No es suficiente
Mirta Ojito
Hace doce años hoy --a causa de la fecha de cierre por las fiestas estoy escribiendo el martes 22-- redacté una especie de cuento de Navidad. Aludía a que, por primera vez desde 1969, el gobierno cubano había anunciado que la Navidad volvía, como una preparación a la visita del Papa Juan Pablo II a la isla a mediados de enero del siguiente año, 1998.
«Si este hombre frágil y viejo, el jefe de la Iglesia, se toma el trabajo de ir a su país, visitarlos y escuchar sus cuitas, eso tiene que tener un significado para ellos'», dijo entonces José Pepe Prince, un sociólogo de Queens quien salió de Cuba en 1963 y se había unido al grupo de New York que planeaba viajar a la isla con motivo de la visita del Papa. «Pienso que este viaje es de importancia sicológica y simbólica. Y no quiero perderme la oportunidad de presenciarlo.»
Algunos de los mencionados en aquella historia de esperanza y alegría han muerto ya, incluidos Prince y el propio Papa --ahora en vías de ser santificado por la Iglesia católica--, pero por supuesto los hermanos Castro continúan vivos y con control completo. Los cubanos ahora pueden celebrar la Navidad, ir a la iglesia, leer publicaciones religiosas --me dicen que son como 40 las que circulan en la isla-- y hasta escuchar a los guías religiosos a través de los medios de comunicación controlados por el gobierno.
Pero aparte de eso ¿qué ha cambiado?
Cuando el Papa ofreció su primera misa en Cuba el 22 de enero en Santa Clara, yo estuve en la explanada yerma donde centenares de personas se habían congregado para escuchar sus palabras. El auditorio estaba exhausto y una mujer se me acercó para preguntarme si sabía quién vendía las naranjas y cuánto costaban. Había escuchado el runrún y buscaba algo de comer mientras el Papa desde el púlpito criticaba el divorcio y el control de la natalidad.
El pueblo cubano todavía carece de comida, vivienda y, oh sí, libertad. La gran nueva idea del gobierno para encarar su desastre económico es volver a su morral de engañifas del pasado: los planes quinquenales. La «planificación» y los «proyectos» son palabras de mucha actualidad.
Los Estados Unidos son todavía el enemigo. El embargo es todavía el culpable de todo («la situación es peor dado el injusto y contraproducente embargo de USA contra Cuba, a despecho de las esperanzas de cambio iniciales cuando Barack Obama se convirtió en presidente», concluye el editorial de El País de Madrid hoy). Y un par de matones gubernamentales pueden todavía introducir a dos personas por la fuerza en un automóvil sin identificación y golpearlos en el asiento trasero en plena Habana.
Sí, a los miembros del clero se les permite visitar a los prisioneros y decirles Misa. Pero sigue habiendo prisioneros políticos en las cárceles cubanas. Sí, la Iglesia ayuda a alimentar a las personas y contribuye al tejido social y cultural del pueblo a través de una variedad de programas que incluye ejercicios, asistencia a los ancianos e incluso, en escala modesta, educación. Sí, a los miembros del clero se les permite organizar procesiones religiosas, reunirse en congresos y dar conferencias, pero están absolutamente controlados y sometidos al siempre vigilante gobierno. Es como la relación entre un padre y un bebé que hace sus pininos: puedes caminar solo, pero no corras, y muchísimo menos se te ocurra cruzar la calle y ni siquiera acercarte al contén.
Con todo, María Cristina Herrera, una profesora universitaria retirada, que mantiene estrechos lazos con la Iglesia cubana y sigue los intríngulis de sus triunfos y decepciones desde su hogar de Coral Gables, continúa convencida de que «Cuba no es la misma desde la visita del Papa.»
«La Iglesia ha salido de las paredes del templo y decididamente se ha fundido con el pueblo'', dice Herrera. ``Aunque no lo bastante, no en la forma en que yo sé le gustaría.»
El peligro de ese acomodamiento, dice Herrera, es que la Iglesia se comprometa demasiado y respalde al gobierno en momentos en que no debiera con tal de mantener el espacio mínimo que ha conseguido ocupar en los doce años desde que el Papa urgió a Cuba a abrirse al mundo y al mundo abrirse a Cuba.
Curiosamente, ambas cosas han tenido lugar. Más gente --excepto en los Estados Unidos-- tiene acceso irrestricto a Cuba siempre que pueda pagar el pasaje de avión. Y el mundo --de nuevo con la excepción de los Estados Unidos-- ha permanecido abierto y receptivo a Cuba. Aunque no ha sido suficiente. Porque en adición a un poco de libertad para respirar, y cierta libertad concedida a los disidentes, y una política emigratoria más liberal, el pueblo de Cuba necesita las estructuras legales y cívicas comunes a todas las democracias funcionales que pudieran protegerlo de los excesos del estado. El derecho al pataleo no es suficiente cuando el individuo no tiene a quién recurrir. Es como el proverbial árbol que cae en lo profundo del bosque.
