Efemérides:
Narciso López
Néstor Carbonel
De su libro «Próceres»
Empezó mal la vida de hombre, porque la empezó peleando bajo las banderas de la tiranía, en contra de sus hermanos, que luchaban por conquistar la libertad e independencia. La empezó mal, pero la terminó bien, pues murió en el cadalso, después de intentar, en dos ocasiones, rescatar a Cuba de las manos que la oprimían y vejaban. Malo es pecar, y continuar pecando, aunque se presenten a la vista, abiertos, los caminos de la virtud. Pero una gran acción en pro de una generosa idea hace olvidar que el que la realiza puso un día las manos en el crimen. No así se puede perdonar al que, habiendo sido de los fundadores de un pueblo, se complace luego, por ambición o por odio, en echarlo abajo, sin gloria y sin honor. Erró Narciso López un día esgrimiendo su lanza épica, y saliéndole al encuentro a los soldados de Páez. Pero se lavó de esa culpa -para los cubanos al menos- muriendo estoicamente en defensa de sus derechos de hombres.
En Venezuela, cuna de Bolívar, nació. Cuando contaba apenas catorce años, le mataron los españoles al padre, quedando solo en el mundo. ¡Y triste destino el del pobre huérfano! Un español, uno de los jefes más sanguinarios, de los muchos que combatían a los libertadores -Morales-, lo acoge compasivo, y lo hace contendiente en favor de los que le habían dado muerte a su padre y combatían por mantener su pueblo esclavo. Ahora bien, de él, cuanto la historia cuenta, lo honra como militar y lo honra como hombre. Combatiendo a los más famosos jefes de la redención sudamericana, gana fama de valiente y abnegado. Más de una victoria debe España al caballeroso y romántico venezolano, que había de ser, más tarde, el primero en sangrarla en nombre de Cuba.
Terminada la guerra libertadora en los llanos de Venezuela, Narciso López, junto con mil maracaiberos fieles a la madre patria, vino a la Habana, luciendo sus brillantes charreteras de coronel. En la Habana llamaba la atención cuando, jinete sobre brioso corcel, se paseaba arrogante. Sus habilidades como jinete eran admirables. Parecía haber nacido a caballo. En la Habana contrajo a poco matrimonio con una hermana del Conde de Pozos Dulces, matrimonio cuya felicidad duró lo que un sueño, lo que una nube. Su amor al juego, a la disipación, al bullicio, lo hacían incapaz de ser un buen marido.
Conocedor de que en España los carlistas habían forjado una revolución, allá fue, arrastrado por su espíritu batallador. Hecho cargo del mando de un regimiento de la guardia real, realiza a su frente notables hechos. En aquella contienda tuvo a sus órdenes, como teniente, a José de la Concha, el mismo que, años después y siendo Capitán General de la isla, había de mandarlo matar. Los servicios que Narciso López prestó entonces al Gobierno de Isabel II fueron recompensados con los entorchados de Mariscal de Campo y algunas cruces de mérito y diversas condecoraciones.
Contrariado, acaso celoso de mando, tal vez herido en su decoro, pide su traslado para Cuba, lo que logra junto con el nombramiento de Gobernador de la villa de Trinidad. Ya en ésta, su carácter franco, abierto, le ganan el afecto y las simpatías de los gobernados, razón por la cual lo relevaron del mando. Este agravio, este desdén, lo encolerizaron. Fue entonces, acaso, que juró arrancar a España su presa codiciada. En sociedad con los cubanos, comprende que era una misma su causa, y la de todos, y comienza a conspirar. Inicia un plan; celebra reuniones; ordena, prepara. El movimiento debía estallar simultáneamente en Trinidad, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Villaclara. Descubierto al cabo todo, por la insensatez de un timorato, recibe una carta firmada por el Capitán General Roncaly, en la cual le decía que, en el dilema de fidelidad al Gobierno o lealtad al amigo, había resuelto su salvación. Que era en sus manos la denuncia de la conspiración, y que creyéndolo capaz -en igual caso- de proceder como él, le avisaba. ¡Noble y generoso comportamiento el del general Roncaly!
