26 de octubre de 2013

Sanguily, ¡sácame de estas ruinas!



Sanguily,
¡sácame de estas ruinas!

  
Liliane Ruiz LA HABANA, Cuba, www.cubanet.org.- En medio de las ruinas, las personas que viven en Tulipán 216 (El Cerro), están convencidas de habitar la misma casa donde vivió Manuel Sanguily.

“Aquí vivió Sanguily. En la terraza tomó café con Maceo”, se les escucha decir, emocionados.”

Más allá del mito o la verdad,  la casa se cae a pedazos  con sus moradores dentro.

Leonila Mirtha Cruz tiene 61 años de edad y fue a vivir a la casa con 3 años. “Mi abuela era la que cobraba los alquileres de los cuartos.” Los ojos se le encienden cuando dice: “Yo sí sé la historia de esta casa.”

Cuando llueve, sale del cuarto al que ha quedado reducida su propiedad y se cobija con un nylon bajo el alero de la casa de enfrente −cruzando la calle−, hasta que pasa la lluvia.

Si no es mucha agua, arrincona la cama a la puerta de entrada de la habitación, donde todavía queda un pedazo de techo sano y ahí se queda dormida escuchando el sonido de las piedras caer en el falso techo. “Adonde único no se moja es en ese pedacito.”

Cruz explica la razón de la caída de los fragmentos del techo:

“Lo que yo tengo allá arriba es una arboleda. Una Yagruma, un árbol de Paraíso y otro de Capulí. Las raíces crecen por la noche”.

Atravesando el techo y las paredes de adobe, cuelgan las raíces. Por más que resulte extravagante para la percepción, el crecimiento vegetal de la casa, que conserva la majestuosidad del siglo XIX, contiene la ruta precisa de su final.

Patrimonio inhabitable

Por el peligro inminente de derrumbe, la casa tiene orden de demolición, pero las autoridades no han ofrecido más salida que el desalojo.

Cruz cuenta que, hace años, a algunas familias que habitaban los cuartos de la vieja mansión “les dieron casa”. Pero la mala suerte de no haber estado en esa lista se la achaca al hecho de estar sola. Los hijos de Cruz se fueron como balseros en 1994 y no ha vuelto a saber de ellos. “Se fueron porque no podían más”, asegura.

Según su relato, la casa iba a ser declarada como un bien patrimonial en 1979. En esa ocasión, les dijeron que el inmueble no se podía tocar.

“Yo me conformo con un cuartico chiquitico así”, dice mientras junta las yemas del índice y el pulgar. Y agrega:  “A veces me digo que es preferible vivir en un cuarto de cartón, porque tienes menos peligro. Viviendo aquí, una piedra te cae arriba, y te mata. Cuando el muerto no tiene dolientes, es peor”.

Como para salir de la tristeza en que ha quedado sumida por un momento, Cruz expresa con cierta picardía: “Sanguily, sácame de aquí, por favor. Búscame un cuarto bueno”.

“Un ataúd es más barato”

En otro cuarto de la casa convive una familia compuesta por 3 generaciones. Los niños, de 10 y 11 años, nacieron ahí. Cuando se les derrumbó la cubierta, levantaron una casita de tabla y tejas de fibrocen dentro de la habitación.

Los dos niños asisten a la escuela. La tendedera con ropa limpia y unos cacharros de cocina, otorgan un toque hogareño que habla de humanidad, lo que resiste la miseria.

El abuelo de los niños pretende arreglar una silla enderezando puntillas con un cuchillo de mesa.  Rompe el silencio: “Hemos pedido ayuda para arreglar la casa, pero parece que un ataúd es más barato”.

Señala la calle:  “Por ahí han pasado los jefes, el de Vivienda y el de Sector (policial). Dicen que van a derrumbar, pero sin decirle a la gente adonde las van a llevar”. Concluye con tristeza: “Esto está abandonado y nos tratan como si fuéramos animales”.

Tulipán 14 

Según datos históricos, en la casa de Tulipán 14, Manuel Sanguily recibió a Maceo en su visita a la Habana. Ambos habían luchado en la Guerra de los 10 Años.

En la pausa anterior a la Guerra del 95, específicamente en 1889, se organizaron tertulias en dicha casa, donde los patriotas discutían el futuro de Cuba. Sanguily era considerado por Maceo como la figura ejemplar de la democracia.

Con el crecimiento urbanístico, la numeración de la calle Tulipán cambió. Lo que antes era Tulipán 14, ahora podría ser el 216. Pero ya no se habla de democracia. Sus moradores se contentan con haber sobrevivido el último aguacero.

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