Los borrachos
(Conclusión)
(Conclusión)
Eladio Secades
El alcohol es el argumento para perder el recato que casi nunca se tiene. Y para disimular lo que difícilmente se posee. Un borracho pobre pagando tomas puede parecer rico. Un borracho cobarde echando plantes parecerá valiente. En nuestros bailes públicos, nada más temerario que un picúo lleno de coñac. Si en la fiesta hay una bronca, mejor. Entones al picuo tienen que aguantarlo los amigos. Y darle coba para que deje eso. Contra todos se revuelve pidiendo que le dejen arreglar el asunto entre hombres. De repente otro, todavía más picúo, se pone dramático para chillar. Forcejeando los dos amigos se abrazan y recuerdan que se quieren como hermanos. Y se van a tomar otra copa. Lo más ridículo que hay en nuestra vida son los «dos fajaos». Pero más ridículos todavía son los dos que no pueden fajarse. Porque entre ruegos los sujetan intermediarios que siempre salen con la ropa sucia y la respiración alterada. Lo mejor para que comiencen a entrar en razones dos que quieren fajarse, es que los suelten. Porque resulta que la verdad es que no quieren fajarse. Esas broncas entre chusmas empezaron a perder su sabor delicioso desde que desaparecieron los sombreros de paja. ¡Oh, aquella galleta cubana que rompía el ala del pajilla y atraía como por encanto el tumulto de almas apaciguadoras...! «Dejen eso, caballeros»
Existe el tipo peligroso cuando toma una copa. En el barrio lo respetan. Porque saben que echa cuando llega la hora. Responde a los problemas suyos y a los problemas de los del grupo. Pero no le gusta hablar de guapería. Sería una inmodestia. Es el borracho que vive advirtiendo que no vayan a equivocase con él. Después de estas broncas cubanas a uno de los que pelearon le ruegan que se vaya. Para evitar. Pero o se puede ir, porque en la confusión no recuerda a quién le dio a aguantar el saco. Hay quienes para fajarse se quitan el saco, el aniño y el reloj-pulsera. Que es lo mismo que hay que hacer para sentarse a escribir un editorial sobre economía política. El alcohol en exceso aleja lo femenino. Una mujer muy borracha no huele a mujer. Huele a amigo que está celebrando el santo.
Junto a la mujer muy borracha, hay un cenicero lleno de colillas. Y un montón de ideas viejas y vulgares. Que el whisky hace nuevas y originales. Lo malo es que la bebida dé por la filosofía. Una mujer hueva filosofando tiene un parangón con la gaita. Elocuencia de aire que sale. Un pensamiento fuerte puede hasta despeinarnos. En el club aparece la niña insolente que ya tiene el vicio del «high-ball» y de los cigarrillos americanos. Es una enciclopedia de frases hechas. «¿Casarme yo?» «¡Qué va!»… «¡Amo la libertad!»… «Estoy muy bien así»… «Al hombre mejor, que lo ahorquen…»
Una especie de gripe espiritual. Otro «whisky and soda». Más humo. La tráquea se está empapelando de nicotina. Los que quieran dejar el cigarro, que presencien la autopsia de un chino. Es igual que si desnudaran una chimenea. La simpatía a veces es un problema de voluntad. Los hombres feos, ante la necesidad de agradar, se hacen simpáticos. Ordenan tres gracias y las van colocando. Para completar la fealdad. Casi todos los bizcos son cariñosos. Las mujeres bonitas suelen ser tontas. Porque no tienen nada que compensar. Esta es la edad de las muchachas que piden «high-balls» y se despiertan peleando con la vieja, porque no aparee el frasco de la sal de frutas.
