SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO
Por José Ignacio Rasco
(Primera entrega)
Sin duda alguna, Fidel Castro es una
figura que ha traspasado los linderos nacionales. Igual que su revolución.
Entre ambos fenómenos se produce un paralelismo increíble. La revolución es un
autorretrato del propio Castro. El ha sido el actor y el autor de toda esa gran
tragicomedia que ha sido conocida y reconocida en las cuatro esquinas del
mundo.
Uno de los errores más nefastos que
cometió la dirigencia política, -y las no políticas-, en Cuba fue no reconocer
la potencialidad del causante. La subestimación del personaje facilitó el
camino revolucionario. Castro ha resultado el actor teatral más notable del
siglo XX con un innegable carisma y talento para la intriga, el suspenso y el
engaño más refinados. Si Luis XIV podía decir que «L’etat c’est moi», Castro
podría reclamar que «La
Revolution c’est moi».
Castro y la revolución son mellizos,
por no decir que son siameses. Castro se anticipó al descubrimiento de la
clonación al lograr tal semejanza entre él y su hechura revolucionaria. Su
omnipotencia ha sido tal que no se ha movido hoja del proceso revolucionario
que él no la haya soplado. Aquí ha estribado también su estabilidad y su
fortaleza, que con la improvisación y el cálculo, la alevosía y la traición, produjeron
no una reforma, sino una verdadera revolución de las estructuras que se
suponían más sólidas en la sociedad cubana. No fue revolución de «curitas y
mercurocromo» como él mismo señaló. Pocas veces en la historia se ha vuelto del
revés un país, de modo tan absoluto, como en el caso cubano.
Intentemos penetrar un tanto la
personalidad compleja del dictador cubano. El hecho de haber conocido y tratado
de cerca a Castro desde el bachillerato hasta graduarnos en la misma promoción
de 1945 en el Colegio de Belén, y luego convivir en la etapa universitaria, y
aún algo después de su triunfo, me permite tener una visión muy personal del
sujeto. Aunque todo lo que digo es verdad no creo tener toda la verdad. Otros
han conocido diversas facetas de la escurridísima figura. Con algunos de ellos
he podido corroborar mis apreciaciones. Trato, pues, de presentar el caso de
acuerdo con mi experiencia, la que he de exponer del modo más objetivo posible.
TESTIGO DE CARGO:
EL CASTRO QUE YO
CONOCÍ
LA ETAPA BELEMITA
Recuerdo a Fidel cuando llegó al
Colegio de Belén con un aspecto un tanto “aguajirado”, de muchacho de campo, de
tierra adentro. Entonces era bien retraído, tímido, un poco cortado por su
situación familiar y social. Como es sabido, Fidel era hijo ilegítimo de Ángel
Castro y de Lina Ruz, quien llegó a la finca en calidad de sirvienta y terminó
siendo la señora de la casa.1 Don Ángel era un español rancio, que
había desembarcado en Cuba como soldado español para pelear contra los
independentistas cubanos. Luego de terminada la guerra regresó a España, pero
más tarde volvió a Cuba para hacer fortuna -y la hizo- como terrateniente, al
parecer, de poca ética en sus negocios. Se convirtió en un rico latifundista.
Al decir de algunos era persona tosca, de modales rudos y duro con su hijo más
rebelde, que era Fidel. Tal vez esta situación fue un factor en la decisión de
enviarlo lejos, primero a Santiago de Cuba y luego a La Habana, a colegios
privados de familias de clase media en su mayoría, pero que se caracterizan por
su gran disciplina académica, su sólida formación moral y el amor a los
deportes.
El recién llegado de Birán, provincia
de Oriente, cargado ya de ambición y con tenacidad más gallega que cubana,
(Fidel es el más gallego de todos los cubanos) llegó a brillar en los deportes.
Sobresalió en campo y pista, en basket
ball y en pelota. Resultó un all star
del colegio.
Horas y días enteros de vacaciones los
utilizaba para practicar los deportes. Si no encontraba catcher tiraba la pelota contra los muros del cabaret Tropicana que
lindaba con los patios del colegio. Podía ganar las carreras largas de 400, 800
y 1000 metros a veces en una misma tarde. Era un “caballo” de carrera. El único
deporte que nunca pudo practicar fue el de salto de garrocha, en el que yo fui
campeón intercolegial (entonces era bien flaco). Yo lo mortificaba bromeando
cuando le decía que no podía saltar garrocha porque «es el único deporte que
las mujeres no practican», (ahora sí por cierto) lo que le enfurecía
transitoriamente. Luego el mismo lo comentaba con otros, pero ya en buen tono,
cosa, por lo demás, muy rara puesto que carece de sentido del humor. No sabe
reírse de sí mismo.
