La magnitud de la violencia.
Lic. Amelia M. Doval
Otro rostro irreconocible, una nueva víctima de la violencia juvenil, un culpable que truncó su vida cuando apenas comienza, una niña que es cómplice y tres familias sufriendo con un dolor que va más allá de lo explicable. Fueron miradas aparentemente tiernas, sonrientes, esperanzadas, con sueños que la ilusión se encargaba de colgar en los corazones. Hoy quedó la historia sin protagonistas, pasaron a tener una vida de total anonimato, una vida escondida detrás de la cotidiana desfachatez de los culpables, guiados por la disciplina de cumplir o castigar, todo lo que se recordará será el delito, no existirán más fotos familiares, no tendrán fiestas, salidas, besos inocentes, en lo adelante se reduce a una sola palabra, convicto.
Una madre que se retuerce en su dolor porque aún no sabe si su hija pasará de ser un caso grave para volver a la vida, operaciones, secuelas, llantos, dolor. En esta odisea de responsables inconclusos queda una pregunta en el aire, ¿dónde se ha perdido el amor a la juventud? Ya no se juega con infantiles gestos sino con golpes, se tergiversan los sentidos y la brisa de verano crea gélidas corrientes que paralizan el alma.
Estamos equivocados, algo hicimos mal, no supimos, no pudimos. Dimos más de lo necesario, quitamos lo imprescindible, surgen dudas y preguntas. Hablamos de compromisos, suprimimos castigos y responsabilidades, no educamos con gritos, no culpamos de las culpas, derrotamos los límites entre el respeto casi paranoico de la palabra autoritaria del padre, para defender el absolutismo de la confianza en que los nuevos tiempos merecen más comunicación, la actitud del no ya no es un método, pasó a ser una expresión arcaica porque debemos desarrollar la libre expresión de sentimientos. Queda claro, no son todos, quizás por el dolor de los daños, porque sabemos que ya nada volverá a ser igual para cada uno, incluso para los observadores, es que la cifra nos parece mayor, la juventud es irremplazable.
La violencia se roba la inocencia, la secuestra y no le deja disfrutar de la risa, la despreocupación, la euforia de lo nuevo, el regalo de comenzar a descubrir. Hay que tomar conciencia, luchar sin descanso contra estos actos, enseñarles, dar testimonios en las escuelas, presentar la realidad, fomentar el apego a la justicia, a la ley. En el juego del ladrones y policías debe quedar demostrado que no hay redención sin entendimiento a nivel de conciencia. Todas las organizaciones sociales debemos tener un compromiso más allá de la simple expresión de dolor, ataquemos la enfermedad, no permitamos se transforme en pandemia. Crear policías juveniles, promover más películas, programas, charlas, teatro, propaganda, abarrotar la mente limpia de los niños con el peligro de cruzar la línea, demostremos qué se pierde en el camino, enseñémosles a controlar los impulsos. La droga destruye, la violencia también. El embarazo limita la vida, la violencia también. La bebida provoca accidentes y muerte, la violencia es un accidente que lleva a la muerte. No esperemos más, las estadísticas dejan sin aliento porque un solo caso es multitud.
Preocupa y nos deja mudos saber que se cometen actos con alevosía y premeditación, criaturas que disfrutan la maldad. Maestros, padres, familiares, debemos estar al tanto, supervisar sin tregua, un hijo es un empleo a vida completa, no hay descanso, nada que nos libere de la responsabilidad, el llanto no elimina el daño ni la culpa. Al cierre de este escrito se describía otro caso de violencia juvenil. Lastima, daña, hiere tanta brutalidad física como mental.
Lic. Amelia M. Doval
3-23-10
Ilustración: Google
Otro rostro irreconocible, una nueva víctima de la violencia juvenil, un culpable que truncó su vida cuando apenas comienza, una niña que es cómplice y tres familias sufriendo con un dolor que va más allá de lo explicable. Fueron miradas aparentemente tiernas, sonrientes, esperanzadas, con sueños que la ilusión se encargaba de colgar en los corazones. Hoy quedó la historia sin protagonistas, pasaron a tener una vida de total anonimato, una vida escondida detrás de la cotidiana desfachatez de los culpables, guiados por la disciplina de cumplir o castigar, todo lo que se recordará será el delito, no existirán más fotos familiares, no tendrán fiestas, salidas, besos inocentes, en lo adelante se reduce a una sola palabra, convicto.
Una madre que se retuerce en su dolor porque aún no sabe si su hija pasará de ser un caso grave para volver a la vida, operaciones, secuelas, llantos, dolor. En esta odisea de responsables inconclusos queda una pregunta en el aire, ¿dónde se ha perdido el amor a la juventud? Ya no se juega con infantiles gestos sino con golpes, se tergiversan los sentidos y la brisa de verano crea gélidas corrientes que paralizan el alma.
Estamos equivocados, algo hicimos mal, no supimos, no pudimos. Dimos más de lo necesario, quitamos lo imprescindible, surgen dudas y preguntas. Hablamos de compromisos, suprimimos castigos y responsabilidades, no educamos con gritos, no culpamos de las culpas, derrotamos los límites entre el respeto casi paranoico de la palabra autoritaria del padre, para defender el absolutismo de la confianza en que los nuevos tiempos merecen más comunicación, la actitud del no ya no es un método, pasó a ser una expresión arcaica porque debemos desarrollar la libre expresión de sentimientos. Queda claro, no son todos, quizás por el dolor de los daños, porque sabemos que ya nada volverá a ser igual para cada uno, incluso para los observadores, es que la cifra nos parece mayor, la juventud es irremplazable.
La violencia se roba la inocencia, la secuestra y no le deja disfrutar de la risa, la despreocupación, la euforia de lo nuevo, el regalo de comenzar a descubrir. Hay que tomar conciencia, luchar sin descanso contra estos actos, enseñarles, dar testimonios en las escuelas, presentar la realidad, fomentar el apego a la justicia, a la ley. En el juego del ladrones y policías debe quedar demostrado que no hay redención sin entendimiento a nivel de conciencia. Todas las organizaciones sociales debemos tener un compromiso más allá de la simple expresión de dolor, ataquemos la enfermedad, no permitamos se transforme en pandemia. Crear policías juveniles, promover más películas, programas, charlas, teatro, propaganda, abarrotar la mente limpia de los niños con el peligro de cruzar la línea, demostremos qué se pierde en el camino, enseñémosles a controlar los impulsos. La droga destruye, la violencia también. El embarazo limita la vida, la violencia también. La bebida provoca accidentes y muerte, la violencia es un accidente que lleva a la muerte. No esperemos más, las estadísticas dejan sin aliento porque un solo caso es multitud.
Preocupa y nos deja mudos saber que se cometen actos con alevosía y premeditación, criaturas que disfrutan la maldad. Maestros, padres, familiares, debemos estar al tanto, supervisar sin tregua, un hijo es un empleo a vida completa, no hay descanso, nada que nos libere de la responsabilidad, el llanto no elimina el daño ni la culpa. Al cierre de este escrito se describía otro caso de violencia juvenil. Lastima, daña, hiere tanta brutalidad física como mental.
Lic. Amelia M. Doval
3-23-10
Ilustración: Google
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