25 de octubre de 2013

Semblanza de Fidel Castro


SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

Por José Ignacio Rasco

(Primera entrega)

Sin duda alguna, Fidel Castro es una figura que ha traspasado los linderos nacionales. Igual que su revolución. Entre ambos fenómenos se produce un paralelismo increíble. La revolución es un autorretrato del propio Castro. El ha sido el actor y el autor de toda esa gran tragicomedia que ha sido conocida y reconocida en las cuatro esquinas del mundo.

Uno de los errores más nefastos que cometió la dirigencia política, -y las no políticas-, en Cuba fue no reconocer la potencialidad del causante. La subestimación del personaje facilitó el camino revolucionario. Castro ha resultado el actor teatral más notable del siglo XX con un innegable carisma y talento para la intriga, el suspenso y el engaño más refinados. Si Luis XIV podía decir que «L’etat c’est moi», Castro podría reclamar que «La Revolution c’est moi».

Castro y la revolución son mellizos, por no decir que son siameses. Castro se anticipó al descubrimiento de la clonación al lograr tal semejanza entre él y su hechura revolucionaria. Su omnipotencia ha sido tal que no se ha movido hoja del proceso revolucionario que él no la haya soplado. Aquí ha estribado también su estabilidad y su fortaleza, que con la improvisación y el cálculo, la alevosía y la traición, produjeron no una reforma, sino una verdadera revolución de las estructuras que se suponían más sólidas en la sociedad cubana. No fue revolución de «curitas y mercurocromo» como él mismo señaló. Pocas veces en la historia se ha vuelto del revés un país, de modo tan absoluto, como en el caso cubano.

Intentemos penetrar un tanto la personalidad compleja del dictador cubano. El hecho de haber conocido y tratado de cerca a Castro desde el bachillerato hasta graduarnos en la misma promoción de 1945 en el Colegio de Belén, y luego convivir en la etapa universitaria, y aún algo después de su triunfo, me permite tener una visión muy personal del sujeto. Aunque todo lo que digo es verdad no creo tener toda la verdad. Otros han conocido diversas facetas de la escurridísima figura. Con algunos de ellos he podido corroborar mis apreciaciones. Trato, pues, de presentar el caso de acuerdo con mi experiencia, la que he de exponer del modo más objetivo posible.

TESTIGO DE CARGO: 
EL CASTRO QUE YO CONOCÍ
LA ETAPA BELEMITA

Recuerdo a Fidel cuando llegó al Colegio de Belén con un aspecto un tanto “aguajirado”, de muchacho de campo, de tierra adentro. Entonces era bien retraído, tímido, un poco cortado por su situación familiar y social. Como es sabido, Fidel era hijo ilegítimo de Ángel Castro y de Lina Ruz, quien llegó a la finca en calidad de sirvienta y terminó siendo la señora de la casa.1 Don Ángel era un español rancio, que había desembarcado en Cuba como soldado español para pelear contra los independentistas cubanos. Luego de terminada la guerra regresó a España, pero más tarde volvió a Cuba para hacer fortuna -y la hizo- como terrateniente, al parecer, de poca ética en sus negocios. Se convirtió en un rico latifundista. Al decir de algunos era persona tosca, de modales rudos y duro con su hijo más rebelde, que era Fidel. Tal vez esta situación fue un factor en la decisión de enviarlo lejos, primero a Santiago de Cuba y luego a La Habana, a colegios privados de familias de clase media en su mayoría, pero que se caracterizan por su gran disciplina académica, su sólida formación moral y el amor a los deportes.

El recién llegado de Birán, provincia de Oriente, cargado ya de ambición y con tenacidad más gallega que cubana, (Fidel es el más gallego de todos los cubanos) llegó a brillar en los deportes. Sobresalió en campo y pista, en basket ball y en pelota. Resultó un all star del colegio.

Horas y días enteros de vacaciones los utilizaba para practicar los deportes. Si no encontraba catcher tiraba la pelota contra los muros del cabaret Tropicana que lindaba con los patios del colegio. Podía ganar las carreras largas de 400, 800 y 1000 metros a veces en una misma tarde. Era un “caballo” de carrera. El único deporte que nunca pudo practicar fue el de salto de garrocha, en el que yo fui campeón intercolegial (entonces era bien flaco). Yo lo mortificaba bromeando cuando le decía que no podía saltar garrocha porque «es el único deporte que las mujeres no practican», (ahora sí por cierto) lo que le enfurecía transitoriamente. Luego el mismo lo comentaba con otros, pero ya en buen tono, cosa, por lo demás, muy rara puesto que carece de sentido del humor. No sabe reírse de sí mismo.

