Simbolismo de la Concha de Santiago
Encontrar el simbolismo de la Concha de Santiago o vieira no ha sido fácil, ni concluyente, ya que existe una gran variedad de opiniones sobre el origen de la integración de la concha de vieira como símbolo del peregrinaje a Santiago.
Lo que sí es seguro es que la concha de viera pasó a llamarse “Concha de Santiago” porque cuando los peregrinos llegaban a Santiago de Compostela, se les entregaba un pergamino que los confirmaba como peregrinos y se les colocaba sobre su sombrero y capa la concha de vieira, que es de suponer que “entre otras cosas”, demostraba su estancia en Santiago, de modo que de regreso a sus pueblos de origen no quedaba duda de su “logro y méritos personales”.
En los distintos establecimientos de la ciudad se vendían no sólo conchas auténticas traídas desde las playas de Galicia, sino toda una variante de pequeñas conchas peregrinas en distintos materiales que se vendían a modo de souvenirs, amuleto y recuerdo para los familiares y amigos de los peregrinos y visitantes de la ciudad.
Así fue como la concha de vieira se convirtió en “concha peregrina”, al significar la culminación del peregrinaje a Santiago, por ser entregada a los romeros que llegaban a la ciudad.
Desde un punto de vista religioso, las conchas, acomodadas a manera de dedos, se dice que significan las obras buenas, en las cuales el que dignamente las lleva debe perseverar, por tanto, como el peregrino lleva la concha, así cualquier humano mientras esté en el camino de la vida presente debe llevar el yugo del Señor, esto es: debe someterse a sus mandamientos.
Para otros, la Concha de Santiago es una estilización de la pata palmeada de una oca, símbolo para muchas tradiciones antiguas de reconocimiento iniciático, y por ese motivo estaría relacionado con el peregrinaje a Compostela.
Finalmente existe otra posible versión de su significado que puede ser la más adecuada; sería que la concha de vieira, como símbolo de Venus significa el renacer de una persona, su resurección; es decir, la “muerte” o superación del “ego” (egoismo y egocentrismo) para dar paso al “auténtico yo” (sencillo y humilde); que al fin y al cabo es la lección que se debería aprender realizando el peregrinaje a Santiago, y también la gran lección de la peregrinación del ser humano por esta vida.
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