Primero,
hagamos distinción entre las devociones y las supersticiones que a través de los años o
siglos han marcado la conmemoración del día en que Nuestro Señor Jesucristo
murió en la cruz.
Muchas
supersticiones provienen de leyendas o milagros verdaderos que el boca a boca
fue deformando. Otras, como la de no barrer los pisos en Viernes Santo deriva
del llamado de la Iglesia a conmemorar esta fecha en absoluto recogimiento y
oración. ¿Por qué precisamente el “no barrer”? La respuesta queda en el
misterio de los tiempos idos.
Hoy
en día todo ha cambiado incluso en países donde el cristianismo es mayoritario.
Los comercios abren y el Viernes Santo es un día normal como otro cualquiera. El
día de asueto se aprovecha para alguna excursión a la playa o a pescar en un río, aunque muchos van a sus iglesias y participan de la liturgia propia del día.
Mayormente en España y algunos
países de Hispanoamérica como México y Guatemala toda esta Semana Santa o
Mayor, como también se le llama, se revive la Pasión de Cristo en incontables procesiones en las que se
mezclan devoción y turismo. Se trata precisamente de
una de las devociones más importantes, no sólo
del Viernes Santo sino de toda esta semana que enmarca los hechos más notables de la fe
cristiana.
Hay
otras dos devociones que nos llegan de siglos atrás y que, aunque no son tan
pintorescas como las procesiones con sus pasos o carrozas, sus hermandades, sus costaleros
encapuchados y los penitentes que se auto flagelan, subsisten bien arraigadas
en la expresión de la fe de los pueblos.
Estas
dos devociones son el Vía Crucis y el Sermón de las Siete Palabras. La primera no
queda limitada exclusivamente al Viernes Santo. La segunda, sí. (adg)
El Vía Crucis
Al Vía
Crucis (en latín), o "Camino de la Cruz", también se le llama
Estaciones de la Cruz y Vía Dolorosa. Se trata de un camino de oración que
busca adentrarnos en la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en
su camino al Calvario.
La costumbre de rezar el
Vía Crucis o Estaciones de la Cruz posiblemente comenzó en Jerusalén. Ciertos
lugares de La Vía Dolorosa (aunque no se llamó así antes del siglo XVI), fueron
reverentemente marcados desde los primeros siglos.
Hacer allí las Estaciones de
la Cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos desde la época del
emperador Constantino (Siglo IV).
Según la tradición, la Santísima Virgen visitaba diariamente las
Estaciones originales y el Padre de la Iglesia, San Jerónimo, nos habla ya de
multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en
su tiempo. Sin embargo, no existe prueba de una forma fija para esta devoción
en los primeros siglos.
Desde el siglo doce los peregrinos escriben sobre la "Vía
Sacra", como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión. No sabemos
cuándo surgieron las Estaciones según las conocemos hoy, pero probablemente
fueron los Franciscanos los primeros en establecer el Vía Crucis ya que a ellos
se les concedió en 1342 la custodia de los lugares mas preciados de Tierra
Santa.
Tampoco está claro en qué dirección se recorrían ya que, según parece,
hasta el siglo XV muchos lo hacían comenzando en el Monte Calvario y
retrocediendo hasta la casa de Pilato.
Muchos peregrinos no podían ir a Tierra Santa ya sea por la distancia
y difíciles comunicaciones, ya sea por las invasiones de los musulmanes que por
siglos dominaron esas tierras y perseguían a los cristianos. Así creció la
necesidad de representar la Tierra Santa en otros lugares mas asequibles e ir a
ellos en peregrinación. En varios lugares de Europa se construyeron
representaciones de los mas importantes santuarios de Jerusalén.
En los siglos XV y XVI se erigieron Estaciones en diferentes partes de
Europa. El Beato Alvarez (m.1420) al regreso de Tierra Santa construyó una
serie de pequeñas capillas en el convento dominico de Córdoba en las que se
pintaron las principales escenas de la Pasión en forma de estaciones. Por la
misma época, la Beata Eustochia, clarisa, construyó Estaciones similares en su
convento en Messina.
Hay otros ejemplos. Sin embargo, la primera vez que se conoce el uso
de la palabra "Estaciones" siendo utilizada en el sentido actual del
Vía Crucis, se encuentra en la narración del peregrino inglés Guillermo Wey
sobre sus visitas a la Tierra Santa en 1458 y en 1462. Wey ya menciona catorce
estaciones, pero solo cinco de ellas corresponden a las que se usan hoy día,
mientras que siete solo remotamente se refieren a la Pasión.
Por la dificultad creciente de visitar la Tierra Santa bajo dominio
musulmán, las Estaciones de la Cruz y diferentes manuales para rezar en ellas
se difundieron por Europa. Las Estaciones tal como las conocemos hoy fueron
aparentemente influenciadas por el libro "Jerusalen sicut Christi tempore floruit" escrito por un tal
Adrichomius en 1584. En este libro el Vía Crucis tiene doce estaciones y estas
corresponden exactamente a nuestras primeras doce. Parece entonces que Vía
Crucis, como lo conocemos hoy surge de las representaciones procedentes de
Europa.
