Santo Domingo de la Calzada,
donde cantó la gallina después de asada
Ana Dolores García
Cuenta la tradición que entre los muchos peregrinos del Camino de Santiago que hacen alto en lo que es hoy Santo Domingo de la Calzada, para descansar del largo recorrido y venerar las reliquias del santo, llegó allí hace varios siglos un matrimonio alemán con su hijo. La leyenda y la imaginación pueblerina han adornado una historia que, aparte de esos adornos, tiene visos de realidad. Veamos:
Los peregrinos germanos se hospedaron en el mesón del pueblo, en el que una de la jóvenes que atendían a los huéspedes se enamoró del hijo del matrimonio, pero de él sólo recibía la indiferencia como respuesta. Por tanto decidió vengarse y sin que nadie la viera colocó en su equipaje una copa de plata. Luego anunció la desaparición del objeto al dueño del mesón y éste no demoró en avisar al Corregidor de la ciudad. Detuvieron al muchacho, lo condenaron a muerte de acuerdo al fuero de Alfonso X el Sabio, vigente entonces, y lo ahorcaron.
Alertados de lo sucedido los padres regresaron, y cuando encontraron a su hijo, supuestamente ahorcado, escucharon su voz que les decía que Santo Domingo le había conservado la vida. El matrimonio corrió entonces a comunicar el prodigio al Corregidor. Incrédulo, éste les contestó que su hijo estaría tan vivo como el gallo y la gallina que se disponía a trinchar para comer, y en ese instante las dos aves saltaron del plato y comenzaron a cantar…. Por eso, desde entonces son populares los versos que titulan esta entrada: “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada…”
Santo Domingo de la Calzada, además de ciudad riojana, ahora con catedral y hostales, es también el nombre de un santo que se radicó en aquel entonces paraje solitario y se quedó en él para atender a los peregrinos que hacían su jornada hacia Santiago de Compostela. Domingo García, que era su verdadero nombre, había nacido en Viloria de la Rioja en 1019. Había tratado de ser religioso benedictino pero al no ser admitido en la Orden decidió ayudar por su cuenta a peregrinos y forasteros. Abrió un nueva calzada que sustituyó la vieja y deteriorada calzada romana, taló bosques y construyó puentes, además de practicar una intensa vida contemplativa. Al fin vio satisfechos sus deseos de ser ordenado sacerdote y murió en 1109, cuando ya su fama de hombre justo y santo era conocida en toda la comarca y había llegado a oídos del Rey Alfonso VI de León.
Al morir fue enterrado en la misma calzada que construyera. Alrededor de su ermita fue levantándose el villorrio, que creció hasta convertirse en el burgo “Margubete” y que luego adoptó el nombre del santo. Su fama la avalaban las historias de sus milagros, uno de ellos –sin dudas el más popular- ha sido el de la gallina que cantó después de asada, “o la historia del ahorcado descolgado”, frases que permanecen en el hablar popular español, y tradición o leyenda culpable del mantenimiento de un gallinero en la propia catedral de la hoy visitada ciudad.
Hay otras variantes del relato, tanto en escenario como en lo acontecido. La leyenda que se popularizó en Germania dio nombre a los jóvenes: Hugonell y Beatriz. En Italia también conocían la historia y argumentaban que el joven era de la región de Toscana y se llamaba Jacobo. En la región bávara situaban el escenario en la propia Compostela y trocaron gallo y gallina por palomas.
Además, en las numerosas narraciones que aparecen en el libro que el escritor Pablo Arribas escribiera sobre los pícaros en el Camino de Santiago se relata el hecho, aunque ubicándolo en la ciudad de Toulouse. Alfonso X el Sabio también cita el hecho como ocurrido en Toulouse.
Sin embargo, la versión que más ha trascendido a través de los años es la que sitúa incidente y milagro en la región de la Rioja, en la población levantada junto a la ermita del santo de la calzada. Tradicionalmente se dice que ocurrió en 1410, aunque ya se relata en el Códice Calixtino que es de fecha muy anterior. Para más sabor, popularmente le agregan un aliño muy utilizado en todas estas historias: el del amor y los celos, tal como se la contado en un párrafo anterior.
Esta es una historia que ha sido narrada en cuentos, -piadosos o bufos-, cantada por los juglares, representada incluso en sellos o en artísticos y valiosos retablos, y objeto de códices y bulas eclesiásticos. Sobre todo ha devenido en ser uno de los motivos más comunes por los que los peregrinos paran en Santo Domingo de la Calzada: para ver la jaula sacra en la que moran un gallo y una gallina en la Catedral de la ciudad. Y pagan por ello.
Para finalizar, cabe agregar estos párrafos sobre el entramado que motiva la curiosidad en visitantes y peregrinos, despertada por esta leyenda:
“… Las aves suplantan a lo divino en esta ciudad. En un ala de la catedral permanece la jaula-gallinero renacentista con un gallo y una gallina vivos, creando algo parecido a una nueva religión en el peregrinaje: el avecentrismo. Antaño, los animales se retiraban de la hornacina durante el invierno por causa del frío, pero en 1965 se adecuó el apartamento de las aves, con un cristal y una bombilla, para que recordasen el milagro durante todas las estaciones del año.
Tradicionalmente, los peregrinos gustaban de proveerse de plumas. Si no las obtenían directamente, procuraban espantar las aves para ver si se les desprendía alguna en la batahola. Si tampoco tenían suerte, siempre había pícaros que las vendían a un precio ajustado a la calidad del comprador.
Los crédulos viajeros que han dejado testimonios de la visita dan fe de que el milagro fue real. Domenico Laffi afirmó incluso que las aves «no comen otra cosa que lo que les dan los peregrinos que van a Galicia, y es preciso que sea pan, que se ha recogido por amor a Dios, que si es comprado no lo quieren, y antes morirían de hambre». ¡Astutas debían ser estas aves, capaces de distinguir entre el pan dado al peregrino por caridad y el comprado!
Aún sin desplazar a la vieira, el bordón o la calabaza, la pluma blanca de las aves de Santo Domingo fue también distintivo de peregrinación, valorado en toda Europa, incluso como reliquia.
Además de cuasi-sagradas, las aves eran pitonisas casi tan famosas como la délfica, que auguraban la calidad del viaje a Compostela. Si las aves cantaban cuando el peregrino entraba en la catedral y comían las migas que les arrojaba el caminante no había duda que el trayecto iba a ser favorable..." (http://www.guiarte.com/pueblos/santo-domingo-de-la-calzada.html)
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