Instinto básico
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org)
Hay quienes se sorprenden ante la falta de escrúpulos de esos energúmenos que hoy son arreados al ataque contra mujeres indefensas en las calles de La Habana. En realidad, lo sorprendente es que todavía haya quienes se sorprendan.
Así como los caníbales no podrían sentirse apenados por sus preferencias en materia alimenticia, tampoco hay cabida para la vergüenza en el cerebro de estos infelices que engrosan las llamadas brigadas de respuesta rápida. Tanto para unos como para los otros todo se reduce a una cuestión de instinto básico.
Si no existieran otras pruebas, esta bastaría para dejar claro hasta qué punto los regímenes totalitarios son capaces de vaciar por dentro y de cosificar a las personas.
Ni siquiera cuenta ya nuestro tradicional y muy arraigado rechazo a los abusadores. Siempre fue raro y muy difícil que un hombre lograse golpear a una mujer, a un anciano, a un niño, o incluso a un animal en cualquier calle de Cuba sin que no saltara alguien dispuesto a impedirlo, a las buenas o a las malas.
Sin embargo, ocurre (viene ocurriendo desde hace décadas) que cientos de abusadores en hordas organizadas y enchuchadas por el régimen atacan públicamente a unas pocas personas indefensas, las golpean, ofenden, humillan. Y es un hecho que tales actos, vandálicos y repugnantes, han llegado a convertirse en parte de nuestro paisaje, hacia el cual miramos con la frialdad que condiciona el hábito.
Por otro lado, también sorprende más de lo que debiera que a ninguno de los muchos amigos extranjeros de nuestra dictadura, sobre todo a los que se auto-consideran demócratas, se les haya ocurrido aconsejarle que suprima esos actos, aunque no fuese más que por el ridículo en que están hundiendo las ideas de izquierda, en cuya capacidad para defenderse por sí mismas demuestran no confiar, así que intentan imponerlas a golpe de bofetadas y empujones.
Tal vez la indolencia de esos demócratas del exterior responda igualmente a una cuestión de instinto básico. Sólo que en su caso se trata de un instinto especialmente desarrollado para evitar involucrarse con los sufrimientos ajenos.
El mismísimo Carlos Marx puede haber sentado sus pausas al calificar la violencia como partera de la historia, en uno de esos juicios alebrestados con los que tanta confusión logró distribuir entre los pobres diablos de nuestro planeta.
Para el fundador del comunismo, dicen que científico, y para el numeroso contingente de seguidores que en el mundo tuvo y tiene, la cañona, el atropello, la trinchera de dogmas y la aplastante turba no parecen representar sino instrumentos idóneos con los que debe ser impuesta la dinámica social, a fin de conseguir que salten hechos añicos las instituciones y los fundamentos de la civilización, despojándolos de su sentido y usados a conveniencia.
Si es así como piensan, en el fondo, esos demócratas extranjeros de izquierda, amigos de nuestra tiranía -a la cual llaman burdamente “Cuba”-, no tiene sentido sorprenderse con su actitud indiferente y cómplice ante el desmadre de las brigadas de respuesta rápida, aun cuando no se hayan atrevido a organizarlas y lanzarlas a la calle en sus respectivos países, ellos sabrán por qué.
¿Acaso no lo preconizaba Ché Guevara, Cristo Rey de esta progresía de tres por un centavo que hoy se da silvestre en América Latina, Europa y los Estados Unidos?
“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. He aquí la yema del asunto: el instinto básico como receta guevarista para sentirse bien apolismando al prójimo.
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org)
Hay quienes se sorprenden ante la falta de escrúpulos de esos energúmenos que hoy son arreados al ataque contra mujeres indefensas en las calles de La Habana. En realidad, lo sorprendente es que todavía haya quienes se sorprendan.
Así como los caníbales no podrían sentirse apenados por sus preferencias en materia alimenticia, tampoco hay cabida para la vergüenza en el cerebro de estos infelices que engrosan las llamadas brigadas de respuesta rápida. Tanto para unos como para los otros todo se reduce a una cuestión de instinto básico.