López, recibido este aviso, emprende la fuga y va a refugiarse a Nueva York, y más tarde a Nueva Orleans. Y como quiera que en Cuba existía un numeroso grupo de cubanos que ansiaban la libertad y buscaban un hombre, el caudillo que se pusiera al frente del movimiento insurreccional, se pensó en Narciso López, y a él le ofrecieron la jefatura, cosa que aceptó. Varias intentonas hizo para invadir la isla, hasta que al fin, el 15 o el 16 de mayo de 1850, a bordo del Creole, emprende, al frente de más de seiscientos hombres, el camino de Cuba, y en la madrugada del 19 -fecha dos veces memorable en la historia de Cuba- efectúa el desembarco. En Cárdenas, después de tomarla y combatir en ella, y vencer, permanece cuarenta y ocho horas. Al cabo, decepcionado, pues no se le unieron más que dos hombres, se reembarca con su gente y llega a Cayo Hueso, perseguido muy de cerca por un barco de guerra español.
De Cayo Hueso pasa Narciso López a Nueva Orleans y luego a Pau-Christian, lugar donde se empieza a instruir la causa motivada por las reclamaciones de España, y la que fue sobreseída poco después. Apenas terminado el proceso, vuelven los cubanos conspiradores a pensar en un nuevo intento. López, decidido, más activo que nunca, logra reclutar cerca de mil hombres para invadir la isla. A la hora de la partida, en Nueva Orleans, sólo seiscientos hombres lo acompañan, y más tarde, debido a que el barco expedicionario necesitaba aligerarse de peso, deja en el puerto de Belice ciento cincuenta más. Así, al frente de cuatrocientos ochenta, que a tal número había quedado reducido su ejército invasor, pone proa a Cuba, y en breves días realiza el alijo en Playitas, lugar perteneciente a la tenencia de Bahía Honda, en Vuelta Abajo.
Era su intento desembarcar en la parte central de Cuba, de donde tenía noticias que se le esperaba. Mas le habían dicho que encontraría a los habitantes del territorio de Pinar del Río sublevados, y por eso se dirigió a él. En tierra ya, sostiene ligeros tiroteos con algunos vecinos del Morrillo. Emprende la marcha hacia las Pozas con trescientos sesenta hombres, y deja el resto de la fuerza custodiando parte del armamento y provisiones de guerra y víveres. Entre tanto, el Gobierno español, con noticias de que por las costas occidentales de la isla se había visto un vapor sospechoso, dispone la salida del Pizarro, llevando una fuerte columna de cazadores, al mando del Comandante General del Apostadero de Marina, Manuel de Enna. Desembarca éste en Bahía Honda el mismo día que López en Playitas, y -¡coincidencias del destino! -se pone en camino para las Pozas. Llega a este pueblo antes que López, y se atrinchera, disponiendo luego que un capitán, con su compañía, salga a efectuar un recorrido. Apenas sale el capitán a cumplir lo ordenado comienza un nutrido fuego entre la gente de López y la del referido capitán. En este primer encuentro las tropas insurrectas fueron las vencedoras.
También los expedicionarios que habían quedado cerca de Playitas tuvieron fuego con el enemigo, y salieron victoriosos. Pero la conducta del coronel Crittenden, segundo de López, siembra el desorden en las filas rebeldes. Durante la noche del día 13, este coronel, temeroso, se reembarca con cincuenta expedicionarios más, los que, capturados por los vapores Cárdenas y Habanero, fueron conducidos a la capital y fusilados -todos en un solo día- a la falda del Castillo de Atarés.
Después de esto, salen más tropas en persecución de las de López. Son numerosas las columnas que lo persiguen: a seis mil hombres asciende el total de los que España tiene en armas, y en persecución del caudillo sin ventura. Sabedor de toda la tropa que está en su busca, abandona a las Pozas, y se interna en el monte. Allí lo persiguen también. Le cogen cinco de sus soldados prisioneros, y se los fusilan en el acto. Pelea en el asiento del Cuzco. Luego acampa en Peñablanca, y más tarde en el cafetal de Arrastri, situado a tres leguas de Candelaria, donde repele fiero ataque. Del cafetal de Arrastri pasa al cafetal de Frías. Aquí sostiene rudo combate con fuerzas del general Enna y el brigadier Rosales. Hostigado por la superioridad de los contrarios, abandona el campo, y con él a sus muertos y heridos. Los españoles, por su parte, tuvieron, entre otras bajas, la del general Enna, quien herido mortalmente en el vientre, murió a los pocos días.
