Arturo Moradiellos
In Memoriam
In Memoriam
Diario Las Americas, Miami
Diciembre 21, 2009
Una bandera cubana para un amigo fiel
Por Janisset Rivero
Hay un homenaje pendiente para la generación de nuestros padres. Aquella generación que era aún adolescente al triunfo de la Revolución, y que, no habiendo aún perfilado su vida, sus estudios, sus planes, se lanzó a defender los valores de civismo y democracia que sus padres les habían inculcado. A esa generación marcada por los fusilamientos, la cárcel y el destierro le aplastaron los sueños de improviso.
Y uno de esos jóvenes fue Arturo Moradiellos, el gallego, quien acaba de fallecer en esta ciudad de Miami a la temprana edad de 64 años. Para los camagüeyanos que vivieron la batalla de los estudiantes de la enseñanza media que se enfrentaron al adoctrinamiento comunista en los albores del castrismo, o los que vieron cómo a lo mejor de la juventud camagüeyana la condenaban a paredón o a largas penas de prisión, no le es ajeno este hombre singular.
A los 17 años, este hijo de español, fue encarcelado y condenado a 20 años, de los cuales cumplió 10. Durante su prisión sufrió junto a cientos de otros cubanos las vejaciones e imposiciones de un régimen tiránico que iniciaba su dominio sobre la sociedad cubana. Estuvo plantado en Isla de Pinos, en calzoncillos en otras prisiones, como muchos otros en su tiempo. Realizó huelgas de hambre, protestó, sufrió la separación familiar, se dolió en lo que veía caer sobre su Isla y perdonó al final, siempre supo perdonar a aquellos que, cercanos o lejanos, intentaron hacerle algún daño.
Yo recuerdo a Moradiellos como parte de las historias de mi familia; de los cuentos de adolescente de mi madre que lo conoció desde niño, y de los de mi padre, porque de su causa política también fue parte mi tío y padrino, Armando De León. Pero no conocía su rostro, al menos no lo recordaba en la Isla, pues después de ser excarcelado salió al destierro a Venezuela. Lo conocí en el aeropuerto de Maiquetía, adonde llegué con mis padres y hermana un doloroso día del año 1983. Mi padre saltaba de alegría de verse en libertad, y abrazaba al gallego como a un hermano. En Caracas era parte del grupo de ex prisioneros políticos cubanos que mantenían el hogar cubano, adonde llegaban los cubanos que no tenían familia en Venezuela. También era parte de cuanto esfuerzo se hiciera para dar a conocer la tragedia cubana en tierra venezolana. Se publicaban revistas, se realizaban reuniones, conferencias, congresos. Con el gallego siempre se podía contar. Su sonrisa y buen humor alumbraban las veladas del largo y triste destierro.
Los años pasaron, y de nuevo emprendimos viaje y dejamos la casa improvisada en Venezuela, para llegar a Miami. Muchos cubanos que llegaron en los años ochenta o fines de los setenta a ese país decidieron ir a Estados Unidos, a sentirse más cerca de Cuba y reencontrarse con la familia que había podido franquear el mar y llegar a la libertad.
Así, a fines de los noventa llegó el gallego Moradiellos a Miami. Aquí se incorporó a las organizaciones que luchan por la libertad de Cuba, y sin perder el contacto y la vinculación con el grupo de ex prisioneros camagüeyanos que compartieron la misma suerte en la prisión castrista, mantuvo el activismo.
Este pasado 8 de diciembre, de forma inesperada, un accidente en su trabajo le arrancó la vida a este cubano sencillo, luchador y digno. Mi tío Armando Loo me llamó para preguntarme si tenía una bandera cubana: había que poner una bandera en el féretro de su fiel amigo. Un adiós doloroso al final de un año doloroso en el que muchos cubanos y cubanas dignas han muerto sin ver el fin del horror en la Isla.
Una bandera para un cubano que fue amigo fiel, y que fue leal a los principios de civismo y amor a la libertad que lo llevaron a cumplir prisión. Una bandera cubana que nos recuerda la promesa que le debemos a esos que lucharon su vida entera por ver a Cuba libre. Y esa promesa es seguir el camino de la resistencia y lograr la victoria. Descansa en paz hermano querido, ya la patria te contempla orgullosa.
