3 de septiembre de 2009


Plegaria a la Virgen de la Caridad

Ernesto Montaner


Señora, dulce Madre del Hijo omnipotente,
Tú que todo lo puedes, ilumina mi frente
para que mi palabra te llegue sin desmayo
cabalgando en el potro luminoso del rayo,
no en la parte del ala que mata y extermina,
sino en otra, la blanca, el ala que ilumina.
Dame tu luz, oh Madre, que es la luz que redime,
para hablarte de un pueblo que solloza y que gime.
Madre, a un pueblo que sangra le hace falta tu luz
porque es la misma sangre del Señor en la cruz.
Escucha, dulce Madre, la verdad transparente
del tormentoso río que nos cubre la frente:
Las doce campanadas de un año que moría
eran doce advertencias del monstruo que vendría.
Eran doce rugidos de bronce que en el viento
eran doce llamadas por el advenimiento
del apóstol mentido, del falso redentor,
el corazón de Judas, las barbas del Señor.
Muy poco sabe el hombre de las cosas arcanas
al descifrar mensajes de bronce en las campanas.
Así sorprende el monstruo que ante todos asoma
y trae sobre los hombros una blanca paloma;
hombros merecedores del ruin escarabajo:
Jamás una paloma se ha posado tan bajo.
Ciegas las multitudes le siguen con afán
-las multitudes nunca saben adónde van-,
buscan del paraíso perdido las virtudes,
¡oh, trágico espejismo para las multitudes!
Virtudes que quisieran hallar en un encuentro
buscándolas por fuera sin buscarlas por dentro.
Sin saber que las plantas se cubren de matices
porque hay aguas muy ondas que bañan sus raíces
y que las multitudes que olvidan sus virtudes
engendran un tirano para las multitudes.
Ese tirano, ese, que llega de repente
con la paloma al hombro y un reptil en la frente,
el que de pueblo en pueblo va sembrando la ira,
el odio, el exterminio, la infamia y la mentira,
El que todo lo roba ambicioso y rapaz,
a los ricos sus bienes y a los pobres la paz.
El que le llama hermano soldado en ocasiones
Al que después enfrenta contra los paredones.
El que hablando un pueblo de sus grandes verdades
le cercena de un tajo todas sus libertades.
El que diciendo ¿armas para qué? al final
hace de cada casa un pequeño arsenal.
El que iza una bandera roja, totalitaria,
por sobre la que luce la estrella solitaria.
El que aparta a los niños de Martí y de Maceo
y una hoz y un martillo les brinda por trofeo.
El que no los prepara para ser ciudadanos
porque los quiere viles, los quiere milicianos,
delatores, que entreguen hasta su propia madre,
como él, que no respeta ni la tumba del padre.
Así sacia sus sedes en la sangre que estanca
el diabólico monstruo de la paloma blanca.
El que bajó a los llanos desde la abrupta sierra
para inculcar el odio, para sembrar la guerra;
el que de las infamias marchará siempre en pos,
enemigo de todos, y enemigo de Dios.
Señora, por la sangre del Hijo derramada,
pon tus manos divinas en la patria angustiada.
Perdónalos, oh Madre si te olvidan aquellos
que más te necesitan, tú no te olvides de ellos.
Virgencita del Cobre, nuestra santa patrona,
en el nombre del Padre y del Hijo, perdona,
y enséñanos a todos a perdonar, que un día
cuando florezca el huerto de la filantropía,
cuando bajen las aguas de la ruda tormenta,
cuando en la tierra nueva se proyecte irredenta la cruz,
la cruz aquella de la crucifixión,
regresaremos todos al amor y al perdón.
Haz el milagro, Virgen, irrumpe en las corolas,
como la vez aquella que surgiste en las olas.
Haz a los malos buenos y a los buenos mejores
como haces en las sombras brotar los resplandores
que cuando tus bondades los envuelven en luz
eres más madre, Madre del Señor en la cruz.
Salva a Cuba, Señora del amor verdadero,
que hoy es Cuba, la Patria, quien sangra en el madero.

Foto: Google



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