Después de vagar a la ventura, constantemente perseguido, acampa López con la poca gente que le queda en un lugar llamado Martitorena o Candelaria, donde es atacado de improviso y bajo un temporal de agua y viento, por el coronel Angel Elizalde, al frente de nutrida columna compuesta de todas las armas. Abandona sus posiciones después de dar la cara un momento y ver caer uno tras otro a más de treinta de sus compañeros. En Bahía Honda, en San Cristóbal, en mitad del campo, fusilan los españoles a los expedicionarios prisioneros. Vuelve López a ser batido en el demolido ingenio del Aguacate y en la Sierra de Arroyo Grande. Y por último, José Antonio Castañeda, su amigo que había sido, lo captura, traicionándolo, en los Pinos del Rangel, y lo entrega, despiadado, a sus contrarios. Prisionero López, es conducido a la Habana a bordo del Pizarro. Llegó a las ocho de la noche. A las once entró en capilla. A las cuatro de la madrugada hacía sus disposiciones testamentarias, y a las siete de la mañana, sin que el sol se negara a dar su luz, subía las gradas del patíbulo y ponía el cuello en el garrote, la máquina infernal, [1 de septiembre de 1851]. Era capitán general de Cuba, entonces, José Gutiérrez de la Concha, subalterno que había sido de Narciso López.
«Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba» -fueron las últimas palabras pronunciadas por el ilustre mártir de las libertades cubanas. Mártir, sí: el garrote fue su cruz. ¿Su calvario? El abandono en que lo dejaron, en las dos ocasiones en que intentó redimirlos, los cubanos, ciegos o inconscientes.
La Gaceta de Puerto Príncipe reproduce este hermoso trabajo de Néstor Carbonel sobre nuestro prócer Narciso López, tomado de la página www.guije.com
Foto: Google
De su libro «Próceres»
Empezó mal la vida de hombre, porque la empezó peleando bajo las banderas de la tiranía, en contra de sus hermanos, que luchaban por conquistar la libertad e independencia. La empezó mal, pero la terminó bien, pues murió en el cadalso, después de intentar, en dos ocasiones, rescatar a Cuba de las manos que la oprimían y vejaban. Malo es pecar, y continuar pecando, aunque se presenten a la vista, abiertos, los caminos de la virtud. Pero una gran acción en pro de una generosa idea hace olvidar que el que la realiza puso un día las manos en el crimen. No así se puede perdonar al que, habiendo sido de los fundadores de un pueblo, se complace luego, por ambición o por odio, en echarlo abajo, sin gloria y sin honor. Erró Narciso López un día esgrimiendo su lanza épica, y saliéndole al encuentro a los soldados de Páez. Pero se lavó de esa culpa -para los cubanos al menos- muriendo estoicamente en defensa de sus derechos de hombres.
En Venezuela, cuna de Bolívar, nació. Cuando contaba apenas catorce años, le mataron los españoles al padre, quedando solo en el mundo. ¡Y triste destino el del pobre huérfano! Un español, uno de los jefes más sanguinarios, de los muchos que combatían a los libertadores -Morales-, lo acoge compasivo, y lo hace contendiente en favor de los que le habían dado muerte a su padre y combatían por mantener su pueblo esclavo. Ahora bien, de él, cuanto la historia cuenta, lo honra como militar y lo honra como hombre. Combatiendo a los más famosos jefes de la redención sudamericana, gana fama de valiente y abnegado. Más de una victoria debe España al caballeroso y romántico venezolano, que había de ser, más tarde, el primero en sangrarla en nombre de Cuba.
