23 de abril de 2010

Desde Cuba

Ejercicios de autocontrol

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - En los días de ira intento querer a todo el mundo. Lucho por amar a ese prójimo empeñado en que lo patee por mantener prendida y a todo volumen su grabadora hasta la madrugada. Cuento hasta diez para tenderle la mano a quienes obstruyen la escalera con dos metros de arena o una mesa de dominó, y hago el máximo esfuerzo porque el mar, el viento, la primavera, no se me atraganten y agreda al viejo extranjero que se babea frente a una adolescente como si el amor se comprara.

Me controlo y digo buenas noches al corrupto, el estafador, la prostituta, el come candela, la chivata, el jubilado y el mendigo, cuando paso y retuercen los ojos, o me señalan mientras aplauden a rabiar en una reunión del comité.

Clamo a Dios porque se calmen mis deseos de partirle la boca al periodista que asegura en pantalla que sí hay, abunda, jamás falta la harina, y después se lamenta o justifica durante tres horas de espera en la cola del pan.

Trato de serenarme cuando el médico no está en el consultorio, la enfermera tampoco, o faltan jeringuillas, recetas y medicamentos en un local cuyas paredes son un dazibao donde se lee: “Sí se puede”, “Somos la primera potencia médica mundial” y “Salud para todos”.

Controlo la ira cuando acusan a un deportista de desertor por abandonar el cuarto del solar, el salario de 500 pesos, el televisor Panda, la bicicleta china Forever, el ventilador IMPUD y el refrigerador Haier.

Monto en cólera al ver desde mi balcón como se llevan detenidos al viejo Andrés por venta ilícita de maní tostado, al negro Estanislao por asedio al turista, o a la rusa Katiuska Prestroika por ofrecer carne de res en su paladar La zarina de Lawton.

Y ni hablar del malestar que me invade al leer sobre la superproducción de arroz, mientras en las escuelas los estudiantes están a plátanos hervidos con chícharos y calamares.

A veces no sé cómo aguanto tanto vapor acumulado en 50 años.

Pero me sedo, hago ejercicios yoga, aspiro y expiro el polvo de la calle. Observo sus baches, las cabillas explotadas del balcón, el tambucho de basura desbordado, y pienso, aunque no me consuela, peor están algunos por ahí.

También como antídoto contra la ira contemplo el paisaje, asisto a la presentación de un libro, voy al cine, un bar, una discotemba, y asisto a un concierto de la Camerata Romeo.

Entonces comprendo que Lord Byron estaba lejos de la verdad cuando expresó: “Mientras más conozco a la gente, más quiero a mi perro”.

Me auto controlo porque sé que dentro de cada uno de mis coterráneos impertinentes flota un ser humano mejor. Mi descontento es un producto nacional. Hecho en Cuba por la revolución.

Víctor Manuel Domínguez
Cubanet.org
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