6 de enero de 2010



La Epifanía del Señor

Epifanía es una palabra de origen griego que significa «manifestación».

Para los cristianos, Epifanía es la manifestación de la divinidad de Jesús. Se considera como la primera manifestación de la divinidad de Jesús, a la que tuvo lugar ante los Magos de Oriente al poco tiempo de su nacimiento.

Es solamente el evangelista Mateo quien narra ese pasaje: (Mt. 2, 1-12)
«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.”»

La fiesta religiosa de la Epifanía tiene sus orígenes en la Iglesia de Oriente donde, a diferencia de Europa, el solsticio se celebraba el 6 de enero, con festejos al rey sol. Epifanio de Salamina, obispo bizantino, explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento de la luz a los trece días de haberse dado este cambio; nos dice además que los paganos hacían una fiesta significativa y suntuosa. Se cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos con ritos nocturnos en los que gritaban: «la virgen ha dado a luz, la luz crece».

En el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor, tratando de eclipsar las celebraciones paganas.



Los Magos de Oriente
¿cuántos eran?

San Mateo continúa diciéndonos en su relato evangélico:

«…Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra…»

Por el pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra. Pero, ¿cuántos eran? Se fue haciendo cada vez más cierta la versión de que eran tres, basada en que ofrecieron tres regalos.

Sin embargo la tradición, basada en evangelios apócrifos e historias entre los primeros cristianos, sostiene que fueron tres, y que sus restos estuvieron en Constantinopla (por entonces la capital más importante en el Oriente), hasta el año 474, que luego fueron trasladados a la catedral de Milán, en Italia, y que finalmente se encuentran en la catedral de Colonia, en Alemania, desde el año 1164.

No obstante, hasta entrado el siglo V en algunos escritos seguían hablando de cuatro magos, aunque su existencia tampoco tiene fundamento bíblico.

«El cuarto Rey Mago» es el título de un cuento navideño escrito en 1896 por Henry van Dyke (1852 – 1933), un teólogo presbiteriano estadounidense. El personaje es Artabán.
No está de más enlazar aquí brevemente según lo narra van Dyke, la historia de este Artabán:

Estando supuesto a reunirse con los otros tres magos, Artabán no pudo llegar a tiempo a la cita al topar en su camino con un viejo moribundo y dedicarse a curar sus heridas.

Decidido a llegar hasta Belén, prosiguió solo su camino, pero llegó a Judea en medio de la matanza de niños ordenada por Herodes, y encontró que María, José y el Niño habían escapado a Egipto.

Sorprendido, fue apresado. Su cautiverio duró 30 años hasta que se le dejó en libertad. Por entonces oía por todos lados los comentarios sobre los milagros que hacía un carpintero nazareno, al que muchos consideraban el Mesías prometido. Cuando se anunció la inminente crucifixión de Cristo, se encaminó al Gólgota, pero al pasar por un mercado ve que es subastada una joven para liquidar las deudas de su padre. Se apiada de ella y compra su libertad con un pedazo de jaspe, que era ya lo último que le quedaba de las ofrendas que pretendía entregar al Niño Dios treinta y tres años atrás.

De pronto, todo se vuelve tinieblas. Jesucristo muere en la cruz y la tierra se estremece. Artabán comprende que no llegará a tiempo al Gólgota. Es golpeado en la cabeza por una gran piedra y medio inconsciente y moribundo ve una figura que le dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Desorientado y exhausto pregunta: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y con la misma expiración recibe la respuesta: Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí». Esta vez, Artabán había llegado a tiempo a su encuentro con Jesús.



¿Magos, Reyes, o Reyes Magos?

Al igual que Mateo no nos dice cuántos fueron los Magos, tampoco les llama «Reyes».

De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento del hombre y de la naturaleza, esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios.

El primero que llamó Reyes a los magos fue Tertuliano, líder de la Iglesia y prolífico escritor que vivió en Cartago durante la segunda parte del siglo II y primera parte del tercero, quien descubrió en el Antiguo Testamento, concretamente en los Salmos de David, un pasaje que predecía que unos Reyes acudirían a ver al Mesías poco después de su nacimiento:

«Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos, que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan.» (Salmo 71)


La Estrella de Belén

Mateo pone en boca de los magos:

«Pues vimos su estrella en el Oriente…»


La aparición de una nueva estrella significaba para los antiguos sabios y astrólogos el augurio de un suceso trascendente. ¿Un cometa? ¿Un nuevo planeta? Lo que fuera, no es de extrañar que los magos se dejaran dirigir por ella. Así fue que un astro los guió al lugar del nacimiento de Jesucristo, luego de la entrevista con Herodes:

«y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.»

Fuentes: wikipedia.org
ACI prensa.org
Ilustración: «Adoración de los Magos»
Óleo de Abraham Bloemaert, (1566-1651)
Pintor holandés, Museo del Louvre
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