Pocas de las Estaciones en los tiempos medievales mencionan la segunda
(Jesús carga con la cruz) ni la décima (Jesús es despojado de sus vestiduras).
Por otro lado algunas que hoy no aparecen eran antes mas comunes. Entre estas,
el balcón desde donde Pilato pronunció Ecce
Homo (he aquí al hombre).
Comprendiendo la dificultad de peregrinar a la Tierra Santa, el papa
Inocente XI en 1686 concedió a los franciscanos el derecho de erigir Estaciones
en sus iglesias y declaró que todas las indulgencias obtenidas por devotamente
visitar los lugares de la Pasión del Señor en Tierra Santa las podían en
adelante ganar los franciscanos y otros afiliados a la orden haciendo las
Estaciones de la Cruz en sus propias iglesias según la forma acostumbrada.
Inocente XII confirmó este privilegio en 1694 y Benedicto XIII en 1726
lo extendió a todos los fieles. En 1731 Clemente XII lo extendió aun mas
permitiendo las indulgencias en todas las iglesias siempre que las Estaciones
fueran erigidas por un padre franciscano con la sanción del ordinario (obispo
local).
Al mismo tiempo definitivamente fijó en catorce el número de
Estaciones. Benedicto XIV en 1742 exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer
sus iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la Cruz. En 1857 los
obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir ellos
mismos las Estaciones con indulgencias cuando no hubieren franciscanos. En 1862
se quitó esta última restricción y los obispos obtuvieron permiso para erigir
las Estaciones ya sea personalmente o por delegación siempre que fuese dentro
de su diócesis.
El Sermón
de las Siete Palabras
Se conoce como Las Siete
Palabras a las siete frases que Jesús pronunció antes de morir, recogidas
por los evangelistas.
Las siete palabras de Cristo en la cruz fueron
recopiladas y analizadas en detalle por vez primera por el monje cisterciense
Arnaud de Bonneval (+1156) en el siglo XII. A partir de ese momento las
consideraciones teológicas o piadosas de esas palabras se multiplican. Pero fue
san Roberto Berlarmino (Doctor de la Iglesia, 1542-1621) quién más impulsó su
difusión y práctica al escribir el tratado Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz.
Desde
entonces se propagó la costumbre de predicar el tradicional "sermón de las
siete palabras" en la mañana o mediodía del Viernes Santo.
Los dos primeros evangelios,
Mateo y Marcos, mencionan solamente una, la cuarta. Lucas relata tres, la
primera, segunda y séptima. Juan recoge las tres restantes, la tercera, quinta
y sexta. Con certeza absoluta no puede determinarse el orden con que las
pronunció Jesús.
En 1787 la hermandad de la
Santa Cueva de Cádiz (España)
encargó al compositor austriaco Joseph Haydn una obra orquestal que recordase las últimas siete palabras de Jesucristo en la cruz.
Las Siete Palabras suelen
enumerarse del siguiente modo:
«Padre,
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen » (Lucas 23,34).
La
oración se ofreció para quienes eran culpables de darle muerte. No es seguro si
se refirió a los "judíos" o a "los soldados romanos." Tal
vez se refirió a ambos. La verdad es que la Biblia posteriormente hace
referencia a los soldados romanos jugando dados.
«En
verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"» (Lucas 23,43)
Es la respuesta de Cristo a la súplica "acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino" del ladrón arrepentido. El ladrón a pesar de ver a Jesucristo con una imagen deteriorada y grotesca pudo distinguir en Él al Rey, al Salvador ya resucitado. Jesús le asegura su lugar en el paraíso, no le hace reclamo alguno de su vida pasada, es la aceptación total con toda su integridad de la persona, porque Dios solo espera la acción de buen ladrón de poner su confianza en el Señor.
«
Mujer he ahí tu hijo, hijo he ahí tu madre..» Juan 19;26-27).
Una
primera interpretación ve este pasaje en sentido ético o social: Cristo entregó
el cuidado de su madre al discípulo amado, cumpliendo un elemental deber
filial. Debe verse aquí una instrucción de ver a María como madre de todos los
cristianos, pues eso equivale a acudir a la efectividad del sacrificio de
Cristo Jesús.
«Dios
mío, Dios mío por qué me has desamparado» (Mt 27,46).
Es
una oración tomada del salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo
(Eli Eli lama sabachthani), lo cual explica la confusión de los
presentes que creyeron ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Este
es un acto de profunda soledad y sentido de alejamiento de su Padre. Esta
palabra pronunciada por el hombre crucificado es, mas que un reproche hacia
Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios.
«Tengo
sed» (Jn 19,28).
Es
la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de
la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. Se
interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la
redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto
evangelio, y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo
de la Samaritana.
«Todo está consumado» (Juan 19,30)
Se
puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento
perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto
que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su
misión redentora. Es el broche de oro que corona el programa de su vida:
cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre.
«Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23, 46)
Es la última palabra de Cristo en la Cruz. En el momento del último suspiro, el último grito en su vía crucis doloroso: «Padre, en tus manos encomiendo Mi Espíritu».
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