Don Mariano Martí,
el padre de José Martí
el padre de José Martí
Ana Dolores García
Mariano Martí y Navarro, de origen humilde, nació en Valencia, España, el 31 de octubre de 1815.
Jorge Mañach, en su libro “Martí, el Apóstol”, dice de don Mariano “que era un valenciano robusto y no menguado de talla, con facciones algo duras y perilla a lo Narváez. Se había endurecido de mozo al sol de la Huerta, cargando pacas de cáñamo para la cordelería de su padre. Las quintas le sacaron de la mesa de trenzar y esta experiencia en hilos más burdos le facilitó el aprendizaje de sastre de cuartel…”
Algunos historiadores se refieren a la escasa educación recibida por él y sus hermanas durante su infancia, sin embargo, otros señalan que su escritura, ortografía y dicción denotaban que era poseedor de una superior instrucción.
Su compañía del Cuerpo de Artillería fue trasladada a La Habana y con ella llegó don Mariano, ya con el grado de sargento que, –sigo a Mañach- “gustaba de irse los domingos a los bailes sabrosos del Euscariza y del café de la Bola… Todavía asistían a aquellos bailes las señoritas decentes del comercio y de la artesanía, y un observador perspicaz hubiera advertido que en el atavío de las criollas se mostraba ya cierta preferencia por el azul y el “punzó”, los colores de la bandera de Narciso López…” Don Mariano Martí formó parte, precisamente, de las tropas españolas que lucharon contra la expedición de Narciso López.
En uno de esos bailes conoció a una hermosa joven canaria, Leonor Pérez Cabrera, con la que en pocos meses entabló relaciones amorosas y con la que contrajo matrimonio el 7 de febrero de 1852. El tenía treinta y siete años y ella veintitrés. Constituyeron un modesto hogar en el que procrearon ocho hijos. El primer hijo, José Julián, el futuro hombrecito, era el orgullo de su padre y le llevaba siempre en sus viajes de trabajo porque, agotado por el esfuerzo militar, don Mariano abandonó la vida de soldado y se dedicó a otros menesteres que lo obligaban a apartarse del hogar.
En 1857 regresó a España con su familia, a su natal Valencia, permaneciendo allá dos años. Motivos de salud motivaron este viaje y al cabo de este tiempo volvieron a La Habana. El hijo tenía entonces escasamente entre cuatro y seis años, y no recuerda rastros de esta estancia en sus posteriores escritos.
Ya en el año 1862, don Mariano se hace acompañar por su hijo al pequeño poblado de Caimito del Sur, Hanábana (Jagüey Grande), lugar donde ejerció por un tiempo el cargo de juez pedáneo, es decir, que sólo podía entender en negocios de escasa cuantía y castigar faltas leves. Fueron meses de feliz convivencia entre padre e hijo, en los que el niño vivió en contacto directo con la campiña cubana y disfrutó de paisajes hermosos hasta entonces desconocidos para él. Fue allí donde el padre le enseñó a montar a caballo y donde escribió una carta a su madre, que es el primer escrito que se conserva de él. Escribía también los documentos que debía llenar el padre: era su escribiente casi oficial. No le duró mucho el trabajo de juez a don Mariano, al ser despedido a causa de su recta actitud respecto a una cuestión en que estaban envueltos traficantes de esclavos.
Allí conoció José lo que era la esclavitud. Sus versos sencillos lo reflejarían años más tarde, al igual que otras experiencias vividas en su niñez. Ésta fue la primera vez que el joven Martí se enfrentó tan de cerca a la cruel existencia del hombre esclavo.
De regreso en La Habana, la estancia allí también fue breve. Al año siguiente, don Mariano, de nuevo con su hijo, marchó a Belice, muy probablemente para realizar el trabajo rudo del corte de maderas. Aquella zona, de selva virgen, dejó igualmente honda huella en el joven José.
La camaradería que existió entre padre e hijo, auspiciada por estos dos viajes en los que convivieron solos lejos del resto de la familia, pareció debilitarse después cuando don Mariano se resistía a que el joven continuara sus estudios, y le urgía a que en lugar de ello se procurara un trabajo para ayudar al sostenimiento económico de la familia. Fue Doña Leonor, sin embargo, la que alentó y luchó porque el muchacho prosiguiera sus estudios. No sería extraño tampoco que los ideales patrióticos del joven criollo chocaran con los del padre español.
Sin embargo, cuando José fue encarcelado en 1869, don Mariano realizó, a la par con doña Leonor, todas las gestiones a su alcance para lograr su indulto. Tocó a puertas, molestó a conocidos, y al fin logró que el muchacho fuera sacado de las canteras de San Lázaro y desterrado a Isla de Pinos, y posteriormente a España, libre ya de cadenas y grilletes, aunque con la prohibición del regreso.
