Indagación de la chusmería
Por Duanel
Díaz Infante
En la
foto, al fondo, una multitud combativa. En primer plano, cuatro
mujeres que también gesticulan y vociferan. Qué no podemos saber, pero lo
suponemos: gritan consignas revolucionarias e insultos de todo tipo. Esta foto
de EFE capta insuperablemente cierto estilo, una manera de expresión que
identificamos como característica de la Cuba de las últimas décadas.
Como si,
tras campear a sus anchas en los años críticos del "período
especial", triunfando en las canciones apolíticas de NG la Banda y la
Charanga Habanera, la chusmería regresara a su origen revolucionario.
"Bollo
pelúo pa' Fidel", coreaba, Belascoaín abajo, una marcha de mujeres en
1959, y podríamos pensar que aquellas son estas, intercambiarlas. Marcha
revolucionaria y acto de repudio entregan, ciertamente, una clave fundamental
del régimen castrista. Las calles eran, son, de los revolucionarios, y fue ahí,
en territorio libre de formalidades "burguesas", donde cundió eso que
conocemos como chusmería.
Tradicionalmente
la cifra del carácter nacional había sido puesta en el choteo. "Es la
desgracia criolla", afirmaba Ortiz en 1907, definiéndolo como la tendencia
a considerar como "boberías" los altos ideales que en otras tierras
inspiran a los hombres a luchar y esforzarse.
"Esta
propensión a chotearse de todo, ha relajado los vínculos del respeto mutuo
entre los ciudadanos y borrado las líneas de separación que en todos los países
existen entre las diversas jerarquías sociales", señalaba por su parte
Mario Guiral Moreno en 1914.
Para este el choteo era, como para Ortiz,
"una cualidad innata de nuestro pueblo" ("Aspectos censurables
del carácter cubano", Cuba Contemporánea, febrero de 1914), pero su
crítica a la tendencia niveladora del fenómeno transparentaba la repugnancia de
los hombres de Cuba Contemporánea hacia el gobierno del general José
Miguel Gómez, al que acusaban de haber aupado a las clases inferiores del país,
sobre todo a los negros.
Con relación
a Ortiz y a Guiral Moreno, la novedad de la Indagación del choteo de
Mañach no consiste tanto en reconocerle al choteo un lado positivo (eso estaba
ya en el Manual del perfecto fulanista de José Antonio Ramos), como en
atribuirlo a factores históricos o coyunturales antes que a los naturales o
hereditarios.
Para Mañach, el choteo corresponde al período de
"improvisación nacional", esas dos primeras décadas de vida
independiente donde los ideales patrióticos naufragaron en el caciquismo, el
peculado y la politiquería.
Más que
una cualidad innata del pueblo cubano, el choteo sería entonces un fenómeno
transitorio, y Mañach predice su mengua "con el advenimiento gradual de
nuestra madurez, con la alteración paulatina de nuestro clima social".
A
la altura de 1928, este reconocimiento refleja desde luego el optimismo de
aquella generación que había tenido en la Protesta de los Trece su bautismo de
fuego: "El choteo como libertinaje mental está a la defensiva".
A solo
días de la caída de Machado, desde la radio Mañach se ufanaba: "liquidamos
una fase de improvisación". En 1955, cuando se reimprime la Indagación...,
señala en una nota que "el proceso revolucionario del 30 al 40, tan tenso,
tan angustioso, tan cruento a veces, llegó a dramatizar al cubano, al extremo
de llevarlo en ocasiones a excesos trágicos. Ya el choteo no es, ni con mucho,
el fenómeno casi ubicuo que fue antaño…"
Era
justo suponer, entonces, que desaparecería del todo con la revolución de 1959,
por cuanto la misma encarnaba esos grandes ideales que el choteo criollo
rebajaba sistemáticamente.
Y así lo confirmaba el propio Mañach, cuando en su
artículo "La revitalización de la fe en Cuba" (Bohemia, 15 de
marzo de 1959), apuntaba: "Nos hablamos con no sé qué entrañable efusión,
que no es ya la superficial efervescencia del embullo criollo; con una alegría
que en nada se parece a las expresiones relajadas del choteo. Damos la
sensación de que por fin hemos tomado en serio todo lo que antaño nos parecía
solemne extravagancia".
