentos para establecer mejores canales de comunicación con los hombres de Ahmadineyad. En la Riviera francesa Binoche llora y la solidaridad es unánime con la decisión de un hombre que está dispuesto a perecer antes de pudrirse de asco en una celda.
Es de hipócritas exigirle a la víctima que está contra la pared que apacigüe a quien lo ahoga con la única intención de callarlo de la manera más vil. Hay que defender con uñas y dientes a los pocos que están dispuestos a librar la batalla hasta el final por la defensa de derechos inalienables. No son ellos los que deben darse por vencidos, sino sus victimarios. Verlo de otra manera es hacerle el juego al síndrome de Estocolmo.
Tanto efecto han tenido la muerte de Orlando Zapata, las marchas de las Damas de Blanco y la huelga de hambre de Fariñas, que seguramente muy pronto excarcelarán a un puñado de presos políticos. En cuanto a la suerte de Jafar Panahi, también es muy posible que los ayatolás estén sopesando la repercusión internacional y en cualquier momento lo liberen como un gesto de buena voluntad. Así son estas dictaduras, tan disímiles y tan idénticas a la vez. ¿Quién dijo que como mejor están las víctimas es calladas? Sin duda, los que defienden el sacrificio de los corderos.
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(C) Firmas Press
El Nuevo HeraldPocos días antes de que representantes de la Iglesia Católica en Cuba se reunieran con Raúl Castro, en el festival de cine de Cannes hubo ovaciones dedicadas al cineasta iraní Jafar Panahi.
Bien, se preguntarán, qué tiene que ver el glamour de este evento con el encuentro del cardenal Jaime Ortega y el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Dionisio García, con quien ahora está al frente del gobierno castrista. Pues bien, en Cannes la industria del cine ha alzado su voz a favor de Panahi, quien está preso en una cárcel de Teherán desde marzo por expresar sus ideas, y clama por que lo liberen antes de que muera tras haber iniciado una huelga de hambre. Entretanto, en La Habana el periodista y disidente Guillermo Fariñas continúa su ayuno e insiste en que excarcelen a los prisiones de conciencia que tienen problemas de salud.
Irán y Cuba son países lejanos cuyos gobiernos, sin embargo, están unidos en una lucha sin descanso contra los valores de las democracias occidentales. Uno, el de los hermanos Castro, es ateo y hasta ayer persiguió con saña a quienes tienen creencias religiosas. En Irán, en cambio, impera el terror de una teocracia que aplasta el espíritu laico. Resulta irónico que dos sistemas tan opuestos compartan tanto a la hora de tomar como rehenes a sus ciudadanos.
La curia cubana se reúne con Castro para ultimar los detalles de la próxima visita de un enviado del Vaticano. Es preciso tener la casa más o menos en orden, sobre todo después de los varapalos de una Unión Europea que se resiste a darle un voto de confianza al régimen de La Habana tras el escándalo internacional que provocó la muerte del opositor Orlando Zapata; o tras los recientes atropellos que han sufrido las Damas de Blanco; y para qué hablar del ruido que ha armado Fariñas, exigiendo condiciones a pesar de las presiones del gobierno.
El mes pasado Raúl Castro declaró que no cedería a ningún chantaje impulsado por una huelga de hambre. En febrero, cuando Zapata agonizó por no recibir atención médica, también esbozó una sonrisa irónica y le quitó importancia al asunto. Pero ahora, con los sofocos del verano encima, establece una coyuntura con el prelado porque no tiene otro remedio que lavarle un poco la fachada a esa finca desvencijada que es su revolución.
Los ejemplos de Fariñas en Cuba y de Panahi en Irán echan por tierra la estrategia del silencio del cordero frente al verdugo. Las denuncias y desplantes del opositor cubano descalabran al gobierno ante la opinión pública mundial. Lo mismo sucede con las marchas pacíficas de las Damas de Blanco. Cuando se diseminan en YouTube los vídeos de los actos de repudio que organiza la policía política, no hay forma de que el ministro de Asuntos Exteriores de España convenza a nadie de que lo mejor es estrechar lazos con los matones de La Habana. ¿Y qué me dicen del impacto mediático que provocan las lágrimas de la actriz Juliette Binoche cuando en Cannes el director de cine iraní Abbas Kiarostami exige la inmediata liberación de su compatriota Panahi?
Según Fariñas, delegados de la Iglesia cubana lo han visitado para que desista de su ayuno; en Cuba y en el exterior se discute si esta medida de presión es la más eficaz para negociar con los castristas. Sin embargo, nadie en Cannes le pidió a Panahi que vuelva a ingerir alimentos para establecer mejores canales de comunicación con los hombres de Ahmadineyad. En la Riviera francesa Binoche llora y la solidaridad es unánime con la decisión de un hombre que está dispuesto a perecer antes de pudrirse de asco en una celda.
Es de hipócritas exigirle a la víctima que está contra la pared que apacigüe a quien lo ahoga con la única intención de callarlo de la manera más vil. Hay que defender con uñas y dientes a los pocos que están dispuestos a librar la batalla hasta el final por la defensa de derechos inalienables. No son ellos los que deben darse por vencidos, sino sus victimarios. Verlo de otra manera es hacerle el juego al síndrome de Estocolmo.
Tanto efecto han tenido la muerte de Orlando Zapata, las marchas de las Damas de Blanco y la huelga de hambre de Fariñas, que seguramente muy pronto excarcelarán a un puñado de presos políticos. En cuanto a la suerte de Jafar Panahi, también es muy posible que los ayatolás estén sopesando la repercusión internacional y en cualquier momento lo liberen como un gesto de buena voluntad. Así son estas dictaduras, tan disímiles y tan idénticas a la vez. ¿Quién dijo que como mejor están las víctimas es calladas? Sin duda, los que defienden el sacrificio de los corderos.
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