27 de febrero de 2011


EL ENTRAÑABLE NEXO ENTRE CARLOS
MANUEL DE CÉSPEDES Y EL NEGRITO SIMÓN

La historia de como un niño esclavo logró penetrar en el corazón del Padre de la Patria y convertirse en el catalizador del Grito de Yara y del responsable de la Guerra de los 10 Años y la libertad de Cuba .

En las tempranas horas de la mañana del 10 de Octubre de 1868, el propio Carlos Manuel de Céspedes comenzó a tocar las campanas de su ingenio La Demajagua.  Las campanas repicaban con más fuerza que nunca.  Los esclavos, alarmados, corrían desaforados y se congregaban nerviosos alrededor del amo.  No era esto un hecho común.  En realidad nunca se había visto que fuera el mismísimo amo quien tañera las campanas.  Los campanazos matutinos que anunciaban el comienzo del odioso trabajo eran siempre dados por Narciso, el mayoral.  ¿Qué querría el amo?  ¿Por qué razón era hoy precisamente él quien tocaba las campanas?

La respuesta no se hizo esperar.  Una vez congregados los negros esclavos, Carlos Manuel de Céspedes anunció que a partir de ese momento eran hombres libres.  Y tal y como concedía la libertad a sus esclavos aseguraba que Cuba también, a partir de ese momento, se negaba a seguir siendo esclava del yugo español.  Este emocionante momento, conocido históricamente como El Grito de Yara, dio comienzo a la Guerra de los 10 Años.  Pero había aun mucha sangre por derramar.  Cuba no lograría su total y absoluta independencia hasta el 20 de Mayo de 1902.

¿Qué motivó a Carlos Manuel de Céspedes a liberar sus esclavos?  ¿Su humanismo? ¿Su patriotismo? ¿Quizás su propio horror al darse cuenta de que tal y como él esclavizaba a otros, su Cuba era esclava de España?

Decididamente que hubo muchas razones que llevaron al Padre de la Patria a dar el Grito de Yara.  Pero la razón principal fue el negrito Simón. Simón de Céspedes del Castillo había nacido ocho años antes, en la casa de Carlos Manuel.  Llevaba los apellidos del amo, como era entonces la costumbre.  Todos los esclavos llevaban los apellidos de sus respectivos amos, lo cual los identificaba como propiedad privada. La mayoría de los terratenientes  llevaban esta costumbre a inhumanos extremos y herraban sus apellidos en los antebrazos del esclavo, como si estos fuesen ganado. 

Esta costumbre facilitaba su identificación, sobre todo en el caso de cimarrones capturados. Carlos Manuel de Céspedes no herraba a sus esclavos.  El negrito Simón no tenía marcas en su tierno cuerpo.  Simón era hijo de la negra Ana, esclava nacida en Cuba .  Ana vivía dentro de la mansión señorial y era la nodriza de María del Carmen, hija de Carlos Manuel con su primera esposa también llamada María del Carmen como su hija. 

María del Carmen, mujer enfermiza e incapaz de amamantar a su propia hija, puso a ésta en manos de Ana, quien hacía sólo dos semanas antes había dado a luz a Simón. Fue así como la pequeña María del Carmen y el negrito Simón crecieron juntos, alimentados por la misma leche esclava.

El padre de Simón, el negro Joaquín, había sido traído recientemente de Nigeria.  Su verdadero nombre era Adewale y se comunicaba en yoruba, pues no tenía mucho dominio del español. Joaquín vivía en los barracones y le era permitido visitar la casa solamente para ver y jugar con a su hijo.

Transcurren así las primeras primaveras de Simón y cuando el niño tiene tan sólo cuatro añitos recién cumplidos se percata Carlos Manuel de que en una visita del esclavo Joaquín a su hijo, el niño, que en la casa se comunicaba en el castellano criollo de sus amos, entabla una conversación en yoruba con su padre.  Carlos Manuel queda atónito al presenciar la facilidad del niño para cambiar de idiomas y hablarle a su padre en yoruba y a los demás miembros del hogar en castellano.
 
Contaba el propio Carlos Manuel que fue en ese preciso instante cuando tuvo la revelación de que los esclavos africanos no eran animales.  Que eran seres humanos y poseían inteligencia y sentimientos al igual que el hombre blanco.

A partir de ese día Carlos Manuel de Céspedes comienza a observar detenidamente al negrito Simón, quien sigue dando muestras de una inteligencia superior.  Simón no para de hacer preguntas a su pobre madre, quien no las sabe nunca contestar.  ¿Mamá, qué es la luna?  ¿Mamá, qué es el sol?  ¿Mamá, quién dibujó el arco iris? ¿Mamá, por qué anda el tren echando vapor?  ¿Mamá, quién se lleva el agua del río al cielo para que después llueva?  La negra Ana, en gran exasperación, sólo contesta al negrito: "¡Niño, no seas preguntón!" 

