UN DIÁLOGO CON LA IGLESIA CATÓLICA DE CUBA
Publicamos la conferencia que pronunció el 20 de febrero el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, en la inauguración del X Seminario Internacional del Programa de Diálogo con Cuba: "Sociedad y espiritualidad en el mundo actual. Un diálogo con la Iglesia Católica en Cuba".
Aclaración: Gracias Maggie por tu comentario avisando que el enlace que en un principio ofrecía, no abría el documento. Ayer, cuando preparé la entrada sí lo hacía. Ahora aparece un mensaje que dice: "This message has been deleted." Por tanto, y a pesar de su extensión, me atrevo a copiar a continuación dicho documento, en base a que entiendo que un medio de comunicación debe estar abierto a todas las opiniones responsables. Es undocumento que merece consideración y análisis y revela mucha luz sobre el tema de las relaciones Iglesia-régimen castrista.
Sociedad y espiritualidad en el mundo actual. Un diálogo con la Iglesia Católica en Cuba
Por el cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana
LA HABANA, domingo, 27 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la conferencia que pronunció el 20 de febrero el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, en la inauguración del X Seminario Internacional del Programa de Diálogo con Cuba: "Sociedad y espiritualidad en el mundo actual. Un diálogo con la Iglesia Católica en Cuba".
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Hay algunas premisas a tener en cuenta cuando se intenta descubrir la actuación de la Iglesia Católica en un país o región o durante tal o cual período de la historia de ese lugar.
Lo primero es conocer la naturaleza de la Iglesia, su esencia, después su forma de proyectarse y actuar a través de 2000 años de historia, teniendo en cuenta épocas y culturas, la evolución de la humanidad en el transcurso del tiempo, el contexto y la óptica del analista, si mira la realidad de la Iglesia como un extraño a ella o un conocedor, si lo hace a partir de su propia fe cristiana, o siendo agnóstico, ateo, budista, musulmán, etc. y según la cultura donde está insertado el observador. La extrañeza o la distancia no son condiciones necesarias para la objetividad.
No es más objetivo quien es más distante del fenómeno observado. En muchos casos la objetividad necesita de la inmersión en el fenómeno, incluso si entran en juego factores emotivos o afectivos. Nadie puede ser más objetivo para hablar de la maternidad que una madre, y una buena madre que ama profundamente a sus hijos.
Este preámbulo sitúa desde el inicio mi exposición. Hablo desde la Iglesia, como un cercano colaborador del Santo Padre Benedicto XVI por mi condición de Cardenal. Amo a la Iglesia con todo mi corazón. Sufro sus miserias, me duele cuando la atacan, incluso si soy atacado en mi persona me duele por la Iglesia, no en primer lugar por mí. Me regocijo de haber participado en la elección del Papa que tenemos, que ha sido otro regalo del Señor para nuestro tiempo confundido, de gente floja, de pensamiento débil, de predomino del color gris en el paisaje humano de políticos y hombres de estado y pensadores y artistas. Y creo que nadie que no sienta pasión por la Iglesia puede hablar de ella sin errar o sin mentir.
La verdad tiene que ver con el amor. El Logos es también amor: Deus caritas est. (Cf. primera encíclica del Papa Benedicto XVI). A mi pertenencia no sólo estructural, sino íntimamente cordial a la Iglesia, se une mi condición de cubano que vive en Cuba, que todo su ministerio sacerdotal y episcopal lo ha desarrollado en este país durante 47 años, cabalgando entre el siglo XX y el XXI, en el período de más de cincuenta años de esta historia que ha hecho de nuestro país un caso singular en este mundo. Un país que quiero con el alma. Nunca deseé vivir fuera de Cuba. Cuando a los dos años de ser sacerdote, fui llamado a campos de trabajo donde pasé ocho meses, no soñé en ese tiempo con irme de Cuba. Cuando me dieron de baja y llegué a mi casa, mi padre me esperaba con un viaje a España que él había conseguido para que fuera a vivir allí. Todo el que salía de aquellos campos tenía facilidades del gobierno para abandonar el país. Le dije a mi padre que no me iría, se entristeció porque estaba preocupado por mí y mi futuro. Pero yo no quería irme de Cuba. Cuba es para mí más que la Cuba de Martí y Maceo, que la Cuba de Gerardo Machado, de Grau San Martín, de Batista, de Fidel o de Raúl. Cuba para mí es mi patria, tan mía que la siento en los olores del ambiente, en los cielos amenazantes de un ciclón, en las tardes dulces de su falso invierno, en el hablar de su gente, en su música. Tanto es así, que a veces temo participar de esa arrogancia del cubano de todas partes, del de Cuba y del de fuera de Cuba de creernos los mejores. Quizás este rasgo negativo sea el que más nos une a los cubanos de aquí y de allá.