La gravedad solemne suele ser su modo ordinario de conversar. Anda muy ajeno al choteo cubano, no obstante ser ameno en su conversación, en la que gusta más de la hipérbole y del suspenso.

No era buen estudiante, «un filomático», como decíamos en Cuba, que sólo sabía estudiar sin participar en otras actividades. Pero siempre sacaba sus notas con buenas calificaciones aunque sin pertenecer a los primeros de la clase. Estudiaba a última hora con vista a las pruebas. Entonces era capaz de dormir poco. Y se pasaba días y noches preparándose para los exámenes. Con su prodigiosa memoria era capaz de aprenderse, al pie de la letra, cualquier texto. Como alarde solía arrancar las páginas de un libro una vez que las archivaba en su memoria. Era un verdadero computer. Luego podías preguntarle lo que decía el libro de sociología, por ejemplo, en la página 50, y te la repetía con punto y coma. Recuerdo que en el último año le quedaron varias asignaturas pendientes del primer semestre.

La norma entonces era que si no pasabas las asignaturas en el examen del colegio no podías ir al del Instituto para obtener el título “oficial” que daba el Ministerio de Educación. Fidel retó al inspector del año, el P. Larrucea, para que lo dejara examinar todas las materias pendientes y que si sacaba 100 (el máximo) en las pruebas de Belén podía ir al examen del Instituto. Parecía imposible que lo hiciera en tan pocos días, pero lo logró. Si no recuerdo mal las asignaturas examinadas eran Francés, Lógica e Historia de América.

Algo similar hizo después en la Universidad, pues se atrasaba en los cursos por sus actividades políticas, pero luego se ponía al día, con noches de insomnio, y era capaz de sacar más de una docena de asignaturas, “por la libre”, aprendiéndose los códigos de memoria.

Otra cosa que parecerá absurdo a muchos es la timidez inicial que padecía para la tribuna. En Belén había una Academia Literaria, “La Avellaneda”, en la que el ilustre P. Rubinos daba clases de oratoria. Pero para ser miembro de la Academia había que pasar una prueba que consistía en hablar durante 10 minutos, sin papeles, sobre un tema que se le daba al aspirante una hora antes. Pues bien, Fidel falló tres veces la prueba antes de pasarla. El profesor decía, viéndole sufrir en el podium: «si le pones cascabeles en las rodillas nos da un concierto de música». Tanto era su nerviosismo. De más está decir que pronto venció con creces sus timideces oratorias iniciales.

En un debate oratorio público que tuvimos en el colegio sobre la Democracia, a Fidel le tocó justificar la necesidad del “dictador bueno”. Pero, en otra ocasión similar, fue un defensor de la enseñanza privada, mientras que a mí me tocó convertirme en abogado de la enseñanza estatal, en un debate que fue moderado por el Dr. Ángel Fernández Varela, entonces profesor del colegio, y en el que participaron también Valentín Arenas, Ricardo Díaz Albertini, Jorge Sardiña, Francisco Rodríguez Couceiro y otros. Por cierto que en la crónica sobre el acto del periódico comunista «Hoy», el periodista se burló de Fidel a quien llamó despectivamente “el casto Fidel” al abogar por la educación privada y católica. ¡Ironías de la vida!

Entre las “locuras” de Fidel en el colegio, quiero recordar la apuesta que hizo con Luis Juncadella de que era capaz de tirarse de cabeza en bicicleta andante, a toda velocidad, contra una pared en las amplias galerías del colegio. Y lo hizo, al precio de romperse la cabeza y terminar inconsciente en la enfermería. Siempre he visto este absurdo episodio como una prefiguración de su ataque al Moncada en su afán de notoriedad. Sólo que en el Moncada embarcó a mucha gente, y, en el momento decisivo, él no chocó contra el cuartel.

(Continuará)

1 comentario:

  1. oye... ando buscando un libro (de autor norteamericano creo) que se llama: El castro que yo conoci. Si sabes algo de eso me podrias colaborar? gracias.

    ResponderEliminar