En este
punto fundamental, el irreverente Virgilio Piñera coincidía con el atildado
doctor Mañach; "Piñera teatral", originalmente publicado en Lunes
de Revolución, es, posiblemente, el documento más conocido de esa crisis
general del choteo que trajo la revolución de 1959.
El cubano era cómico y
trágico a la vez, pero según Piñera la Revolución bien podía cambiar ese
carácter, toda vez que "esa broma perpetua no es otra cosa que evasión
ante una realidad, ante una circunstancia que no se puede afrontar. Frente a
una frustración […] por más de cincuenta años nos hemos defendido con el
chiste.
Si no podíamos enfrentarnos con los expoliadores del patrimonio
nacional, al menos los ridiculizábamos. […] Esta resistencia hizo que Fidel
Castro encontrara intacto a su pueblo para la gran empresa de la
Revolución". Si la realidad no era ya insoportable, no había por qué
evadirla; chotearla carecía de sentido.
En el
periódico Revolución abundan las versiones de la misma idea. Semanas
atrás de la publicación del artículo de Piñera, a raíz de una relectura de La
crisis de la alta cultura en Cuba, Fausto Masó había reprochado al propio
Mañach el "dar como característica principal del cubano el no tomar nada
en serio".
Según el joven periodista, ahí había error: el cubano no
respetaba porque "no había nada digno de respeto", de modo que el
choteo, en vez de negativo, resultaba positivo. Lo cual no estaba tan lejos de
lo que había planteado el propio Mañach en 1928, pero en medio de la confusión
generalizada de los nuevos tiempos, los disparates pasaban desapercibidos.
Masó
esgrime la memoria de la revolución del 30 y, desde luego, la evidencia de la
revolución del 59, contra aquellos intelectuales que, como Mañach, "nunca
creyeron en la capacidad del pueblo cubano" (“Mañach y la baja cultura”, Revolución,
2 de febrero de 1959).
En
respuesta a las burlas al doctor Castro por parte de la prensa independiente,
escribía Jaime Sarusky: "Desde que la Revolución está en el poder, ya los
chistes no son como antes. En otras épocas, el humor iba de abajo hacia arriba.
La agudeza del cubano humilde 'que se estaba comiendo un cable y que tenía que
inventar para comer' fluía espontáneamente, francamente [...]
Ahora los chistes
salen desde temprano de los bares con aire acondicionado de los clubes elegantes.
Y en cada barrio chic se chismea, se balbucea, se pierde el tiempo. Ahora los
chistes nacen, se repiten y divulgan a partir de los barrios elegantes. Ahora
la contrarrevolución se ha vuelto chistosa" ("Humor y
contrarrevolución", Revolución, 5 de mayo de 1960).
La idea
era clara: el choteo había pasado del pueblo a sus enemigos; contar chistes no
era ya una forma de resistencia, sino desperdiciar tiempo y energías que debían
dedicarse exclusivamente a las ingentes empresas de la revolución.
La
chusmería emerge
Y es
justo entonces, cuando el tradicional choteo se va retirando de la escena
histórica, que vemos emerger a la chusmería, inseparable del populismo
revolucionario. Carlos Franqui recuerda un discurso de Castro conocido como el
de los 143 coños: el Comandante se apartaba del micrófono para decir malas
palabras, pero la gente lo oía.
Esas palabras obscenas, inconcebibles en el
discurso de un político tradicional, eran, desde luego, parte de su
performance: irrespetando deliberadamente las formas, Castro decía
"coño", pero lo que significaba, lo que a su exaltada audiencia
quería decir era: "soy uno de ustedes".
Entre
tantas consignas de la época, recordemos aquellas donde la alineación cubana
con los países socialistas, absolutamente imprevisible unos años atrás, era
celebrada en estilo de barrio: "Pim, pam, pum/ Mao Tse-tung".
Primero, "Fidel, Jruschov/ Estamos con los dos"; luego: "Nikita,
mariquita/ lo que se da no se quita". Y otra muy significativa, que
acompañó en 1961 la creación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas:
"La ORI, la ORI/ la ORI es la candela/ No le diga ORI/ dígale
candela".
