La construcción del mito
Por Roberto Madrigal
La participación de los
intelectuales cubanos fue uno de los elementos fundamentales en la construcción
del mito revolucionario. No solamente adoptaron y ajustaron su discurso y su
lenguaje, sino que además se prestaron a servir de propagandistas y promotores
de ilusión, trabajando en la captación de escritores y artistas extranjeros.
Estuvieron entre los cómplices estrella de la manufacturación de la época
épica, de los años de la utopía.
En 1970, el poeta y sacerdote
nicaragüense Ernesto Cardenal viajó a Cuba para participar como jurado del
concurso literario Casa de las Américas. Su experiencia en la isla fue luego
reflejada en su libro En
Cuba, publicado en 1972 por la editorial argentina Lohlé y que
hasta donde tengo noticia, no ha sido jamás reeditado. El libro circuló en Cuba
de una manera tan clandestina y vigilada como Tres Tristes Tigres. Es curioso que un
libro que está hecho con el propósito de cantar loas al gobierno
revolucionario, nunca se editó, ni se vendió, ni se divulgó en Cuba.
Lo cierto es que a pesar del
propio Cardenal, si uno lee un poco entre líneas y con una sana suspicacia (y
los censores leen entre líneas, entre letras, entre comas y entre comillas), en
el texto se narran cosas que eran inaceptables entonces en Cuba (y muchas lo
siguen siendo). A Cardenal se acercó mucha gente. Se la pasó rodeado de
intelectuales, agentes de la seguridad y unos cuantos atrevidos que fueron a
decirle lo que pensaban sobre la revolución.
Personalmente solo tuve un
contacto muy indirecto con Cardenal durante un episodio que ya he contado en
otra parte, en el cual mi amigo Roberto Yanes lo imprecó y lo emplazó a que
explicara como conciliaba marxismo con catolicismo. Fue durante una charla
pública y mi amigo fue inmediatamente retirado del acto por dos amables
compañeros de la seguridad del estado. Otros dos amigos míos sí se acercaron a
Cardenal y fueron mencionados en las páginas de En Cuba. Eran los poetas Rogelio Fabio
Hurtado, quien aún reside en la isla, y el difunto Joaquinito Ordoqui. Por
diferentes razones, ninguno tenía miedo. A través de uno de ellos me llegó
prestado el libro y lo leí entonces con mucho interés. Aunque está disponible
en muchas bibliotecas americanas, no he vuelto a ver esa obra en los últimos 40
años.
Revisando el segundo volumen de
la autobiografía de Cardenal, titulado Las
ínsulas extrañas, noto que dedica un capítulo a resumir lo que
narró en En Cuba
a la vez que añade algunos hechos y revela algunos nombres. No hay ninguna
confesión que haga temblar la tierra, pero al leer sobre esta visita tantos
años después uno ve la bajeza y el fariseísmo de algunos escritores.
Según cuenta el propio poeta,
este viaje, que fue para él como una “segunda conversión”, lo hizo, tras
dudarlo mucho, invitado por Roberto Fernández Retamar y Haydée Santamaría. La
razón de su reticencia anterior (Retamar lo había invitado varias veces), fue
que como sacerdote católico, no pensaba que podía acercarse al comunismo. Quien
lo convenció fue el poeta Cintio Vitier.
Cuenta que “años antes le había
escrito a Cintio Vitier, preguntándole si mi visita a Cuba no sería utilizada
para propaganda del régimen y, me contestó que evidentemente la utilizarían.
Pero ahora él me había recomendado que fuera”. Más adelante, sin intención,
subraya el penoso mimetismo de Vitier, cuando apunta: “Hablé con Cintio a
solas… Me contó Cintio que ahora él estaba completamente con la revolución…” y
que lo que finalmente lo había convencido era “la ida a cortar caña…esto
terminó de identificarlo con el pueblo y con la revolución…se había hecho
miliciano…firmaba todos los manifiestos”. El poeta como vocero.
Más adelante, cuando pregunta
por qué las vidrieras de las tiendas están vacías, Cintio le dice que en Cuba
“…todo el mundo tiene más dinero que el que puede gastar”, un argumento que
apuntala el poeta uruguayo Mario Benedetti dando una de las explicaciones más
puerilmente absurdas sobre las diferencias entre capitalismo y socialismo.
Según Benedetti, a quien cita Cardenal: “En Uruguay hacen 1000 carteras de
señoras y son carísimas y nadie las puede comprar y por eso las tiendas de mi
país están llenas de carteras. Aquí… tienen que hacer 40,000 y todo mundo las
compra y por eso no hay carteras”.
El nicaragüense, quien luego
fuera Ministro de Cultura del primer gobierno sandinista, tiene mucho de
ingenuo y de creyente que insiste en ver la realidad a través de sus ideas.
También tiene mucho de cómplice que quiere defender un proceso en el cual
quiere creer. De otra forma no se explica su pasiva aceptación de esos
disparates. Esas razones también explican los problemas en los cuales se metió
con los sandinistas, cómo fue manipulado por los dirigentes más aliados a los
cubanos, como Carlos Fonseca y Tomás Borge y finalmente su expulsión del
sandinismo, cuyos dirigentes lo han perseguido por años con afán de venganza.
