31 de agosto de 2009

La noticia monda y lironda

La noticia sorprendente de hoy nos llega desde Costa Rica. Oh no, no es que desde allá se estén organizando excursiones a Cuba para disfrutar del espectáculo de Juanes en la Plaza de la Robolución (era Cívica antes). En ello no hay sorpresa, porque sabemos que todos los que desde hace años vienen lucrando con los viajes a Cuba no iban a desaprovechar esta tan provechosa oportunidad (y valga la redundancia), de preparar unos viajecitos con «paquete incluido» para, además de Juanes, visitar la plaza de la Catedral, presenciar un toque de bembé y quizá hasta tomarse un mojito en la Bodeguita del Medio. «Paquete» turístico que les permitirá embolsarse un buen «paquete» de dólares al déspota cubano y a la emprendedora empresa. The show is on, como dirían los yanquis.

Pero la noticia trae un último párrafo que es el que me ha sorprendido. ¿Así que la mayoría de los centroamericanos no necesitan visa para ir a Cuba y lo pueden hacer con una simple tarjeta de turista que les cuesta solamente alrededor de $15? Nada, que tendré que cantar con Albita: ¡Qué culpa tengo yo de haber nacido en Cuba!

Las Marquesas de La Habana

Ana Dolores García

Siempre que oímos hablar de «la marquesa», así, simplemente, sin completar la denominación de un honroso título nobiliario, pensamos inmediatamente en aquel personaje folclórico que amenizó las calles habaneras a mediados del siglo XX. Y si alguien no logra ubicar a la tal marquesa e inquiere: ¿marquesa? ¿de dónde?, la respuesta no falla: ¡De La Habana!

Marquesas en La Habana hubo muchas que disfrutaron de boato y opulencia, y bailaron rigodones y contradanzas en sus palacios coloniales allá por el siglo XIX y aún antes. En la Plaza de la Catedral, remozada por exitosos esfuerzos de estética y dineros de la UNESCO, se conservan cual entonces los palacios de los marqueses de Aguas Claras y de los marqueses de Arcos. Y por los alrededores no faltan testigos de muda piedra que alojaron a otros marqueses de igual o parecida raigambre, como los marqueses de Prado Ameno, los de Valbuena, los de Casacalvo, la marquesa de Almendares, convertidos hoy en hoteles y oficinas oficiales.

Hasta se ha hablado de una marquesa celestina que hubo en La Habana en los tiempos de Julián del Casal. El poeta se refirió a ella en forma vedada en un escrito publicado en La Habana Elegante del 8 de abril de 1888, en el que puso en boca de otro su propio juicio: «Cuando las mujeres –afirma un cronista parisino- han pasado sus años de galantería, presiden círculos famosos, distribuyen las reputaciones, ponen a la moda ciertos adornos y ciertos libros; protegen relaciones amorosas, hacen matrimonios, tienen escuelas de flirteo y son tan buscavidas como las jóvenes de 16 años».

Marquesas de La Habana también las hubo, con su genealogía bien reconocida y certificada en los libros reales. La primera de ellas se llamó Vicenta Fernández de Luco y de Santa Cruz, que fuera esposa del primer Marqués de La Habana, José Gutiérrez de la Concha, título otorgado en 1864 por Isabel II en razón a los altos méritos prestados a la Corona Española, incluso como Capitán General de la Isla de Cuba. Luego el marquesado se fue trasmitiendo por sucesión hereditaria, comenzando por su propia hija María del Carmen, y continuando hasta María Luisa Chamorro y Aguilar, esposa de Roberto Sánchez-Ocaña y Arteaga, a quien se reconoció el derecho al título en 1956. Tal vez hoy en día título y blasón pertenezcan ya a sus herederos. Esas marquesas de La Habana, a excepción de la primera, ni siquiera vivieron en ella.

Por lo tanto no es a esas marquesas a quienes recuerdan los cubanos cuando se empeñan en evocar con nostalgia las calles de La Habana de los años dorados, sino a Isabel Veitía, que no recibió el título por herencia sino que se lo dio ella misma, ni tampoco sus antepasados habían llegado de España, sino de África.

Isabel Veitía, «la marquesa» como a ella le gustaba que la llamaran, deambulaba -se paseaba-, al igual que el Caballero de París -que era gallego-, por calles y parques. Más a menudo el Parque Central, lleno de billeteros y de turistas. Allí se dejaba retratar por estos últimos, previo depósito de un billete en su bolso de charol negro, porque para eso era «marquesa». Y si no se habían enterado ella lo repetía: «¡Billetes, sólo billetes, yo soy una marquesa! Mi condición no me permite aceptar monedas». Y los místeres, aunque no entendieran lo que dijera, se reían con ella o de ella y soltaban el billete: así la cruel risa se prolongaría aún después del regreso.

Su atuendo no era precisamente el de una marquesa, pero intentaba serlo. Sobre su cabeza un pequeño sombrero dotado de un breve velo de tul que cubría su frente, y lucía sobre sus hombros una raída mantilla de encaje. El iris de su ropa lo completaban los zapatos, su bolso y un infaltable abanico para darse aires de gran señora. Su figura no era tampoco precisamente la de una mujer esbelta. Pero atuendo y figura no fueron capaces de impedir que viviera una fantasía de ensueño. Y que la disfrutara.

Ana Dolores García
Copyright 2009
Foto: juanperez.com

30 de agosto de 2009


Quien fue Francisco Vicente Aguilera

Lic. José L. Martel

Este patriota e ilustre cubano, Francisco Vicente Aguilera, nació en la ciudad de Bayamo el 23 de junio de 1821. Su procedencia es de familia riquísima de la provincia de Oriente (hoy provincia Granma). Sus padres le brindaron una excelente educación ya que fue enviado a estudiar a distintos países incluyendo Estados Unidos. Supo como vivir bien y siempre añorando que Cuba fuese igual. A su regreso a Cuba se encargó de supervisar la administración de grandes extensiones de tierras en casi toda la provincia oriental. Y enseguida comenzó a conspirar contra la colonia española con su único sueño de la libertad de Cuba.

Su amor por la patria colonizada y, de lleno dentro de la causa de la independencia, hizo a este patriota renunciar a todo, incluyendo familia, comodidad y riquezas. Aguilera es considerado como el jefe natural de la revolución y junto a Carlos Manuel de Céspedes comienza los preparativos para el levantamiento del 14 de octubre de 1868. Algo surgió cuando Céspedes decide adelantarse a esa fecha y oficialmente se escoge el 10 de octubre de 1868, cuando Céspedes, asumiendo la jefatura junto a 200, comienza la lucha.