El alcohol es el argumento para perder el recato que casi nunca se tiene. Y para disimular lo que difícilmente se posee. Un borracho pobre pagando tomas puede parecer rico. Un borracho cobarde echando plantes parecerá valiente. En nuestros bailes públicos, nada más temerario que un picúo lleno de coñac. Si en la fiesta hay una bronca, mejor. Entones al picuo tienen que aguantarlo los amigos. Y darle coba para que deje eso. Contra todos se revuelve pidiendo que le dejen arreglar el asunto entre hombres. De repente otro, todavía más picúo, se pone dramático para chillar. Forcejeando los dos amigos se abrazan y recuerdan que se quieren como hermanos. Y se van a tomar otra copa. Lo más ridículo que hay en nuestra vida son los «dos fajaos». Pero más ridículos todavía son los dos que no pueden fajarse. Porque entre ruegos los sujetan intermediarios que siempre salen con la ropa sucia y la respiración alterada. Lo mejor para que comiencen a entrar en razones dos que quieren fajarse, es que los suelten. Porque resulta que la verdad es que no quieren fajarse. Esas broncas entre chusmas empezaron a perder su sabor delicioso desde que desaparecieron los sombreros de paja. ¡Oh, aquella galleta cubana que rompía el ala del pajilla y atraía como por encanto el tumulto de almas apaciguadoras...! «Dejen eso, caballeros»
Existe el tipo peligroso cuando toma una copa. En el barrio lo respetan. Porque saben que echa cuando llega la hora. Responde a los problemas suyos y a los problemas de los del grupo. Pero no le gusta hablar de guapería. Sería una inmodestia. Es el borracho que vive advirtiendo que no vayan a equivocase con él. Después de estas broncas cubanas a uno de los que pelearon le ruegan que se vaya. Para evitar. Pero o se puede ir, porque en la confusión no recuerda a quién le dio a aguantar el saco. Hay quienes para fajarse se quitan el saco, el aniño y el reloj-pulsera. Que es lo mismo que hay que hacer para sentarse a escribir un editorial sobre economía política. El alcohol en exceso aleja lo femenino. Una mujer muy borracha no huele a mujer. Huele a amigo que está celebrando el santo.
Junto a la mujer muy borracha, hay un cenicero lleno de colillas. Y un montón de ideas viejas y vulgares. Que el whisky hace nuevas y originales. Lo malo es que la bebida dé por la filosofía. Una mujer hueva filosofando tiene un parangón con la gaita. Elocuencia de aire que sale. Un pensamiento fuerte puede hasta despeinarnos. En el club aparece la niña insolente que ya tiene el vicio del «high-ball» y de los cigarrillos americanos. Es una enciclopedia de frases hechas. «¿Casarme yo?» «¡Qué va!»… «¡Amo la libertad!»… «Estoy muy bien así»… «Al hombre mejor, que lo ahorquen…»
Una especie de gripe espiritual. Otro «whisky and soda». Más humo. La tráquea se está empapelando de nicotina. Los que quieran dejar el cigarro, que presencien la autopsia de un chino. Es igual que si desnudaran una chimenea. La simpatía a veces es un problema de voluntad. Los hombres feos, ante la necesidad de agradar, se hacen simpáticos. Ordenan tres gracias y las van colocando. Para completar la fealdad. Casi todos los bizcos son cariñosos. Las mujeres bonitas suelen ser tontas. Porque no tienen nada que compensar. Esta es la edad de las muchachas que piden «high-balls» y se despiertan peleando con la vieja, porque no aparee el frasco de la sal de frutas.
Eladio Secades, de su LIbro
"Las Mejores Estampas de
Eladio Secades"
Ilustración: Google
A Eladio Secades se le considera con razón «El psicólogo del costumbrismo cubano». Sus leídas «Estampas de la Época» comenzaron a publicarse en el diario «Alerta» de La Habana. Luego siguieron publicándose en la revista «Bohemia», en la que Secades era también cronista deportivo, uno de los mejores del periodismo cubano.
Al advenimiento de la dictadura que todavía oprime a nuestro pueblo y con el cierre de toda la prensa independiente, Secades emprendió el camino del destierro. Sus «Etampas de la Época» cambiaron de escenario y de publicación, describiendo la vida del cubano en Miami desde las páginas del semanraio Zig Zag, que a su vez fue continuador de nuestra más famosa revista humorística en tiempos de libertad.
Al advenimiento de la dictadura que todavía oprime a nuestro pueblo y con el cierre de toda la prensa independiente, Secades emprendió el camino del destierro. Sus «Etampas de la Época» cambiaron de escenario y de publicación, describiendo la vida del cubano en Miami desde las páginas del semanraio Zig Zag, que a su vez fue continuador de nuestra más famosa revista humorística en tiempos de libertad.
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