1 de abril de 2010


El Santo Grial,
el Cáliz que utilizó Jesús
en la Última Cena

«Si Indiana Jones hubiera visitado Valencia, no hubiera hecho caso de vetustas leyendas medievales, y se hubiera ahorrado todos los peligros de “la Ultima Cruzada”», (Salvador Antuñano Alea)

«El Misterio del Santo Grial. Tradición y leyenda del Santo Cáliz», es el título del libro publicado sobre la reliquia a la que se le atribuye su utilización por Jesucristo en la Última Cena y que se conserva en la Catedral de Valencia. El autor de la obra es Salvador Antuñano Alea, mexicano radicado en España, profesor de Ética y Sagrada Escritura en el Centro Universitario Francisco de Vitoria en Madrid.

Según la tradición, el Grial fue el cáliz del que bebieron Jesús y sus discípulos en la Última Cena. Se trata de una copa propiamente dicha, a la que se le ha añadido una estructura de oro con dos asas que los une. El conjunto mide 17 centímetros de altura. La copa es de forma semiesférica, con un diámetro de 9 centímetros y constituida por ágata, de color rojo obscuro, cuyo estudio arqueológico muestra que fue labrada en un taller de Palestina o Egipto entre el siglo IV a.c. y el primero de nuestra era.

Este vaso de suma trascendencia no pudo ser olvidado tras la muerte del Redentor, tanto más cuanto los discípulos se reunieron varias veces en el Cenáculo. Así se explica que el Santo Cáliz apareciese en Roma, llevado según la tradición desde Jerusalén por san Pedro.

Transcurrieron, pues, dos siglos y medio en los que existen claros indicios de que el cáliz fue utilizado por los pontífices para celebrar la Eucaristía. Según ha indicado Antuñano en su libro, «lo que más impresiona al investigador es que el canon litúrgico romano de los primeros Papas, en el momento de la consagración, decía textualmente: “tomando este glorioso cáliz”, refiriéndose a “este” solamente».

La historia del Cáliz cuenta que, en la persecución del emperador Valeriano antes de morir, el Papa Sixto II entregó las reliquias, las alhajas y el dinero a su diácono Lorenzo, natural de Huesca (España), quien también fue martirizado, no sin que antes enviara a la ciudad natal el Cáliz de la Eucaristía acompañado de una carta suya. Ocurría todo ello el año 258 o, según algunos autores, el 261.

La copa permaneció en Huesca hasta la invasión musulmana. El obispo de la ciudad, Audeberto, abandonó con el Santo Cáliz su tierra en el 713 para refugiarse en la cueva del monte Pano donde vivía el ermitaño Juan de Atarés; lugar en el que posteriormente se fundó y se desarrolló el monasterio de San Juan de la Peña.

Una carta del rey Martín de Aragón afirma que el Grial fue trasladado a la iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca. Más tarde fue a parar a los Pirineos, a la cueva de Yebra de Babia, y luego al monasterio de San Pedro de Siresa, al de San Adrián de Sasabe y a la catedral de Jaca, hasta llegar a la iglesia de San Juan de la Peña en el año 1094.

En dicho monasterio surgió un núcleo de hombres esforzados que acometieron la reconquista contra los mahometanos. Tuvo esta lucha caracteres épicos, que no dejaron de ser aprovechados por la creación literaria, ya que, según historiadores de la literatura, constituyen el origen o la fuente de poemas tan célebres como los de Cristián de Troyes o Wolfram de Eschenbach, con su héroe Parceval o Parzival, que es posteriormente el Parsifal de Ricardo Wagner. En todos estos poemas hay un Vaso maravilloso, al que se denomina Graal o Grial y cuya relación con el Santo Cáliz es fácil comprender.

Posteriormente el Grial fue ocultado en el oratorio real de Martín el Humano en Zaragoza (1339-1410) y en 1410 se llevó a Barcelona para luego enviarlo a Valencia en 1416 por orden del rey Alfonso el Magnánimo. En 1808, debido a la Guerra de la Independencia, se ocultó en Alicante, en Ibiza y, en 1812, en Palma de Mallorca.

Pero en 1813 regresó a la catedral de Valencia, donde permanece hasta el año 1936, cuando la Guerra Civil obligó a buscar un nuevo escondite para el Grial. La devota Sabina Suey fue la encargada de custodiarlo en su casa. Luego pasaría a manos de otros feligreses amantes de la reliquia, Bernardo Primo y su esposa, que lo escondieron en una ventana tapiada dentro de su propia casa. Una vez pasado el peligro fue devuelto a la catedral.

Texto: Web
Foto: Google
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