Un dirigente católico, el ya
fallecido Raúl Gómez Treto, quien fuera uno de los redactores de la primera
constitución castrista, le resume que al triunfo de la revolución solamente
“los obreros acomodados reaccionaron contra la revolución más fuertemente que
la aristocracia…los altos obreros con deseos de ser ricos”. Después suelta la
andanada de cifras y excusas que nadie puede confirmar (porque son mayormente
falsas), “calculo que hubo 800 o 1000 fusilamientos, lo cual me parece que no
es mucho” (claro a él no lo fusilaron), ya que “hay que tomar en cuenta que en
la época de Batista hubo 20,000 asesinatos”. Otro cliché repetido hasta el
cansancio y que ya se sabe fue inventado como consigna por Miguel Ángel
Quevedo, entonces director de Bohemia,
de quien se cuenta que luego en el exilio vivió agobiado por esa mentira.
El arzobispo Oves, al enterarse
de que como jurado del premio Casa viajará a Isla de Pinos, con mucha
diplomacia le informa de los católicos que fueron enviados a la UMAP, le dice
que trate de ver “a unos seminaristas que estaban allí en una unidad de lacra
social, con marihuaneros, homosexuales y delincuentes”. Resulta tragicómico
como luego al pedir Cardenal reunirse con los seminaristas, tras insistir
varias veces sin recibir respuesta, le informan que llamó “el teniente Rabasa.
No se puede visitar a los seminaristas porque están en prácticas militares”.
Cardenal insiste y le dicen que vaya y espere en La Habana, pero “nunca me
volvieron a mencionar el asunto, y yo no insistí más”. Luego se encuentra con
uno de esos seminaristas quien le dice: “Si le dijeron que estábamos en
prácticas militares fue que no quisieron que los viera… esa unidad nunca ha
hecho prácticas militares”.
También narra cómo se le
acercaron varios jóvenes, quienes se le presentaban como revolucionarios (no
había otra forma de acercarse al poeta, entre ellos estaban mis amigos) pero
que querían informarle de la otra realidad de Cuba. Le hablan de la represión
por llevar el pelo largo, escuchar jazz o vestirse a la moda hippie, de la
UMAP, le cuentan que las noticias son suprimidas diciéndole: ¿Está bien que los
dirigentes reciban diariamente un boletín con todos los cables y el pueblo no?
…lo que quieren es que uno escriba ciencia ficción en vez de la realidad…
mitología y no realidad es lo que vamos a hacer”. Le añade con certeza que
cuando les dicen que no es tiempo de criticar porque no es oportuno se
cuestiona: “¿Será dentro de veinte años, cuando ya todo haya pasado y ya no
haya necesidad de criticarlo?” Por su parte, sobre el mismo tema Cintio se
vuelve esquivo.
Hay mucho otros ejemplos en los
que otros personajes se esmeran en crear un laberinto de espejos alrededor de
Cardenal, pero la cosa llega a sus niveles más ridículos cuando Cardenal le
pregunta a Cintio si habrá puerco el 26 de julio, porque ha oído hablar que la
cena de Navidad se celebra ahora en esa fecha y el cubano le contesta: “Si hay
para todos los cubanos, lo darán. Si no hay para todos, no.” Quisiera poder
imaginar la expresión facial con la cual Cintio acompañó su discurso. Pero no
se detiene ahí, sino que agrega que “una de las cosas más bellas de la Revolución
es que todos comemos los mismo”, algo que una visita a cualquier casa de
protocolo o a la de algún dirigente, desmentía de inmediato.
Sin embargo, para contrarrestar
estas declaraciones de Cintio, voy a utilizar un poema, que no aparece en este
libro, que leí un par de veces en el parque de la funeraria Rivero y que
mantengo en la memoria. Lo escribió un personaje a quien conocí como Rudi,
quien me cuentan que ahora vive por estas playas. Hace por lo menos cuarenta
años que no veo a Rudi y ni sé si es su verdadero nombre, pero él mismo contaba
que se le apareció a Cardenal con sus poemas para que lo antologara junto a
Cintio, Retamar, Padilla y Eliseo Diego si algún día se decidía a reunir a
poetas cubanos y le leyó el siguiente poema, cuya ortografía creo respetar en
mi memoria. Se titulaba “El verbo espaguetizar”, era de cuando por un tiempo en
Cuba lo único que se conseguía para comer eran espaguetis.
Yo
espaguetizo
Tú espaguetizas
EL, NO espaguetiza
Tú espaguetizas
EL, NO espaguetiza
Nosotros
espaguetizamos
Vosotros espaguetizáis
ELLOS, NO espaguetizan.
Vosotros espaguetizáis
ELLOS, NO espaguetizan.
Cuentan que Cardenal quedó
estupefacto y no pudo dar respuesta. Se limitó a tomar en sus manos una copia
del poema y a despedir cortésmente a su autor. No sé qué explicación le dio
Cintio.
Roberto Madrigal, Cincinatti.
Reproducido de su blog penultimosdias.com
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