Basta
comparar esta conguita con el lema del Partido Auténtico para apreciar el
cambio: "La cubanidad es amor" resulta fácilmente choteable —Papaíto
Mayarí, la novela de Miguel de Marcos, abunda en ejemplos de ello. De
"La cubanidad es amor" a "La ORI es la candela" hemos
pasado del orden del choteo al orden de la chusmería. La diferencia no es
meramente cuantitativa, sino cualitativa, de esencia. La chusmería no sería un
grado del choteo, una exacerbación del mismo, sino más bien otra cosa, algo
fundamentalmente nuevo.
Como si
se tratara de dos especies: una "republicana"; la otra
"revolucionaria". Producto de los tiempos de generales y doctores,
los "bombines de mármol" que decía Lorenzo García Vega, el choteo es
parte de una economía social que incluye el registro elevado así como su
rebajamiento. A la solemnidad de los discursos senatoriales, la formalidad de
los elogios académicos, la pompa de los homenajes martianos, correspondía la
trompetilla, esa otra costumbre republicana que también fue trastocada por la
revolución de 1959.
Quintaesencia
del choteo, la trompetilla es negativa, reactiva, se dirige siempre contra
algo; la chusmería, en cambio, es más bien positiva: una cierta afirmación:
"¡Somos socialistas pa’lante y pa’lante, y al que no le guste que tome
purgante!"; "¡Pa’ lo que sea Fidel, pa’ lo que sea!". La
chusmería carece de objeto: no es transitiva, sino intransitiva. Antes que
acción, es modo, manera. La chusmería no intenta rebajar nada, ella es
cuando todo ha sido rebajado —todo menos una cosa: la Revolución.
Ese
doble movimiento, por un lado antijerárquico, liberador, por el otro
imperativo, autoritario, se encuentra en muchas estampas de aquellos primeros
años. En su reportaje Cuba: ZDA, Lisandro Otero anotaba, por ejemplo:
"Las puertas del Rector Nicola nunca se cierran. La corriente de
estudiantes fluye a través de ellas. Las barreras se han alzado comunicando
estratos. En toda Cuba se han abierto las puertas. La resultante, como puede
verse en este tubo de ensayos de la Universidad de Oriente, es un estruendo de
energías".
Pero he aquí que mientras se subvierten todas las jerarquías,
se constituye una sola autoridad; ese mismo rector entrevistado por el
reportero de Revolución afirma, categórico: "Si la autonomía
universitaria choca con la Revolución habrá que limitar la autonomía o dejaré
de ser rector".
La
apertura de las puertas, el levantamiento de las barreras, son inseparables de
la entronización de Ella, la Diosa Revolución, como alfa y omega de todas las
cosas. La Revolución se situaba, claramente, más allá de toda legalidad, en
tanto no constituía ya una representación del pueblo sino una manifestación
directa del mismo.
Si la República, que tenía constitución y estatua, era sobre
todo forma, la Revolución era puro contenido, como un río de lava para el que
no existía límite, continente alguno. Las puertas se habían abierto, las de los
colegios privados, las de los clubes exclusivos, las de las lujosas residencias
de Cubanacán abandonadas por sus dueños, las de todas las casas del país: hasta
allí llegaba ahora, literal y figuradamente, el pueblo.
Si el
choteo, aun cuando expresaba esa tendencia a la familiaridad que los psicológicos
sociales habían señalado tradicionalmente en el carácter cubano, no superaba la
diferencia entre élite y masas, la chusmería refleja la "rebelión de las
masas" que siguió a la revolución de 1959, cuando los estratos sociales
que antes estaban más o menos separados se mezclaron en esa "nueva
escuela" que sería "cuna de nueva raza".
La nivelación a la que,
según los letrados republicanos, tendía espontáneamente el choteo fue decretada
por un gobierno decidido a desplazar, y en última instancia a eliminar, la
frontera entre la cultura de élite y la cultura popular.
Aquí,
desde luego, un señalado antecedente es la Revolución Francesa. Ante la
acusación de estar manipulando al pueblo, Robespierre respondió: "Je suis
peuple moi-même". ¿Cómo podía estar engañando al pueblo, si él mismo era
pueblo? La falta del artículo marca una diferencia importante: en la frase de
Robespierre, "pueblo" no es un nombre, sino un atributo; el origen
plebeyo se convertía, en el nuevo contexto revolucionario, en un valor. Si ser
el pueblo, encarnar a ese multitudinario soberano que representó David en
su célebre pintura del Juramento del Juego de Pelota es el deseo de la nueva
política democrática, ser pueblo alienta los nuevos usos que la
Revolución impone.