Todo esto para decirles que quien les va a hablar de la Iglesia en Cuba es un obispo cubano.
He presentado y evidenciado la identidad y la óptica del analista, que no es un cubanólogo de una universidad norteamericana, ni un politólogo o sociólogo, sino un cubano que es obispo de la Iglesia católica. Entramos así en la naturaleza de la Iglesia, porque el obispo es una clave imprescindible para abordar la recta comprensión del ente eclesial. Para delinear el perfil del obispo se requiere llegar hasta el Nuevo y el Antiguo Testamento, allí hallamos anunciado y cumplido en Jesús el fulcro de este ministerio eclesial.
En el Evangelio de San Juan encontramos junto al río Jordán a Juan el Bautista que vierte agua sobre los judíos después de exhortarlos con vehemencia a volverse a Dios, a convertirse. Juan fustigaba con su palabra ardiente a los poderosos de este mundo, estremecía consciencias, anunciaba que ya el hacha estaba puesta en la raíz para talar los árboles secos. Juan criticó públicamente al Rey Herodes, porque se había casado con la mujer de su hermano. Esto le costó la prisión y la vida, fue decapitado. Juan era un profeta, su actuación lo identificaba así, y como todo profeta anunciaba a alguien que vendría en el futuro próximo, después de él y que era más grande que él. En una ocasión en que Jesús pasó junto al río donde él estaba bautizando, el Bautista lo señaló diciendo: ése es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Así entra en escena, en el Evangelio de San Juan, Jesús de Nazaret. Se presenta Jesús distinto al Bautista. Invita también a cambiar de vida, pero su palabra no es estremecedora. No está retirado en el desierto, como Juan, vive en medio de su pueblo, se rodea de un grupo de amigos y afirma que el Reino de Dios está cerca, que "está en medio de ustedes", que hay que encontrarlo como un tesoro, como una perla preciosa, cuyo hallazgo nos llena de alegría. Jesús no anuncia algo para el futuro, como los antiguos profetas, hasta el mismo Juan, Jesús tiene un mensaje originante de una realidad novedosa que es para hoy y que El llama el "Reino de Dios". El está consciente de que trae ese Reino a este mundo. Pero ese no es un Reino que se anuncia con amenazas y denuncias del pecado, sino con una propuesta cargada de amor: toca al leproso y lo sana, sana los cuerpos y perdona los pecados "¿quién, es éste, nadie puede perdonar pecados sino Dios?" Decían los escribas y fariseos. Y el mismo Juan desde la cárcel manda una comisión de sus discípulos a preguntarle: "¿eres tú quien ha de venir o esperamos a otro?" Jesús responde: "Díganle a Juan que los ciegos ven, que los cojos andan, que a los pobres se les anuncia el Reino de Dios y dichoso quien no se escandaliza de mí". (Sigan estos acontecimientos evangélicos porque son los que dibujan como antecedentes tanto los comportamientos de la Iglesia hoy, como los de quienes observan con ópticas diversas la fe).
Continuamos, Jesús no es primariamente un profeta, no es un Rabí, un maestro que enseña a sus discípulos. Su metodología lo distancia de los rabinos de Israel, su estilo lo aleja de los antiguos profetas.
Fue a la sinagoga un sábado, le dieron a hacer la lectura bíblica y leyó un pasaje del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a sanar los corazones afligidos, a liberar a los oprimidos... a anunciar un año de gracia del Señor". Enrolló el pergamino y comenzó a decir: "Hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar".
Todo podía esperarse menos esto. En cada reunión litúrgica se leía el texto de algún profeta; pero el comentario lo hacía el predicador tratando de explicar por ejemplo, cómo sería ese siervo de Dios que vendría, cómo debíamos prepararnos para recibirlo, y esto citando de memoria a algunos rabinos cualificados. Pero Jesús se apropia el texto y lo presenta cumpliéndose en su persona: "Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír". De ahí la pregunta de los oyentes: "¿Quién es este que habla con esa autoridad?
