Ochún, el otro rostro de Cachita
Ana Dolores GarcíaOchún en la religión yoruba es la diosa del amor, de los ríos. Es una orisha alegre y sensual de la que se cuentan diferentes historias allá en Nigeria, la región de África de donde provino la mayor parte de los esclavos que fueron traídos a América. Esa Ochún nigeriana poco tiene que ver con la Ochún a la que hoy se rinde culto por buena parte de la población cubana. La Ochún cubana, desconocida en la propia Nigeria, no es más que una versión sincrética de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Los más entrados en la santería o regla de Ocha, conocen de las historias y poderes que se le atribuyen a Ochún, y saben de sus relaciones con Changó, de sus milagros en el río curando a las mujeres con calabaza y millo, de cuando cambió su pelo largo y rubio a Yemayá por telas de brillantes colores, o de la calabaza que guarda en el río llena de oro y miel.
Pero la mayoría de los que la invocan y le rezan delante de una imagen de la Caridad del Cobre no saben de esas historias. Probablemente tampoco sepan mucho de la Virgencita del Cobre, ni de que hay sólo una María, Madre de Dios, a la que la fe católica identifica con distintos nombres, porque para ellos la Caridad, la Merced y la Virgen de Regla son tres deidades distintas: Ochún, Obatalá y Yeyamá.
Ha sido un proceso de siglos al que ya hoy se le ha dado nombre: sincretismo. La Academia de la Lengua Española define la palabra como un sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes. En la práctica, en nuestra tierra ha sido la fusión, la identificación de las deidades del panteón yoruba con los principales santos de la religión católica.
¿A qué se debió esa identificación? A la prohibición por parte de los amos a que siguieran practicando cultos «paganos» aquellos esclavos a quienes supuestamente estaban obligados a convertir al cristianismo. Imposibilitados de adorar a sus dioses, los esclavos comenzaron a identificarlos con las imágenes que proliferaban en las iglesias y las casas de sus amos. Los movía esa necesidad imperiosa que siempre ha impulsado a los humanos a buscar seres superiores a los cuales aferrar su esperanza.
A Ochún se le atribuye el color amarillo y el dorado, y su flor es el girasol. Le placen las ofrendas, sobre todo de miel y calabaza, las frutas y los dulces. Son reminiscencias que han ido quedando de esas historias viejas que se siguen contando en Nigeria.
Por ello, cuando llegue la noche del siete al ocho de septiembre, vestidas de amarillo y con cordones blancos a la cintura, muchas cubanas la pasarán en vela junto al altar casero de una imagen de la Caridad, ya piensen en la dueña de los ríos o en la que apareció en el mar a los tres Juanes en medio de una tempestad. Y le llevarán ofrendas y habrá música toda la noche. Cuando amanezca, lo más probable es que vayan a una iglesia, se arrodillen y se santigüen ante otra imagen de la Caridad, y con toda naturalidad le recen y le rueguen a Cachita, la Virgen blanca o mulata y vestida de oro que nos bendice a todos los cubanos.
Pero la mayoría de los que la invocan y le rezan delante de una imagen de la Caridad del Cobre no saben de esas historias. Probablemente tampoco sepan mucho de la Virgencita del Cobre, ni de que hay sólo una María, Madre de Dios, a la que la fe católica identifica con distintos nombres, porque para ellos la Caridad, la Merced y la Virgen de Regla son tres deidades distintas: Ochún, Obatalá y Yeyamá.
Ha sido un proceso de siglos al que ya hoy se le ha dado nombre: sincretismo. La Academia de la Lengua Española define la palabra como un sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes. En la práctica, en nuestra tierra ha sido la fusión, la identificación de las deidades del panteón yoruba con los principales santos de la religión católica.
¿A qué se debió esa identificación? A la prohibición por parte de los amos a que siguieran practicando cultos «paganos» aquellos esclavos a quienes supuestamente estaban obligados a convertir al cristianismo. Imposibilitados de adorar a sus dioses, los esclavos comenzaron a identificarlos con las imágenes que proliferaban en las iglesias y las casas de sus amos. Los movía esa necesidad imperiosa que siempre ha impulsado a los humanos a buscar seres superiores a los cuales aferrar su esperanza.
A Ochún se le atribuye el color amarillo y el dorado, y su flor es el girasol. Le placen las ofrendas, sobre todo de miel y calabaza, las frutas y los dulces. Son reminiscencias que han ido quedando de esas historias viejas que se siguen contando en Nigeria.
Por ello, cuando llegue la noche del siete al ocho de septiembre, vestidas de amarillo y con cordones blancos a la cintura, muchas cubanas la pasarán en vela junto al altar casero de una imagen de la Caridad, ya piensen en la dueña de los ríos o en la que apareció en el mar a los tres Juanes en medio de una tempestad. Y le llevarán ofrendas y habrá música toda la noche. Cuando amanezca, lo más probable es que vayan a una iglesia, se arrodillen y se santigüen ante otra imagen de la Caridad, y con toda naturalidad le recen y le rueguen a Cachita, la Virgen blanca o mulata y vestida de oro que nos bendice a todos los cubanos.
Ana Dolores García
Ilustración: www.elgüije.com
Portada de la Revista Carteles, Sept. 1954
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