Los argumentos de la basura
Vicente Echerri
Con una mezcla de diversión y lástima constato lo mucho que ha molestado en los círculos oficiales cubanos la declaración de ``Españoles por la democratización de Cuba''. Se hace obvio cuando los dóciles amanuenses de la UNEAC (ese engendro de la tiranía para manipular y borreguizar la cultura) se han sentido obligados a salirle al paso en caterva a lo que juzgan otra escalada de ``la campaña mediática contra Cuba''. En el fondo, a la diversidad de entonaciones coléricas y dolidas parece unificarlas el estribillo de ``¡Qué puñalada a traición, qué puñalada!'', dirigido a los intelectuales de izquierda que acaban de desmarcarse del castrismo.
La Jiribilla, ese portal de la abyección dedicado a sacar la cara por el régimen más oprobioso de América, es prolijo esta semana en denuncias a los que, desde España, se han atrevido a pedir el fin del castrismo (pues en eso consiste la democratización). A las denuncias no les falta --con diversos grados de patetismo y obsecuencia-- las pruebas de adhesión al poder: desde el escamoteo verbal, entreverado de versos, de César López hasta el texto vehemente de Alpidio Alonso --digno de un sainete--, pasando por los testimonios de Jorge Angel Hernández y Rosa Miriam Elizalde, a quienes, en el contexto de este debate, un periodista ninguneó en Madrid.
Sarcasmo aparte, precisa señalar --por si quedara alguien confundido que, con buena intención, se dejara llevar por las categorías que acuñan en La Habana-- que no existe ninguna campaña mediática ``contra Cuba''; por el contrario, si alguna campaña existe es ``a favor de Cuba'', es decir, del sometido pueblo de esa isla y del millón y tantos, que aunque vivamos fuera, nos seguimos sintiendo vinculados al destino de nuestro país. Es decir, el igualar a Cuba con la tiranía, con ese fallido experimento llamado ``la revolución'', es la primera falacia que no debe consentirse nunca. Para empezar a deconstruir ese engendro diabólico, es preciso definir en todo momento ``Cuba'' y ``castrismo'', ``Cuba'' y ``revolución cubana'' no sólo como dos conceptos distintos, sino antinómicos: el castrismo es una aberrada desmesura de un accidente de nuestro carácter (la vocación revolucionaria) que precisa ser desmontado para que lo esencial cubano (muy afectado en las actuales circunstancias) pueda sobrevivir.
Otra falacia, defendida por estos escribanos de la UNEAC, es la del ``socialismo cubano'' como sistema de legitimidad alternativa frente a las democracias occidentales y el respaldo que ese sistema cuenta dentro de Cuba. El totalitarismo marxista, con la supresión de las libertades fundamentales --de asociación, de reunión, de expresión, etc.--, y el gigantesco fracaso de su gestión económica, rasgos estos que le son connaturales, NO puede equipararse en ninguna discusión civilizada con una democracia funcional, por imperfecta que ésta sea. Del mismo modo, afirmar que los cubanos respaldan esa gestión fallida (y apoyar esa opinión con las cifras oficiales de los que concurren a los desfiles o votan en unas elecciones espurias) es atribuirle al pueblo de Cuba un alto grado de enajenación y masoquismo que desafía todos los precedentes. Si los comunistas se vieron reducidos al 5%, y a veces a menos, en todos los países que abandonaron el marxismo (incluso allí donde el nivel de fracaso no llegó a ser tan escandaloso como el de Cuba), no es creíble que el castrismo cuente, realmente, con un respaldo mayor a ese porcentaje, incluida tanto la nomenclatura de prebendados como los creyentes patéticos, de la estirpe de Alpidio Alonso, quien, hablando de los que piden democracia para Cuba, se atreve a decir:
«... sus preocupaciones no terminan con lo que, muy a su pesar, hemos logrado hasta el presente. Más que todo, es nuestro futuro lo que se les convierte en un insoportable dolor de cabeza. Saber que nos las hemos arreglado para salir de los peores momentos de la crisis y ver que empiezan a darse cambios, reales, tangibles, en función de hacer más eficiente nuestra economía...».
Alguien que lo estima me dice que Alonso escribe ficción, y este párrafo que acabo de citar, que agrupa todos los lugares comunes del delirio castrista, parece probarlo. Habla de logros, de crisis superada, de cambios reales, de eficiente economía, en un país donde todo, sin excepciones (incluida la salud pública y la educación) ha fracasado, donde la crisis es permanente hace medio siglo y la deficiencia económica y el inmovilismo se han hecho endémicos. A este sujeto, y a los que como él parecen consumir algún peyote muy potenciado, habría que enviarlo a un centro de desintoxicación para que dejase de suplantar la realidad por esas fantasías.
Dicho todo esto, no puedo menos que alegrarme al ver la reacción que ha provocado en La Habana la petición de los españoles --a la que ya muchos cubanos hemos sumado nuestras firmas--, al extremo de llevarles a soltar de nuevo a su jauría (por cierto, algunos de estos perros muerden, además de ladrar) y comprobar que se sienten acorralados y tienen que recurrir a la escritura de sus figurones, crédulos u oportunistas, que de ambas especies se compone ese defendido muladar.