Aguilera aceptó y apoyó a Céspedes sin apariencia de molestia alguna. Ese mismo día del comienzo, Aguilera se encontraba en la región de Cabaiguán gestionado dinero y realizando algunas ventas de sus propiedades por la suma de $2 millones de pesos que aportó íntegramente para la compra de armas y otros suministros de guerra. Este gran hombre con ese gesto austero y valiente dio un gran ejemplo de fidelidad a la causa que más tarde Céspedes apreció y hubo de manifestar. Para mi criterio, después de estudiar la vida y trayectoria de este prócer libertador, llegó a tener los mismos derechos de ser considerado otro Hijo de la Patria junto a Carlos Manuel de Céspedes.

Cuentan los historiadores de aquella época que Aguilera no era propiamente un hombre de armas y sí demostró ser un estadista en campaña. Su capacidad y principio abnegado lo llevó a ser Secretario primero y más tarde vicepresidente del Gobierno de la República en Armas, cuando fue nombrado Mayor General del Ejército Libertador y más tarde ocuparía el cargo de Agente Especial en la Emigración.

Viajó a nombre de Cuba por casi todos los países de América y Europa haciendo propaganda y recaudando dinero para la guerra. Su labor fue incesante ya que se cuenta que en Nueva York era conocido como el hombre de la barbas donde solicitada ayuda de casa en casa.

Cuando se le comunicó sustituir a Céspedes como presidente de la República en Armas se encontraba en el exterior preparando una expedición de armas. Dentro de sus gestiones diplomáticas se destacan las efectuadas con el general Manuel Prado, presidente de la República del Perú, de un empréstito para comprar suministros de armas.

Este glorioso libertador falleció el 22 de febrero de 1877 en Nueva York. Moría pobre, enfermo, triste y abatido; lejos de su familia y olvidado por algunos que no supieron valorar la trayectoria abnegada y fecunda de un buen cubano. Ya en Cuba su féretro fue cubierto con la bandera cubana de Narciso López, la misma esfinge que ondeara en Cárdenas el 19 de mayo de 1850.

Un breve relato cuyos datos fueron tomados de distintos libros, revistas y por recuentos de sus descendientes que aún viven y residen en Miami.

Lic. José L. Martel
Miami, FL
joselmartel@hotmail.com


Reflexión

A todas las religiones les preocupa la pureza o impureza de sus miembros. Lo cual da origen a diversos ritos de purificación, desde los más sencillos hasta otros más, contaminados de superstición y de magia. El Talmud señalaba a los judíos escrupulosas normas de limpieza, luego de haber tocado un cadáver, o haberse contaminado de otras formas: Nunca se debería usar agua de pozo, considerada impura, sino de alguna fuente. Se vertería del codo hacia la mano, procurando que escurriera fuera de la vasija. Algo semejante se haría con las copas, jarros y platos para los alimentos, que debían ser de metal o de vidrio, pero nunca de barro. Los rabinos promovían además la rigurosa observancia del sábado, el pago minucioso de los diezmos y la lista de plegarias para cada ocasión. Absorbidos por ese maremágnum de preceptos, algunos fariseos querían obligar a todos a cumplirlos. Con razón se extrañaron porque los discípulos del Señor comían sin lavarse las manos y le reclamaron a Jesús.

El Maestro, incómodo por tan resabiados extremismos, respondió con una frase de Isaías: «El culto que ellos me dan es vacío, pues la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Para nosotros los cristianos de hoy vale también esta palabra: quizás le hemos añadido a nuestra fe muchas tradiciones meramente humanas. Jesús les (nos) indica que nada exterior puede mancharnos. Nos contamina lo de adentro: «Todas las maldades nacen del corazón y hacen al hombre impuro».

A finales del siglo XIX, Louis Pasteur descubrió que muchos cuerpos físicos podían purificarse de bacterias sometiéndolos a una temperatura cercana a los 60º. Dicho proceso se llamó pasteurización en honor al sabio francés. Nosotros podemos destruir los gérmenes de nuestro interior si elevamos el nivel de nuestro amor a Dios y los prójimos. Nos lo enseña san Pedro en su primera carta: «El amor cubre la multitud de los pecados».

De Betania.es


29 de agosto de 2009


Desde Cuba:

De Nipe al Cobre
Peregrinación siguiendo la ruta de la imagen de la Virgen de la Caridad

Lorenzo Ferrer

Tres arriesgados obispos tomaron la valiente decisión de caminar la misma ruta que recorrieran hace 4 siglos los 3 jóvenes que encontraron la imagen de la Virgen de la Caridad: Juan y Rodrigo de Hoyos y Juan moreno (117 km).

Los osados peregrinantes fueron Juan García, arzobispo de Camagüey, Wilfredo Pino, obispo de Guantánamo-Baracoa y Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos.

Los últimos dos eran ya experimentados caminantes: al menos dos peregrinaciones a pie desde Camagüey hasta El Cobre.

En ésta los acompañaron 62 jóvenes y la superiora de las Siervas de María en Camagüey (cubana de 40 años que según Mons. Willy siempre andaba “en primera fila”).

El peregrinaje comenzó en la Bahía de Nipe, el 18 de Agosto y terminó en El Cobre el 22 de Agosto. Suena un poco descabellado, arriesgado, hasta quijotesco… excepto para los que conocemos a estos tres grandes hombres de Dios que un día determinaron que valía la pena correr cualquier riesgo por seguir los caminos de Jesús de Nazaret.

El primer día recorrieron 23.7 km, saliendo del Cayo de la Virgen (playa Morales) hasta el pueblo de Cueto. Segundo día: 22.3 km. desde Cueto hasta Alto Cedro. En el tercer día recorrieron 20.4 km desde Alto Cedro hasta Mella.

Saliendo de Mella caminaron el cuarto día 24.6 km para llegar hasta Palma Soriano, desde donde recorrieron el último día los últimos 26.3 km llegando exhaustos a El Cobre.

Mons. Willy: -“Te cuento también esta anécdota del viaje: Al llegar al entronque del antiguo Central Miranda (hoy Mella) y pasar por delante de un "amarillo" (se visten de ese color y son los que organizan la subida de los viajeros a los camiones, guaguas, máquinas, etc.) éste, al darse cuenta de quiénes éramos y de las estampas y estandartes de la Virgen que llevábamos, dijo en alta voz: "Sólo Cristo tiene poder".

Estábamos, pues, en presencia de un pentecostal. Pero en ese momento, luego de 25 kilómetros caminados, llevábamos la vista puesta en un kiosco de frituras y refrescos que había en el entronque. Y, por aquello del "primum vivere"... hacia allí nos fuimos a merendar.

Pero Dios facilitó las cosas. El amarillo cruza la carretera y se sienta solito debajo de un árbol. Hasta allí fui, me quité la mochila y me senté a su lado. Mi pregunta fue: "¿Cuál es la tarea que hacen ustedes, los amarillos?". Y su respuesta no pudo ser mejor para lo que yo quería aclararle a él. Me respondió: "Ayudar a que la gente llegue a su destino".

