16 de julio de 2010



Nuestra Señora del Carmen

La palabra Carmen viene de Carmelo, un monte situado en la población marítima de Haifa en el norte de Israel, en la zona de Galilea. Precisamente, Karmel (Carmen) significa en hebreo "jardín" y en latín "poesía”.

El Carmelo era sin duda, el monte donde numerosos profetas rindieron culto a Dios. Los principales fueron Elías y su discípulo Eliseo, pero existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde, concretamente en el III y IV.

A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-, decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron como patrona a la Virgen María.

Allí construyeron la primera iglesia dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano ni, tampoco, el título de la advocación respondía a una imagen en especial. Quisieron vivir bajo los aspectos marianos que salían reflejados en los textos evangélicos: maternidad divina, virginidad, inmaculada concepción y anunciación.

Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva advocación: Nuestra Señora del Carmen.

El escapulario

El escapulario es un símbolo de Consagración a la Santísima Virgen María, y de la protección de la Madre de Dios a sus devotos.

La palabra "escapulario" indica un vestido superpuesto, que llevaban los monjes durante el trabajo manual. Con el tiempo se le fue dando un sentido simbólico: el de llevar la cruz de cada día, como discípulos y seguidores de Jesús. En algunas Órdenes religiosas, como en el Carmelo, el Escapulario se convirtió también en signo de su manera de ser y de vivir. Se transformó en un signo mariano.

La Santísima Virgen en persona, (según la tradición), se lo entregó al General de la Orden del Carmen, San Simón Stock, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno».

Alcanzar estas promesas supone siempre el esfuerzo personal colaborando con la gracia de Dios. Nos lo enseña con toda claridad el Concilio Vaticano II: «La verdadera devoción... procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».

El escapulario del Carmen no es un signo mágico de protección, ni una garantía automática de salvación. O una dispensa de vivir las obligaciones de la vida cristiana. Es un signo probado por la Iglesia desde hace siete siglos, que representa el compromiso de seguir a Jesús como María: Abiertos a Dios y a su voluntad. Guiados por la fe, la esperanza y el amor. Cercanos a las necesidades de los demás. Orando en todo momento y descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias. Aumenta la esperanza del encuentro con Dios en la Vida Eterna, con la ayuda, protección e intercesión de María.

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Ilustración: Google
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