En efecto, Jesús es el Mesías que inicia su misión con gestos sencillos, sanadores, restauradores de la confianza en Dios de los pobres y aquejados de muchos males. Su programa es éste y aún cuando obra lo extraordinario lo hace en una aldea, sin medios de comunicación que puedan potenciar públicamente su acción. Así actuó en el pueblecito de Naim cuando resucitó al hijo único de una madre viuda que llevaban a enterrar. No hay clamor en él, no hay propaganda, "no vocea por las calles", a los beneficiados les exigía que no se lo dijeran a nadie.
¿Con qué estilo hacía esto Jesús? Para esto debemos ir al Profeta Ezequiel: "Así dice el Señor: yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado... Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra... Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar... Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma;... las pastorearé con justicia".
En Jesús se cumple lo anunciado por los profetas, en este caso por Ezequiel. Jesús pasará por su pueblo como el pastor que cuida con amor sus ovejas. El mismo proclamará: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas... Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí".
Jesús no aparece ni se autodefine como Profeta, sino como Pastor. Pero para esta misión de anunciar el Reino de Dios Jesús no permanece solo, llama a doce hombres a quienes da su poder para compartir su misión y los envía en su nombre. Esos hombres extienden en el espacio y en el tiempo la misión de Jesús, el Buen Pastor. Los pastores irán al mundo con el programa que Jesús les ha trazado, con el estilo que han aprendido de El, serán pastores no sólo como Cristo, sino en Cristo, incorporados a El, participando en El de su misión, pues Jesús es el verdadero y único Pastor del rebaño.
Cada obispo se sabe continuador de esa misión. El Bautista era un profeta: denuncia, clama, increpa; Jesús es el Pastor, y los obispos y los sacerdotes que comparten con él su ministerio, son pastores. Es verdad que el pastor da la vida por las ovejas, tanto Jesús como el Bautista murieron mártires. Pero el escándalo de Pedro la noche en que prendieron a Jesús, que lo llevó, más que el miedo, a demarcarse de El, fue que Jesús no usara el poder que les había mostrado a ellos para encarar a sus acusadores: "mi vida nadie me la quita soy yo quien la doy". Así nos mostraba Jesús que el camino de la redención por el sufrimiento y la muerte fue el que El escogió.
El ministerio pastoral exige esta capacidad de testimoniar la verdad con la propia vida y no con grandes discursos y palabras altisonantes, sino como el servidor sufriente anunciado por Isaías: que es incomprendido por los suyos en el bien obrar y castigado por sus adversarios. Así los obispos de Cuba en estos años, no han tratado de ser profetas sino pastores.
El ministerio pastoral, que toma como modelo a Jesús, en cuyo nombre se despliega, participa de su modo de obrar. Jesús no se enfrenta a poderes establecidos: "den al César lo que es del César, den a Dios lo que es de Dios". Sin embargo, presentará su doctrina tal como es, y por hacer esto fue rechazado y crucificado y por esto, por su doctrina, sus seguidores fueron perseguidos. Los cristianos que fueron al martirio en Roma y en tantos otros sitios en los primeros siglos del cristianismo fueron perseguidos por su fe en Jesucristo, no por atacar las estructuras del poder, que eran injustas, sino por proclamar su fe. Lo mismo sucede hoy a quienes mueren en las iglesias atacadas en Pakistán, Egipto, Irak o Filipinas.
La Iglesia, pide siempre libertad religiosa para poder proponer su fe y para que sus seguidores puedan vivirla en paz y una de las condiciones para declarar que el asesinato de un cristiano es un martirio es que su muerte haya sido por odio a la fe y no por razones políticas o de otro orden.
Estos presupuestos teológicos son imprescindibles para comprender la actuación de los pastores de la Iglesia en la conducción del rebaño del Señor en Cuba durante estos más de 50 años. No podemos entrar en la historia muy compleja de la Iglesia en Cuba, desde los tiempos coloniales hasta nuestros días. Fijar nuestra atención en los 52 años del período revolucionario que se inició en 1959 hasta hoy, es ya una simplificación indebida y aún más indebida aún sería la metodología de analizar en este período algunas subdivisiones del tiempo y las características de la acción de la Iglesia en cada una de esas etapas. Pero será el único modo de ser breve. (Sería obligatoria la lectura de la Conferencia pronunciada por Orlando Márquez en la Ciudad de Santa Clara en la Conmemoración de los 50 años del Congreso católico, celebrado en noviembre de 1959).