Entonces le dije: "Pues mire, los felicito porque ustedes hacen lo mismo que la Virgen María. Ella no es Dios pero ayuda a que la gente llegue a su destino"... Ustedes no son los dueños del transporte ni el Ministro de transporte, como la Virgen no es Dios, pero ustedes y Ella saben cómo "resolver"...

La conversación siguió muy agradable con abrazo de despedida incluido. Al otro día, cuando salíamos de Mella lo pudimos saludar nuevamente y ahora había una sonrisa en su cara”.

Nunca le falta la jocosidad a Mons. Willy: -“ no sólo hubo zapatos rotos... Lo más duro, aunque llevaderas, son las ampollas en los pies, que demoran varios días en curarse…”

¿Qué habrá en el corazón de estos cubanos de Dios que a pesar de todas las dificultades, obstáculos e incomprensiones, dedican cuatro días de su vida a caminar el pedregoso camino de la vida que los acerca a la Caridad del Cobre, a nuestra querida “Cachita”.

Oremos por todos los cubanos en este 8 de Septiembre, Día de la Caridad del Cobre, Día de nuestra “Cachita”.

Lorenzo Ferrer,
28 de agosto de 2009
Colaboración: Acelo D'Alessandro
Foto: Google

28 de agosto de 2009


El Caballero de París
José M.Alonso

Negra capa raída cae de su cuello con regio aplomo
hasta el cordel trenzado de San Francisco que le acordona;
en sus brazos acuna viejos papeles que hacen un tomo
de ilusos pergaminos de cuya pátina su honor blasona.

La abúlica caída sobre los hombros de sus cabellos,
conjuga su abandono con la tristeza de su mirada
en la que, a veces, brillan intermitentes breves destellos
de viva inteligencia que por los hados fue obnubilada.

Refugiado en sus sueños tras el gracejo de su apostura,
mientras el mundo afuera -vulgar y necio- vive de prisa,
por las calles pasea la gracia ingenua de su locura,
regalando al que pasa la dulce calma de su sonrisa.

Y los que comprendemos el signo trágico que hay en su vida,
resumido en su herencia de sueños, hambre, miseria y trapos,
su saludo tornamos con leve gesto de bienvenida,
y su alcurnia apreciamos en la elegancia de sus harapos.

* El Caballero de París era oriundo de la aldea de Villaseca, provincia de Orense, Galicia, donde aún viven familiares que han contado que, de joven, se dedicó a los estudios tan intesamente, a la par que se alimentaba de tan pobre manera, que perdió la razón, como Alonso Quijano el Bueno. Ni le quito ni le aumento. Como me lo cuenta un hijo de la aldea, os lo cuento…



Caricatura de Pong
Zag Zig,
nuevoaccion.com/zag_zig.htmlnuevoaccion.com_zig.html

Adiós a Manolo Torrente

Arturo Arias-Polo

El polifacético artista cubano Manolo Torrente falleció en Miami el pasado jueves 20 víctima de varios problemas de salud. Tenía 83 años.

Considerado como una de las estrellas más versátiles de su generación, Torrente paseó su arte por numerosos países durante más de medio siglo desde 1948, año en que ganó el primer premio en el programa Voces nuevas del circuito CMQ de La Habana y se dedicó por entero al canto. Pero antes Manolo se había graduado en Ciencias Agrícolas y se había destacado en el deporte. En esa faceta alcanzó el título de campeón nacional de los 5000 en carreras de fondo y compitió en numerosos eventos en Centroamérica a lo largo de la década de los años 40.

Sin embargo, el verdadero despegue artístico de Torrente se produjo una década después, cuando cantó en varios clubes capitalinos, participó en los programas de la televisión estadounidense Arthur Godfrey Talent Scouts y Toast of the Town de Ed Sullivan, y recorrió varios países latinoamericanos. Al regresar a Cuba a mediados de los años 50, Manolo figuró en el elenco del popular programa de televisión El casino de la alegría y los shows del Casino Parisién del Hotel Nacional. En 1957 actuó en Panamá.

Pero al año del triunfo de la revolución cubana, en 1960, el cantante viajó a México con la decisión de no regresar a su país. Allí trabajó en centros nocturnos y poco después se trasladó a Las Vegas para convertirse en productor de Latin Fire, un espectáculo que recorrió el mundo hasta 1982, cuando hizo temporada en el Hotel Eden Roc de Miami Beach.

Manolo será recordado por sus presentaciones en Puerto Rico acompañado por la orquesta de Julio Gutiérrez, sus apariciones en los programas de televisión Cocktails for Two,

Broadway Goes Latin, entre otros espacios realizados en la ciudad de los casinos, y Latin Extravagance, la producción que lo trajo al Hotel Fountainebleau de La Playa. A mediados de los 80 el artista produjo Noche cubana en el Southeast Plaza de Miami, donde participó en actos patrióticos en apoyo a la causa de la libertad de Cuba.

Desde que se mudó a Miami a principios de los 90, Manolo se mantuvo tan activo como en sus años mozos. Entre el 2001 y el 2007 produjo y actuó en El amor todo lo puede (2004) y Nada tengo mientras no tenga patria (2006), entre otros espectáculos, que solía cerrar con el tema Gracias, Señor.

“Llevaba muy bien su apellido'', expresó la soprano Tania Martí, quien compartió el escenario con él en varias ocasiones y participó en los servicios fúnebres que se le ofrecieron en la iglesia Iglesia Bautista Buenas Nuevas el domingo pasado. `”Era un soñador que siempre estaba creando. Todo el mundo lo quería''. Entre sus recuerdos, la intérprete se refirió a aquellos programas de la CMQ habanera en que Manolo aparecía montado a caballo.

“Fue un hombre muy apuesto en su juventud y en su madurez'', destacó. Otro que también rindió tributo póstumo al cantante ese día fue el cantautor Lázaro Horta, quien lo acompañó al piano en numerosas ocasiones. ``Manolo se deprimió desde que comenzó a perder sus seres más queridos. Pero yo prefiero recordarlo como el artista apasionado que siempre estaba hablando de Cuba. ¡De verdad que era un torrente!''.

Manolo Torrente deleitó a su público por última vez a principios del 2007 en el Teatro Bellas Artes. Su voz quedó registrada en varios discos con composiciones de autores cubanos y de otras partes de Latinoamerica.

Arturo Arias-Polo
Reproducido de El Nuevo Herald
por LavozdeCubalibre.com
Recibido gracias a Lidia Orosa y Joe Noda.
Foto: Ana Margarita Martínez Casado y
Manolo Torrente, Mariaargeliavizcaino.com

27 de agosto de 2009

«Influyentes e importantes»

una Estampa Cubana
de Emilio A. Cosío


En los Estados Unidos tienen una sigla, V.I.P., que quiere decir que una persona es muy importante. Los cubanos nunca hemos tenido nada semejante. Porque todos somos importantes. E influyentes, Y el que no lo es, se lo cree.

