CÓMO SE DESTRUYE UNA REPÚBLICA
EN UNAS CUANTAS LECCIONES
EN UNAS CUANTAS LECCIONES
- PRIMERA PARTE -
- Por Manuel Márquez-Sterling
- Corrían los días y las semanas angustiosas del año 1958 con Cuba marchando a la catástrofe de 1959 que habría de hacer de la “Perla de las Antillas,” la “Sentina de los Hermanos Castro.”
Convencido de lo que se estaba jugando en Cuba, no solamente para su país sino para los mismos cubanos, el embajador americano Earl T Smith continuaba luchando por producir una solución electoral que evitara el triunfo de Castro. Siempre será un galardón para Smith, haber descubierto tan rápidamente la naturaleza de la crisis cubana, y lo que en realidad estaba en la balanza. Lo que una legión de líderes cubanos no comprendían –o no querían comprender- a Smith sólo le llevó esto una o dos semanas después de arribar a Cuba.
Así, con toda urgencia, Smith se reunió con Raúl de Velazco Guzmán, presidente del Consejo de Instituciones Cívicas Cubanas y del Colegio Médico Nacional. Su propósito era informarle a Velasco que en sus conversaciones con Batista este le había informado que estaba preparado y de acuerdo, para garantizar todas las condiciones necesarias para las elecciones de junio, (que después se pospusieron para noviembre) y que si “las asociaciones cívicas de Cuba lo pedían (Batista) habría de conceder que observadores de las Naciones Unidas o de la Organización de Estados Americanos vinieran a supervisar las elecciones.”
Smith nos narra en su libro, “El Cuarto Piso,” que a pesar de la importancia de tal noticia encontró a Velasco indiferente y evasivo, y detallándole al embajador las dificultades que tal acición encontraría. Por fin, Velasco de una forma brusca añadió: “Mire Sr. Embajador, esas elecciones no serían un problema si el General Batista le entregara su cargo a una persona “inequívocamente neutral”.
La respuesta de Velasco revelaba a las claras que el presidente de las instituciones cívicas estaba o influenciado, o era partidario de Castro. Aparecerse a esas horas en la crisis cubana con aquello de un “presidente inequívocamente neutral,” fórmula ésta que el gobierno había rechazado desde 1952, equivalía ni más ni menos que a imponer la voluntad de Castro quien, solamente cuatro meses antes, había designado a Manuel Urrutia presidente a la caída de Batista. Ante tal respuesta el asombrado embajador exclamó; “Sr. Velasco, tenemos que evitar aquí el caos. Yo tengo que defender la vida y los intereses de los ciudadanos americanos.”
El sagaz representante americano en Cuba se daba cuenta que eso de designar un “presidente inequívocamente neutral” era una imposibilidad y que implantar esa formula dejaría el país en manos de un inexperto quien bien pronto caería en manos de jefes militares irresponsables, o en las de Castro y sus revolucionarios. Esa fórmula era la perfecta antesala de la anarquía, y de aquí que el embajador hubiera hecho uso específico de la palabra “caos.” Por fin Velasco, sin ningún entusiasmo, acordó que habría de consultar con el consejo de las instituciones cívicas.
La decisión de esta organización fue entregada, unos días más tarde, en la embajada americana. Estaba contenida en un manifiesto a la opinión pública que rechazaba la petición de SEIT de que las asociaciones apoyaran la solución electoral. El nombre de los miembros del consejo que habían decidido esto se había añadido al manifiesto en maquinita de forma burda y sin sus firmas, lo que delataba que no había habido tal consulta.
Debido a esta total falta de seriedad el embajador se negó, como era correcto, a recibir oficialmente el documento. Es importantísimo añadir que el manifiesto público de las asociaciones cívicas a la nación no mencionaba en ninguna de sus partes que Batista había acordado aceptar observadores internacionales si las instituciones cívicas lo pedían, cosa que después de todo, había provocado la gestión de Smith. Es imprescindible anotar aquí también para la historia que era totalmente falso que las instituciones cívicas se hubieran reunido pública o privadamente para considerar la situación del país y contestar a la petición de Smith.
La mayoría de estas asociaciones solamente existían en el papel y las que sí eran reales eran “abstencionistas,” que se oponían a toda solución electoral y apoyaban a Castro. En un momento en que la nación necesitaba que sus líderes cívicos se plantaran a favor de una solución cívica y constitucional, y no a favor de aquellos cuyas declaraciones públicas anunciaban con barrer todos los vestigios de las instituciones democráticas del país estos fallaron lamentablemente.
Hoy, a la vuelta de medio siglo, ha salido a la luz que Velasco era un partidario secreto de Castro. Meses antes de su reunión con Smith, Velasco había recibido la oferta del “M-26-7” de ser el presidente de la revolución a la caída de Batista. Velasco declinó la posición que más tarde fue rápidamente aceptada por Urrutia. (Véase a este respecto: “Gobierno Revolucionario Cubano: Génesis y Primeros Pasos.” Luis Buch, Habana, Cuba, 1999). [Continuará]
- Corrían los días y las semanas angustiosas del año 1958 con Cuba marchando a la catástrofe de 1959 que habría de hacer de la “Perla de las Antillas,” la “Sentina de los Hermanos Castro.”