Ahí las etapas iniciales que me apresto a delinear están bien tipificadas y más explícitas.
Primera:
Una fácil aceptación del triunfo revolucionario por encontrar en él valores cristianos. Esto por parte de jerarquía y pueblo en general.
Rápidamente después (al año del triunfo), comienza un tiempo de fuerte confrontación: presencia de sacerdotes en la invasión de Bahía de Cochinos, expulsión de sacerdotes, cierre de las escuelas católicas, partida de muchas religiosas y religiosos que abandonaron sus obras ante el temor o que perdieron sus obras, ataques a las iglesias por parte de los grupos exaltados, etc. Este momento, con su impacto negativo en los fieles católicos, marcó la memoria de un sinnúmero de personas mayores que residen ahora en Cuba o que viven fuera del país. Esta huella es difícil de ser borrada, sobre todo para quienes emigraron y no vivieron la evolución posterior.
Actitud de los obispos en este primer momento: expresar su queja y su dolor y pedir a los cristianos firmeza en la fe y lealtad a la Iglesia.
La Iglesia, como organización quedó disminuida y sin medios para comunicar con el pueblo y con los fieles.
Segunda etapa:
Terminada aquella primera confrontación clamorosa la comunidad cristiana vivió como una iglesia del silencio, con su memoria poblada de malos recuerdos y viendo las huellas del distanciamiento, y aún del desprecio, en muchos hermanos del pueblo cubano.
La actitud de la Iglesia en esta etapa fue la paciencia, la perseverancia y la prudencia. Durante esta etapa que se extiende desde 1962 en adelante hubo momentos de recrudecimiento de la confrontación. El año 1966 fue ocupado el Seminario Nacional de La Habana. Un sacerdote fue enviado a la cárcel, donde pasó 10 años, se crearon campos de trabajo a los cuales fueron llevados los hombres jóvenes de la Iglesia Católica y de otras iglesias y comunidades cristianas, incluyendo sacerdotes y ministros de culto de esas iglesias; se suspendieron los permisos de entrada de sacerdotes a Cuba, se exigió que sólo los padres podían llevar a sus niños a la catequesis. Este segundo asalto dejó a la Iglesia más aislada, más atemorizada. Era una Iglesia centrada en el culto, que predicaba a los cristianos jóvenes y adultos que dieran testimonio de su fe con su vida. Esta etapa que se extiende hasta los inicios de la década de los 80 se caracterizó por el testimonio admirable de los laicos: hombres y mujeres. No fueron pocos los que optaron por permanecer en Cuba a causa de su fe católica. No agradeceremos nunca suficientemente este testimonio laical, pues se dio en condiciones de estrechez material, de pobreza extrema, de discriminación en los trabajos y en los estudios, sobre todo universitarios. Hay que subrayar que este testimonio logró impactar muchos ambientes laborales y estudiantiles y fue uno de los principales factores para que la gente viera que la Iglesia no era dañina, que los miembros de la Iglesia eran fiables, que la Iglesia hacía el bien, que ayudaba al prójimo en sus dificultades, los escuchaba en sus angustias y problemas.
Tercera etapa:
Con estos laicos comienza en 1981 el proceso de la Reflexión eclesial cubana, que culminó con el Encuentro Eclesial Cubano en 1986. Estos cinco años de reflexión en cada comunidad, en cada diócesis, con el Encuentro que los culminó, constituyeron una etapa decisiva en la historia de la Iglesia en Cuba en todos los tiempos. En el período de estos 52 años en que nos hallamos hoy, la Iglesia considera el Encuentro Eclesial Cubano como un hito decisivo que divide este período en antes y después de ese encuentro.
Cuarta etapa:
Se inicia así un período que va, con sus altas y bajas, pero siempre en ritmo ascendente, desde 1986 hasta nuestros días. Un momento saliente y único también de este período en la historia de la Iglesia en Cuba fue la visita del Papa Juan Pablo II.
Esta visita pudo ser preparada gracias a las líneas de acción de la Iglesia en Cuba surgidas del Encuentro Eclesial Cubano: la Iglesia reunida en una gran Asamblea integrada por la Conferencia Episcopal en pleno, sacerdotes, religiosas y sobre todo laicos de todas las diócesis de Cuba reflexionó sobre la Iglesia en la Historia de Cuba, su papel en el surgimiento de la nacionalidad cubana, los prohombres, sacerdotes y laicos del siglo XIX, la Iglesia en la República, su resurgimiento después de las guerras de Independencia, y la Iglesia del período revolucionario, la Iglesia en relación con la fe popular, con la cultura, etc.