Terminada la guerra libertadora en los llanos de Venezuela, Narciso López, junto con mil maracaiberos fieles a la madre patria, vino a la Habana, luciendo sus brillantes charreteras de coronel. En la Habana llamaba la atención cuando, jinete sobre brioso corcel, se paseaba arrogante. Sus habilidades como jinete eran admirables. Parecía haber nacido a caballo. En la Habana contrajo a poco matrimonio con una hermana del Conde de Pozos Dulces, matrimonio cuya felicidad duró lo que un sueño, lo que una nube. Su amor al juego, a la disipación, al bullicio, lo hacían incapaz de ser un buen marido.
Conocedor de que en España los carlistas habían forjado una revolución, allá fue, arrastrado por su espíritu batallador. Hecho cargo del mando de un regimiento de la guardia real, realiza a su frente notables hechos. En aquella contienda tuvo a sus órdenes, como teniente, a José de la Concha, el mismo que, años después y siendo Capitán General de la isla, había de mandarlo matar. Los servicios que Narciso López prestó entonces al Gobierno de Isabel II fueron recompensados con los entorchados de Mariscal de Campo y algunas cruces de mérito y diversas condecoraciones.
Contrariado, acaso celoso de mando, tal vez herido en su decoro, pide su traslado para Cuba, lo que logra junto con el nombramiento de Gobernador de la villa de Trinidad. Ya en ésta, su carácter franco, abierto, le ganan el afecto y las simpatías de los gobernados, razón por la cual lo relevaron del mando. Este agravio, este desdén, lo encolerizaron. Fue entonces, acaso, que juró arrancar a España su presa codiciada. En sociedad con los cubanos, comprende que era una misma su causa, y la de todos, y comienza a conspirar. Inicia un plan; celebra reuniones; ordena, prepara. El movimiento debía estallar simultáneamente en Trinidad, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Villaclara. Descubierto al cabo todo, por la insensatez de un timorato, recibe una carta firmada por el Capitán General Roncaly, en la cual le decía que, en el dilema de fidelidad al Gobierno o lealtad al amigo, había resuelto su salvación. Que era en sus manos la denuncia de la conspiración, y que creyéndolo capaz -en igual caso- de proceder como él, le avisaba. ¡Noble y generoso comportamiento el del general Roncaly!
López, recibido este aviso, emprende la fuga y va a refugiarse a Nueva York, y más tarde a Nueva Orleans. Y como quiera que en Cuba existía un numeroso grupo de cubanos que ansiaban la libertad y buscaban un hombre, el caudillo que se pusiera al frente del movimiento insurreccional, se pensó en Narciso López, y a él le ofrecieron la jefatura, cosa que aceptó. Varias intentonas hizo para invadir la isla, hasta que al fin, el 15 o el 16 de mayo de 1850, a bordo del Creole, emprende, al frente de más de seiscientos hombres, el camino de Cuba, y en la madrugada del 19 -fecha dos veces memorable en la historia de Cuba- efectúa el desembarco. En Cárdenas, después de tomarla y combatir en ella, y vencer, permanece cuarenta y ocho horas. Al cabo, decepcionado, pues no se le unieron más que dos hombres, se reembarca con su gente y llega a Cayo Hueso, perseguido muy de cerca por un barco de guerra español.
De Cayo Hueso pasa Narciso López a Nueva Orleans y luego a Pau-Christian, lugar donde se empieza a instruir la causa motivada por las reclamaciones de España, y la que fue sobreseída poco después. Apenas terminado el proceso, vuelven los cubanos conspiradores a pensar en un nuevo intento. López, decidido, más activo que nunca, logra reclutar cerca de mil hombres para invadir la isla. A la hora de la partida, en Nueva Orleans, sólo seiscientos hombres lo acompañan, y más tarde, debido a que el barco expedicionario necesitaba aligerarse de peso, deja en el puerto de Belice ciento cincuenta más. Así, al frente de cuatrocientos ochenta, que a tal número había quedado reducido su ejército invasor, pone proa a Cuba, y en breves días realiza el alijo en Playitas, lugar perteneciente a la tenencia de Bahía Honda, en Vuelta Abajo.