La gravedad solemne suele ser su modo
ordinario de conversar. Anda muy ajeno al choteo cubano, no obstante ser ameno
en su conversación, en la que gusta más de la hipérbole y del suspenso.
No era buen estudiante, «un
filomático», como decíamos en Cuba, que sólo sabía estudiar sin participar en
otras actividades. Pero siempre sacaba sus notas con buenas calificaciones
aunque sin pertenecer a los primeros de la clase. Estudiaba a última hora con
vista a las pruebas. Entonces era capaz de dormir poco. Y se pasaba días y
noches preparándose para los exámenes. Con su prodigiosa memoria era capaz de
aprenderse, al pie de la letra, cualquier texto. Como alarde solía arrancar las
páginas de un libro una vez que las archivaba en su memoria. Era un verdadero computer. Luego podías preguntarle lo
que decía el libro de sociología, por ejemplo, en la página 50, y te la repetía
con punto y coma. Recuerdo que en el último año le quedaron varias asignaturas
pendientes del primer semestre.
La norma entonces era que si no
pasabas las asignaturas en el examen del colegio no podías ir al del Instituto
para obtener el título “oficial” que daba el Ministerio de Educación. Fidel
retó al inspector del año, el P. Larrucea, para que lo dejara examinar todas
las materias pendientes y que si sacaba 100 (el máximo) en las pruebas de Belén
podía ir al examen del Instituto. Parecía imposible que lo hiciera en tan pocos
días, pero lo logró. Si no recuerdo mal las asignaturas examinadas eran
Francés, Lógica e Historia de América.
Algo similar hizo después en la
Universidad, pues se atrasaba en los cursos por sus actividades políticas, pero
luego se ponía al día, con noches de insomnio, y era capaz de sacar más de una
docena de asignaturas, “por la libre”, aprendiéndose los códigos de memoria.
Otra cosa que parecerá absurdo a
muchos es la timidez inicial que padecía para la tribuna. En Belén había una
Academia Literaria, “La Avellaneda”, en la que el ilustre P. Rubinos daba
clases de oratoria. Pero para ser miembro de la Academia había que pasar una
prueba que consistía en hablar durante 10 minutos, sin papeles, sobre un tema
que se le daba al aspirante una hora antes. Pues bien, Fidel falló tres veces
la prueba antes de pasarla. El profesor decía, viéndole sufrir en el podium: «si le pones cascabeles en las
rodillas nos da un concierto de música». Tanto era su nerviosismo. De más está
decir que pronto venció con creces sus timideces oratorias iniciales.
En un debate oratorio público que
tuvimos en el colegio sobre la Democracia, a Fidel le tocó justificar la
necesidad del “dictador bueno”. Pero, en otra ocasión similar, fue un defensor
de la enseñanza privada, mientras que a mí me tocó convertirme en abogado de la
enseñanza estatal, en un debate que fue moderado por el Dr. Ángel Fernández
Varela, entonces profesor del colegio, y en el que participaron también
Valentín Arenas, Ricardo Díaz Albertini, Jorge Sardiña, Francisco Rodríguez
Couceiro y otros. Por cierto que en la crónica sobre el acto del periódico
comunista «Hoy», el periodista se burló de Fidel a quien llamó despectivamente “el
casto Fidel” al abogar por la educación privada y católica. ¡Ironías de la
vida!
Entre las “locuras” de Fidel en el
colegio, quiero recordar la apuesta que hizo con Luis Juncadella de que era
capaz de tirarse de cabeza en bicicleta andante, a toda velocidad, contra una
pared en las amplias galerías del colegio. Y lo hizo, al precio de romperse la
cabeza y terminar inconsciente en la enfermería. Siempre he visto este absurdo
episodio como una prefiguración de su ataque al Moncada en su afán de
notoriedad. Sólo que en el Moncada embarcó a mucha gente, y, en el momento
decisivo, él no chocó contra el cuartel.
(Continuará)
oye... ando buscando un libro (de autor norteamericano creo) que se llama: El castro que yo conoci. Si sabes algo de eso me podrias colaborar? gracias.
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