De una Iglesia temerosa, replegada sobre sí misma, centrada sólo en el culto, la propuesta del ENEC fue la de una Iglesia misionera, que debía salir a anunciar a Jesucristo, una Iglesia acogedora de quienes llegan, sean "revolucionarios" o no. Una Iglesia que ora, pero encarnada aquí, es decir que sabe que existe para nuestro pueblo y vive en nuestro pueblo y no se repliega. La actitud propia de esta época es el diálogo. Debemos dialogar entre creyentes y no creyentes, entre la Iglesia y las autoridades, entre los católicos de Cuba y los que viven en el extranjero.
Con sus altas y bajas esta etapa de la vida de la Iglesia cambió su perspectiva y tiene su punto culminante de apertura y de diálogo con la visita de Juan Pablo II a Cuba. La Iglesia en Cuba, en esa visita, se dio a conocer al mundo, apareció en los medios nacionales de comunicación: prensa, radio y televisión. Los mismos cubanos captaron que había en Cuba una Iglesia viva y dinámica. Vino después la celebración de la Navidad como día de fiesta civil, comenzaron las visitas de sacerdotes, diáconos y religiosas a las cárceles, se conceden con facilidad los permisos para que sacerdotes y religiosas extranjeros vengan a trabajar en Cuba, para que los seminaristas o sacerdotes cubanos vayan a estudiar a Roma, España u otros países. Las publicaciones católicas tienen una buena difusión y aceptación por católicos y no católicos, se hace más fluido el diálogo entre la Iglesia y las autoridades, se extienden la manifestaciones públicas de la fe católica, etc.
En el futuro inmediato en nuestro país se proyectan concretamente cambios fundamentales en la organización económica del Estado. Esto nos implica a todos, y la buena marcha de estas transformaciones no depende solamente de las autoridades nacionales, provinciales o municipales en sus decisiones, sino de la comprensión adecuada, por parte del pueblo, de las medidas que comienzan a tomarse, y de nuestra capacidad crítica para expresar claramente nuestras divergencias o señalar cuanto nos parezca que debe ser modificado. Esa es una de las importantes responsabilidades que los gobernados deben asumir ante Dios. La Iglesia tiene también una alta responsabilidad en estos esfuerzos, incluyendo la oración por la buena marcha de este proceso y el acompañamiento del pueblo durante el mismo.
La Iglesia en Cuba, en su acción pastoral, se ha propuesto que un trienio preparatorio anteceda la celebración, el próximo año 2012, de los 400 años del hallazgo y presencia de la Virgen de la Caridad en la historia y en la vida del pueblo cubano. Como parte de este programa, desde mediados del año 2010, comenzó el recorrido misionero de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad, conocida como la Mambisa, por todas las ciudades, pueblos, caseríos y campos del país. Es realmente conmovedor contemplar las imágenes de la acogida multitudinaria a la Virgen de la Caridad, tanto en ciudades, como en poblados y cruces de caminos en las provincias orientales.
Además del número extraordinario de personas, es la calidad espiritual de la acogida lo que nos impresiona, pues incluye a diferentes grupos humanos sin distinción de práctica religiosa o de militancia política. Hemos verificado así una parte importante del lema que preside este tiempo preparatorio: "La Caridad nos une".
En noviembre del pasado año se hizo realidad el sueño de terminar la construcción de un nuevo seminario nacional en La Habana, donde se preparan al sacerdocio jóvenes de toda Cuba. Damos gracias a Dios que ha bendecido grandemente esta obra.