Eso da lugar a la más ridícula de las preguntas, frecuentemente en el decir popular cubano, que escuchamos en medio de una discusión acalorada entre cubanos cuando uno le dice al otro: ¿Tú sabes quién soy yo? Seguido de aquello de «Tú no sabes con quién te estás metiendo». Ambas, amenazantes expresiones con las que trata de impresionar a alguien dejando entrever lo violento que es él. O la influencia que posee. Aunque todo sea pura imaginación. Porque el que alardea de eso lo más probable es que no sea importante. Ni tiene amigos importantes. Ni se come a nadie crudo. Y no es más que un don nadie. Que presume de todo porque carece de todo. Y alardea de guapo porque no lo es. Como uno que conocí en una casa de huéspedes. Que por el gesto y como hablaba teníamos por un individuo con el que nadie podía equivocarse. Pues bien, nos equivocamos todos. Porque le saió un ratón. Y le tiró un radio. Fue tal el estrépito que todos los huéspedes corrimos a su habitación en la planta alta. Y encontramos al «guapo» parado en la cama. Gritando que había un ratón con rabia en el cuarto. Y es que no era más que un típico alardoso bocón cubano. De esos que de niño amenazaba con echarnos al hermano. Para meter miedo. Y si el otro era un flojo, lo lograba. Y ganaba la bronca sin fajarse. En ese aspecto los cubanos somos pioneros de la guerra psicológica. Y el amenazado se iba con el rabo entre las patas. Sin saber que hubiera podido poner al guapo en su lugar con el mejor invento cubano de todos los siglos. Hoy en día en desuso. Pero, no obstante, el arma más desmoralizadora que puede esgrimirse contra alguien. Con una acción paralizante más fuerte que una pistola eléctrica. Que convierte en ridícula la situación más seria. Y provoca la risotada del más circunspecto: una trompetilla. ¡Imagínense la sorpresa del bravucón a quien por respuesta le suenan una trompetilla!

La trompetilla sólo encuentra su rival en la lengua. Dos varas de lengua apuntando al grosero del dedo en el tráfico tiene un poder ridiculizador devastador. Que lo sorprende y desmoraliza. Es un verdadero fogonazo sin plomo. Y su efectividad máxima es cuando se la sacamos en el instante en que el tipo aminora la velocidad para mirarnos con cara de malo. Contra ese gesto de burla y desafío queda impotente. Y sin saber cómo reaccionar. Y de nada le sirve el dedo. Eso sí, hay que sacarla con precaución. Porque si chocamos con el de alante, o nos dan por atrás. Nos la tragamos. Pero a pesar del riesgo, vale la pena. Despues de todo, en todo hay riesgos. Los hombres que practican el nudismo marino corren el terrible riesgo de que un pez hambriento confunda la carnada. Y sin embargo lo hacen.

Decíamos en Cuba que «el que tenía padrinos se bautizaba». Y es que «aunque en todas partes cuecen habas», en Cuba la influencia era el ábrete sésamo de todas las puertas. Todas nuestras aspiraciones incluían a alguien que las «empujara». Un padrino que influenciara a alguien para que se nos diera el asunto. Lo mismo para una plaza de maestro para Pepito que para meter a Hermelindo en Mazorra. Y si no teníamos quien empujara, Pepito se moría de viejo aspirando y Hermelindo seguía escapándose de la casa a cada rato.

En Cuba había influyentes a todos los niveles. El más notorio de los cubanos influyentes al nivel político popular era el sargento político. Que no se postulaba para nada. Pero caía parado siempre. No importa quien ganara. Porque le hacía servicios y favores a todos. Y el día de las elecciones los llevaba a votar. Y había que contar con él. Si alguien encarnaba fielmente al Liborio cubano era el sargento político. Con su guayabera y su tabaco. Pero más que nada por su conocimiento de la idiosincracia del cubano. Cuyos problemas conocía y resolvía. Era el brazo derecho del aspirante. Que sin su ayuda se quedaba en eso, en aspirante.

El cubano influyente jamás dice que no puede resolver tu problema. No importa de qué se trate. Siempre te dice que no hay problema. Porque está convencido que él puede llegar a quien sea. Porque conoce a alguien que es muy influyente y es amigo de él. Y no lo ha ocupado nunca. Y lo conoce desde cuando era un habitante. Por eso mismo, si el amigo lo ve venir, probablemente se esconda.

En Cuba el más popular de los cubanos influyentes era el cachanchán. Un personaje popular en toda Cuba. En mi pueblo había varios, pero el más conocido era Chicho. Un verdadero resuélvelo todo. Útil casi siempre. Majadero a veces. Buscavida mañoso. No bacilaba ante nada. El aplomo que le daba su atrevimiento le daba resultado allí donde fracasaban los más preparados. Y es que en el fondo creía, de verdad, que él era importante.

Porque no había cachanchán que no tuviera un primo policía o que no supiera quién era quien le «llegaba» al juez. Desde luego el juez no sabía nada. A veces. Porque todo era con mucha discreción. Y lo mismo te quitaba una multa de tráfico. O daba a entender que él tenía cómo hablarle al juez para que no te llevara recio. Y, por supuesto, te tenías que poner con un regalito para el juez. Que tampoco sabía nada. Y siempre quedaba bien. Porque cuando salías trasquilado te decía que si no hubiera sido por el palancazo que te dio hubieras salido peor. Pero eso lo arreglaba él en la apelación. Y te convencía. Y si la perdías fue porque te pusiste fatal. Y te cambiaron el juez a última hora.

Chicho se consideraba intocable. No como los indios de la India. Que no hay quien se les acerque. No por intocables sino por la peste que tienen los mamelucos y turbantes que se ponen. Se creía importante, por la influencia que creía tener. Y es que no hacía falta mucho para que nos sintiéramos influyentes. Bastaba con una chapita cualquiera. Aunque fuese del más humilde de los oficios. O un uniforme. Aunque fuese de tarugo de circo. Y nos hacíamos una foto con el uniforme entorchado, parecidísimos al mismísimo Weyler.

Había que ver la cara de misteriosa autoridad que ponía un cubano cuando sacaba su billetera llena de notas con una chapa cualquiera. Que abría y cerraba rápidamente con gesto de importancia para entrar de gratis al cine. Mientras observaba de reojo a los demás presentes para ver la impresión que había causado.

La aspiración suprema de Chicho era un permiso para portar armas. Que al fin consiguió. Y había que ver el caminar orondo que adquirió. Llevándola de modo que todos lo notaran. Y empezamos a cuidarnos de Chicho. Que ya no sólo era importante. Ahora también era peligroso. Como cuando jugábamos a los policías y bandoleros. Y éramos unos gatillos alegres. Porque no se hablaba entonces de derechos humanos. Y nos matábamos a primera vista. Porque estábamos imitando la vida real. En la que a veces se capturaba vivo al bandolero. Y lo entregaban muerto. Es que había intentado fugarse. Y se le aplicaba la ley de fuga.