No volvieron a verse hasta que lo hicieron en México en 1875, adonde se había ido la familia en busca de trabajo, pero donde las condiciones de vida continuaron siendo precarias. Allá pudo reunírseles el joven José, que ya venía con sus estudios de universidades españolas. En 1877 don Mariano y su familia regresaron a La Habana. Habían perdido en México a Ana, enferma del corazón, y la salud de otras dos de sus hijas empezaba también a resentir la altitud de la ciudad. Martí quedó allí, donde conocería a Carmen Zayas Bazán.
Don Mariano y su hijo no se encontraron de nuevo hasta 1878, en que José Martí volvió a La Habana como resultado del Pacto del Zanjón, que había hecho posible el regreso de muchos exiliados. Pero la estancia de Martí y Carmen en La Habana tampoco fue larga. Las actividades separatistas de José se hacían cada vez más evidentes. Fue apresado por las autoridades españolas y enviado a un segundo exilio.
Don Mariano visitó a su hijo en Nueva York para lo que fue su última reunión con él, en el invierno de 1883. Permanecieron juntos durante un año. Luego regresó a La Habana, donde murió el 2 de febrero de 1887.
El cariño de José Martí por su padre quedó reflejado en no pocos de sus escritos y poesías. Valgan de ejemplo estos Versos Sencillos:
Mucho dolor rezuman las palabras de Martí recordando a don Mariano cuando, a raíz de su muerte informa de ella en una carta a su amigo Fermín Valdés Domínguez:
“Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiara, en los últimos años de sus vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba”.
Mariano Martí y Navarro, de origen humilde, nació en Valencia, España, el 31 de octubre de 1815.
Jorge Mañach, en su libro “Martí, el Apóstol”, dice de don Mariano “que era un valenciano robusto y no menguado de talla, con facciones algo duras y perilla a lo Narváez. Se había endurecido de mozo al sol de la Huerta, cargando pacas de cáñamo para la cordelería de su padre. Las quintas le sacaron de la mesa de trenzar y esta experiencia en hilos más burdos le facilitó el aprendizaje de sastre de cuartel…”
Algunos historiadores se refieren a la escasa educación recibida por él y sus hermanas durante su infancia, sin embargo, otros señalan que su escritura, ortografía y dicción denotaban que era poseedor de una superior instrucción.
Su compañía del Cuerpo de Artillería fue trasladada a La Habana y con ella llegó don Mariano, ya con el grado de sargento que, –sigo a Mañach- “gustaba de irse los domingos a los bailes sabrosos del Euscariza y del café de la Bola… Todavía asistían a aquellos bailes las señoritas decentes del comercio y de la artesanía, y un observador perspicaz hubiera advertido que en el atavío de las criollas se mostraba ya cierta preferencia por el azul y el “punzó”, los colores de la bandera de Narciso López…” Don Mariano Martí formó parte, precisamente, de las tropas españolas que lucharon contra la expedición de Narciso López.
En uno de esos bailes conoció a una hermosa joven canaria, Leonor Pérez Cabrera, con la que en pocos meses entabló relaciones amorosas y con la que contrajo matrimonio el 7 de febrero de 1852. El tenía treinta y siete años y ella veintitrés. Constituyeron un modesto hogar en el que procrearon ocho hijos. El primer hijo, José Julián, el futuro hombrecito, era el orgullo de su padre y le llevaba siempre en sus viajes de trabajo porque, agotado por el esfuerzo militar, don Mariano abandonó la vida de soldado y se dedicó a otros menesteres que lo obligaban a apartarse del hogar.
En 1857 regresó a España con su familia, a su natal Valencia, permaneciendo allá dos años. Motivos de salud motivaron este viaje y al cabo de este tiempo volvieron a La Habana. El hijo tenía entonces escasamente entre cuatro y seis años, y no recuerda rastros de esta estancia en sus posteriores escritos.
Ya en el año 1862, don Mariano se hace acompañar por su hijo al pequeño poblado de Caimito del Sur, Hanábana (Jagüey Grande), lugar donde ejerció por un tiempo el cargo de juez pedáneo, es decir, que sólo podía entender en negocios de escasa cuantía y castigar faltas leves. Fueron meses de feliz convivencia entre padre e hijo, en los que el niño vivió en contacto directo con la campiña cubana y disfrutó de paisajes hermosos hasta entonces desconocidos para él. Fue allí donde el padre le enseñó a montar a caballo y donde escribió una carta a su madre, que es el primer escrito que se conserva de él. Escribía también los documentos que debía llenar el padre: era su escribiente casi oficial. No le duró mucho el trabajo de juez a don Mariano, al ser despedido a causa de su recta actitud respecto a una cuestión en que estaban envueltos traficantes de esclavos.
