22 de octubre de 2009


La crisis que no acabó

Vicente Echerri,
Hoy en el Nuevo Herald

Siempre hay, por estos días, quien recuerde la llamada crisis de los misiles o ``crisis de octubre'', el momento de la guerra fría en que el mundo estuvo más cerca de la conflagración nuclear. Son muchos los analistas, comentaristas e historiadores que han abordado el tema y que opinan, casi unánimemente, que el presidente Kennedy respondió al sorpresivo desafío de los soviéticos con valor y mesura excepcionales y que logró desactivar la amenaza e incluso salir victorioso de ese pulso con sus adversarios al solo precio --bastante magro si se tiene en cuenta lo que estaba en juego-- de la supervivencia de Cuba como un Estado comunista.

El mundo respiró aliviado cuando los rusos cedieron al fin y las cosas volvieron a la normalidad. Tristemente, esa normalidad incluía la consolidación del totalitarismo en Cuba que --pese a la desaparición de la Unión Soviética y al descrédito universal de la utopía marxista-- aún se mantiene. Desde el punto de vista de los que resultamos víctimas de ese arreglo --el pueblo de Cuba--, cabe preguntarse, 47 años después: ¿Fue realmente exitosa la solución de Kennedy? O, puesto en otras palabras: ¿fue el acuerdo Kennedy-Kruschev el mal menor y la única salida para la crisis?

A casi medio siglo de distancia y desde la perspectiva de aquellos a los que les tocó perder --la libertad, la prosperidad y casi la identidad como pueblo--, estar de acuerdo con la opinión mayoritaria del mundo es un trago imposible: si la crisis de octubre garantizó o legitimó nuestra colectiva esclavitud es un estigma que no dejaremos de glosar a la memoria de Kennedy como prueba de ineptitud y de doblez. El rencor que muchos cubanos sentimos por el asesinado presidente --y, por extensión, por su familia y por su partido-- reverdece en cada vergonzoso aniversario --tanto de Bahía de Cochinos como de esta crisis en que el líder del mundo libre nos vendió en el tenderete de los rusos.

Desde luego, nadie en su sano juicio argüiría que Estados Unidos debía haber recurrido a la guerra nuclear por causa de Cuba, guerra en la que, independientemente de la catástrofe que hubiera significado para las dos superpotencias y sus aliados, nuestro pequeño país hubiera sido barrido por un tsunami atómico. El único loco que abogó por esa solución fue Fidel Castro, que creía en la inmolación colectiva de los cubanos si eso hubiera significado el colapso del ``imperialismo'', un resultado que, por otra parte, no era predecible ni siquiera en un conflicto de esa naturaleza.

No hubiese sido necesario, sin embargo, haber llegado tan lejos si a la situación de Cuba el gobierno de Estados Unidos le hubiese prestado desde el principio una mayor importancia, si hubiesen atendido las voces de advertencia de los mismos cubanos que pedían asilo a diario en este país y si la vigilancia y el espionaje que los llevó a decretar un bloqueo marítimo a la Isla, cuando ya los soviéticos tenían en suelo cubano decenas de miles de hombres y un verdadero arsenal, hubiera estado en funciones desde mucho antes.

Los norteamericanos debían haber hallado motivos para destruir la revolución cubana antes de que se hubiera llegado a la crisis de los misiles, que bien pudo ser un simple alarde de Kruschev para obtener lo que a la postre consiguió: la perpetuación del régimen comunista. Afirmar que Kennedy salió victorioso porque logró la remoción de los misiles y evitó la guerra nuclear es pasar por alto la posible y bastante obvia triquiñuela que los soviéticos le jugaron. No es creíble que éstos estuvieran dispuestos a poner de manera permanente sus misiles nucleares en suelo cubano, mucho menos ante la imprevisibilidad de Castro. Creo más bien que --no obstante lo riesgoso que pudo ser-- se trató de una provocación deliberada para conseguir algo a cambio: la inamovilidad de Cuba como su bastión en América, algo que se mantiene para perjuicio de los intereses norteamericanos en la región, aun cuando la Unión Soviética dejara de existir desde hace casi veinte años.

Dicho de otra manera, la crisis de octubre nunca debió tener lugar porque Estados Unidos debió haber llevado a cabo, con sorpresa y celeridad, la invasión de septiembre, o de agosto, o de julio... no importa cuán popular fuera aún el castrismo ni el escándalo que esta acción hubiera suscitado. Los cubanos nos hubiéramos ahorrado una tragedia de medio siglo, y Estados Unidos habría desalentado todos los brotes de enemistad, de insolencia y de terrorismo que el régimen cubano ha inspirado, auspiciado o financiado a lo largo de todos estos años en casi todo el mundo y sobre todo en este continente.

No se trata, en mi opinión, de un caso cerrado al que los historiadores puedan acercarse libremente a hacer sus diagnósticos y sus disecciones, sino de un conflicto que sigue vigente --aunque haya disminuido de intensidad-- que aún Estados Unidos tiene la obligación y la oportunidad de resolver de manera expedita y, de paso, enmendar el grave error del presidente Kennedy.

Vicente Echerri
http://www.elnuevoherald.com
Ilustración: Google
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