Hoy en día el revólver sirve para celebrar el año nuevo. Si no nos cogen. ¿Y el plomo? ¡Alicante, alicante, al que le caiga que lo aguante! Y también sirve para armar a los delincuentes. Que nos lo roban del guantero. Y para reclamarle dos al seguro. Uno con nuestro recibo y el otro falso a nombre de nuestra señora. Que nos hace el amigo del «gun shop».

Un cubano se sentía importante por cualquier cosa que le diera una ventaja o lo diferenciara favorablemente de otro. Si éramos amigos del dueño del cine, y nos daba un pase para entrar gratis, se lo decíamos a todo el mundo. Otras veces era una tarjeta de cualquier cabo interino. Diciendo que éramos amigos de él. Eso bastaba para sentirnos inmunes. Y violábamos todas las leyes del tránsito. Y algunas otras. Y manejábamos por el pueblo más rápido que en las carreras del malecón de La Habana. ¡Que maneje despacio otro. Que quien tiene padrino se bautiza! Y alardeábamos diciendo que íbamos a invitar al personaje el domingo a comerse unas costillas de puerco, que le encantaban. Y lo decíamos bien alto para que nos oyeran. Esos eran los infelices con afanes de influyentes. Los que aquí en el exilio les darían un día unas fiestas de quince a sus hijas que dejaría pálidas hasta las de María Antonieta en Versailles.

Otro personaje popular influyente era el bolitero. que se codeaba con todos los niveles. Y era la esperanza de muchos que lo esperaban con ansiedad cada día. La bolita era una lotería privada. Que hacía millonarios de delincuentes. Con todo un pueblo de idiotas pendiente de la frase clave para acertar con el número ganador: «Camina por el tejado y no rompe una teja». Y le jugaban al gato, al ratón y a la rana. Y salía el premio: el elefante. Que no rompía una teja. Las rompía todas. ¡Y cómo se estudiaban los sueños! ¡Oye, Zoila Ignacia! ¡juégale fijo y corrido al ocho, que anoche soñé que se había muerto Narcisón! Gritaba Cachita. Y había que ver la fe con que toda la cuadra jugaba al ocho. Y el único que no jugaba era Narcisón. Porque nadie le contaba el sueño de Cachita. Los apuntadores de la Bolita comían más papel que los chivos. Tragándose la lista de las apuntaciones cuando se veían en peligro de ser detenidos por la policía.

La influencia es la herramienta del bandidaje. Porque para lo que es correcto no hace falta la influencia. Los cubanos realmente influyentes lo eran por su posición o relaciones políticas, sociales y económicas. Que abrían toda clase de puertas. Y podían convertir en millonario a un perfecto habitante. El cubano influyente omnipotente originó el descontento popular. Y surgieron voceros como el comentarista del «desparpajo». Que escandalizaba a toda hora denunciándolos. Y no sabíamos qué hacer con él. Y lo hicimos congresista. Y fue peor el remedio que la enfermedad. Porque ahora gritaba con inmunidad parlamentaria.

La habilidad de estos personajes en resolver toda clase de problemas la premiaba el pueblo cubano en su jerga popular, diciendo de ellos que eran la candela o que se le habían escapado a Drácula. Lo cual era motivo de orgullo para ellos. Y para nosotros también. Porque aunque nos viésemos obligados a criticarlos a veces, en realidad admirábamos la sinvergüenzura. Y los calificábamos de vivos. Por lo bien que navegaban hasta Miami con millones de dólares en maletas. La mayor parte de los que decíamos que se le habían escapado a Drácula, se habían escapado en realidad de la policía. Y me inclino a pensar que al lado de algunos de ellos, Drácula era un verdadero niño de teta. Y estoy pensando en el ministro que debía incinerar un millón de dólares viejos. Y no tuvo corazón para hacerlo. Pero era un tipo simpático. Y nos reímos. Allá. Porque aquí no luce ya tan gracioso.

Pero concluimos, que en Cuba cualquier carga bates podía ser influyente allí donde otros más cocotudos no podían. Porque en ese caso el carga bates era amigo del que decidía. Y el otro no. Y es que para el cubano la amistad es algo muy valioso. Que con frecuencia pesa más que cualquier otra consideración. Pues aunque otros factres fueran la motivación básica para el chanchullo, sólo el factor amistad aportaba la confianza necesaria para llevarlo a cabo. Y esa era la razón por la que hay tanto cubano que se siente influyente e importante en alguna medida. Porque no hay cubano sin amigos.

Y como corroboración de lo anteriormente expresado mencionamos el caso de un individuo, esposo de una señora amiga, a quien un ganadero español le dio un poder general para que le administrara los bienes durante una ausencia de un año en España. Cuando regresó no tenía ni adonde amarrar la chiva. El español lo acusó y fue a dar a la cárcel con una larga condena. Sin embargo apeló y esta vez salió absuelto. Aunque no me consta, tengo entendido que se había buscado como padrino a un conocido personaje popular al que llamaban Chicho Pan de Gloria. Que era un notorio habitante. Pero que era además amigo personal del Presidente de la República. Terminamos sin más comentarios.

Emilio A. Cosío
De su libro Estampas Cubanas
Copyright 2004





El Padre Valencia

Ana Dolores García

Fray José de la Cruz Espí, más conocido como el Padre Valencia, nació en Valencia, España, el 2 de mayo de 1763. Estudió en el Colegio de San Joaquín, que dirigían en dicha ciudad los Padres Escolapios. De él salió, con sólo catorce años, para ingresar en un noviciado frnciscano.

Dejó a un lado la halagüeña perspectiva de una carrera brillante y las ventajas que para ello le ofrecía la acomodada posición económica de su familia. Con inquebrantable decisión se propuso dedicar su vida a Cristo y consagrarse sacerdote suyo.

Cumplidos los años del noviciado y una vez pronunciados los solemnes votos, aún antes de su ordenación, sus ansias de ápostol lo impulsaron a América. Fue en México, en plena tierra de misión, donde recibió el sello indeleble del Orden Sagrado.

Pronto se le confió al joven sacerdote la capellanía de una región minera. Ya desde entonces comenzó a dolerle la miseria en que vivían sus hermanos, aquellos indígenas que laboraban en las minas. Así nos cuenta uno de sus biógrafos que «todas las limosnas que conseguía las empleaba en mantas de abrigo y diversos utensilios que los indios salvajes pudieran apreciar».

Sin embargo, su labor le parecía muy cómoda comparada con la de los misioneros de las regiones contiguas donde apenas de estrenaba por entonces la Palabra de Dios. Pensaba con tristeza en tantos seres para los que era desconocida nuestra redención por Cristo, y decidió adentrarse en las selvas de California.