Es entonces el propio Carlos Manuel quien se da a la tarea de responder al negrito cuanta pregunta éste le hace.  Y así, poco a poco, va surgiendo una relación padre-hijo entre Carlos Manuel de Céspedes y el negrito Simón.  

También contaba Carlos Manuel que un día al llegar la negra Ana a casa empapada le preguntó qué le había ocurrido.  "Ay, mi señó é que agua tá caé mientre yo tá caminá" respondió en su dialecto la negra Ana.  El pequeño Simón con carita pícara de maestro de escuela interrumpió entonces a su madre y le dijo en perfecto castellano: "No mamá, no se dice así. Se dice: Señor Don Carlos Manuel estoy mojada porque comenzó a llover mientras yo venía caminando y me he empapado"  Carlos Manuel de Céspedes no tuvo otra opción que reír a carcajadas ante la precocidad del niño. 

Ya para aquel entonces Carlos Manuel sentía por el negrito Simón un cariño muy especial y lo veía como a uno más de sus hijos.  Cuando una institutriz es contratada para venir al ingenio a impartirle clases a María del Carmen, de Céspedes le pide que imparta también clases a Simón.  La institutriz se niega rotundamente y le dice que ella no imparte clases a animalillos negros.  Otras tres mujeres son llamadas a La Demajagua y las tres también se niegan a enseñar a un negro.  Finalmente, un joven español de ideas progresistas, el señorito Jesús del Pozo, acepta la plaza de maestro de María del Carmen y Simón, quienes reciben una educación completa que incluye inglés y francés, idiomas que con el tiempo Simón perfeccionará hasta hablarlos fluidamente.  También aprenden Simón y María del Carmen a tocar el piano, instrumento de rigor para la sociedad de aquellos tiempos. 

La juventud de Simón transcurre en un ambiente totalmente blanco lo cual lo convierte en un paria entre su propia gente.  Los negros lo repudian porque lo ven como un traidor a su raza.  Simón sabe leer, escribir, y habla correctamente el castellano.  Además habla inglés, francés y yoruba.  Es concertista de piano y tiene modales impecables.  Sabe como comportarse en sociedad.  Pero son precisamente estas las razones por las cuales los blancos también lo odian, pues no pueden concebir que un negro esclavo pueda igualarlos en cultura, mucho menos superarlos.

Poco a poco Simón se percata de que no pertenece a ningún grupo.  Ni a los negros, ni a los blancos.  La situación se vuelve insoportable con el asesinato de Carlos Manuel de Céspedes a manos de las tropas españolas.  Al morir su protector, [un dia como hoy, 27 de febrero], el hombre que lo había tratado siempre como a un hijo, Simón se ve de pronto solo, perdido, abandonado, y sin cabida en la sociedad cubana.

La vida del joven Simón se torna caótica cuando se enamora de una mujer blanca, Nora Escobar, hija de un terrateniente chileno radicado en Bayamo.  Su amor es correspondido plenamente, pero el matrimonio entre blancos y negros está prohibido en Cuba. Además, el negro que se acerque a una blanca corre peligro de muerte segura. 

En 1882 Simón y Nora logran escapar de Cuba y tomar un barco hacia Mérida, Yucatán.  Allí contraen matrimonio y Simón obtiene empleo como traductor en una empresa de exportación de productos derivados del agave.  La pareja tiene tres hijos.  Al primogénito le dan el nombre de Carlos Manuel en honor a Céspedes.  Simón comienza  una nueva fase de su vida como escritor de libros para niños.  Algunos, como Los Escorpiones en Primavera, El Hijo de Doña Belinda, y Los Chicos de la Banda del Parque Central se hacen muy populares en México y algunos hasta son publicados en el extranjero. 

Simón de Céspedes del Castillo falleció en Mérida a los 38 años durante la epidemia de cólera que azotó la península de Yucatán en el verano de  1898.  Vivirá por siempre en la historia de Cuba como la chispa que encendió el fuego de libertad en el corazón de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria.

Extracto del libro "El Eterno Tañer de las Campanas de La Demajagua" de Marucha Caramangiata. Próxima publicación Noviembre 2011, editorial Pavê Miranda, S.A.

Colaboración de Sonia Agüero
Foto: Simón, la esclava Ana y María del Carmen,  hija de Carlos Manuel de Céspedes.

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