2 de septiembre de 2009


Entrevista al P. José Conrado Rodríguez

Realizada por Dagoberto Valdés y Reinaldo Escobar
www.desdecuba.com, martes, 31 de marzo de 2009
Primera parte.

En los primeros años de la década del 60 dos niños tomaron sin permiso el caballo de un amigo, habían hecho juntos la primera comunión y sabían que pecaban, pero querían divertirse. La montura no estaba bien ajustada y cayeron de la bestia; uno de ellos sufrió un golpe contra una piedra y el otro, que había salido ileso, pensó que su primo no podría sobrevivir. Rezó frente a una imagen de la virgen de la Caridad, con tanta devoción, proyectó tanto toda su alma para pedirle a Dios que salvara a quien quería como a un hermano, que aquel ruego se convirtió en la experiencia espiritual más intensa de toda su vida. Ese día, con solo once años José Conrado decidió que sería sacerdote

San Luís es un municipio del oriente del país situado a unos 30 kilómetros al norte de Santiago de Cuba. En la última procesión que celebró allí la iglesia católica el seminarista José Conrado iba al frente con un cirio entre sus manos. A ambos lados de la calle vio rostros hostiles de gente que lo miraba como si fuera un enemigo, algunos llevaban de forma amenazante tubos y cabillas envueltos en periódicos. Sus tíos ya habían abandonado el país, llevándose a su primo que debía operarse fuera de Cuba. Su fe parecía un anacronismo pero la mantuvo. Con tan solo quince años fue detenido durante un día por la policía por andar visitando casas con su mensaje pastoral.

¿Fue tu juventud un tiempo feliz?

Sí, por supuesto que sí, fue una época muy feliz. La parroquia tenía una vida muy activa y éramos un grupo grande de amigos. Hacíamos actividades con los lobatos y los boy scouts y fue una época feliz, aunque marcada por la separación de la familia.

En San Luís teníamos un sacerdote que era un hombre muy sencillo pero muy extraordinario, muy cercano a la gente. Era el hombre más feliz del pueblo y al mismo tiempo el hombre más bueno que nosotros conocíamos. Un hombre que nos marcó profundamente a cada uno de nosotros y querer ser como el padre Barbarin fue algo que nos movió a todos a entrar al seminario. El seminario estaba en el Cobre y en esa época duraba doce años, los estudios eran muy buenos, a los 14 años me daba clases de literatura un profesor con título de doctor. El profesor de Ciencias Naturales había estudiado en la universidad de Forheim en New York, eran jesuitas muy bien formados. Teníamos cinco horas semanales de latín, literatura clásica, oratoria, perceptiva literaria y en todas teníamos profesores magníficos.

¿Qué fue el Seminario para tu vida personal como joven en un país de ideología comunista?

En estos doce años hubo un corte, primero fueron cuatro años en el Cobre, donde había un ambiente muy feliz, de mucho estudio. Todas las semanas preparábamos comedias, dramas, se estudiaba mucho y había mucha creatividad, oíamos música clásica, practicábamos deportes, teníamos una formación integral y al mismo tiempo había un ambiente de mucha camaradería, fue una experiencia muy hermosa.

En el año 1966 vaciaron el seminario, quedaron solo 12 seminaristas porque a los que no se fueron con su familia del país, se los llevaron al servicio militar obligatorio, a la UMAP. El seminario se trasladó para Santiago de Cuba, de manera que los seminaristas recibieran su instrucción escolar en las escuelas públicas normales para que pudieran tener los títulos oficiales. Yo tuve que empezar en el primer año de la secundaria esperando a que se diera una gestión con el señor Carneado (que atendía los asuntos religiosos en el Comité Central del Partido) para equiparar los estudios que habíamos hecho con lo que estábamos recibiendo.

Después de haber esperado dos años me presenté directamente a la Universidad a hacer un examen de ingreso para estudiar historia. En la planilla que había que llenar no preguntaban si yo era seminarista, recuerdo que en una entrevista previa que nos hacían antes del examen para medir nuestros conocimientos y en esa entrevista hice una comparación entre “La historia me absolverá” y el Pro Milone de Cicerón que dejó un poco sorprendido al decano de la facultad de historia que estaba presente. El resultado de esa entrevista fue positivo, es decir, me aceptaron para hacer el examen de ingreso.

Al otro día me llamaron porque se habían enterado que yo era seminarista y me dijeron que ellos no podían pagarle los estudios a un enemigo de la revolución, entonces no me dejaron hacer el examen de ingreso. Yo les dije que aunque no pudiera entrar a la universidad quería hacer el examen, al menos para demostrar que estaba preparado y no tener que seguir en el nivel de secundaria básica, pero ellos insistieron en lo mismo que yo era un enemigo y no podían pagarme los estudios. Le dije entonces al Obispo que por mi parte no necesitaba ningún título oficial y él decidió que siguiera mis estudios en el seminario de La Habana Filosofía y Teología. Sólo pude ingresar por primera vez en una universidad con 35 años, cuando en 1986 me enviaron a hacer la Licenciatura en Filosofía a la Universidad de Comillas, en España.

(Continuará)
Foto: Google

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