El barrio gótico
que no es gotico
Alex
Gubern abc
De un
lado al otro de la ciudad, sin apenas tiempo para leer más allá de las solapas
de su guía de viajes, un grupo de turistas se plantaba el pasado jueves ante la
fachada de la Catedral de Barcelona. Aturdidos después de un día de «tournée»,
sacan su cámara y con gesto maquinal capturan lo que creen es un ejemplo del
gótico más depurado, o al menos eso es lo que les ha dicho su guía, casi tan
desinformado como ellos.
En
realidad, la fachada apenas supera el
siglo de historia (la obra se hizo entre 1887 y 1912), lo que no
impide que sea uno de los «highligts»
turísticos de la capital catalana. La escena se repite en otros rincones de la
Barcelona vieja, un Barrio Gótico que, en algunos de sus rincones más
celebrados, es en realidad «neogótico»
o gótico transformado.
El
debate sobre el grado de «autenticidad» del Gótico de Barcelona es recurrente,
una discusión que cobraba de nuevo actualidad el pasado septiembre. Ese mes, el
Museo de Historia de Barcelona (Muhba) negaba a la productora de la serie
«Isabel» el permiso para rodar en las escalinatas y puerta de entrada del Salón
del Tinell, en el antiguo Palacio Real Mayor, residencia de los Condes de
Barcelona y de los Reyes de la Corona de Aragón.
Alegando
un escrupuloso rigor histórico, el Muhba, y por extensión el Ayuntamiento de
Barcelona, vetaban el rodaje, en lo que desde muchos ámbitos se interpretó más
bien como un episodio de censura de
regusto nacionalista, el mismo caso que, con otras variantes, se
reproduciría semanas después con el veto a la foto del torero Juan José
Padilla.
Reproducciones
Para
muchos historiadores, el purismo del Muhba resultaba infundado, casi ridículo,
más teniendo en cuenta que una significativa parte del Barrio Gótico de Barcelona,
incluyendo la propia sede del Muhba, es una reconstrucción más o menos fiel del original medieval, una
reproducción embellecida y hasta idealizada de la Barcelona y la Cataluña
pretéritas. Un conjunto formidable, cierto, pero punteado por algunos elementos
que en puridad son de nueva planta, están reconstruidos o proceden de otras
partes de la ciudad.
Un
ejemplo paradigmático es la propia sede del Museo de Historia, que se ubica en
la conocida como casa Padellàs, antiguo palacio renacentista que se salvó,
junto a muchos otros elementos patrimoniales ahora repartidos por toda la
ciudad, tras la apertura de la
Vía Layetana a principio de siglo.
Piedra
a piedra, el antiguo palacio de la calle Mercaders fue rescatado para, al fin,
ser trasladado, con algún añadido embellecedor, a su actual emplazamiento en la
plaza del Rey, ocupando el solar de un antiguo edificio de viviendas que, a
criterio municipal, desmerecía el conjunto. La reconstrucción no se completa
hasta 1943, con lo que parte de la actual vista de la plaza del Rey conforma en
realidad un gótico rabiosamente
contemporáneo.
«Es
evidente que la labor de embellecimiento y monumentalización
que se hizo en Barcelona desde finales del siglo XIX hasta los años setenta,
similar al que se desarrolló en otras capitales europeas, ahora sería
inconcebible, no se permitiría», explica a ABC el historiador Agustín Cócola,
que en 2011 publicó «El Barrio Gótico de Barcelona. Planificación
del pasado e imagen de marca» (Ed. Madroño), donde repasa el proceso
de «invención» y turistificación del
barrio.
El
libro de Cócola, y otros estudios a menudo desconocidos para el público no
especialista, no digamos ya para los pelotones de turistas desinformados,
indagan en este proceso, cuyo motor inicial fue, además del deseo de armar una
«marca turística» ya en el inicio del siglo XX, la voluntad política, o el
intento de construcción desde el
nacionalismo de una identidad basada en un pasado más o menos
idealizado, más o menos glorioso.
«Con el
nacimiento de los estados modernos, todas las naciones europeas se fijan en la
Edad Media para fijar su origen. El nacionalismo catalán hace lo mismo», apunta
Cócola, con un interés especial por proyectar una época, concretamente los
siglos XIII y XIV, cuando se produce la gran expansión comercial catalana por
el Mediterráneo. En Cataluña, es el movimiento de la «renaixença», en el origen
del moderno nacionalismo, el que busca en esa época, y en los restos
patrimoniales que legó, los orígenes de
un «pasado glorioso».
Arquitectura nacional
Un
personaje se adivina clave en este proceso. Josep Puig i Cadafalch (1867-1956),
arquitecto y político. Primero recuperador y divulgador de otra arquitectura
también idealizada, el románico, a la práctica sería el «definidor» de la
arquitectura medieval catalana. Se trataba, en definitiva, de poner en valor
una «arquitectura nacional», acentuando las características que distinguían por
ejemplo el gótico habitual en Cataluña de Castilla. La proliferación de la
típica ventana coronella, la parte más reconocible de la «casa catalana» que
Puig i Cadafalch definió, es un ejemplo. Según el estudio de Cócola, hasta 82 de estas ventanas se recolocaron o
hicieron de nuevo en el gótico entre 1905 y 1970.
A la
par que la ciudad, con el impulso de la Exposición Universal de 1929, buscaba
atraer turistas, se diseñó el plan de monumentalización del
barrio, que pasaba en gran parte por la recuperación de construcciones que la
apertura de la Vía Layetana (ejemplo típico de «sventramento» urbanístico)
amenazaba con arrasar. Jordi Peñarroja lo explica con minuciosidad en «Edificis
viatgers de Barcelona» (Llibres de l’Índex), una formidable mudanza clave para
entender lo que es hoy el Barrio Gótico de Barcelona, un delicioso lugar para
pasear y admirar una arquitectura que, a veces, no es tan auténtica como
parece.
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