30 de marzo de 2010

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Un lema para la libertad

Vicente Echerri
El Nuevo Herald

En América Latina el ridículo no sólo tiene abolengo, sino también asegurado porvenir, como siempre sucede con las supersticiones. Región a medio hacer que entró en la democracia con un lastre muy pesado de autoritarismo, el cual se ha perpetuado a derecha e izquierda en los dos siglos que han pasado desde la guerras de independencia. El colorido indígena y la pomposidad española han hecho siempre ese autoritarismo pintoresco, ridículo en su acepción más literal de lo que mueve a risa. ¿Habrase visto, por ejemplo, algo más risible que Hugo Chávez en su programa de humor de los domingos, o que Fidel Castro en su perpetuo traje de campaña perorando durante horas y no muy lejos, aunque él creyera lo contrario, del Rafael Trujillo de bicornio emplumado?

Sólo desde esta perspectiva puede entenderse la noticia de que las fuerzas armadas de Bolivia adoptaron oficialmente el martes la consigna cubana de ``Patria o muerte. Venceremos''. Una sandez jerarquizada por una tiranía inepta que ahora una democracia --contaminada ciertamente de ademanes despóticos-- le impone a sus soldados como un mantra de decisión y triunfo. ¿Habrase visto algo más cursi y también más patético? Provoca escarnio y pena al mismo tiempo. ¡Pobrecita Bolivia, ja, ja, ja!

No creo que haya muchos militares bolivianos que se sientan felices con la incorporación de este slogan del castrismo en sus rutinas, y estoy seguro que habrá muchos que lo traduzcan como una humillación deliberada que les impone el presidente Evo Morales a unos institutos armados que contaban entre sus méritos el haber dado caza y muerte a ese forajido internacional que fue Ernesto Guevara, alias ``Che'', a quien ahora el gobierno de Bolivia rescata como uno de sus propios iconos. La adopción del lema cubano es un acto simbólico de desagravio al bandido argentino y, a la vez, una manera de resaltar la sujeción de los soldados al jefe del Estado, un caso obvio de propaganda y de lavado de cerebro.

La consigna de ``Patria o muerte'' con su coda de ``venceremos'', vino a sustituir la que había sido distintiva de los cubanos desde el siglo XIX: ``Patria y libertad'', que aparecía inscrita en nuestros documentos oficiales y acuñada en nuestras monedas. ``Patria y libertad'' resumía el ideal de nuestros próceres fundadores, la suma de los dos conceptos que los llevaron a luchar contra el régimen colonial español: independencia nacional y libertad individual; dos valores que no podían concebirse por separado. Patria era el hogar propio, soberano, donde sus ciudadanos estaban llamados a realizarse como hombres y mujeres libres.

Esa aspiración, a la que nuestra república siempre quiso acercarse, a pesar de cualquier defecto que la enturbiara, fue sustituida por una dramática y brutal antinomia que, de principio, excluía la libertad, al tiempo que confundía la patria con un radical proyecto revolucionario cuya sola alternativa era la extinción, tan total como la que estuvo a punto de ocurrirnos durante la crisis de los misiles en octubre de 1962.


La consigna numantina de la revolución cubana era también una amenaza para el que disintiera del proyecto que el despotismo imponía y, si bien no mataron a todo el que se opuso, la muerte como destino y como amenaza ha pendido durante medio siglo sobre la cabeza de cualquiera que piense diferente en Cuba. ``Patria o muerte'' era también la disyuntiva del terror, a la que se añadía una suerte de jaculatoria mussoliniana: ``venceremos'' que, en labios de Castro y sus secuaces, no suena como el ``we shall overcome'' de Martin Luther King y sus seguidores en la contienda por los derechos civiles en Estados Unidos, sino como el colofón desafiante del histriónico líder fascista que, no obstante, terminó ignominiosamente colgado por los pies.

Ahora, inducido por lo que bien podría llamarse la mística del disparate, si no fuera sobre todo la elocuencia de la opresión, Bolivia se hace eco de una absurda divisa que epitoma la esencia de un régimen criminal y fracasado. Como para reírse, sin duda, si no fuera para llorar.
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