Fernando el Católico, óleo de Michel Sittow |
Fernando “El Católico”,
tan odiado por la nobleza castellana
como por los nacionalistas catalanes
El pasado 23 de enero se cumplieron 500 años del fallecimiento del Rey de España Fernando "el Católico". Por ese motivo Palmas Amigas presenta este trabajo de César Cervera, y que debido a su longitud ofreceremos en dos partes.
César Cervera
Amado por los
italianos y los aragoneses; odiado por los nobles castellanos del periodo, que
le designaban de forma despectiva como “ese viejo catalán”, y defenestrado por
los nacionalistas catalanes de hoy. No parece muy lógico que uno de los
estadistas más hábiles de la historia de España sea objeto de opiniones
negativas de personas tan distantes.
Nadie es profeta en su tierra, se suele decir, pero no hay refrán para cuando alguien nace entre dos. Fernando “El Católico” era hijo de Juan II “El Grande”, quien a su vez era descendiente de Fernando de Trastámara, el primer Rey de Aragón procedente de la célebre dinastía castellana que Isabel “La Católica” compartía con su marido.
Por su parte, la madre de Fernando, doña Juana Enríquez, también era Trastámara, pero procedía de una rama derivada de ésta: los Enríquez. Es decir, Fernando era tan aragonés o menos que castellano, cuya lengua era la que usaba a nivel cotidiano, aunque la nobleza castellana pretendiera lo contrario.
Fernando el Católico personificado por Rodolfo Sancho |
Nacido en Sos del Rey Católico (al noroeste de la provincia de Zaragoza), Fernando heredó el instinto político de su padre, y ya desde pequeño destacó por su inteligencia. Lucio Marineo Sículo lo describe de niño: «Mas ayudándole las grandes fuerzas de su ingenio y la conversación que tuvo de hombres sabios, así salió prudente y sabio, como si fuera enseñado de muy doctos maestros».
A la muerte de su esposa, Juan buscó nuevos aliados en Castilla, pues estaba necesitado de una potencia que pudiera ayudarle a mantener sus posesiones en Italia frente a la amenaza que suponía Francia. La joven hermana de Enrique IV, la futura Isabel “La Católica”, se postuló como la aliada perfecta y la mejor esposa para el joven Fernando. Ambos eran primos en segundo grado y tenían prácticamente la misma edad.
Fernando e Isabel se enamoraron de forma instantánea al encontrarse en Valladolid. Fernando, de hecho, estaba considerado un príncipe apuesto con «los ojos garzos, las pestañas largas muy alegres sobre gran honestidad y mesura; los dientes menudos y blancos, risa de la cual era muy templada y pocas veces era vista reír como la juvenile edad lo tiene por costumbre».
En los primeros años de su matrimonio, las circunstancias políticas dieron pocos motivos para reír a los Reyes Católicos. La guerra contra Enrique IV y posteriormente su hija Juana “La Beltraneja” involucró a los aragoneses en el conflicto y fue la probable causa de que la nobleza castellana no terminara de ver con buenos ojos al aragonés. La guerra hace tantos amigos como enemigos.
Fernando no era exactamente Rey consorte de Castilla. Era algo más que eso, tenía competencias que le acercaban a la autoridad de su esposa, que recibía un tratamiento similar en la Corona de Aragón. Solo la Reina podía nombrar a los dignatarios de Castilla, pero el Rey podía hacer uso de algunas rentas castellanas. Bajo estas condiciones, Fernando reinó en Castilla durante treinta años, lo cual no bastó para ganarse la simpatía de los grandes nobles de este territorio cuando Isabel murió en 1504.
