21 de septiembre de 2013

La construcción del mito



La construcción del mito

Por Roberto Madrigal

La participación de los intelectuales cubanos fue uno de los elementos fundamentales en la construcción del mito revolucionario. No solamente adoptaron y ajustaron su discurso y su lenguaje, sino que además se prestaron a servir de propagandistas y promotores de ilusión, trabajando en la captación de escritores y artistas extranjeros. Estuvieron entre los cómplices estrella de la manufacturación de la época épica, de los años de la utopía.

En 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal viajó a Cuba para participar como jurado del concurso literario Casa de las Américas. Su experiencia en la isla fue luego reflejada en su libro En Cuba, publicado en 1972 por la editorial argentina Lohlé y que hasta donde tengo noticia, no ha sido jamás reeditado. El libro circuló en Cuba de una manera tan clandestina y vigilada como Tres Tristes Tigres. Es curioso que un libro que está hecho con el propósito de cantar loas al gobierno revolucionario, nunca se editó, ni se vendió, ni se divulgó en Cuba.

Lo cierto es que a pesar del propio Cardenal, si uno lee un poco entre líneas y con una sana suspicacia (y los censores leen entre líneas, entre letras, entre comas y entre comillas), en el texto se narran cosas que eran inaceptables entonces en Cuba (y muchas lo siguen siendo). A Cardenal se acercó mucha gente. Se la pasó rodeado de intelectuales, agentes de la seguridad y unos cuantos atrevidos que fueron a decirle lo que pensaban sobre la revolución.

Personalmente solo tuve un contacto muy indirecto con Cardenal durante un episodio que ya he contado en otra parte, en el cual mi amigo Roberto Yanes lo imprecó y lo emplazó a que explicara como conciliaba marxismo con catolicismo. Fue durante una charla pública y mi amigo fue inmediatamente retirado del acto por dos amables compañeros de la seguridad del estado. Otros dos amigos míos sí se acercaron a Cardenal y fueron mencionados en las páginas de En Cuba. Eran los poetas Rogelio Fabio Hurtado, quien aún reside en la isla, y el difunto Joaquinito Ordoqui. Por diferentes razones, ninguno tenía miedo. A través de uno de ellos me llegó prestado el libro y lo leí entonces con mucho interés. Aunque está disponible en muchas bibliotecas americanas, no he vuelto a ver esa obra en los últimos 40 años.

Revisando el segundo volumen de la autobiografía de Cardenal, titulado Las ínsulas extrañas, noto que dedica un capítulo a resumir lo que narró en En Cuba a la vez que añade algunos hechos y revela algunos nombres. No hay ninguna confesión que haga temblar la tierra, pero al leer sobre esta visita tantos años después uno ve la bajeza y el fariseísmo de algunos escritores.

Según cuenta el propio poeta, este viaje, que fue para él como una “segunda conversión”, lo hizo, tras dudarlo mucho, invitado por Roberto Fernández Retamar y Haydée Santamaría. La razón de su reticencia anterior (Retamar lo había invitado varias veces), fue que como sacerdote católico, no pensaba que podía acercarse al comunismo. Quien lo convenció fue el poeta Cintio Vitier.

Cuenta que “años antes le había escrito a Cintio Vitier, preguntándole si mi visita a Cuba no sería utilizada para propaganda del régimen y, me contestó que evidentemente la utilizarían. Pero ahora él me había recomendado que fuera”. Más adelante, sin intención, subraya el penoso mimetismo de Vitier, cuando apunta: “Hablé con Cintio a solas… Me contó Cintio que ahora él estaba completamente con la revolución…” y que lo que finalmente lo había convencido era “la ida a cortar caña…esto terminó de identificarlo con el pueblo y con la revolución…se había hecho miliciano…firmaba todos los manifiestos”. El poeta como vocero.

Más adelante, cuando pregunta por qué las vidrieras de las tiendas están vacías, Cintio le dice que en Cuba “…todo el mundo tiene más dinero que el que puede gastar”, un argumento que apuntala el poeta uruguayo Mario Benedetti dando una de las explicaciones más puerilmente absurdas sobre las diferencias entre capitalismo y socialismo. Según Benedetti, a quien cita Cardenal: “En Uruguay hacen 1000 carteras de señoras y son carísimas y nadie las puede comprar y por eso las tiendas de mi país están llenas de carteras. Aquí… tienen que hacer 40,000 y todo mundo las compra y por eso no hay carteras”.

El nicaragüense, quien luego fuera Ministro de Cultura del primer gobierno sandinista, tiene mucho de ingenuo y de creyente que insiste en ver la realidad a través de sus ideas. También tiene mucho de cómplice que quiere defender un proceso en el cual quiere creer. De otra forma no se explica su pasiva aceptación de esos disparates. Esas razones también explican los problemas en los cuales se metió con los sandinistas, cómo fue manipulado por los dirigentes más aliados a los cubanos, como Carlos Fonseca y Tomás Borge y finalmente su expulsión del sandinismo, cuyos dirigentes lo han perseguido por años con afán de venganza.