También el pasado año en el mes de abril, habiendo solicitado la Conferencia de obispos de Cuba a las más altas autoridades del país un diálogo, ante todo sobre la situación de los 53 prisioneros del año 2003 que aún estaban en prisión, fue acogida nuestra gestión humanitaria de modo positivo. La Iglesia en Cuba se había interesado siempre por estos prisioneros y por otros de condiciones parecidas, pero el hecho novedoso y positivo fue que en esta ocasión recibimos una respuesta concreta a nuestros reclamos y el gobierno pidió la mediación de la Iglesia Católica con los familiares de esos presos. Comenzó así un proceso de mejoramiento de las condiciones de estos reclusos, que ha incluido finalmente la excarcelación de la mayoría de ellos para viajar con sus familias a España. Quedan de este grupo seis en prisión, de los cuales algunos desean viajar a los Estados Unidos y otros permanecer en Cuba. Existe la promesa clara y formal del gobierno cubano de que todos esos prisioneros serán puestos en libertad. Así lo he repetido en más de una ocasión y es un compromiso personal que tengo ante la opinión pública nacional e internacional. Tengo además la certeza moral de que próximamente serán puestos en libertad tanto esos prisioneros como otros de un grupo mayor de reclusos sancionados por algún tipo de hecho relacionado con posturas o acciones políticas.
Ha tenido y tiene, pues, la Iglesia en Cuba una participación pública en la dimensión humanitaria y servicial de su acción pastoral que no había tenido en muchos años. Esto, como las expresiones públicas y comunitarias de fe y devoción religiosa, como la difusión de las publicaciones católicas, constituye un modo muy positivo de afianzar la libertad religiosa, que se ha visto ampliada progresivamente en estos últimos años en nuestro país.
La libertad religiosa es siempre relevante en la vida de una nación. Explica el Santo Padre la importancia de este derecho fundamental del hombre al decir que "en la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana. Oscurecer el papel público de la religión significa generar una sociedad injusta" (Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz 2010).
En el seno de una nación la religión no sólo tiene una función social en cuanto que favorece buenos comportamientos o conductas correctas, o por la atención prestada a pobres, necesitados o enfermos. Esto es una parte importante del quehacer desplegado por la Iglesia y otros grupos religiosos a favor del bien común, para lo cual debe gozar evidentemente de libertad de iniciativa y de acción, pero ahí no se halla la esencia de la libertad religiosa. La Sagrada Escritura nos presenta cómo el hombre y la mujer son objeto de una especial atención de Dios en el mismo acto creador. En la hermosa alegoría de la Creación que relata el libro del Génesis, aparece Dios modelando al hombre del barro de la tierra y sopla después sobre su obra material, infundiéndole su espíritu. Es un bello modo poético de decirnos que el hombre es materia y espíritu y que su dignidad se halla justamente en la integralidad de la persona humana. De este hombre integral, con su dimensión espiritual, se ocupa la religión y se deben ocupar también los estados. Esto lo expresa así en el citado mensaje el Papa Benedicto XVI: "Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza... Por eso, toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no se reconoce su propio ser espiritual, sin la apertura a la trascendencia, la persona humana se repliega sobre sí misma, no logra encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar valores y principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera experimentar una auténtica libertad y desarrollar una sociedad justa".
Es decir, la libertad religiosa está en la base de la motivación del ser humano para constituir una familia y para servir a la sociedad, pero también en la raíz del desarrollo del hombre como persona digna y humana. Esta mirada en profundidad es la de la Iglesia con respecto al hombre y su presencia en la familia y en la colectividad. Tarea fundamental de la Iglesia en Cuba es ocuparse de la vida espiritual del hombre, de su dignidad integral. Podemos afirmar que el desarrollo de un pueblo se facilita cuando se da la liberación de las potencialidades productivas de hombres y mujeres; pero a la par de esta liberación para favorecer el ordenamiento económico y el progreso, es necesaria la liberación espiritual. El espíritu humano no debe sentirse atenazado ni limitado. "En efecto -añade el Papa en su mensaje-, la apertura a la verdad y al bien, la apertura a Dios, enraizada en la naturaleza humana, confiere a cada hombre plena dignidad y es garantía del respeto pleno y recíproco entre las personas". Por eso -agrega el Sumo Pontífice-"las leyes y las instituciones de una sociedad no se pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los ciudadanos, o de manera que prescinda totalmente de ella".
Por lo tanto, por parte de los estados y de las leyes y normas establecidas en ellos es necesario (y cito de nuevo al Papa): "reconocer una doble dimensión en la unidad de la persona humana: la religiosa y la social. A este respecto, es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe-para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos".