Luego volvió a México y durante siete años esparció su labor evangelizadora en la extensa región de la Nueva España, multiplicando sin descanso sus energías y compartiendo su tiempo entre el púlpito, el confesionario y las visitas a enfermos y necesitados. Para él también se habían dicho las palabras de Jesús: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y déis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que cuanto pidiéreis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando, que os améis unos a otros». (Jn 15, 16-17).

Fue en el año 1800 en que abandonó las tierras de México y llegó a Cuba, en cuya capital ejerció por algún tiempo su sagrado ministerio. Luego pasó a Trinidad, y allí continuó en la misma tarea con todo entusiasmo, y pidió de puerta en puerta a fin de levantar la iglesia de San Francisco, en la construcción de la cual colaboró todo el pueblo de Trinidad, no solo costeando los gastos sino hasta palenado sal y arena y transportando ladrillos.

Su predicación fogosa y su ejemplar conducta movieron a los trinitarios a una más fervorosa piedad. Introdujo en la villa la costumbre de rezar por las calles el Ejercicio del Vía Crucis, y aún hoy, las vetustas cruces que permanecen empotradas en algunas de sus calles son elocuentes testimonios del celo apostólico de este humilde religioso.

Sus dotes de orador sagrado motivaron que se le encomendara una Misión en Puerto Príncipe. Pronto se ganó el cariño de los camagüeyanos que ya sabían mucho de sus méritos y virtudes. Durante cinco meses, de agosto a diciembre de 1813, se le oyó en nuestras iglesias. Predicó en La Soledad, en la Iglesia Parroquial Mayor, el la de Ntra. Sra. de la Caridad, en San José (la pequeña iglesia situada en la calle de su nombre), en Santa Ana, en los templos conventuales de La Merced y San Francisco, extendiendo su acción misionera a varias estancias o fincas cercanas a la villa.

Años más tarde volvería a Puerto Príncipe para radicar definitivamente en él. Y aunque recibiera órdenes de trasladarse a otro lugar, las peticiones interpuestas por los vecinos ante el Ayuntamiento y ante sus propios Superiores Eclesiásticos dilatarían indefinidamente su traslado.

En aquel Puerto Príncipe del siglo XIX de sobra tendría en qué emplear sus desvelos el buen fraile. Como en México, cuando se ufanaba en aliviar las necesidades de los pobres indígenas, volvió a sentir su corazón henchido de caridad y tristeza al ver el horrible cuadro que presentaban los leprosos, que increíblemente deambulaban por las calles sin tener un lugar donde recluirse.

A ellos dedicó sus primeros afanes. Trazó los planos del Hospital de San Lázaro, el que todavía perdura convertido en asilo de ancianos y que en homenaje suyo ahora se llama Asilo Padre Valencia.

¿Con qué dineros contaba? Con el tesoro de la Providencia. Se lanzó a la calle y de puerta en puerta volvió a pedir limosnas. Su palabra movió igualmente las voluntades desde el púlpito. Y poco a poco se fue levantando aquella obra en la que es fama que el propio Padre hizo de arquitecto, maestro albañil y peón.

Velaba por todo en el lazareto: la atención personal a los enfermos, el huerto, el tejar, los víveres. Ya se iba al pueblo pidiendo para sus lázaros, o se ponía a levantar una tapia para cercar los terrenos. Y a más de esto, la ayuda espiritual que prodigaba a cuantos -no pocos- acudían a él en busca de consejo.

Diariamente, después de decir Misa en San Lázaro, tomaba su jabita y, atravesando el Paso de Masvidal sobre el Tínima, recorría toda la calle de Jesús, José y María -hoy Padre Valencia-, en busca de limosnas para sus enfermos. Llegaba a la iglesia de La Merced donde oficiaba Misa nuevamente y seguía hasta el antiguo convento de San Francisco [situado junto a lo que es ahora Parque Martí]. El regreso era también a pie por la calle del Calvario -luego de Santa Ana y hoy General Gómez- recogiendo cuanto quisieran darle. Al cabo de ese recorrido, que representaba más de cuatro kilómetros, continuaba su labor en el lazareto.

Sermones, prédicas... ¿cómo era posible que le alcanzara el tiempo para hacer tantas cosas? Y ¿sus rezos? ¿No oraba? ¿Cómo sería capaz de desarrollar tan magna obra sin el recurso de la oración? Sí oraba. Y mucho. ¿Cuándo? En las horas que robaba al sueño. Para reponer sus energías le bastaban tres horas diarias. Permanecía hasta bien tarde en la noche en la soledad de su capilla de San Lázaro, hablando con Jesús. En la mascarilla que se sacó de su cadáver a iniciativas de Gaspar Betancourt Cisneros -El Lugareño-, y que todavía se conserva, se refleja el callo que en su frente se formó por tantas horas de postración en oración ferviente, reclinada su cabeza contra el suelo. Y tenía por cama unas tables, y por almohadas, tres ladrillos.

Dando pruebas de una heroica caridad curaba personalmente las llagas de sus lázaros, y según la tradición las besaba para vencer así su propia repugnancia.

Ya los leprosos contaban con un refugio, pero todavía quedaba mucho por hacer en Puerto Príncipe. También hacía falta un hospital para mujeres, ya que el que había -por ser muy reducido- poca utilidad ofrecía a una población que se aumentaba constantemente. Unas pocas camas constituían aquel llamado hospital para mujeres pobres que la caridad privada de los principeños mantuvo durante años en la calle de Hospital.

Era indispensable un edificio mayor, convenientemente preparado para tal misión. Pronto se percató de ello fray José, y con su acostumbrado dinamismo comenzó la obra. La tarea era ardua, y como cuando el lazareto, apenas se contaba con nada. Mas no importaba. Confiando en el favor divino, el Padre Valencia se repetía: la Providencia es riquísisma.

Y construyó el Hospital del Carmen. Y a su lado constuyó una iglesia. Y contiguo a ambos, construyó un colegio, primer plantel religioso que tuvieron las niñas en Camagüey, encomendado a las Madres Ursulinas. [Al cabo de los años, cuando las Ursulinas se retiraron de Camagüey,el local fue colegio de las Madres Salesianas. Luego de mucho tiempo de abandono al nacionalizarse las escuelas privadas, fue restaurado y hoy aloja las oficinas del Historiador de la Ciudad].

Dame almas, Señor, que todo lo demás nada me importa. Era su máxima prefrerida. La que vemos a menudo en sus añalejos o cartillas de rezo. Y en la búsqueda de almas gastó toda su vida, para ofrecerlas al Señor, ganadas a Su Amor a través del amor suyo.

También se debió a sus gestiones la llegada a Camagúey de los Padres Escolapios, ¿Quiénes mejor que sus propios maestros para educar a la juventud principeña?

Pensando en los peregrinos que se dirigían al Santuario del Cobre, levantó la Hospedería de San Roque -con su ermita- en terrenos aledaños al lazareto. Fue igualmente obra suya la construcción de un puente sobre el arroyo Las Jatas, próximo también al Hospital de San Lázaro, que resultó de mucho beneficio para los obligados transeúntes de aquel lugar.