Muchos más árboles tienen que caer antes de que el mundo advierta que la isla ha sido diezmada.
Mirta Ojito, Periodista cubana
Premio Pulitzer
El Nuevo Herald,
Diciembre 27, 2009
«Si este hombre frágil y viejo, el jefe de la Iglesia, se toma el trabajo de ir a su país, visitarlos y escuchar sus cuitas, eso tiene que tener un significado para ellos'», dijo entonces José Pepe Prince, un sociólogo de Queens quien salió de Cuba en 1963 y se había unido al grupo de New York que planeaba viajar a la isla con motivo de la visita del Papa. «Pienso que este viaje es de importancia sicológica y simbólica. Y no quiero perderme la oportunidad de presenciarlo.»
Algunos de los mencionados en aquella historia de esperanza y alegría han muerto ya, incluidos Prince y el propio Papa --ahora en vías de ser santificado por la Iglesia católica--, pero por supuesto los hermanos Castro continúan vivos y con control completo. Los cubanos ahora pueden celebrar la Navidad, ir a la iglesia, leer publicaciones religiosas --me dicen que son como 40 las que circulan en la isla-- y hasta escuchar a los guías religiosos a través de los medios de comunicación controlados por el gobierno.
Pero aparte de eso ¿qué ha cambiado?
Cuando el Papa ofreció su primera misa en Cuba el 22 de enero en Santa Clara, yo estuve en la explanada yerma donde centenares de personas se habían congregado para escuchar sus palabras. El auditorio estaba exhausto y una mujer se me acercó para preguntarme si sabía quién vendía las naranjas y cuánto costaban. Había escuchado el runrún y buscaba algo de comer mientras el Papa desde el púlpito criticaba el divorcio y el control de la natalidad.
El pueblo cubano todavía carece de comida, vivienda y, oh sí, libertad. La gran nueva idea del gobierno para encarar su desastre económico es volver a su morral de engañifas del pasado: los planes quinquenales. La «planificación» y los «proyectos» son palabras de mucha actualidad.
Los Estados Unidos son todavía el enemigo. El embargo es todavía el culpable de todo («la situación es peor dado el injusto y contraproducente embargo de USA contra Cuba, a despecho de las esperanzas de cambio iniciales cuando Barack Obama se convirtió en presidente», concluye el editorial de El País de Madrid hoy). Y un par de matones gubernamentales pueden todavía introducir a dos personas por la fuerza en un automóvil sin identificación y golpearlos en el asiento trasero en plena Habana.
Sí, a los miembros del clero se les permite visitar a los prisioneros y decirles Misa. Pero sigue habiendo prisioneros políticos en las cárceles cubanas. Sí, la Iglesia ayuda a alimentar a las personas y contribuye al tejido social y cultural del pueblo a través de una variedad de programas que incluye ejercicios, asistencia a los ancianos e incluso, en escala modesta, educación. Sí, a los miembros del clero se les permite organizar procesiones religiosas, reunirse en congresos y dar conferencias, pero están absolutamente controlados y sometidos al siempre vigilante gobierno. Es como la relación entre un padre y un bebé que hace sus pininos: puedes caminar solo, pero no corras, y muchísimo menos se te ocurra cruzar la calle y ni siquiera acercarte al contén.
Con todo, María Cristina Herrera, una profesora universitaria retirada, que mantiene estrechos lazos con la Iglesia cubana y sigue los intríngulis de sus triunfos y decepciones desde su hogar de Coral Gables, continúa convencida de que «Cuba no es la misma desde la visita del Papa.»
«La Iglesia ha salido de las paredes del templo y decididamente se ha fundido con el pueblo'', dice Herrera. ``Aunque no lo bastante, no en la forma en que yo sé le gustaría.»
El peligro de ese acomodamiento, dice Herrera, es que la Iglesia se comprometa demasiado y respalde al gobierno en momentos en que no debiera con tal de mantener el espacio mínimo que ha conseguido ocupar en los doce años desde que el Papa urgió a Cuba a abrirse al mundo y al mundo abrirse a Cuba.
Curiosamente, ambas cosas han tenido lugar. Más gente --excepto en los Estados Unidos-- tiene acceso irrestricto a Cuba siempre que pueda pagar el pasaje de avión. Y el mundo --de nuevo con la excepción de los Estados Unidos-- ha permanecido abierto y receptivo a Cuba. Aunque no ha sido suficiente. Porque en adición a un poco de libertad para respirar, y cierta libertad concedida a los disidentes, y una política emigratoria más liberal, el pueblo de Cuba necesita las estructuras legales y cívicas comunes a todas las democracias funcionales que pudieran protegerlo de los excesos del estado. El derecho al pataleo no es suficiente cuando el individuo no tiene a quién recurrir. Es como el proverbial árbol que cae en lo profundo del bosque.
Muchos más árboles tienen que caer antes de que el mundo advierta que la isla ha sido diezmada.
Mirta Ojito, Periodista cubana
Premio Pulitzer
El Nuevo Herald,
Diciembre 27, 2009
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