Teatro:
“La Lengua en Pedazos”
Santa Teresa,
Mayorga alcanza el éxtasis
Miguel Ayanz, Madrid.
La Razón
Lo suyo eran arrebatos, viajes más allá de la
carne hasta una inexplicable comunión por los que más de uno la quiso ver como
una demente, una enferma –lo estuvo, en realidad, aunque eso no significa que
sus éxtasis fueran falsos– o una peligrosa provocadora. Los siglos la han
respetado, y Teresa de Jesús ha llegado a nuestros días como mística y
escritora.
«Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero»,
comienza y repite su poema más célebre, todo un
resumen del sentir de una mujer que en el éxtasis tocaba a Jesús y a la que la
Iglesia acabó canonizando.
Su vida ha sido llevada al teatro y al cine
varias veces, la última por Ray Loriga, «Teresa, el cuerpo de Cristo» (2007,
Paz Vega encarnó a la monja). Pero fue su verbo lo que atrajo a un hombre de
palabras como es Juan Mayorga.
El
dramaturgo la ha convertido en uno de los dos polos de «La lengua en pedazos»,
un diálogo entre Teresa de Jesús y un inquisidor. Una pugna nacida de textos
como «El libro de la vida» o la correspondencia de la religiosa, todo pasado
por la pluma de uno de nuestros mejores dramaturgos. El autor de «Himmelweg»,
«Animales nocturnos» o «Cartas de amor a Stalin», entre otras muchas obras, da
un paso más y debuta con este montaje como director. Y para ello, cuenta con
Clara Sanchis como Teresa de Jesús, una mujer aún lejos de la futura santidad,
y Pedro Miguel Martínez en la piel del inquisidor.
Inteligente
y heterodoxa
Dos amigos de Mayorga, un filósofo y un clérigo,
le propusieron hace algún tiempo releer a Santa Teresa, «a quien todos hemos
leído y creemos conocer bien», explica el autor. «Me encontré, para empezar, el
enorme impacto que me provoca su palabra, sabrosa, cargada de imágenes, honda y
tensa. El personaje me interesó inmediatamente. Pensé: si esta palabra es
salvaje, el personaje que lo sostiene no lo es menos». Y, tras investigar y
releer a la mística, decidió partir de un momento clave en su vida: la escisión
del convento al que pertenecía para fundar, junto a otras religiosas su propia
orden.
«Teresa de Jesús era una mujer enormemente
fuerte, por su carácter, pero a la vez frágil por tres aspectos: el primero, es
una mujer inteligente, y eso la situaba siempre bajo sospecha. En segundo
lugar, es nieta de converso; y en tercero, tenía una espiritualidad
heterodoxa», prosigue el escritor.
Su forma de entender el amor a Dios, libre, sin
ataduras, molestó a la Iglesia del momento. «Leyendo "El libro de la
vida" fue apareciendo en mi imaginación el inquisidor, que no es un
antagonista, sino un enemigo íntimo», cuenta Mayorga, que ha tratado de
construir un personaje a la altura de la mística, no un burdo extremista. «Es
un inquisidor racional, del que buena parte de las frases que dice podrían ser
suscritas por muchos de los espectadores», prosigue. Al fin y al cabo, ambos
comparten fe, aunque difieren en los planteamientos. «Es una situación
totalmente ficticia, si bien Teresa tuvo sus más y sus menos con la
Inquisición», matiza el autor.
Nostalgia
del castellano
De la prosa y el verso hipnóticos de la escritora
nace el título del espectáculo y añade otro tema más a tan interesante
conjunto: el idioma. «Hemos tratado de despertar la nostalgia de la lengua. Hoy
escuchamos el castellano, pero casi es una lengua extranjera. Frente a ese
castellano abaratado que a menudo se nos obliga a oír, escuchamos aquí una
palabra hondísima», explica Mayorga.
Y está, claro, el espinoso tema del sentimiento
religioso. Mayorga lo sabe: «Por supuesto que hay espectadores creyentes que
sienten gratitud. A otros, que en principio tenían sus dudas, los hemos
convencido. También hay quienes sienten que ésta no es su Teresa y se enfadan.
Es parte del juego. Si el teatro no crea expectación y divide al patio de
butacas es irrelevante».
En escena, el novel director plantea un duelo
sobrio, ambientado en una cocina atemporal, que podría hablarnos de una
religiosa del siglo XVI o del siglo XXI, una buscada ambigüedad para acercar el
dilema al espectador de hoy.
«Con algunos de los directores con los que he
trabajado he tenido una relación fecunda, y he aprendido de sus aciertos y de
sus errores», dice con diplomacia. Y asegura que han sido «audaces» en este
espectáculo que más de un amigo le recomendó no estrenar: «No hay nada más
antiteatral que rezar en escena, pero lo probamos y nos pareció interesante
incluir esa escena». El resumen es positivo y lo expresa con exactitud
matemática: «Es una experiencia fascinante, he descubierto que dirigir es
escribir en el espacio y el tiempo».
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