(C)Echerri 2010
El Nuevo Herald
Foto: Google
Colaboración de Pedro A Porro
Con una mezcla de diversión y lástima constato lo mucho que ha molestado en los círculos oficiales cubanos la declaración de ``Españoles por la democratización de Cuba''. Se hace obvio cuando los dóciles amanuenses de la UNEAC (ese engendro de la tiranía para manipular y borreguizar la cultura) se han sentido obligados a salirle al paso en caterva a lo que juzgan otra escalada de ``la campaña mediática contra Cuba''. En el fondo, a la diversidad de entonaciones coléricas y dolidas parece unificarlas el estribillo de ``¡Qué puñalada a traición, qué puñalada!'', dirigido a los intelectuales de izquierda que acaban de desmarcarse del castrismo.
La Jiribilla, ese portal de la abyección dedicado a sacar la cara por el régimen más oprobioso de América, es prolijo esta semana en denuncias a los que, desde España, se han atrevido a pedir el fin del castrismo (pues en eso consiste la democratización). A las denuncias no les falta --con diversos grados de patetismo y obsecuencia-- las pruebas de adhesión al poder: desde el escamoteo verbal, entreverado de versos, de César López hasta el texto vehemente de Alpidio Alonso --digno de un sainete--, pasando por los testimonios de Jorge Angel Hernández y Rosa Miriam Elizalde, a quienes, en el contexto de este debate, un periodista ninguneó en Madrid.
Sarcasmo aparte, precisa señalar --por si quedara alguien confundido que, con buena intención, se dejara llevar por las categorías que acuñan en La Habana-- que no existe ninguna campaña mediática ``contra Cuba''; por el contrario, si alguna campaña existe es ``a favor de Cuba'', es decir, del sometido pueblo de esa isla y del millón y tantos, que aunque vivamos fuera, nos seguimos sintiendo vinculados al destino de nuestro país. Es decir, el igualar a Cuba con la tiranía, con ese fallido experimento llamado ``la revolución'', es la primera falacia que no debe consentirse nunca. Para empezar a deconstruir ese engendro diabólico, es preciso definir en todo momento ``Cuba'' y ``castrismo'', ``Cuba'' y ``revolución cubana'' no sólo como dos conceptos distintos, sino antinómicos: el castrismo es una aberrada desmesura de un accidente de nuestro carácter (la vocación revolucionaria) que precisa ser desmontado para que lo esencial cubano (muy afectado en las actuales circunstancias) pueda sobrevivir.
Otra falacia, defendida por estos escribanos de la UNEAC, es la del ``socialismo cubano'' como sistema de legitimidad alternativa frente a las democracias occidentales y el respaldo que ese sistema cuenta dentro de Cuba. El totalitarismo marxista, con la supresión de las libertades fundamentales --de asociación, de reunión, de expresión, etc.--, y el gigantesco fracaso de su gestión económica, rasgos estos que le son connaturales, NO puede equipararse en ninguna discusión civilizada con una democracia funcional, por imperfecta que ésta sea. Del mismo modo, afirmar que los cubanos respaldan esa gestión fallida (y apoyar esa opinión con las cifras oficiales de los que concurren a los desfiles o votan en unas elecciones espurias) es atribuirle al pueblo de Cuba un alto grado de enajenación y masoquismo que desafía todos los precedentes. Si los comunistas se vieron reducidos al 5%, y a veces a menos, en todos los países que abandonaron el marxismo (incluso allí donde el nivel de fracaso no llegó a ser tan escandaloso como el de Cuba), no es creíble que el castrismo cuente, realmente, con un respaldo mayor a ese porcentaje, incluida tanto la nomenclatura de prebendados como los creyentes patéticos, de la estirpe de Alpidio Alonso, quien, hablando de los que piden democracia para Cuba, se atreve a decir:
«... sus preocupaciones no terminan con lo que, muy a su pesar, hemos logrado hasta el presente. Más que todo, es nuestro futuro lo que se les convierte en un insoportable dolor de cabeza. Saber que nos las hemos arreglado para salir de los peores momentos de la crisis y ver que empiezan a darse cambios, reales, tangibles, en función de hacer más eficiente nuestra economía...».
Alguien que lo estima me dice que Alonso escribe ficción, y este párrafo que acabo de citar, que agrupa todos los lugares comunes del delirio castrista, parece probarlo. Habla de logros, de crisis superada, de cambios reales, de eficiente economía, en un país donde todo, sin excepciones (incluida la salud pública y la educación) ha fracasado, donde la crisis es permanente hace medio siglo y la deficiencia económica y el inmovilismo se han hecho endémicos. A este sujeto, y a los que como él parecen consumir algún peyote muy potenciado, habría que enviarlo a un centro de desintoxicación para que dejase de suplantar la realidad por esas fantasías.
Dicho todo esto, no puedo menos que alegrarme al ver la reacción que ha provocado en La Habana la petición de los españoles --a la que ya muchos cubanos hemos sumado nuestras firmas--, al extremo de llevarles a soltar de nuevo a su jauría (por cierto, algunos de estos perros muerden, además de ladrar) y comprobar que se sienten acorralados y tienen que recurrir a la escritura de sus figurones, crédulos u oportunistas, que de ambas especies se compone ese defendido muladar.
(C)Echerri 2010
El Nuevo Herald
Foto: Google
Colaboración de Pedro A Porro
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