Esto constituyó un drama para los creyentes católicos o de otras confesiones en los años del ateismo de estado en Cuba. La profesión aún privada de la fe, podía cerrar las puertas de una carrera universitaria a hombres y mujeres inteligentes y capaces, había empleos vedados a los creyentes y limitaciones de otro orden a su participación social, etc. Esta etapa de nuestra historia ha pasado ya, gracias a Dios, pero queda la resaca en muchos que conservan una mentalidad desfasada respecto a la fe religiosa, y en otros, que se sintieron víctimas de aquella situación, se da una persistencia en actitudes de rechazo o de automarginación. Ambos grupos deben aún en muchos casos liberar sus corazones de viejos atavismos y, sintiéndose verdaderamente libres, asumir una visión en verdad reconciliadora entre todos los cubanos. El respeto a la libertad del otro y la misma libertad tienen su punto de partida en la integralidad del hombre, en lo hondo de su corazón.
En la novela de Arthur Koestler "El Cero y el Infinito", se encuentra en prisión Rubachoff, un alto jefe de las estructuras del gobierno, que había caído en desgracia; había sido condenado a muerte y ya conocía su destino. Era de noche y en su celda oscura contempló, a través de los barrotes de la cárcel, el cielo estrellado, y experimentó lo que él llamó un "sentimiento oceánico", sentía su corazón abrirse a algo más grande, al infinito, como cuando nos detenemos ante la inmensidad de un mar sereno. Esto lo había experimentado algunas veces en su vida. Y por un reflejo condicionado iba ya a rechazar aquel "mal pensamiento", decirse a sí mismo lo que por años y años le había repetido a otros: esos son sentimientos dejados en ti por los burgueses, estás soñando con fantasías...
Pero esta vez no rechazó este sentimiento, no había nada ni nadie que se lo impidiera. Y fue así, detrás de las rejas, por primera vez, libre.
El protagonista de esta novela había pasado su vida limitado, condicionado por concepciones ideológicas capaces de penetrar en su interioridad.
Ni nosotros, cristianos, ni los que nos sienten como extraños o históricamente desfasados, deben dejarse condicionar por recuerdos negativos o experiencias dolorosas del pasado. Esta actitud reconciliadora, que incluye a menudo el perdón y siempre la comprensión, es relativamente más fácil de practicar para quienes han permanecido en Cuba. Los que estamos aquí tratamos concretamente con personas, vemos los hechos positivos o negativos, pero captamos mucho más el sentido evolutivo de nuestra historia. Quienes partieron de Cuba, lidian con nombres, con recuerdos, carecen de la inmediatez y de la vivencia evolutiva de quien ve pasar ante él la historia en la cual, de un modo u otro, también participa.
Tiene que haber una gran capacidad de comprensión para quien mira desde fuera aún con interés y con amor, los acontecimientos de Cuba, pues necesita un grado mayor de penetración en la realidad que requiere un esfuerzo añadido.
Por esto el empeño en reconciliarnos como pueblo los de Cuba y los de fuera, y por perdonarse unos a otros, en vista de esa reconciliación, lleva una alta dosis de incomprensión y de sufrimiento. Esto es lo que nos incorpora al camino redentor de Cristo, el que El escogió como pastor que da la vida por las ovejas. No puede ser otro el camino del Pastor de una Iglesia. No puede ser otra la propuesta que él haga al rebaño que Jesús le ha confiado.
Documento enviado por correo electrónico por Mario J. Paredes, Presidential Liason, Roman Catholic Ministries.
Lola el link no lleva al artículo.
ResponderEliminarMaggie
Inexplicablemente hoy aparece el mensaje de que el documento ha sido eliminado y estimo que se refieren simplemente al enlace. Ayer funcionaba perfectamente. Gracias por avisar, Maggie. He copiado íntegro el texto de la conferencia del Cardenal Ortega. Había sdo publicado por Zenit, y además fue distribuido por correo electrónico por Mario Paredes, desde Nueva York.
ResponderEliminarGracias Lolita por publicar esta disertacion del Cardenal Ortega ya que no solo aclara el por que la Iglesia en Cuba prefiere seguir manteniendose velando, tanto por la salud espiritual como la fisica de sus feligreses, evitando los enfrentamientos que pudieran llegar a ocasionar consecuencias mayores, como seria el posible desalojo nuevamente de templos, conventos y asilos en los que administran su ministerio de dar a conocer nuestra Fe, con Caridad para todos y Esperanza de una vida mejor. Muchos son los cubanos que solo asi encuentran refugio y amparo, especialmente los ancianos y enfermos, leprosos e invalidos.
ResponderEliminarOilda del Casdtillo