Convencido de lo que se estaba jugando en Cuba, no solamente para su país sino para los mismos cubanos, el embajador americano Earl T Smith continuaba luchando por producir una solución electoral que evitara el triunfo de Castro. Siempre será un galardón para Smith, haber descubierto tan rápidamente la naturaleza de la crisis cubana, y lo que en realidad estaba en la balanza. Lo que una legión de líderes cubanos no comprendían –o no querían comprender- a Smith sólo le llevó esto una o dos semanas después de arribar a Cuba.
Así, con toda urgencia, Smith se reunió con Raúl de Velazco Guzmán, presidente del Consejo de Instituciones Cívicas Cubanas y del Colegio Médico Nacional. Su propósito era informarle a Velasco que en sus conversaciones con Batista este le había informado que estaba preparado y de acuerdo, para garantizar todas las condiciones necesarias para las elecciones de junio, (que después se pospusieron para noviembre) y que si “las asociaciones cívicas de Cuba lo pedían (Batista) habría de conceder que observadores de las Naciones Unidas o de la Organización de Estados Americanos vinieran a supervisar las elecciones.”
Smith nos narra en su libro, “El Cuarto Piso,” que a pesar de la importancia de tal noticia encontró a Velasco indiferente y evasivo, y detallándole al embajador las dificultades que tal acición encontraría. Por fin, Velasco de una forma brusca añadió: “Mire Sr. Embajador, esas elecciones no serían un problema si el General Batista le entregara su cargo a una persona “inequívocamente neutral”.
La respuesta de Velasco revelaba a las claras que el presidente de las instituciones cívicas estaba o influenciado, o era partidario de Castro. Aparecerse a esas horas en la crisis cubana con aquello de un “presidente inequívocamente neutral,” fórmula ésta que el gobierno había rechazado desde 1952, equivalía ni más ni menos que a imponer la voluntad de Castro quien, solamente cuatro meses antes, había designado a Manuel Urrutia presidente a la caída de Batista. Ante tal respuesta el asombrado embajador exclamó; “Sr. Velasco, tenemos que evitar aquí el caos. Yo tengo que defender la vida y los intereses de los ciudadanos americanos.”
El sagaz representante americano en Cuba se daba cuenta que eso de designar un “presidente inequívocamente neutral” era una imposibilidad y que implantar esa formula dejaría el país en manos de un inexperto quien bien pronto caería en manos de jefes militares irresponsables, o en las de Castro y sus revolucionarios. Esa fórmula era la perfecta antesala de la anarquía, y de aquí que el embajador hubiera hecho uso específico de la palabra “caos.” Por fin Velasco, sin ningún entusiasmo, acordó que habría de consultar con el consejo de las instituciones cívicas.
La decisión de esta organización fue entregada, unos días más tarde, en la embajada americana. Estaba contenida en un manifiesto a la opinión pública que rechazaba la petición de SEIT de que las asociaciones apoyaran la solución electoral. El nombre de los miembros del consejo que habían decidido esto se había añadido al manifiesto en maquinita de forma burda y sin sus firmas, lo que delataba que no había habido tal consulta.
Debido a esta total falta de seriedad el embajador se negó, como era correcto, a recibir oficialmente el documento. Es importantísimo añadir que el manifiesto público de las asociaciones cívicas a la nación no mencionaba en ninguna de sus partes que Batista había acordado aceptar observadores internacionales si las instituciones cívicas lo pedían, cosa que después de todo, había provocado la gestión de Smith. Es imprescindible anotar aquí también para la historia que era totalmente falso que las instituciones cívicas se hubieran reunido pública o privadamente para considerar la situación del país y contestar a la petición de Smith.
La mayoría de estas asociaciones solamente existían en el papel y las que sí eran reales eran “abstencionistas,” que se oponían a toda solución electoral y apoyaban a Castro. En un momento en que la nación necesitaba que sus líderes cívicos se plantaran a favor de una solución cívica y constitucional, y no a favor de aquellos cuyas declaraciones públicas anunciaban con barrer todos los vestigios de las instituciones democráticas del país estos fallaron lamentablemente.
Hoy, a la vuelta de medio siglo, ha salido a la luz que Velasco era un partidario secreto de Castro. Meses antes de su reunión con Smith, Velasco había recibido la oferta del “M-26-7” de ser el presidente de la revolución a la caída de Batista. Velasco declinó la posición que más tarde fue rápidamente aceptada por Urrutia. (Véase a este respecto: “Gobierno Revolucionario Cubano: Génesis y Primeros Pasos.” Luis Buch, Habana, Cuba, 1999). [Continuará]
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