Allí conoció José lo que era la esclavitud. Sus versos sencillos lo reflejarían años más tarde, al igual que otras experiencias vividas en su niñez. Ésta fue la primera vez que el joven Martí se enfrentó tan de cerca a la cruel existencia del hombre esclavo.
“Yo sé de un pesar profundo
entre las penas sin nombre…”
entre las penas sin nombre…”
De regreso en La Habana, la estancia allí también fue breve. Al año siguiente, don Mariano, de nuevo con su hijo, marchó a Belice, muy probablemente para realizar el trabajo rudo del corte de maderas. Aquella zona, de selva virgen, dejó igualmente honda huella en el joven José.
La camaradería que existió entre padre e hijo, auspiciada por estos dos viajes en los que convivieron solos lejos del resto de la familia, pareció debilitarse después cuando don Mariano se resistía a que el joven continuara sus estudios, y le urgía a que en lugar de ello se procurara un trabajo para ayudar al sostenimiento económico de la familia. Fue Doña Leonor, sin embargo, la que alentó y luchó porque el muchacho prosiguiera sus estudios. No sería extraño tampoco que los ideales patrióticos del joven criollo chocaran con los del padre español.
Sin embargo, cuando José fue encarcelado en 1869, don Mariano realizó, a la par con doña Leonor, todas las gestiones a su alcance para lograr su indulto. Tocó a puertas, molestó a conocidos, y al fin logró que el muchacho fuera sacado de las canteras de San Lázaro y desterrado a Isla de Pinos, y posteriormente a España, libre ya de cadenas y grilletes, aunque con la prohibición del regreso.
No volvieron a verse hasta que lo hicieron en México en 1875, adonde se había ido la familia en busca de trabajo, pero donde las condiciones de vida continuaron siendo precarias. Allá pudo reunírseles el joven José, que ya venía con sus estudios de universidades españolas. En 1877 don Mariano y su familia regresaron a La Habana. Habían perdido en México a Ana, enferma del corazón, y la salud de otras dos de sus hijas empezaba también a resentir la altitud de la ciudad. Martí quedó allí, donde conocería a Carmen Zayas Bazán.
Don Mariano y su hijo no se encontraron de nuevo hasta 1878, en que José Martí volvió a La Habana como resultado del Pacto del Zanjón, que había hecho posible el regreso de muchos exiliados. Pero la estancia de Martí y Carmen en La Habana tampoco fue larga. Las actividades separatistas de José se hacían cada vez más evidentes. Fue apresado por las autoridades españolas y enviado a un segundo exilio.
Don Mariano visitó a su hijo en Nueva York para lo que fue su última reunión con él, en el invierno de 1883. Permanecieron juntos durante un año. Luego regresó a La Habana, donde murió el 2 de febrero de 1887.
El cariño de José Martí por su padre quedó reflejado en no pocos de sus escritos y poesías. Valgan de ejemplo estos Versos Sencillos:
Rápida como un reflejo
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós
Si quieren que de este mundo
lleve una memoria grata,
llevaré, padre profundo,
tu cabellera de plata.
Pensé en el pobre artillero
que está en la tumba callado,
pensé en mi padre, el soldado,
pensé en mi padre, el obrero.
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós
Si quieren que de este mundo
lleve una memoria grata,
llevaré, padre profundo,
tu cabellera de plata.
Pensé en el pobre artillero
que está en la tumba callado,
pensé en mi padre, el soldado,
pensé en mi padre, el obrero.
Mucho dolor rezuman las palabras de Martí recordando a don Mariano cuando, a raíz de su muerte informa de ella en una carta a su amigo Fermín Valdés Domínguez:
“Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiara, en los últimos años de sus vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba”.
Ana Dolores García
Foto: www.guije.com
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Me ha encantado este escrito sobre el padre de José Martí y el tiempo en que estuvieron juntos y estrecharon sus lazos.
ResponderEliminarEs cierto que Martí cuando habla de su padre en los versos sencillos se nota una cierta tristeza.
Muy bonito, gracias, Lolita.
Martha Pardiño
Don Mariano Martí resultaser el gran desconocido. Aunque poco, sabemos más de doña Leonor, pero del padre de Martí casi no nos ha llegado nada. Y sin embargo hubo un cariño entrañable entre ambos, a pesar de la distante posición políica que mediaba entre ambos.
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