Janisset Rivero, secretaria nacional adjunta del Directorio Democrático Cubano en Miami.
Y uno de esos jóvenes fue Arturo Moradiellos, el gallego, quien acaba de fallecer en esta ciudad de Miami a la temprana edad de 64 años. Para los camagüeyanos que vivieron la batalla de los estudiantes de la enseñanza media que se enfrentaron al adoctrinamiento comunista en los albores del castrismo, o los que vieron cómo a lo mejor de la juventud camagüeyana la condenaban a paredón o a largas penas de prisión, no le es ajeno este hombre singular.
A los 17 años, este hijo de español, fue encarcelado y condenado a 20 años, de los cuales cumplió 10. Durante su prisión sufrió junto a cientos de otros cubanos las vejaciones e imposiciones de un régimen tiránico que iniciaba su dominio sobre la sociedad cubana. Estuvo plantado en Isla de Pinos, en calzoncillos en otras prisiones, como muchos otros en su tiempo. Realizó huelgas de hambre, protestó, sufrió la separación familiar, se dolió en lo que veía caer sobre su Isla y perdonó al final, siempre supo perdonar a aquellos que, cercanos o lejanos, intentaron hacerle algún daño.
Yo recuerdo a Moradiellos como parte de las historias de mi familia; de los cuentos de adolescente de mi madre que lo conoció desde niño, y de los de mi padre, porque de su causa política también fue parte mi tío y padrino, Armando De León. Pero no conocía su rostro, al menos no lo recordaba en la Isla, pues después de ser excarcelado salió al destierro a Venezuela. Lo conocí en el aeropuerto de Maiquetía, adonde llegué con mis padres y hermana un doloroso día del año 1983. Mi padre saltaba de alegría de verse en libertad, y abrazaba al gallego como a un hermano. En Caracas era parte del grupo de ex prisioneros políticos cubanos que mantenían el hogar cubano, adonde llegaban los cubanos que no tenían familia en Venezuela. También era parte de cuanto esfuerzo se hiciera para dar a conocer la tragedia cubana en tierra venezolana. Se publicaban revistas, se realizaban reuniones, conferencias, congresos. Con el gallego siempre se podía contar. Su sonrisa y buen humor alumbraban las veladas del largo y triste destierro.
Los años pasaron, y de nuevo emprendimos viaje y dejamos la casa improvisada en Venezuela, para llegar a Miami. Muchos cubanos que llegaron en los años ochenta o fines de los setenta a ese país decidieron ir a Estados Unidos, a sentirse más cerca de Cuba y reencontrarse con la familia que había podido franquear el mar y llegar a la libertad.
Así, a fines de los noventa llegó el gallego Moradiellos a Miami. Aquí se incorporó a las organizaciones que luchan por la libertad de Cuba, y sin perder el contacto y la vinculación con el grupo de ex prisioneros camagüeyanos que compartieron la misma suerte en la prisión castrista, mantuvo el activismo.
Este pasado 8 de diciembre, de forma inesperada, un accidente en su trabajo le arrancó la vida a este cubano sencillo, luchador y digno. Mi tío Armando Loo me llamó para preguntarme si tenía una bandera cubana: había que poner una bandera en el féretro de su fiel amigo. Un adiós doloroso al final de un año doloroso en el que muchos cubanos y cubanas dignas han muerto sin ver el fin del horror en la Isla.
Una bandera para un cubano que fue amigo fiel, y que fue leal a los principios de civismo y amor a la libertad que lo llevaron a cumplir prisión. Una bandera cubana que nos recuerda la promesa que le debemos a esos que lucharon su vida entera por ver a Cuba libre. Y esa promesa es seguir el camino de la resistencia y lograr la victoria. Descansa en paz hermano querido, ya la patria te contempla orgullosa.
Janisset Rivero, secretaria nacional adjunta del Directorio Democrático Cubano en Miami.
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De Arturito, como se le conocía también en Camagüey, tengo un lejano de recuerdo pues él estudio en los Escolapios y fue compañero de mis hermanos mayores. Es una pena su muerte, es una pena que gente como él desaparezca tan temprano. Que descanse en paz.
ResponderEliminarVíctor Mozo