Para el Padre Valencia no parecían pasar los años. Siempre el mismo entusiasmo. Apenas cinco días antes de su muerte lo vieron recorrer a pie el largo camino desde el lazareto hasta el pueblo: iba a auxiliar a un enfermo en sus últimos momentos.

El 2 de mayo de 1888 entregó su alma al Creador, precisamente en el día que cumplía setenta y cinco años. Seguramente le esperaba la recompensa de la Gloria eterna, porque Él no defraudaría a quien tanto bien había hecho en Su nombre. A quien quiso hacer de su vida una repetición continua de la parábola del buen samaritano.

Su muerte conmovió a Puerto Príncipe y durante los dos días quee stuvo expuesto su cadáver en la capilla de San Lázaro, miles de camagüeyanos desfilaron ante él, entristecidos.

Aquella multitud, movida por la devoción, cortaba pedazos del hábito del santo -como ya se le llamaba- para conservarlos como preciada reliquia. Fue necesario adelantar la horad el sepelio para poder contener ese afán del pueblo. Otros, en la imposibilidad de obtener un pedazo del hábito, tocaban el cadáver con flores o con ramas de los árboles cercanos. A pesar de ser mayo, el jardín del hospital tomó la apariencia triste que dan los días de invierno, con sus árboles sin hojas. Y acentuó más la desolación que todos sentían.

Fue enterrado en la propia capilla del lazareto.

El recuerdo del Padre Valencia perdura a través de los años en una ciudad que tanto le debe. Generación tras generación, los camagüeyanos reverencian su nombre y, como le presienten tan cerca de Dios, le invocan a menudo solicitando su intercesión y ayuda. Porque aunque hasta el presente no haya trascendido a la dignidad de los altares, su vida ejemplar nos anima a esperar que algun día se promueva y se inicie el proceso de su canonización.


Ana Dolores García, 1964,
para la Comisión de Liturgia
de la Diócesis de Camagüey.

Ilustración: Monumento al Padre Valencia,
Asilo de San Lázaro, Camagüey.


26 de agosto de 2009

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La noticia, monda y lironda

El titular que nos llega de Cuba, aparte de los que se refieren a las visitas de cortesía o a los conciertos por la paz, es para la agudización de la falta del papel higiénico. El tema no es nuevo, porque desde hace lustros nuestras jineteras no son lo único que existe en Cuba entre lo más ilustrado del mundo.

Después de todo no es para desesperarse ya que para grandes males siempre hay grandes remedios. Es admirable el tino con el que los cerebros de la nomenklatura aciertan al planificar la planificación de los planes de producción y consumo. ¿Qué otro resultado más positivo se iba a poder esperar del obligado cierre de fábricas, comercios y oficinas, que el poder dedicar los ejemplares del Granma que allí se distribuían, para palear la urgente necesidad del pueblo?

Con ello se benefician también los jubilados a quienes se les venden sin limitación alguna los ejemplares que deseen, porque no se ha implantado ningún control para el abastecimiento. Hasta se disimula la inevitable reventa, pero el precio se mantiene inalterable: 20 centavos cubanos lo mismo por los diarios viejos que por el de la fecha del día. Porque, al fin y al cabo, todos se van a usar para lo mismo.



Notas sobre el Tocororo
Ave Nacional Cubana

Maggie Guaty Marrero

El Tocororo o Tocoloro, es un ave endémica de Cuba, fue escogido como ave nacional por resumir en su pequeña anatomía los colores de la bandera cubana. Parte de su plumaje es verde y recuerda los campos de la Isla; su pecho es de plumas blancas; su vientre, de un intenso plumaje rojo; las plumas azules de la cabeza le conceden el necesario retoque de elegancia; y el negro, el gris y los tornasoles acaban por convertirlo en una obra de arte.

Esta es un ave que no puede vivir en cautiverio, muriendo de tristeza si se enjaula, por lo tanto, refleja el carácter nacional cubano de ser amantes de la libertad (nuestro espíritu se encuentra cautivo desde hace 45 años). Esta avecilla pertenece a la familia de los Trogónidos, la misma del Quetzal,, ave nacional de Guatemala que fue venerada por muchos siglos en America por los Incas, los Mayas y los Aztecas.

El Tocororo, habita en las alturas en montes y bosques espesos, se puede encontrar en la Sierra Maestra en la provincia de Oriente, aunque ha sido vista en las partes más altas de la Sierra del Escambray en Santa Clara, y con menor frecuencia en la Sierra de los Órganos en Pinar del Rio. Los aborígenes le llamaban “guatini”, un nombre que continúa dándosele en algunas de las provincias que componen la región oriental del archipiélago. Es un ave de escasa movilidad y puede permanecer en reposo por largo tiempo con su pescuezo encogido y extasiada ante el paisaje, para moverse sólo cuándo necesita procurarse alimento, como frutas e insectos, que componen su menú principal.

Durante la caza sus movimientos son rápidos y precisos, aunque sólo recorre cortas distancias. El macho posee mayor tamaño que la hembra y se conoce éste, por la poca consistencia de su pico. La hembra aprovecha para construir sus nidos en los huecos dejados en los árboles por los pájaros carpinteros, sus huevos son blancos y en número de 3 o 4, y emite un sonido muy peculiar: “to-co-ro-ro”, de donde procede su nombre.

El Tocororo está en peligro de extinción y no se encuentra en ninguna otra parte del mundo. Afianzado como la más bella de todas las aves cubanas disfruta al máximo de su libertad en los campos del archipiélago. Confiado, seguro, encanta a quienes le ven y rechaza a los atrevidos que, olvidando el legado de sus antepasados, intentan encerrarlo para disfrutarlo en privado.

MGuatyMarrero
Sábado, 23 de septiembre de 2006,
Cancún, México
http://www.futurodecuba.org/notas_tocororo.htm
Reproducido de: http://cjaronu.wordpress.com
Ilustración: Google


«Asturias, patria querida»


Maria Teresa Villaverde Trujillo

ashiningworld@cox.net


Se trata de una canción popular tan arraigada entre los asturianos que fue elegida como Himno. Se emplea en los actos solemnes del gobierno del Principado de Asturias y también como término y final de muchos actos de carácter cultural, festivo, musical, etc.

Según todas las investigaciones el origen del Himno está en Cuba.

El Himno de Asturias debe su conversión en símbolo oficial de la Comunidad a la ley 1/1984 del Principado de Asturias de 27 de abril de 1984. Se tuvo en cuenta la especial significación de la letra en dicha canción, entonada desde principios de siglos con especial fervor en reuniones políticas, encuentros de asturianos emigrantes en cualquier parte del mundo, marchas y manifestaciones populares y demás reuniones masivas.

