El Caballero de París
José M.AlonsoNegra capa raída cae de su cuello con regio aplomo
hasta el cordel trenzado de San Francisco que le acordona;
en sus brazos acuna viejos papeles que hacen un tomo
de ilusos pergaminos de cuya pátina su honor blasona.
La abúlica caída sobre los hombros de sus cabellos,
conjuga su abandono con la tristeza de su mirada
en la que, a veces, brillan intermitentes breves destellos
de viva inteligencia que por los hados fue obnubilada.
Refugiado en sus sueños tras el gracejo de su apostura,
mientras el mundo afuera -vulgar y necio- vive de prisa,
por las calles pasea la gracia ingenua de su locura,
regalando al que pasa la dulce calma de su sonrisa.
Y los que comprendemos el signo trágico que hay en su vida,
resumido en su herencia de sueños, hambre, miseria y trapos,
su saludo tornamos con leve gesto de bienvenida,
y su alcurnia apreciamos en la elegancia de sus harapos.
hasta el cordel trenzado de San Francisco que le acordona;
en sus brazos acuna viejos papeles que hacen un tomo
de ilusos pergaminos de cuya pátina su honor blasona.
La abúlica caída sobre los hombros de sus cabellos,
conjuga su abandono con la tristeza de su mirada
en la que, a veces, brillan intermitentes breves destellos
de viva inteligencia que por los hados fue obnubilada.
Refugiado en sus sueños tras el gracejo de su apostura,
mientras el mundo afuera -vulgar y necio- vive de prisa,
por las calles pasea la gracia ingenua de su locura,
regalando al que pasa la dulce calma de su sonrisa.
Y los que comprendemos el signo trágico que hay en su vida,
resumido en su herencia de sueños, hambre, miseria y trapos,
su saludo tornamos con leve gesto de bienvenida,
y su alcurnia apreciamos en la elegancia de sus harapos.
* El Caballero de París era oriundo de la aldea de Villaseca, provincia de Orense, Galicia, donde aún viven familiares que han contado que, de joven, se dedicó a los estudios tan intesamente, a la par que se alimentaba de tan pobre manera, que perdió la razón, como Alonso Quijano el Bueno. Ni le quito ni le aumento. Como me lo cuenta un hijo de la aldea, os lo cuento…
Yo recuerdo de niña verlo en Calzada y 18, en una llave de agua, preparandose cada mañana. Pese a su aspecto, no daba miedo, era un hombre que aún en su estado, cuando alzaba la vista hasta la ventana donde yo lo veía, sonreía con dulzura, se quitaba el sombreo y saludaba, después seguía su camino envuelto en su capa.Era parte de la Habana que recuerdo, debe de haber sido un hombre bueno.
ResponderEliminarMagaly Aguilera
Gracias, Magaly, por ese testimonio personal del «Caballero de París».
ResponderEliminarQue distinta imagen de la que han querido ofrecer ahora con esa estatua que ni se le parece en lo más remoto, y a la que turistas y habaneros pasan la mano y piden ayuda como a un amuleto de figura humana.
Saludos,
Lola