Se sabe que la mayoría de los que tomaron la Bastilla usaban
pantalones, y el término "sans-culottes" será reivindicado por ese
sector más radical del Tercer Estado, frente al estilo ostentoso y decadente de
la nobleza. "Les girondins son les gents comme il faut; nous sommes les
sans-culottes et la canaille", dijo el propio Robespierre.
"Viva
el harapo señor, y la mesa sin mantel". Cuando el gobierno quiere hacerse
uno con las masas, expresándose mediante la palabra maximalista de las
Declaraciones de La Habana, produce necesariamente chusmería, esa otra faceta
del mismo "pueblo de Cuba" que las firmaba. La conversión del
"doctor Castro" en "Fidel" refleja justamente esa
correlación: Fidel es la voz del pueblo, es el pueblo, y a la vez es pueblo; no
ya un doctor como los políticos republicanos, sino alguien cercano, a quien se
llama por su nombre de pila.
Y si el Comandante en Jefe es Fidel, no hay ya
jerarquías que valgan: nadie será doctor, todos somos "dotores".
Mientras en asambleas y reuniones interminables el lenguaje hablado adquiere
una cierta retórica, entre burocrática y parlamentaria, se va imponiendo una
familiaridad sin límites: todos compañeros, todos compadres, todos aseres.
A
propósito de la "declaración del carácter socialista de la
revolución" recuerda Reinaldo Arenas en su autobiografía: "aquello,
poco a poco se fue convirtiendo en una especie de conga, en un carnaval
grotesco donde todos, mientras movían las nalgas, hacían los gestos más
eróticos y groseros".
La estampa es, ciertamente, caricaturesca, mas no
del todo falsa; en estos años cruciales, van siempre juntas Grandilocuencia y
Vulgaridad, como Auxilio y Socorro (los personajes de Severo Sarduy), o
mejor, Cobra y Pup. "La ORI es la candela" sería el complemento
necesario de la Segunda Declaración de la Habana ("porque esta gran
humanidad ha dicho basta, y ha echado a andar…") Ser pueblo, el único modo
posible allí donde el pueblo mismo está en el poder: "Gusanito, no saques
los pies, que te coge el comité".
Bullanga
revolucionaria
Fueron,
acaso, los escritores de la generación de Mariel quienes mejor captaron
esta faceta de la revolución. Ya en un cuento como "La vieja Rosa"
(1966), de Arenas, se la presenta como triunfo de la "chusmería"; en
su largo monólogo la protagonista, una autoritaria mujer de origen humilde que
a base de esfuerzo y astucia ha llegado a poseer tierras, usa la palabra tras
descubrir en la reunión donde anuncian la intervención de las fincas de más de
cinco caballerías, "encaramados en la tribuna […] las hijas de los Pupos,
las putas, y toda la ripiera del barrio". Las hijas de los Pupos, aquellas
mismas que, en "Comienza el desfile" (1964), habían dado al
protagonista la noticia del triunfo de los rebeldes.
También
Carlos Victoria captó con agudeza el ascenso de las masas revolucionarias, la
aparente inevitabilidad de ese evento que recordaba cataclismos naturales.
Hacia el final de La ruta del mago, Abel se encuentra, por casualidad,
en el banco de un parque con dos amigos suyos que atraviesan momentos críticos
en sus respectivas vidas privadas. Entonces "unas voces, una algarabía
retumbaban cada vez más cercanas, como si estuvieran a punto de irrumpir en el
parque. En pocos minutos apareció el tumulto, con banderas, carteles, gritando
consignas, vivas y abajos, pidiendo muerte para los enemigos, entonando
estribillos, desgañitándose, chiflando, agitando las manos y los brazos.
