10 de febrero de 2013

TEATRO, LA LENGUA EN PEDAZOS, SANTA TERESA


 Teatro:

La Lengua en Pedazos”

Santa Teresa,

Mayorga alcanza el éxtasis


Miguel Ayanz,  Madrid.
La Razón

Lo suyo eran arrebatos, viajes más allá de la carne hasta una inexplicable comunión por los que más de uno la quiso ver como una demente, una enferma –lo estuvo, en realidad, aunque eso no significa que sus éxtasis fueran falsos– o una peligrosa provocadora. Los siglos la han respetado, y Teresa de Jesús ha llegado a nuestros días como mística y escritora.

«Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero»,

comienza y repite su poema más célebre, todo un resumen del sentir de una mujer que en el éxtasis tocaba a Jesús y a la que la Iglesia acabó canonizando.

Su vida ha sido llevada al teatro y al cine varias veces, la última por Ray Loriga, «Teresa, el cuerpo de Cristo» (2007, Paz Vega encarnó a la monja). Pero fue su verbo lo que atrajo a un hombre de palabras como es Juan Mayorga.

 El dramaturgo la ha convertido en uno de los dos polos de «La lengua en pedazos», un diálogo entre Teresa de Jesús y un inquisidor. Una pugna nacida de textos como «El libro de la vida» o la correspondencia de la religiosa, todo pasado por la pluma de uno de nuestros mejores dramaturgos. El autor de «Himmelweg», «Animales nocturnos» o «Cartas de amor a Stalin», entre otras muchas obras, da un paso más y debuta con este montaje como director. Y para ello, cuenta con Clara Sanchis como Teresa de Jesús, una mujer aún lejos de la futura santidad, y Pedro Miguel Martínez en la piel del inquisidor.

Inteligente y heterodoxa
Dos amigos de Mayorga, un filósofo y un clérigo, le propusieron hace algún tiempo releer a Santa Teresa, «a quien todos hemos leído y creemos conocer bien», explica el autor. «Me encontré, para empezar, el enorme impacto que me provoca su palabra, sabrosa, cargada de imágenes, honda y tensa. El personaje me interesó inmediatamente. Pensé: si esta palabra es salvaje, el personaje que lo sostiene no lo es menos». Y, tras investigar y releer a la mística, decidió partir de un momento clave en su vida: la escisión del convento al que pertenecía para fundar, junto a otras religiosas su propia orden.

«Teresa de Jesús era una mujer enormemente fuerte, por su carácter, pero a la vez frágil por tres aspectos: el primero, es una mujer inteligente, y eso la situaba siempre bajo sospecha. En segundo lugar, es nieta de converso; y en tercero, tenía una espiritualidad heterodoxa», prosigue el escritor.

Su forma de entender el amor a Dios, libre, sin ataduras, molestó a la Iglesia del momento. «Leyendo "El libro de la vida" fue apareciendo en mi imaginación el inquisidor, que no es un antagonista, sino un enemigo íntimo», cuenta Mayorga, que ha tratado de construir un personaje a la altura de la mística, no un burdo extremista. «Es un inquisidor racional, del que buena parte de las frases que dice podrían ser suscritas por muchos de los espectadores», prosigue. Al fin y al cabo, ambos comparten fe, aunque difieren en los planteamientos. «Es una situación totalmente ficticia, si bien Teresa tuvo sus más y sus menos con la Inquisición», matiza el autor.

Nostalgia del castellano
De la prosa y el verso hipnóticos de la escritora nace el título del espectáculo y añade otro tema más a tan interesante conjunto: el idioma. «Hemos tratado de despertar la nostalgia de la lengua. Hoy escuchamos el castellano, pero casi es una lengua extranjera. Frente a ese castellano abaratado que a menudo se nos obliga a oír, escuchamos aquí una palabra hondísima», explica Mayorga.

Y está, claro, el espinoso tema del sentimiento religioso. Mayorga lo sabe: «Por supuesto que hay espectadores creyentes que sienten gratitud. A otros, que en principio tenían sus dudas, los hemos convencido. También hay quienes sienten que ésta no es su Teresa y se enfadan. Es parte del juego. Si el teatro no crea expectación y divide al patio de butacas es irrelevante».

En escena, el novel director plantea un duelo sobrio, ambientado en una cocina atemporal, que podría hablarnos de una religiosa del siglo XVI o del siglo XXI, una buscada ambigüedad para acercar el dilema al espectador de hoy.

«Con algunos de los directores con los que he trabajado he tenido una relación fecunda, y he aprendido de sus aciertos y de sus errores», dice con diplomacia. Y asegura que han sido «audaces» en este espectáculo que más de un amigo le recomendó no estrenar: «No hay nada más antiteatral que rezar en escena, pero lo probamos y nos pareció interesante incluir esa escena». El resumen es positivo y lo expresa con exactitud matemática: «Es una experiencia fascinante, he descubierto que dirigir es escribir en el espacio y el tiempo».

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