“¿Qué es lo que tiene esta canción, más bien sencilla, con un estribillo tan poco significativo, para merecer tanta atención, provocar tanta controversia e, incluso, llegar a convertirse en el himno de una comunidad autónoma?” se ha preguntado muchas veces Fernando de la Puente, experto en folclore asturiano. Existió, sin duda alguna, una identificación de simple cariño a Asturias. Un cariño a la región llegado de lejos, llegado nada menos que de la isla de Cuba, de la mano de un joven mulato, Ignacio Rodríguez Martínez, pero de nombre artístico Ignacio Piñeiro, (1888-1969) hijo de un emigrante de la zona de Grado, escribiéndola en homenaje a su padre Marcelino Rodríguez, amargado de vivir lejos de su propia tierra.

Así pues se dice que el himno asturiano nació en 1926 en La Habana, haciéndose célebre en las rondas que hacía el músico por los locales de moda en aquel tiempo, al igual que en las fiestas del Centro Asturiano de La Habana.

Piñeiro formaba parte del grupo El Septeto Nacional, y entonaba la pieza con la nostalgia hacia la tierra de su padre. En su primer viaje a España en 1929, Piñeiro quiso conocer la tierra de la que tanto hablaba supadre y con su grupo musical realizó una actuación en Grado. Allí se enteró del fallecimiento de su progenitor que había regresado tiempo antes a la region asturiana.


(Letra del Himno en asturiano)

Asturies, Patria querida,

Asturies, de mios amores
¡Ai, quién tuviera n'Asturies
en toes les ocasiones!

Tengo de subir al árbol,
tengo de coyer la flor
y dá-yla a la mio morena,
que la ponga nel balcón.

Que la ponga nel balcón
que la dexe de poner,
tengo de subir al árbol
y la flor tengo coyer


(Letra del Himno en español)

Asturias, Patria querida
Asturias de mis amores;
¡quién estuviera en Asturias
en todas las ocasiones!

Tengo que subir al árbol,
tengo que coger la flor,
y dársela a mi morena
que la ponga en el balcón,
Que la ponga en el balcón,
que la deje de poner,
tengo de subir al árbol
y la flor he de coger.

Para oír el Himno de Asturias.

http://www.asturiasnatural.com/descarga/musica/himnoasturias.mp3

http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/himno2/asturies1.mp3


María Teresa Villaverde Trujillo
Noviembre 19, 2008
ashiningworld@cox.net
Foto: Ovienes, adgarcía



Cuba avanza al pasado a ritmo de bueyes

JUAN O. TAMAYO
El Nuevo Herald

Cuba avanza hacia el pasado con un mayor uso de yuntas de bueyes en la agricultura a fin de ahorrar combustible para los tractores y al mismo tiempo aumentar la producción de alimentos, que necesita desesperadamente.

"La crisis financiera mundial requiere una mezcla de lo moderno y lo tradicional", escribió el experto agrícola Juan Varela en el periódico Granma. "Nuestro país cuenta con la capacidad y la experiencia suficientes para salir adelante y no permitirse la derrota ante problemas y justificaciones".

Se están abriendo centros de entrenamiento de yuntas de bueyes en la provincia central de Villa Clara con el objetivo de colocar 3,000 yuntas en el campo, reportó el martes el periódico Granma.

Sin embargo, otros expertos sostienen que la raíz de los problemas agrícolas del país es la centralización que controla qué se puede cultivar y cuándo, qué semillas y fertilizantes usar y fija los precios de las cosechas.

"Ellos saben cuáles son los problemas reales", dijo José Alvarez, profesor emérito de la Universidad de la Florida y veterano experto en la agricultura cubana. "Pero quieren hacernos creer que no tenemos memoria y piensan que somos estúpidos".

La agricultura cubana cayó este año en un estado de reconocida crisis, con millones de acres en barbecho y muchas otras cosechas dañadas por tres huracanes del año pasado, que causaron daños calculados en $10,000 millones. Cuba importa en este momento por lo menos 60 por ciento de sus alimentos, que incluye productos estadounidenses por valor de varios cientos de miles de dólares.

En un esfuerzo por revertir la baja productividad y reducir las importaciones, el gobierno de Raúl Castro ha prestado 1.7 millones de acres de tierras estatales en barbecho a 82,000 cubanos y cambió el control de Acopio, la entidad que recoge y distribuye los productos de los campesinos -famosa por su ineficiencia- del Ministerio de Agricultura al del Comercio Interior.

Llamándolo "tracción animal", los medios de prensa cubanos han propuesto el uso de yuntas de bueyes como una alternativa barata e incluso ecológicamente sensible a los tractores.

José Alvarez recordó que en cierto momento Cuba importó búfalos de agua de Vietnam para tirar de arados y carretas, y añadió que la única cosecha que rinde fruto en la actualidad es el marabú, un arbusto espinoso que se apodera rápidamente de los campos en barbecho.

La única manera de aumentar eficientemente la producción agrícola, agregó, es permitir a las fuerzas del mercado que impulsen al sector. "Ellos saben lo que funciona, pero no quieren hacerlo. Así que recurren a lo mismo de siempre: ¡los bueyes!"

Juan O. Tamayo
El Nuevo Herald, miércoles 26 de agosto de 2009

25 de agosto de 2009


La antigua Ermita de la Caridad de Camagüey

José R. Espineta

Allá por el año 1830 había en Puerto Príncipe una Ermita de guano situada más allá del río Hatibonico, al comienzo del camino para Santiago de Cuba, y se instaló allí una imagen de la Virgen de la Caridad. Más tarde los devotos, la mayoría de los habitantes de la villa, construyeron una pequeña y modesta iglesia para el culto.

Como el trayecto de la villa al lugar era camino de piedra y fango y había que atravesar el río, se construyó un puente de madera en el año 1729. Ello facilitó el paso y permitió que creciera la devoción de los religiosos. Con la ventaja del puente se fueron construyendo casas para formar la barriada de la Caridad.

En el año 1774, el matimonio Carlos Bringas y Juana de Varona, religiosos y ricos, sustituyeron la modesta ermita por una capilla de ladrillos y tejas, la que fue inaugurada el 8 de septiembre de ese mismo año. Con ese motivo surgieron las fiestas anuales de la Caridad. Los esposos Bringas dotaron al santuario de todo lo necesario para su mejor lucimiento y función.

Actualmente, en el barrio de la Caridad, que llegó a ser suntuoso y muy extenso, hay una calle llamada Coronel Bringas, lo que permite suponer que ello ha sido como tributo a sus generosos gestos.

El día 30 de noviembre de 1898 hizo su entrada triunfal en Puerto Príncipe el Ejército Libertador después de haber estado acampado en la finca La Mosca, hoy en día un barrio importante de la ciudad. Desde la entrada del Ejército fue denominada esa calle de la Caridad Avenida de la Libertad, nombre que hizo oficial el Ayuntamiento.

José R. Espineta
Revista El Camagüeyano, Miami, 1962
Ilustración: Dibujo de Joseph A. Springer, 1874.