Hombres, mujeres, niños, copaban las aceras, marchaban apiñados, hombro con
hombro, sin siquiera mirar al banco donde Arturo, Sofía, Abel y David se habían
quedado inmóviles como la estatua, el farol, los arbustos. Los que pasaban
portaban la alegría, alteraban el ritmo; mientras que los que estaban sentados
en el banco venían a ser lo mismo que el paisaje, sin otra alternativa que
dejarse invadir".
La
revolución es un torbellino, una ola de ruido y furia que todo lo arrastra. Su
fuerza, en este momento primigenio, no radica tanto en los cuerpos represivos
que se volverán omnipresentes en la narrativa de los setenta (CDR, PNR, DSE),
como en esos cuerpos que marchan "hombro con hombro", la avasalladora
multitud que invade el espacio público, desplazando todos los conflictos
privados por un único antagonismo: el que enfrenta el pueblo a sus enemigos.
En
esta fase de espontaneidad, anterior a la institucionalización de la década
siguiente, esa frontera fundamental entre la polis revolucionaria y la nueva
barbarie conformada por los "gusanos" se establece no mediante
documentos formales, escritos, sino de manera eminentemente oral, a toda voz.
Es a ese ruido ensordecedor, el "estruendo de energías" que celebraba
Lisandro Otero en su reportaje de Revolución, a lo que Carlos Victoria
llama, justamente, "bullanga".
Y
resulta significativo que esta turba revolucionaria al final de La ruta del
mago esté encabezada por la mulata Leonor, una mujer casada que ha
desvirgado al protagonista adolescente en una de las escenas del comienzo de la
novela. "Al frente de la multitud una mujer de nalgas y senos prominentes
cantaba a toda voz el himno nacional; su uniforme viril de miliciana resaltaba
su espléndida figura".
Como la Elena de la noveleta de Desnoes, la bella
Leonor es representativa del hombre-masa, de esa marcha revolucionaria donde
conga y consigna fueron inseparables. Aun cuando estas mujeres atractivas pero
nada sofisticadas poco tienen que ver con la arquetípica femme fatale,
ellas encarnan de algún modo la fatalidad del evento revolucionario, esa fuerza
a la que ninguna razón podía oponerse; justamente su simplicidad, su
inconsciencia, su imprevisión, las convierten en el vehículo por excelencia de
la rebelión de las masas.
Ciertamente,
son las mujeres las que mejor encarnan esta faceta de la época que empezó con
el año 59. Si al comienzo del desfile estuvieron las hijas de los Pupos dando
la buena nueva al adolescente protagonista del relato de Arenas, al final están
las dos muchachas del tercer cuadro de Utopía que, en medio de una
sesión de manicure, llegan a las manos por causa de una discrepancia sobre la
autoría de La Traviata.
Magistral
sátira de los programas educativos de los tiempos de la "Batalla de
ideas" (2000-2005), este cortometraje de Arturo Infante viene a renovar la
crítica de la Revolución como paradójico regreso a la barbarie, una crítica tan
antigua como el propio anticastrismo. A pesar de la naturaleza elevada del tema
en discusión, no hay modo incruento de resolver el conflicto, y la violencia
sobreviene inevitablemente. Es lo que priva cuando el espacio de la política,
que es el del diálogo civilizado, ha sido clausurado por el monólogo
revolucionario: "pin, pon, fuera/ abajo la gusanera".
Mas no
aparecen ya en los hilarantes cuadros de Utopía aquellas consignas de
los primeros tiempos, hoy olvidadas, desconocidas por las jóvenes generaciones.
Yoyanka podría ser hija de Elena o de Leonor, pero su tiempo es el
"período especial", esa fase terminal de la era revolucionaria donde
el fuego de los primeros años se ha apagado del todo. Extintos aquellos valores
socialistas que reemplazaron a la educación formal burguesa, pareciera que sólo
queda en Cuba la chusmería, libre de todo contenido revolucionario, como único
legado de la revolución de 1959, su resto grotesco.
Consumada la tabula rasa,
el cubano no aparece ya como un ser ligero, vicioso o debilitado sino más bien como
el paradójico engendro de un sueño de la razón, como un monstruo. Pero no el
rebelde Calibán, sino la Pup de Cobra de Severo Sarduy: "No es más
que tu desperdicio, tu residuo grosero, lo que de ti se desprende informe, tu
excremento".
Reproducido
de diariodecuba.com
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