Un dirigente católico, el ya fallecido Raúl Gómez Treto, quien fuera uno de los redactores de la primera constitución castrista, le resume que al triunfo de la revolución solamente “los obreros acomodados reaccionaron contra la revolución más fuertemente que la aristocracia…los altos obreros con deseos de ser ricos”. Después suelta la andanada de cifras y excusas que nadie puede confirmar (porque son mayormente falsas), “calculo que hubo 800 o 1000 fusilamientos, lo cual me parece que no es mucho” (claro a él no lo fusilaron), ya que “hay que tomar en cuenta que en la época de Batista hubo 20,000 asesinatos”. Otro cliché repetido hasta el cansancio y que ya se sabe fue inventado como consigna por Miguel Ángel Quevedo, entonces director de Bohemia, de quien se cuenta que luego en el exilio vivió agobiado por esa mentira.

El arzobispo Oves, al enterarse de que como jurado del premio Casa viajará a Isla de Pinos, con mucha diplomacia le informa de los católicos que fueron enviados a la UMAP, le dice que trate de ver “a unos seminaristas que estaban allí en una unidad de lacra social, con marihuaneros, homosexuales y delincuentes”. Resulta tragicómico como luego al pedir Cardenal reunirse con los seminaristas, tras insistir varias veces sin recibir respuesta, le informan que llamó “el teniente Rabasa. No se puede visitar a los seminaristas porque están en prácticas militares”. Cardenal insiste y le dicen que vaya y espere en La Habana, pero “nunca me volvieron a mencionar el asunto, y yo no insistí más”. Luego se encuentra con uno de esos seminaristas quien le dice: “Si le dijeron que estábamos en prácticas militares fue que no quisieron que los viera… esa unidad nunca ha hecho prácticas militares”.

También narra cómo se le acercaron varios jóvenes, quienes se le presentaban como revolucionarios (no había otra forma de acercarse al poeta, entre ellos estaban mis amigos) pero que querían informarle de la otra realidad de Cuba. Le hablan de la represión por llevar el pelo largo, escuchar jazz o vestirse a la moda hippie, de la UMAP, le cuentan que las noticias son suprimidas diciéndole: ¿Está bien que los dirigentes reciban diariamente un boletín con todos los cables y el pueblo no? …lo que quieren es que uno escriba ciencia ficción en vez de la realidad… mitología y no realidad es lo que vamos a hacer”. Le añade con certeza que cuando les dicen que no es tiempo de criticar porque no es oportuno se cuestiona: “¿Será dentro de veinte años, cuando ya todo haya pasado y ya no haya necesidad de criticarlo?” Por su parte, sobre el mismo tema Cintio se vuelve esquivo.

Hay mucho otros ejemplos en los que otros personajes se esmeran en crear un laberinto de espejos alrededor de Cardenal, pero la cosa llega a sus niveles más ridículos cuando Cardenal le pregunta a Cintio si habrá puerco el 26 de julio, porque ha oído hablar que la cena de Navidad se celebra ahora en esa fecha y el cubano le contesta: “Si hay para todos los cubanos, lo darán. Si no hay para todos, no.” Quisiera poder imaginar la expresión facial con la cual Cintio acompañó su discurso. Pero no se detiene ahí, sino que agrega que “una de las cosas más bellas de la Revolución es que todos comemos los mismo”, algo que una visita a cualquier casa de protocolo o a la de algún dirigente, desmentía de inmediato.

Sin embargo, para contrarrestar estas declaraciones de Cintio, voy a utilizar un poema, que no aparece en este libro, que leí un par de veces en el parque de la funeraria Rivero y que mantengo en la memoria. Lo escribió un personaje a quien conocí como Rudi, quien me cuentan que ahora vive por estas playas. Hace por lo menos cuarenta años que no veo a Rudi y ni sé si es su verdadero nombre, pero él mismo contaba que se le apareció a Cardenal con sus poemas para que lo antologara junto a Cintio, Retamar, Padilla y Eliseo Diego si algún día se decidía a reunir a poetas cubanos y le leyó el siguiente poema, cuya ortografía creo respetar en mi memoria. Se titulaba “El verbo espaguetizar”, era de cuando por un tiempo en Cuba lo único que se conseguía para comer eran espaguetis.

Yo espaguetizo
Tú espaguetizas
EL, NO espaguetiza
Nosotros espaguetizamos
Vosotros espaguetizáis
ELLOS, NO espaguetizan.

Cuentan que Cardenal quedó estupefacto y no pudo dar respuesta. Se limitó a tomar en sus manos una copia del poema y a despedir cortésmente a su autor. No sé qué explicación le dio Cintio.

Roberto Madrigal, Cincinatti.
Reproducido de su blog penultimosdias.com

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