31 de marzo de 2010


Camino de la Cruz
13ª Estación
Jesús es bajado de la cruz
y puesto en brazos de su madre


Y a ti misma una espada
te atravesará el corazón
Lc 2, 35

He aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
¡Oh, Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar mordidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
Manos amigas
te pusieron en los brazos
de tu Madre Santísima
como un despojo.
El dolor de su pecho de madre,
bebida de vinagre.
El llanto de sus ojos tiernos,
una plegaria al eterno.
Su mirada triste, acongojada,
como si tuviera el alma amortajada.

Esa tarde el sol huyó.
No quiso ver llorar a tu madre.
Señor, yo quiero
tenerte en mis brazos,
llorar tus heridas,
consolar tu quebranto.
Tenderé mi mano al marginado,
al que llora enjugaré el llanto
y al que pide le daré mi manto.
Porque en ellos vives, solitario,
porque en ellos mueres
de nuevo en el Calvario.


Versos, Gerardo Diego
Reflexión, Santiago Soto Obrador
La Pietá, Miguel Ángel Buonarotti,
Basílica de San Pedro, El Vaticano.
Via Crucis, Sainte-Anne-de-Beaupré, Québec, Canada.
Montaje, Ana Dolores García
Serie/pps Cuaresma 2009
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