La nobleza se decanta por Felipe «El Hermoso»
En noviembre
de 1504, Fernando proclamó a su hija mayor, Juana “La Loca”, Reina de Castilla
y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad
de su esposa. Sin embargo, Felipe, "El Hermoso"
marido de la Reina, se apoyó en varios pesos pesados de la
nobleza castellana, véase el Marqués de Villena o el Duque de Nájera, que
creían que “el viejo catalán” debía regresar al fin a sus tierras. De esta
opinión era Juan Manuel, antiguo embajador de los Reyes Católicos, ahora
consolidado como hombre clave de Felipe, que preparó el terreno para la salida
de Fernando.
Otros como el Cardenal Cisneros, que anteriormente habían sido fieles a Fernando, se «pusieron al servicio de Felipe I, aun sin oponerse directamente a su antiguo jefe, el Rey Fernando», explica Yutaka Suzuki en su excelente libro “Personajes del siglo XV: Orígenes del Imperio español”.
Y aunque en la Concordia de Salamanca (1505) se acordó un gobierno conjunto de Felipe, Fernando “El Católico” y la propia Juana, esta situación terminó con la llegada del borgoñés a la península con un destacamento de hombres armados, quien convenció a la mayor parte de la nobleza castellana, a base de regalos y concesiones, de que él suponía una amenaza menor que la procedente de un Rey aragonés en Castilla.
Visiblemente ofendido, Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue nombrado Rey de Castilla el 12 de julio 1506 en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I. Un reinado que solo duraría dos meses.
Fernando era un personaje poco simpático entre los nobles, pero seguía teniendo importantes aliados. Su primo, el poderoso noble castellano Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, defendió sus derechos cuando todos le dejaron de lado y regresó junto a él cuando la súbita muerte de Felipe I, quizás a causa de alguna clase de veneno, dejó vacante el trono. A su vuelta a Castilla, Fernando, gobernador del reino, encerró en Tordesillas a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante durante el cortejo fúnebre de su marido, y asumió la regencia hasta 1507. Luego sería Cisneros quien sujetaría este cargo hasta la llegada de Carlos I.
El retorno de Fernando a Castilla no obstante, tuvo cierto aire a obligación. No podía olvidar tan fácilmente que la nobleza le había dado la espalda cuando se trató de elegir entre él o un extranjero, por lo que su gobernación en este reino se limitó a mantener el estatus quo sin emprender grandes empresas. Con la única excepción de la conquista de Navarra. Así, Fadrique Álvarez de Toledo anexionó por las armas el Reino de Navarra a la Corona de Castilla, amparado en una bula del papa Julio II, como parte de un complejo plan de Fernando y de su nueva esposa, la francesa Germana de Foix, que no podía involucrar directamente a Aragón.
Por el contrario, Fernando dedicó la mayoría de sus esfuerzos a partir del fallecimiento de su esposa en consolidar sus victorias sobre los franceses en Nápoles y Sicilia. Su labor política allí le granjeó los elogios del afilado Nicolás Maquiavelo: «Vive en nuestros días Fernando de Aragón, Rey de España. Casi puede llamársele príncipe nuevo porque se ha convertido, por propio mérito y gloria, de Rey de un pequeño Estado en primer soberano de la Cristiandad».
No obstante, Henry Kamen advierte en su último libro, "Fernando El Católico", (Esfera de los libros, 2015), sobre los peligros de quedarse en esta visión mitificada del Monarca, puesto que el filósofo y diplomático apenas coincidió personalmente, si es que lo llegó a hacer, con el aragonés. «Maquiavelo se inventó una figura de Fernando que coincidía con la imagen que los italianos esperaban encontrar en el hombre que había expulsado a los franceses, pero que no era un retrato cierto», recordó el hispanista en una entrevista con ABC el pasado mes de diciembre.
Al igual que los italianos mitificaron las virtudes de Fernando, los castellanos tendieron con el paso de los siglos a rebajar sus méritos y atribuirle a Isabel “La Católica” la mayor parte de los éxitos de los Reyes Católicos. La prueba de ello es el escaso número de biografías dedicadas a este monarca, frente a otros personajes del periodo como su propia esposa, que sí han contado con historiadores interesados en reconstruir su vida.
(Continuará mañana)
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