25 de octubre de 2013

Manolo Escobar, Suspiro de España



Manolo Escobar,
Suspiro de España


Alberto García Reyes

Todas las mujeres de España se enamoraron de él. Manolo Escobar  fue la cana al aire  general de aquellos años duros en los que el cine de verano era la ventana en blanco y negro desde cuyo alféizar España, que viva España, trataba de asomarse a la alegría.

Aquel joven de Almería nunca fue prodigio de voz,  pero siempre fue un artista prodigioso.  Puso ritmo de porompompero al progreso de un país que llevaba años buscando su carro. Fue juzgado en un juicio de faldas en el que ganó una alemana de la que se enamoró sin entenderla. Y tal vez por todas las fatigas que pasó en su infancia, emigrando sin consuelo, siempre cantó distinto.  

Hay quien dice que Manolo Escobar fue el verdadero himno de la alegría. Desde que grabó sus primeros pasodobles en los cincuenta para que se bailaran en los salones de los pueblos, con sus letras a la Alhambra y su romance a Almería, Manolo fue pintor de piropos y vistió el luto de blanco.  Abrió el baúl del folclore y usó el garrotín como antídoto del garrote. Y nunca tuvo críticos. 

Porque su papel no fue sólo el de cantar, ejercer de galán incluso cuando se puso la sotana en “El Padre Manolo” o conseguir que España bailara agarrada.  El misterio de Escobar fue aliviar las duquelas con una conjunción de felicidad, apostura y señorío que superaba en los muros blancos del estío y en los tívolis del mundo los tiempos de Valderrama y Caracol.
  
Mientras Peret revoleaba su guitarra por rumbas, Manolo Escobar entretuvo a medio país con su carro y al otro medio, el de la Niña Bonita, con sus piropos. Muchos denostaron el estilo cañí, pero nunca pudieron denostar a Manolo Escobar,  el hombre que provocó todos los Suspiros de España cuando España suspiraba de verdad.

Reproducido de ABC, Madrid

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