Era su intento desembarcar en la parte central de Cuba, de donde tenía noticias que se le esperaba. Mas le habían dicho que encontraría a los habitantes del territorio de Pinar del Río sublevados, y por eso se dirigió a él. En tierra ya, sostiene ligeros tiroteos con algunos vecinos del Morrillo. Emprende la marcha hacia las Pozas con trescientos sesenta hombres, y deja el resto de la fuerza custodiando parte del armamento y provisiones de guerra y víveres. Entre tanto, el Gobierno español, con noticias de que por las costas occidentales de la isla se había visto un vapor sospechoso, dispone la salida del Pizarro, llevando una fuerte columna de cazadores, al mando del Comandante General del Apostadero de Marina, Manuel de Enna. Desembarca éste en Bahía Honda el mismo día que López en Playitas, y -¡coincidencias del destino! -se pone en camino para las Pozas. Llega a este pueblo antes que López, y se atrinchera, disponiendo luego que un capitán, con su compañía, salga a efectuar un recorrido. Apenas sale el capitán a cumplir lo ordenado comienza un nutrido fuego entre la gente de López y la del referido capitán. En este primer encuentro las tropas insurrectas fueron las vencedoras.
También los expedicionarios que habían quedado cerca de Playitas tuvieron fuego con el enemigo, y salieron victoriosos. Pero la conducta del coronel Crittenden, segundo de López, siembra el desorden en las filas rebeldes. Durante la noche del día 13, este coronel, temeroso, se reembarca con cincuenta expedicionarios más, los que, capturados por los vapores Cárdenas y Habanero, fueron conducidos a la capital y fusilados -todos en un solo día- a la falda del Castillo de Atarés.
Después de esto, salen más tropas en persecución de las de López. Son numerosas las columnas que lo persiguen: a seis mil hombres asciende el total de los que España tiene en armas, y en persecución del caudillo sin ventura. Sabedor de toda la tropa que está en su busca, abandona a las Pozas, y se interna en el monte. Allí lo persiguen también. Le cogen cinco de sus soldados prisioneros, y se los fusilan en el acto. Pelea en el asiento del Cuzco. Luego acampa en Peñablanca, y más tarde en el cafetal de Arrastri, situado a tres leguas de Candelaria, donde repele fiero ataque. Del cafetal de Arrastri pasa al cafetal de Frías. Aquí sostiene rudo combate con fuerzas del general Enna y el brigadier Rosales. Hostigado por la superioridad de los contrarios, abandona el campo, y con él a sus muertos y heridos. Los españoles, por su parte, tuvieron, entre otras bajas, la del general Enna, quien herido mortalmente en el vientre, murió a los pocos días.
Después de vagar a la ventura, constantemente perseguido, acampa López con la poca gente que le queda en un lugar llamado Martitorena o Candelaria, donde es atacado de improviso y bajo un temporal de agua y viento, por el coronel Angel Elizalde, al frente de nutrida columna compuesta de todas las armas. Abandona sus posiciones después de dar la cara un momento y ver caer uno tras otro a más de treinta de sus compañeros. En Bahía Honda, en San Cristóbal, en mitad del campo, fusilan los españoles a los expedicionarios prisioneros. Vuelve López a ser batido en el demolido ingenio del Aguacate y en la Sierra de Arroyo Grande. Y por último, José Antonio Castañeda, su amigo que había sido, lo captura, traicionándolo, en los Pinos del Rangel, y lo entrega, despiadado, a sus contrarios. Prisionero López, es conducido a la Habana a bordo del Pizarro. Llegó a las ocho de la noche. A las once entró en capilla. A las cuatro de la madrugada hacía sus disposiciones testamentarias, y a las siete de la mañana, sin que el sol se negara a dar su luz, subía las gradas del patíbulo y ponía el cuello en el garrote, la máquina infernal, [1 de septiembre de 1851]. Era capitán general de Cuba, entonces, José Gutiérrez de la Concha, subalterno que había sido de Narciso López.
«Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba» -fueron las últimas palabras pronunciadas por el ilustre mártir de las libertades cubanas. Mártir, sí: el garrote fue su cruz. ¿Su calvario? El abandono en que lo dejaron, en las dos ocasiones en que intentó redimirlos, los cubanos, ciegos o inconscientes.
La Gaceta de Puerto Príncipe reproduce este hermoso trabajo de Néstor Carbonel sobre nuestro prócer Narciso López, tomado de la página www.guije.com
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