Si no existieran otras pruebas, esta bastaría para dejar claro hasta qué punto los regímenes totalitarios son capaces de vaciar por dentro y de cosificar a las personas.
Ni siquiera cuenta ya nuestro tradicional y muy arraigado rechazo a los abusadores. Siempre fue raro y muy difícil que un hombre lograse golpear a una mujer, a un anciano, a un niño, o incluso a un animal en cualquier calle de Cuba sin que no saltara alguien dispuesto a impedirlo, a las buenas o a las malas.
Sin embargo, ocurre (viene ocurriendo desde hace décadas) que cientos de abusadores en hordas organizadas y enchuchadas por el régimen atacan públicamente a unas pocas personas indefensas, las golpean, ofenden, humillan. Y es un hecho que tales actos, vandálicos y repugnantes, han llegado a convertirse en parte de nuestro paisaje, hacia el cual miramos con la frialdad que condiciona el hábito.
Por otro lado, también sorprende más de lo que debiera que a ninguno de los muchos amigos extranjeros de nuestra dictadura, sobre todo a los que se auto-consideran demócratas, se les haya ocurrido aconsejarle que suprima esos actos, aunque no fuese más que por el ridículo en que están hundiendo las ideas de izquierda, en cuya capacidad para defenderse por sí mismas demuestran no confiar, así que intentan imponerlas a golpe de bofetadas y empujones.
Tal vez la indolencia de esos demócratas del exterior responda igualmente a una cuestión de instinto básico. Sólo que en su caso se trata de un instinto especialmente desarrollado para evitar involucrarse con los sufrimientos ajenos.
El mismísimo Carlos Marx puede haber sentado sus pausas al calificar la violencia como partera de la historia, en uno de esos juicios alebrestados con los que tanta confusión logró distribuir entre los pobres diablos de nuestro planeta.
Para el fundador del comunismo, dicen que científico, y para el numeroso contingente de seguidores que en el mundo tuvo y tiene, la cañona, el atropello, la trinchera de dogmas y la aplastante turba no parecen representar sino instrumentos idóneos con los que debe ser impuesta la dinámica social, a fin de conseguir que salten hechos añicos las instituciones y los fundamentos de la civilización, despojándolos de su sentido y usados a conveniencia.
Si es así como piensan, en el fondo, esos demócratas extranjeros de izquierda, amigos de nuestra tiranía -a la cual llaman burdamente “Cuba”-, no tiene sentido sorprenderse con su actitud indiferente y cómplice ante el desmadre de las brigadas de respuesta rápida, aun cuando no se hayan atrevido a organizarlas y lanzarlas a la calle en sus respectivos países, ellos sabrán por qué.
¿Acaso no lo preconizaba Ché Guevara, Cristo Rey de esta progresía de tres por un centavo que hoy se da silvestre en América Latina, Europa y los Estados Unidos?
“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. He aquí la yema del asunto: el instinto básico como receta guevarista para sentirse bien apolismando al prójimo.
Foto y texto: www.cubanet.org
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Sinceramente, nunca había visto yo en La Habana, ciudad donde nací, tanta gente chusma y barriotera reunida, como estos miembros de las brigadas de respuesta rápida que utilizan para arremeter e insultar a los disidentes.
ResponderEliminarEsas mujeres vociferantes, cuyos rostros reflejan el odio y la bajeza, los hombres empujando a las Damas de Blanco, sin ningún pudor por ser mujeres como la madre que los parió a ellos.
Es de verdad deprimente ver en lo que se han convertido esos ciudadanos de a pie tal vez por una cajita con almuerzo, una camiseta o solamente para congraciarse con un sistema que les ha arrebatado a todos la libertad, la voz, que los ha sumido en la miseria moral y física.
¡Qué vergüenza tan grande que esta gente se venda por una miseria!
Cuando Cuba sea libre y salgan a la luz todos los crímenes de los Castro, no alcanzarán pañuelos para secar nuestras lágrimas y las lágrimas de nuestros hermanos, y el mundo entero se avergonzará de habernos abandonado.
Martha Pardiño